El poder de la confesión

La mayoría de nosotros empezamos cada día de nuestras vidas con una rutina preestablecida. Nos levantamos del mismo lado de la cama, nos vestimos de una forma en particular, ordenamos la misma bebida y tomamos la misma ruta, a veces sin pensarlo o estar conscientes de ello.

Incluso hay patrones de pensamiento o de conducta que ejecutamos automáticamente. Juzgamos a las personas o situaciones sin saber qué nos impulsa o porqué lo hacemos. Dios conoce las posibles causas de aquella adicción, quebrantamiento, pecado o conducta inapropiada con la cual luchamos, pero sólo Él puede revelar además una estrategia para pelear y cambiar nuestras vidas.

¿Ha luchado y perdido una y otra vez la batalla contra la adicción a la pornografía, masturbación o prácticas sexuales pecaminosas? ¿Quizá ve la integridad como algo lejano, o siente que nadie comprende por qué está tan profundamente sumergido en esa adicción? ¿Piensa que es demasiado complicado un plan de redención? La Biblia dice que “Al que cree, todo le es posible”

Sin embargo, no podemos pelear solos esa lucha. Es más bien en medio de cualquier lucha que las relaciones interpersonales cobran importancia, las personas con las cuales nos relacionamos y que bendicen nuestra vida: Dios, los padres, los amigos, hijos, sobrinos, niños espirituales, líderes, etc.  Ese es el mensaje de la cruz, estoy bien con Dios (relación vertical), para poder estar bien con los demás (relaciones horizontales), y también nutrir la vida de otros. Sólo al dejar nuestra vida en la Cruz de Cristo, seremos capaces de relacionarnos sanamente con otros. Al morir al ego, al dejar el rencor y el pasado, nos reconciliamos con Dios, con nosotros mismos, y con los demás.

Justamente por esa causa necesitamos ser valientes y confesar el pecado o la lucha, como el primer paso para ser verdaderamente libres.

La Biblia declara en el Salmo 32:3-5 “Mientras guardé silencio sobre mis pecados, mis huesos se debilitaron a causa de mi clamor. Día y noche me pusiste la mano encima, pesadamente. Mi fuerza se marchitó como en el calor del verano. Pero hice que conocieras mis pecados, y no escondí mi culpa. Decidí confesar mis pecados, y entonces tú los perdonaste todos”.

De ahí la importancia de la confesión como una herramienta de sanidad y restauración. Cuando confesamos, estamos declarando que estamos de acuerdo en aceptar nuestra responsabilidad por los hechos cometidos. Y también estamos aceptando que no tenemos los medios para nuestra limpieza.

La Biblia menciona en el capítulo 30 del libro de Números, que cuando la autoridad de una persona se dañaba, (por no cumplir con algunos votos), entonces tenía que acudir a una persona con mayor autoridad para que esos votos fueran cancelados (Rogers, Sy. “Estrategias de supervivencia”).

De la misma forma, tenemos que someternos a la autoridad de otros miembros del Cuerpo de Cristo, en confesión (Santiago 5:16). Cuando confesamos y oran por nosotros, el poder de los pensamientos cede; pero Satanás no quiere que sepamos que todos batallamos contra la carne y nos hace sentir culpa y vergüenza.

Proverbios 27:17 es también un indicador de que nuestros hermanos pueden ayudarnos a restablecer nuestra comunión perdida con Dios. “Como el hierro afila al hierro, así una persona estimula la sensatez de otra”.

Si batallamos con pensamientos impuros, o tenemos una lucha particularmente difícil, en ocasiones nos preguntaremos ¿Por qué Dios esperó tanto tiempo para sacar a la luz esto? Tal vez sea porque no teníamos la madurez para afrontarlo. Puede ser que ya seamos líderes o tengamos un cargo en la iglesia, Dios seguirá tratando con nuestra vida.  Dios no trata todas nuestras heridas en cuanto nos hacemos cristianos; tal vez pasen años mientras Él va sanando dichas heridas. Indudablemente, la obediencia y nuestra permanencia en Él, traerán sanidad mientras nos sometemos a cuidado y supervisión de quienes nos mentorean y/o pastorean.

Las impurezas en los metales preciosos tienen que salir a la superficie para que puedan ser removidas. Dios saca las cosas a la luz, no para avergonzarnos, sino para limpiarnos y sanarnos. 1ª Juan 1:9 dice que sólo la sangre de Cristo nos limpia de todo pecado SI CONFESAMOS. ¿En qué contexto ocurre? 1ª Juan 1:7 nos lo dice: “en la comunión unos con otros” ¿Por qué? Porque la Biblia dice que donde dos o tres se reúnen ahí está Dios (Mateo 18:20); y donde está el Espíritu de Dios hay libertad (2 Corintios 3:17), porque su autoridad es mayor (Efesios 1:21).

Es la autoridad del Espíritu Santo, a través del cuerpo de Cristo la que puede cancelar votos, pactos, herencias, falta de perdón, y traer limpieza a nuestra vida por medio de la confesión y de la sangre de Cristo (Santiago 5:16).

La rendición de cuentas nos ayuda a mantener nuestra vida en el rumbo correcto, mientras que la confesión nos ayuda a recibir el perdón de Dios cuando hemos caído en pecado. Si se siente con culpa o vergüenza, tome un tiempo para reflexionar en su comportamiento. Pídale al Espíritu Santo que guíe sus pensamientos y en su tiempo de rendición de cuentas con algún cristiano maduro confiese aquello con lo que está batallando.

Recuerde que al confesar Dios ha provisto una salida:

“Si admitimos nuestros pecados –haciendo una clara confesión verbal de ellos – Dios no nos desilusionará. Él será fiel a sí mismo; perdonará nuestros pecados y nos purificará de todo mal” (Juan 1:9)

Sugerencias prácticas para ministrar en un tiempo de confesión

  1. Siempre tengan en mente que la confesión deja fuera la auto justificación. Es decir, se debe asumir la responsabilidad de lo que se hizo sin echarle la culpa a otros o a ciertas circunstancias. Debe haber un genuino arrepentimiento para que se generen cambios.
  2. Procure brindar ayuda después de una caída. Ante todo, lo importante es reconocer y hablar sobre sentimientos de desilusión, remordimiento y baja autoestima. Deje que ventilen algunas emociones y después de eso recuérdele que no importa si ha fallado; el sol todavía saldrá mañana y la misericordia de Dios será nueva para perdonar.
  3. Entierre los fracasos del aconsejado, pero celebre sus éxitos.
  4. Ore por la persona quebrantada, el poder del Espíritu Santo fluye a través de usted para ministrarle.
  5. Anime a su aconsejado que declare verbalmente “Recibo el perdón y la limpieza por medio de la sangre de Cristo”.
  6. Si se le dificulta la confesión, previo al tiempo de rendición de cuentas, pídele que escriba en una hoja las cosas que necesita confesar, y una vez confesado pídele que rompa la hoja.
  7. Escuche con empatía. Empatía es ubicarse en una realidad ajena a la suya. Es saber cuándo guardar silencio para escuchar a la otra persona y el momento preciso para decir las palabras adecuadas (“Manzana de oro con figuras de plata es la palabra dicha como conviene” Proverbios 25:11)
  8. Si está orando por alguien, sea comprensivo, ya que a la persona le tomó mucho tiempo decidirse a confesar. Sea compasivo y ore con amor y misericordia.

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