Por Don Closson
El filósofo cristiano, Dr. J. P. Moreland, es un hombre con una misión. Él afirma que los cristianos no están experimentando la madurez espiritual porque son víctimas de algo que él llama “El síndrome del yo vacío.” [1] Esta falta de madurez deja a los creyentes sin las herramientas necesarias para impactar a su cultura para el reino de Dios, o para experimentar lo que la Biblia denomina la “mente de Cristo.” Según Moreland, el propósito de la vida para los creyentes es dar honra a Dios. Esto involucra encontrar nuestra vocación y seguirla para el bien de creyentes y no creyentes, mientras que en el proceso somos transformados en personas más parecidas a Cristo. Hacer esto involucra desarrollar virtudes intelectuales y morales a lo largo de períodos largos y demorar el deseo constante de la gratificación inmediata.
Lamentablemente, nuestra cultura enseña un conjunto completamente diferente de virtudes. Enfatiza un estilo de vida egocéntrico y orientado hacia el consumo, que trabaja directamente en contra de poseer una mente cristiana madura. También pone un énfasis enfermizo en vivir el momento, en vez de comprometerse con proyectos de largo plazo de disciplina y aprendizaje personal.
Para entender mejor sus argumentos, resulta útil explicar el concepto de las causas necesarias y suficientes. Una causa necesaria para la madurez cristiana es la salvación. Porque sin el nuevo nacimiento una persona sigue estando espiritualmente muerta y está desprovista del Espíritu Santo que mora en ella. Sin embargo, si bien el perdón del pecado es necesario para la madurez cristiana, no es suficiente. Nosotros cooperamos con el Espíritu para alcanzar la madurez al disciplinar nuestra voluntad y nuestro intelecto de acuerdo con las virtudes detalladas en el Nuevo Testamento.
Al escribir a Tito, el apóstol Pablo dijo que un líder de la iglesia debía ser “sobrio, justo, santo, dueño de sí mismo, retenedor de la palabra fiel tal como ha sido enseñada, para que también pueda exhortar con sana enseñanza y convencer a los que contradicen.” [2] Esta exhortación supone una cantidad de habilidades complejas y una vida dedicada a aprender y enseñar. Nuestros líderes debe ser conocedores de las Escrituras, pero también deben ser capaces de defender la cosmovisión cristiana en el mercado de ideas que son comunes a nuestra cultura. La capacidad de dar una respuesta a quienes se oponen al cristianismo, y hacerlo con mansedumbre y respeto, como enseña Pedro (1 P. 3:15), requiere una confianza que surge de una vida de devoción y estudio. Herbert Schlossberg escribe:
En su determinación inclaudicable con la proclamación de la verdad, los cristianos deben evitar la flacidez intelectual de la sociedad en general. Deben unirse frente a la desconfianza predominante de la razón y la exaltación de lo irracional. La desmesura emocional y las irracionalidades siempre han sido enemigas del evangelio, y los apóstoles advirtieron a sus seguidores contra estas cosas. [3] En este artículo, consideraremos la descripción de Moreland del síndrome del yo vacío, y ofreceremos formas en que los cristianos puede evitar su influencia.
Siete rasgos del yo vacío
Estamos discutiendo un conjunto de impedimentos a la madurez cristiana llamado “El síndrome del yo vacío.” J. P. Moreland, en su libro Love Your God With All Your Mind, lista siete rasgos comunes a las personas que sufren de este enfermedad autoinducida. Para algunos, parecerá que Moreland está describiendo a un adolescente típico y, en cierto sentido, corresponde esta analogía. El yo vacío se resume mejor como una falta de crecimiento, tanto intelectualmente como espiritualmente, lo que da como resultado una adolescencia cristiana perpetua.
