Cuando llegué a Portland Fellowship hace más de cinco años, no entendía realmente en qué me estaba involucrando. Me fascinaron los testimonios que escuché; historias de la redención de Dios, la liberación de la adicción y de la fantasía, y la bendición de las relaciones saludables. Esto me dio una esperanza que nunca había experimentado. Al igual que muchos creyentes, durante tanto tiempo pareció que solo tenía dos opciones: reprimir mis deseos, seguir mi camino por la vida con los nudillos blancos y obedecer a Dios al no actuar sobre mis sentimientos; o abrazar una identidad gay y rechazar mi fe, familia y comunidad. Fue aquí donde realmente comencé a aprender y caminar en una tercera opción: el proceso de transformación.

Por Verónica Izaguirre

“Después dijo Jehová Dios: ‘No es bueno que el hombre esté solo: le haré ayuda idónea para él‘”

Génesis 2:18

Dentro de cada uno de nosotros existe una necesidad para relacionarnos con otros. Dios puso esa necesidad dentro de cada persona como una necesidad básica que debe suplirse. Así como el hambre, la seguridad, y la necesidad de descansar se deben satisfacer; la necesidad de relacionarse pulsa por nuestros cuerpos con frecuencia.  Ya que esta es una necesidad legítima, pero si experimentamos rechazo y esa necesidad queda sin ser suplida, nos impulsará a buscar algo que llene ese hueco.

Psic. Armida de M.

Cuando hablamos de sanidad del alma, estamos hablando en términos generales de sanidad de las emociones.

La mayoría de los problemas emocionales surgen de la relación paternal, que es de donde el niño debe recibir amor, aceptación, seguridad, identidad, una sana auto-estima y disciplina.  Si estas necesidades son suplidas en forma equilibrada, el niño normalmente se convierte en una persona emocionalmente madura. Si estas cualidades están ausentes, el niño sufrirá y tendrá problemas como adulto.  Las heridas provenientes de la relación del niño con sus padres, pueden ser las más severas y duraderas en la vida.