El rechazo y la necesidad de relacionarse
Por Verónica Izaguirre
“Después dijo Jehová Dios: ‘No es bueno que el hombre esté solo: le haré ayuda idónea para él‘”
Dentro de cada uno de nosotros existe una necesidad para relacionarnos con otros. Dios puso esa necesidad dentro de cada persona como una necesidad básica que debe suplirse. Así como el hambre, la seguridad, y la necesidad de descansar se deben satisfacer; la necesidad de relacionarse pulsa por nuestros cuerpos con frecuencia. Ya que esta es una necesidad legítima, pero si experimentamos rechazo y esa necesidad queda sin ser suplida, nos impulsará a buscar algo que llene ese hueco.
En un intento desesperado por asegurar nuestro bienestar, a veces tomamos malas decisiones en cuanto a nuestras relaciones. Exigimos demasiado de nuestros amigos o de nuestros seres queridos, o nos alejamos por temor a un rechazo inminente de parte de ellos. Pero Dios tiene algo mejor.
Consideremos la amenaza del rechazo, y cómo nos lleva a construir una fuerte defensa. Examinemos cómo, las percepciones distorsionadas que tenemos de otros nos han conducido al miedo de llegar a ser rechazados. Si podemos aprender a ver a otros apropiadamente, y entender que muchas veces el “no”, no quiere decir que estamos siendo rechazados, podemos comenzar a bajar algunas de esas murallas altas y aprender a confiar en los demás. A pesar de nuestra forma de pensar errónea, Dios desea cubrirnos con Su gracia y equiparnos con un sistema de defensa divino. Si rendimos nuestros temores a Él, descubriremos que, comentarios que nos destruyeron anteriormente o que nos hicieron alejarnos de otros, ahora caen de nuestros hombros y llegan a ser oportunidades para crecer.
Aunque Adán tuvo la compañía del Dios Vivo y de todos los animales con los cuales pudo pasar tiempo, todavía sintió la necesidad de contacto humano. Esa fue la intención de Dios que aprendiéramos y creciéramos en el contexto de las relaciones.
Nuestra necesidad de relacionarnos, de ser aceptados y hallados aceptables, es clave para un sentido de bienestar. Sin embargo, la realidad es que todos experimentamos algo de rechazo. Todos llegamos a sentirnos ofendidos, y eso nunca se acaba. Dios nunca prometió que para que pudiéramos vivir en paz y ser cristianos exitosos las pruebas tendrían que acabarse. En lugar de eso, nos equipó para poder manejar esas pruebas y rechazos de manera diferente, una manera que permitirá que nos mantengamos firmes sin importar lo que pase. La clave está en cómo respondemos a las pruebas.
El rechazo puede provenir de cualquier lado, pero hay ciertos lugares donde está casi garantizado que sucederá:
- Nuestros padres (del mismo sexo/del sexo opuesto).
- Aquellos en autoridad (como profesores, pastores, etc.).
- Nuestros hermanos.
- Nuestros semejantes del mismo sexo.
- Personas del sexo opuesto.
- Alguna persona modelo significativa.
Por eso es que edificamos defensas.
“Mientras crecemos se nos presentan numerosas ideas falsas acerca de qué satisfará nuestras necesidades básicas de afecto, identidad, poder, amor, valor, o competencia. Como consecuencia, algunos cristianos caen ante diversas tentaciones, porque ciertos patrones de desarrollo tienden a producir debilidades distintas en personas distintas. Por ejemplo, el proceso de rechazo involucrado en el desarrollo de una orientación homosexual, deja a la persona afectada, abierta a tentaciones particulares que, quizá otros, no encuentren difícil de resistir”.
La forma como respondemos a las experiencias de rechazo determina su efecto sobre nosotros. Todo rechazo duele. Es muy válido sentir dolor cuando alguien te rechaza, y a veces es necesario lamentarse por esa pérdida. Pero ese dolor puede causar que establezcamos defensas para evitar la posibilidad de ser heridos en el futuro.
Algunas de esas defensas son:
- Miedo: respondemos alejándonos.
- Buscando aceptación: Nos hacemos complacientes.
- Rebeldía: Haciendo las cosas a nuestra manera.
- Un espíritu herido: Sumergiéndonos en autocompasión.
Del miedo al rechazo inminente, puede que nos alejemos de las relaciones e impidamos que las personas se acerquen lo suficiente como para hacernos daño. Pero esa respuesta nos separa de otros, e impide que nuestra necesidad de conexión sea suplida.
Si nos cansamos del rechazo, pero nuestro deseo de aceptación queda intacto, puede que nos encontremos intentando complacer a otros solo para que las personas queden contentas con nosotros. Eso crea un sentido falso de relación, (ya que no estamos siendo nosotros mismos), y nuestro deseo de conexión verdadera está siendo sustituido por algo barato. Esto también nos deja sintiéndonos insatisfechos y queriendo más.
Por último, si nos encontramos heridos por el rechazo y rehusamos a sanar de ello, puede que lleguemos a estar inmersos en autocompasión. El enfoque de nuevo se pone en nosotros mismos, mientras nos quedamos en el mal cometido contra nosotros en vez de seguir adelante y dejar que nuevas relaciones llenen esa brecha.
Jesús experimentaba rechazo a través de su ministerio. Su propósito fue malentendido; no satisfizo las expectativas de la comunidad dirigente judaica. Aun su propia familia no reconoció el llamado sobre su vida. Él enfrentaba el rechazo en todos lados, en casi todo lo que hacía, siempre había alguien que no estaba de acuerdo. Por causa de eso Él es el mediador perfecto. La intención de Dios fue cubrir nuestra naturaleza pecaminosa con Su gracia, capacitándonos a relacionarnos correctamente. Al venir a Él, para recibir perdón por nuestras maneras pecaminosas de responder cuando otros nos han decepcionado, tenemos acceso a la gracia para perdonarlos.
Es casi imposible perdonar en nuestras propias fuerzas, –necesitamos la intervención de la gracia y la paz de Dios para poder rendir las heridas que hemos acumulado. Él quiere que su pueblo viva vidas libres del daño y amargura constante. Si le pides, Él te ayudará a soltar esas heridas. Al crecer en Cristo, Él nos da la habilidad de desviar los comentarios que, en el pasado, nos hubieran devastado. Tenemos la armadura de Dios como una defensa contra los dardos de fuego intencionados a herirnos.
A través de examinar nuestro corazón con frecuencia, podemos crecer en relaciones saludables que nos edifican en Cristo, realizando nuestra necesidad, dada por Dios, de relacionarnos. Relacionarse de forma saludable es posible, y tenemos acceso al poder de Dios para poder lograrlo.
Algunas ideas fueron tomadas del libro “Recuperando lo que nos pertenece” por Phil Hobizal, del ministerio “Portland Fellowship”.
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