Un individualismo desmedido
El primer rasgo del yo vacío es un individualismo desmedido. Quienes sufren de esto raramente se definen a sí mismos como parte de una comunidad, ni ven sus vidas en el contexto de grupo mayor. Este sentido de fuerte individualismo forma parte de la tradición norteamericana, y ha sido magnificada con la mayor movilidad del último siglo. La gente raramente siente un vínculo o un compromiso fuerte, ni siquiera con los familiares. El yo vacío deriva las metas y los valores de la vida desde dentro de su propio conjunto de necesidades y percepciones personales, permitiendo que el egocentrismo reine completamente. Raramente busca el yo vacío el bien de una comunidad más amplia, como la iglesia, en el momento de decidir un curso de acción.
El infantilismo
Muchos observadores de la cultura norteamericana notan que los rasgos de la personalidad adolescente están permaneciendo con los jóvenes hasta bien entrado lo que se considera la adultez. Estirar un estudio de cuatro años en la universidad a cinco o años y demorar el matrimonio hasta los treinta años o más, son señales de que no son muy valorados el trabajo duro y el compromiso. Algunos van aún más lejos, buscando una demanda infantil de placer que permea toda nuestra cultura. El resultado es que el aburrimiento se convierte en el mayor de los males. Literalmente nos estamos entreteniendo hasta la muerte con demasiada comida, demasiado poco ejercicio y poco por lo cual vivir más allá de nuestro placer personal.
El narcisismo
El yo vacío es también altamente narcisista. El narcisismo es un sentido intensamente desarrollado de autoinfatuación; como resultado, el logro personal se convierte en el objetivo último de la vida. También puede resultar en la manipulación de las relaciones a fin de alimentar este sentido. En su forma más peligrosa, la relación de una persona con Dios puede estar modelada por esta necesidad. Dios es destronado para que encaje en la búsqueda de la autorrealización del individuo. Esta condición deja a las personas con una incapacidad para asumir compromisos duraderos y lleva a la superficialidad y al distanciamiento. La educación y la participación en la iglesia son valorados desde la base del logro personal. No son consideradas como oportunidades para usar los dones propios en bien de los demás.
Todos somos culpables de estas actitudes ocasionalmente. El crecimiento cristianos es el proceso de ir sacando las capas de los deseos egoístas. La situación se vuelve más seria cuando tanto la cultura como la iglesia afirman una orientación egocéntrica en vez de estar centrada en Dios.
Según Moreland, la persona que sólo mira la televisión es la imagen del yo vacío. En vez de equiparse con las herramientas necesarias para impactar la cultura para Cristo y su reino, muchas personas escogen vivir a través de las vidas y las acciones de otros. Moreland escribe: “… el pastor estudia la Biblia por nosotros, los noticieros realizan el pensamiento político por nosotros, y dejamos que nuestro equipo deportivo favorito corra, luche y gane por nosotros.” [4]
La pasividad
Uno de los factores más poderosos que contribuyen a la pasividad es la televisión. Mirar la televisión alienta una actitud estática hacia la vida. Su misma popularidad está construida sobre las experiencias vicarias que ofrece, desde equipos deportivos hasta telenovelas. Es difícil imaginar cómo a una persona que mira una cantidad de televisión promedio de televisión, que son veinticinco horas a la semana para alumnos primarios, podría quedarle el tiempo suficiente como para invertir en la lectura y el estudio que se necesita para convertirse en un creyente maduro y un defensor de la fe. Nuestra cultura centrada en las celebridades nos alienta a fijarnos en las vidas de unas pocas personas populares en vez de vivir nuestras vida al máximo para Dios.
