Pasando por el fuego
Por Miguel Alcarria
El apóstol Pablo es ampliamente reconocido y admirado actualmente por el nivel de compromiso que mostró en torno a sus convicciones; no obstante, tras su conversión, por nadie fue ni tan reconocido ni tan admirado como lo es ahora. El Saulo celoso de la fe y de las tradiciones de sus padres (Gál. 1:14; Hch. 22:3), que iba casa por casa sacando a rastras a los cristianos para encarcelarlos (Hch. 8:3) y era admirado por todos sus compañeros fariseos; de la noche a la mañana, se convirtió en el apóstol Pablo, un instrumento de Dios para llevar Verdad a judíos y a gentiles (Hch. 9:15; Hch. 20:24).
Tal fue su experiencia de conversión, que Pablo sintió la necesidad imparable de compartir el evangelio de Jesucristo y su testimonio de transformación, a pesar de que esto le produjera gran pérdida (Fil. 3:8) y, en ocasiones, un fuerte sentimiento de soledad en el ministerio (2Ti. 4:16); una situación que sólo pudo afrontar aferrando su vida a Jesucristo (Fil. 1:21).
Para gran parte de los judíos, él era un apóstata desertor, sólo digno de ira (2 Co. 11:24-25), para algunos cristianos era un ex-terrorista religioso cuya genuinidad ponían en duda, convirtiéndose en el centro de su temor y desconfianza (Hch. 9:26); y, para muchos de los gentiles, era el portador de un mensaje extraño objeto de indiferencia, burla o castigo (Hch. 17:32; Hch. 24:27; Hch. 14:19; Hch. 19:28-29).
De este modo, Pablo se encontraba entre tres fuegos, teniendo que cumplir la obra encomendada por Dios de predicar el evangelio tanto a judíos como a gentiles (Hch. 9:15; Hch. 26:20) mientras se defendía de las falsas acusaciones que intentaban minar su ministerio y añadir aflicción a su vida (1Co. 9), y mientras defendía la fe ante incrédulos y ante aquellos que deseaban tergiversar la verdad, de uno u otro modo (Fil. 1:15-17. Ej.: Hch. 26, Hch. 22, Hch. 13:6-11).
Esta no es una situación muy distinta a la que viven las personas que han sido transformadas por Dios en su sexualidad. Habiendo abandonado su activismo pasado cuando vivían de forma mundana y habiendo recibido una nueva identidad en Cristo, libremente deseada y buscada; reciben con ella una necesidad imperante de compartir sus testimonios de cambio en libertad; sin embargo, esta libertad es coartada por varios frentes.
El colectivo ex-lgbtq+ al mismo tiempo que han dedicado sus vidas a predicar el evangelio a través de sus testimonios y a defender la libertad en su máxima expresión, han tenido que defenderse de falsas acusaciones y de mentiras generadas en torno a su vivencia de cambio. Mientras que el colectivo lgtbq+ los desprecia con burla por considerarlos reprimidos, homófobos retrógrados o falsos, y los considera dañinos cuando sólo expresan su vivencia en verdad; algunos en la iglesia también los han tratado de forma errónea por desconocimiento y exceso de prudencia. Por otro lado el colectivo lgbtq+ no acepta, ni apoya la transformación que los ex–lgbtq+ afirman, no creen que se haya dado en forma completamente genuina, condenándoles así a vivir en la soledad de la incomprensión y la no aceptación.
Esta es una realidad que pocos han estado o están dispuestos a vivir; de forma que algunos guardan en secreto su testimonio para no ser juzgados, perseguidos, discriminados o socialmente apedreados inclusive por aquellos que antes eran considerados amigos y con los que decían defender el respeto y la pluralidad. Muchos de ellos son calumniados, difamados, insultados, maltratados, incomprendidos y, paradójicamente, falsamente denunciados como homófobos con el objetivo de que se avergüencen por la transformación que han experimentado, con el objetivo de convertirlos en exlgbt de clóset; algo no muy distinto a lo que le sucedió a Pablo tras su conversión.
Pablo compartió en varias ocasiones cómo se produjo su cambio y esto no dejó a nadie indiferente. El enemigo de nuestras almas conoce el poder de nuestro testimonio y su intención es siempre consumirnos sobre las brasas del sentimiento de incomprensión y del sentimiento de no-aceptación para que el mensaje de libertad sea callado. Y es ante esta lucha que no podemos rendirnos ni darle cancha al enemigo para que nos silencie con sus mentiras y ataques pues, contrariamente a lo que él nos dice, jamás estaremos solos. Dios estará con nosotros en las llamas del fuego para librarnos. Podremos ser perseguidos, pero jamás seremos desamparados (2 Co. 4:9) sino bienaventurados (1Pe. 3:14).
Por esta razón, jamás debemos dejarnos llevar por el miedo al daño, a la soledad o a la pérdida; porque sabemos que, aunque pasemos por el fuego de la crítica, de la incomprensión o del rechazo, Dios estará con nosotros y no nos quemaremos sino que seremos galardonados con el inmensurable don de la salvación.
Al igual que el apóstol Pablo, debemos estar listos para presentar defensa en la batalla por la verdad y la libertad, a tiempo y fuera de tiempo; hablando a aquellos que nos soliciten razón de la esperanza que hay en nosotros mientras defendemos esta esperanza también ante aquellos que desean silenciarnos, sabiendo que las aflicciones que podamos vivir en este camino sólo servirán para que otros cobran ánimo y también se atrevan a hablar más y más fuerte, sin temor (Fil. 1:14).
Pablo defendió la fe y su testimonio hasta el final, hallando sólo en el silencio su perdición. En palabras suyas, expresadas en Primera de Corintios, capítulo 9 versículo 16: “¡¡Ay de mí si no anunciare el evangelio!!”