Por Mike Cleveland

Seguramente te has dado cuenta de que puedes hacer votos para cambiar, promesas para mejorar, hacer un compromiso para luchar con ahínco; pero, aun así, la tentación termina siendo más fuerte que tus esfuerzos. Por eso es por lo que definitivamente, no sirve hacer votos determinantes, o unirse con algunos otros para comprometerse juntos a ser puros, tampoco sirve prometerles a nuestras esposas, o a alguien más, que lo vamos a dejar esta vez para siempre. Ninguno de estos esfuerzos sirve a largo plazo, porque no es la manera de Dios de liberar a los cautivos.  El Rey David en la Biblia tuvo una caída moral terrible. Estaba en la parte alta fisgoneando a una mujer desnuda bañándose, y él la deseó en su corazón y terminó cometiendo adulterio con ella. Un pecado llevó al otro y al final hasta logró que el esposo de ella fuera muerto. David fue endurecido en su pecado (Hebreos 3:13) durante nueve meses, hasta que Dios envió al profeta Natán para reprenderlo. El corazón de David se quebrantó por su pecado y mientras suplicaba a Dios por perdón, dijo estas palabras:

La mayoría de nosotros empezamos cada día de nuestras vidas con una rutina preestablecida. Nos levantamos del mismo lado de la cama, nos vestimos de una forma en particular, ordenamos la misma bebida y tomamos la misma ruta, a veces sin pensarlo o estar conscientes de ello.

Incluso hay patrones de pensamiento o de conducta que ejecutamos automáticamente. Juzgamos a las personas o situaciones sin saber qué nos impulsa o porqué lo hacemos. Dios conoce las posibles causas de aquella adicción, quebrantamiento, pecado o conducta inapropiada con la cual luchamos, pero sólo Él puede revelar además una estrategia para pelear y cambiar nuestras vidas.