Una cultura centrada en los sentidos
Sigue naturalmente que el síndrome del yo vacío alienta la creencia en que el mundo físico y perceptible es todo lo que existe. Si bien los cristianos, por definición, tendrían que estar inmunes a esta actitud, a menudo actúan como si fuera cierta. La cultura centrada en los sentidos resultante pierde el interés en discusiones acerca de la verdad trascendente o conceptos como el alma, y la consecuencia es una mente cada vez más cerrada, según lo describe Allen Bloom en su éxito de librería sobre la vida universitaria a fines de la década de 1980. [5] Los estudiantes y el público en general pierden la esperanza en la posibilidad de que la verdad pueda encontrarse en los libros, así que dejan de leer, o al menos dejan de leer libros serios acerca de asuntos relacionados con las cosmovisiones. El psicólogo de Harvard, Pitirim Sarokin, escribió que una vez que se instala una cultura centrada en los sentidos, una sociedad ya ha comenzado a desintegrarse debido a la falta de recursos intelectuales necesarios para mantener una comunidad viable. [6] Pablo nos recuerda el peligro de un estado de mente del yo vacío cuando escribe: “el fin de los cuales será perdición, cuyo dios es el vientre, y cuya gloria es su vergüenza; que sólo piensan en lo terrenal. Mas nuestra ciudadanía está en los cielos, de donde también esperamos al Salvador, al Señor Jesucristo…” [7]
Sin vida interior
Moreland afirma que las últimas décadas las personas se han vuelto mucho más preocupadas por factores externos como la posesión de bienes de consumo, la fama, la imagen y el poder antes que el desarrollo de lo que él llama una vida interior. No ha pasado mucho tiempo desde que las personas eran medidas por los rasgos interiores de la virtud y la moralidad, y era la persona que exhibía personalidad y actuaba honorablemente quien era tenida en alta estima. Este tipo de vida estaba edificada sobre la contemplación de lo que podría llamarse la “vida buena.” Después de una larga deliberación, un individuo se disciplinaba en aquellas virtudes más valoradas. Pedro describe este proceso para los creyentes cuando nos dice: “añadid a vuestra fe virtud; a la virtud, conocimiento; al conocimiento, dominio propio; al dominio propio, paciencia; a la paciencia, piedad; a la piedad, afecto fraternal; y al afecto fraternal, amor.” [8] Agrega “si estas cosas están en vosotros, y abundan, no os dejarán estar ociosos ni sin fruto en cuanto al conocimiento de nuestro Señor Jesucristo.” [9] La vida cristiana comienza con la fe, pero crece al alimentar la vida interior de una forma disciplinada.
Estar ocupados
Casi todos experimentan, en algún grado, el último rasgo del yo vacío: la vida apurada y excesivamente ocupada. Si bien la mayoría de nosotros no lo pensaría de esa forma, el estar ocupados puede ser una forma de idolatría. Todo lo que se interpone entre una persona y su relación con Dios se convierte en un ídolo. En palabras de Richard Keyes:
La idolatría puede involucrar negaciones explícitas de la existencia o el carácter de Dios. Pero también podría venir en forma de un apego excesivo a algo que, en sí mismo, es perfectamente bueno. La advertencia crucial es esta: Apenas nuestra lealtad a algo nos lleva a desobedecer a Dios, corremos peligro de convertirlo en un ídolo. [10] Muchos llenan sus vidas con actividades interminables a fin de bloquear el vacío emocional y el hambre espiritual que llena sus almas. Nada fuera de Dios mismo puede suplir esa necesidad. David clamó a Dios diciendo: “No me eches de delante de ti, y no quites de mí tu santo Espíritu. Vuélveme el gozo de tu salvación, y espíritu noble me sustente.” [11] El yo vacío intenta reemplazar a Dios con cosas que Él ha creado. Una vida que está demasiado ocupada para Dios está perdiéndose la vida misma.
El yo vacío es altamente individualista, infantil, narcisista, pasivo, centrado en los sentidos, sin vida interior y demasiado ocupado.
Cómo curar el síndrome del yo vacío
¿Existe una vacuna para el síndrome del yo vacío? En su libro, Love Your God With All Your Mind, J. P. Moreland lista seis pasos para evitar el yo vacío.
Como todas las afecciones, primero debemos admitir que existe un problema. Los cristianos tienen que darse cuenta que la fe y la razón no están diametralmente opuestos entre sí, y que la educación intelectual honra a Dios. Necesitamos comenzar a hablar acerca del papel del intelecto y el valor de una mente cristiana disciplinada. El resultado de no hacer esto será una iglesia con un comprensión teológica poco profunda, poca confianza evangelística y la incapacidad para desafiar las ideas dominantes en la cultura en general. Los cristianos seguirán estando obsesionados con libros de autoayuda que simplemente apaciguan, consuelan y entretienen al lector.
