Por Leo Chain
Hace muy poco finalizamos un evento de gran bendición. Mucha gente fue tocada por la mano de nuestro Dios; confesaron pecados y se liberaron de culpas con las que habían cargado por años. Lloramos, reímos, fuimos testigos de personas haciendo y confirmando compromisos con Dios, tomando decisiones para la eternidad, y haciéndose responsables por esas decisiones.
La experiencia nos ha enseñado que después de tiempos como este, algunas personas experimentan algunos síntomas ligados a la depresión ligera. ¿Qué es lo que sucede? Me gustaría compartir contigo algo sobre lo que he llamado “Depresión post-congreso” y algunos consejos para sobrellevarla.
Hay ciertos neurotransmisores que influyen en la forma en la que percibimos el ambiente y expresamos las emociones, y que también pueden influir en nuestro estado de ánimo y cómo procesamos las cosas después de un evento emocionalmente importante.
Estos neurotransmisores ejercen cierta influencia en los patrones de conducta, pensamiento, el ciclo de sueño-vigilia, conducta, movimiento, estado de alerta, apreciación del dolor, actividad sexual, apetito y funciones cardiacas.
Los congresos o seminarios de sanidad y restauración, son eventos emocionalmente importantes. Antes, durante, y después de los mismos, las personas son confrontadas con pecado, heridas y comportamientos inadecuados. Son animadas a tomar decisiones, a confesar, a pedir perdón, a reconciliarse con Dios. También los organizadores, conferencistas, equipo de apoyo y voluntarios son sometidos a una gran presión emocional, tensión, falta de sueño y cansancio físico.
Todas las actividades y emociones involucradas implican ciertos cambios fisiológicos y neuroquímicos en el cuerpo, por lo que el cerebro presenta cierto desequilibrio químico al ser invadido por una serie de sustancias que estimulan las áreas que tienen que ver con los estados emocionales e inhiben las áreas que tienen que ver con la concentración y el pensamiento racional, por lo que, dependiendo de los recursos emocionales de la persona y de su temperamento, el resultado podría ser una ligera depresión, cansancio o desgano, dificultad para concentrarse en tareas cotidianas, las personas podrían sentirse eufóricas sin motivo, o profundamente tristes y con angustia, además de sentir que no lo pueden evitar conscientemente.
¿Por qué se dan todos estos cambios? Porque el cerebro está tratando de restablecer el equilibrio natural de sustancias resultantes de este periodo de tensión y emociones encontradas. Es sólo una forma en que el cuerpo nos está diciendo que algunos químicos se agotaron en el torrente sanguíneo, y tomará tiempo sintetizarlos de nuevo, pero mientras eso sucede, podemos tomar algunas medidas para ayudar.
Es un periodo para cuidar el templo del Espíritu Santo, que es nuestro cuerpo, así que, después de este tipo de eventos, debemos enfocarnos en cambiar los pensamientos negativos, mejorar las relaciones interpersonales, seguir con nuestras actividades cotidianas, aprender y poner en práctica técnicas para relajarnos. Entre esas actividades ordinarias, no olvidemos seguir llevando, o iniciar, una relación de rendición de cuentas, la cual nos permitirá mantener el rumbo y saber que no estamos solos en nuestra lucha.
Debemos tomar abundantes líquidos, de preferencia agua (y evitar bebidas estimulantes como café, refresco o te). Aún una ligera deshidratación puede causar efectos en el sistema metabólico y anticipar la aparición de fatiga, dificultad para concentrarse y hasta dolor de cabeza.
Hay que seguir con una rutina de oración, y si aún no se tiene, empezar apartando un tiempo para hablar con Dios todos los días, ya que mientras se está orando se activa el lóbulo frontal, responsable del pensamiento creativo, por lo tanto la oración nos ayudará en la toma de decisiones y a la hora de encontrar la mejor solución a los problemas.
Orar reduce la presión de la sangre, elimina la depresión y la ansiedad y reduce el pulso del corazón, proporciona bienestar psicológico, alivia dolores, y proporciona sensación de paz y tranquilidad. Se ha comprobado que orar al menos doce minutos al día retrasa enfermedades relacionadas con el envejecimiento, reduce el estrés y la ansiedad.
La respiración abdominal tiene por sí sola la capacidad de producir cambios en el cerebro. Favorece la secreción de endorfinas, por lo que debemos aprender técnicas de respiración y relajación.
Las personas físicamente activas tienen menores índices de ansiedad y depresión que las personas sedentarias. Por lo tanto, el ejercicio ligero, como caminar o trotar, puede brindarnos grandes beneficios al aumentar nuestra capacidad y nivel de respuesta, siendo más eficaces para responder y hacer frente a las sustancias químicas cerebrales asociadas con el estrés, la ansiedad y la depresión.
La privación del sueño hace que el sistema inmunológico entre en acción, estresándolo y reduciendo las defensas, por lo que debemos buscar descansar y tener un buen tiempo para dormir.
Es necesario reforzar los pensamientos hacia patrones de esperanza, ya que hay estudios que demuestran que los pensamientos de desesperanza después de un periodo de estrés generan hiperactividad, agresividad, impulsividad, fluctuaciones del humor, irritabilidad, ansiedad, insomnio, depresión, migraña, dependencia emocional y algunas alteraciones en el apetito, mientras que los pensamientos y actitudes positivas y de esperanza, ayudan a generar calma, paciencia, control de uno mismo, sociabilidad, adaptabilidad y humor estable.
Es muy útil volver a escuchar, si es posible, las grabaciones de las conferencias, y compartir con nuestro mentor las cosas que aprendimos. También podemos escribir versículos bíblicos en algunas tarjetas que llevemos con nosotros a lo largo del día para memorizarlos; no hay como la Palabra de Dios para infundir a nuestra alma y espíritu pensamientos de sanidad y esperanza.
Así que con estas medidas que están al alcance de todos, podremos lidiar de manera efectiva, si es el caso, con la ligera depresión post congreso, y será un tiempo para reafirmar lo que aprendimos, ser firmes en las decisiones y salir adelante, victoriosos en la batalla que Dios nos ha llamado a ganar.