Segundo, necesitamos escoger ser diferentes. Debemos ser diferentes del asistente a la iglesia típico que raramente lee o considera las preguntas y desafíos de los incrédulos, y diferentes de la cultura general egocéntrica que busca el conocimiento sólo para el poder y el lucro financiero.
Tercero, tal vez tengamos que modificar nuestras rutinas. Los creyentes se beneficiarían si apagaran el televisor y, en cambio, participaran de ejercicios físicos y la reflexión silenciosa. Necesitamos salir de nuestros surcos pasivos y ser más proactivos acerca de crecer intelectualmente y espiritualmente.
Cuarto, necesitamos desarrollar la paciencia y la perseverancia. La vida intelectual exige tiempo y dedicación. Es un proyecto de largo plazo, en realidad de toda la vida, y para algunos de nosotros simplemente sentarnos durante quince minutos podría resultar difícil al principio. Nuestra paciencia recientemente desarrollada también es necesaria para el quinto objetivo, el de desarrollar un buen vocabulario. Como ocurre en toda área de estudio, tanto al teología como la filosofía tienen sus propios lenguajes y lleva tiempo y esfuerzo adquirir destreza en esto.
Finalmente, el último paso es establecer metas intelectuales. Esto suele lograrse mejor con la ayuda de un compañero de estudio o un grupo. Comenzar un estudio y compartir lo que encuentre con otra persona puede ser estimulante. Si bien su estudio puede comenzar en la teología, debería con el tiempo abarcar un amplio espectro de ideas. Aun la lectura de críticos reconocidos del cristianismo tiene valor si se toma el tiempo de desarrollar una respuesta a sus críticas.
También deberíamos enseñar a nuestro hijos que sus estudios son una forma importante de honrar a Dios. No estamos a favor del desarrollo de la mente sólo para recolectar información o para progresar en la carrera. Nuestro objetivo es lograr lo que Pablo exige en 2 Corintios 10:5. Poder demoler todo obstáculo, toda pretensión del conocimiento que quiere emanciparse de Dios. El cuadro que está pintando Pablo es de una operación militar en territorio enemigo. [12] ¡Es hora de comenzar a entrenarnos!
Notas
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1. J. P. Moreland, Love Your God With All Your Mind (Colorado Springs, CO: NavPress, 1997), see chapter four for this discussion.
2. Tito 1:8-9
3. Herbert Schlossberg, Idols For Destruction (Washington D.C.: Regnery Gateway, 1990), 322.
4. J. P. Moreland, Love Your God With All Your Mind (Colorado Springs, CO: NavPress, 1997), 90.
5. Allan Bloom, The Closing of the American Mind, (New York: Simon and Schuster, 1987), ver parte uno sobre el estudiante.
6. Ibid., 91.
7. Filipenses 3:19-20
8. 2 Pedro 1:3-7
9. 2 Pedro 1:8
10. Os Guinness & John Seel, No God But God (Chicago, IL: Moody Press, 1992), 33.
11. Salmos 51:11-12
12. Murry J. Harris, The Expositors Bible Commentary (Grand Rapids, MI: Zondervan Publishing House, 1976), 380.
Acerca del autor
Don Closson recibió su B.S. en educación de Southern Illinois University, su M.S. en administración de la educación de Illinois State University, y su M.A. en estudios bíblicos de Dallas Theological Seminary. Trabajó como maestro y administrador de una escuela pública antes de unirse a Probe Ministries como investigador en el campo de la educación. Es el editor general de Kids, Classrooms, and Contemporary Education. Si usted tiene algún comentario o pregunta sobre este artículo, envíelo por favor a espanol@probe.org. Por favor indique a qué artículo se está refiriendo.
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