Sanando heridas del pasado – 3a Parte

Las personas heridas hieren a otras personas

Algunas formas de abuso son más devastadoras de lo que uno se puede imaginar. Y tristemente, la devastación rara vez se detiene en la víctima. Las ondas del primer acontecimiento se extienden mucho más allá de la persona abusada y de la familia de él o ella. A veces esto se llama el ciclo del abuso, y en varias formas esto puede continuar a través de la vida de la víctima. Como dice el dicho, las personas heridas hieren a otras personas. Un periódico local en California, el Lodi Sentinel, informó recientemente de un estudio realizado por el Departamento de Justicia que “pinta retratos de vidas rotas y da claves de por qué el año pasado más de medio millón de personas estuvieron chocando con las autoridades locales”.

La tragedia es que personas que han sido víctimas, a menudo llegan a ser victimarias ellas mismas”, dijo Eric E. Sterling, presidente de la Fundación de Política para la Justicia Criminal con base en Washington.

La autora Patricia Love está de acuerdo… En su libro El Síndrome del Incesto Emocional, ella escribe,

“Es un hecho doloroso, pero bien documentado que las personas tienden a continuar pasando los elementos destructivos de su educación. Como genes dominantes, las conductas disfuncionales aparecen una generación tras otra, repitiéndose aparentemente a voluntad. Los niños de alcohólicos desarrollan problemas de bebida o con drogas. Los niños que han sufrido abusos llegan a abusar de sus propios hijos e hijas o de otros niños. Los niños de familias inestables terminan con una tasa altamente preocupante de divorcios. La tendencia es, a duplicar las conductas que hemos observado en nuestras familias, o correr ciegamente en la dirección opuesta, creando un conjunto enteramente nuevo de problemas”.

Esa era ciertamente la historia de Andy. El padre de Andy abusó de él física y emocionalmente. Andy me dijo cómo había sido golpeado cuando su papá tenía arranques de ira. Su padre entonces lo amarraba afuera en el frío, en tiempo de nieve. “Yo ni siquiera supe cuál era mi verdadero nombre hasta que tenía alrededor de 10 años de edad”, explicó Andy. “El nombre con el cual mi papá me llamaba era tan profano, que no quiero decirlo en voz alta”.

Cuando conocí a Andy, él había sido adicto a las drogas y al alcohol, y había estado en la cárcel muchas veces. Después de los altibajos de trabajar con él por trece años, sentí tristeza al descubrir que Andy había estado sexualmente involucrado con varias mujeres fuera de su matrimonio. Cuando tuvimos la evidencia suficiente, mi esposa y yo lo confrontamos. Nuestra esperanza era que él confesara su mala conducta y buscara reconciliación en su matrimonio. Para nuestra decepción, él negó cualquier actividad de este tipo. Entonces escribió una carta calumniándome, y la envió a nuestra lista de donantes del ministerio. Cuando le confronté en cuanto a la carta, me dijo categóricamente, “tengo la intención de destruir completamente su reputación y sacarlo del ministerio”.

Es difícil describir el dolor que sentí por la traición de este hombre. Yo lo consideraba un amigo, lo había discipulado, permanecido con él a través de sus luchas y lo había defendido ante la comunidad cristiana en la que habíamos trabajado juntos.

Las palabras escritas en el libro de Salmos 55:12-14 describen mejor lo que yo estaba sintiendo:

“Si un enemigo me estuviera insultando, yo lo podría soportar; si un adversario se estuviera levantando contra mí, yo me podría esconder de él. Pero eres tú, un hombre como yo mismo, mi compañero, mi amigo cercano, con quien yo una vez disfruté dulce compañerismo mientras caminábamos con la muchedumbre de Dios”.

Justo antes de que Andy y su esposa se mudaran del sector, yo me acerqué a él de nuevo, con la esperanza de que hubiera perdón y reconciliación. Después de unos breves y superficiales saludos, él me miró a los ojos y dijo, “Don, el día más triste de mi vida fue el día en que te conocí. Tú eres el culpable de los problemas que estoy enfrentando en mi matrimonio y del resto de este enredo en el que estoy ¡Todo esto es obra tuya!”

Yo cortésmente le di las gracias, le deseé lo mejor y salí de su casa con el corazón roto.

Asuntos del pasado no resueltos

La tragedia viene en todas las formas y tamaños. Yo a menudo tengo la oportunidad de hablar en conferencias de hombres. En un retiro reciente, ofrecí dos opciones dirigidas a ayudar a los hombres a entender la confusión en cuanto al género. Cada una de estas opciones atrajo a un grupo pequeño pero interesado, y una vez que nos habíamos presentado, nos sentamos alrededor en un gran círculo e interactuamos sobre el tema. En las dos instancias, varios en el grupo iniciaron con afirmaciones como esta:

“Yo fui abusado sexualmente cuando era niño y hasta el día de hoy, no le he dicho nunca a otra persona acerca de eso. Por alguna razón, yo me siento suficientemente cómodo con este grupo como compartir este secreto. Pero yo no me atrevería a compartirlo en mi iglesia. El hecho es que yo necesito ayuda. El dolor de lo que me hicieron está afectando mi relación con mi esposa y con mi familia”.

Varios hombres describieron cómo ellos habían luchado con el dolor y el rechazo porque ellos eran de algún modo “diferentes”, y cómo la población “normal” los había visto como raros. Varios compartieron cómo ellos habían pasado de ser víctimas a victimarios de niños. Cada uno de los que hablaron dijeron que habían tenido una mala relación con su papá y un deseo profundo, especialmente durante su juventud, de ser afirmados por un hombre. Este anhelo de recibir atención masculina era tan fuerte que estos hombres habían sido atraídos a otros hombres, lo cual los condujo a una conducta homosexual. Mi corazón se conmovió ante ellos. Todos los que estábamos escuchando sentimos un gran deseo de ayudarlos.

¿Las preguntas que permanecieron grabadas en mi mente fueron: ¿Cómo puede haber tanto dolor de heridas pasadas y, aun así aparentemente no haber un lugar “seguro” para el proceso de sanidad? ¿Qué se puede hacer para prevenir la introducción de esta clase de dolor en la vida de la juventud de hoy? ¿Cuándo despertará la comunidad cristiana a la oportunidad de ser un “refugio” no solo para hombres y mujeres, sino también para muchachos y muchachas jóvenes que están luchando y sufriendo a causa del abuso sexual y físico?

La Doctora Elizabeth Moberly, autora y experta en conducta homosexual, pregunta,

“¿Es la iglesia verdaderamente una comunidad de aceptación y sanidad, una comunidad de perdonados y de gente que perdona? En la práctica, cuando alguien confiesa su homosexualidad, frecuentemente ha habido reacciones negativas y hostiles, aunque la persona en cuestión sea un homosexual no practicante… la iglesia en conjunto necesita ayuda en revaluar sus posturas…”

Injusticia Racial

Viajaba con el Dr. Ted Yamamori, Presidente Emérito de Alimento para los hambrientos, cuando él narró una situación incómoda que se presentó después de la Segunda Guerra Mundial, como resultado de su herencia japonesa. Aquí está el extracto de una carta que él me escribió posteriormente acerca de la situación.

Mientras estudiaba en un colegio cristiano en Oregon hace años, yo acostumbraba a desempeñarme como predicador invitado en los eventos especiales en las iglesias de la misión. Un domingo en la noche yo hablé en una iglesia rural de Montana. El tema estaba relacionado con la misión de la iglesia en Japón. La audiencia estaba atenta y escuchaba atentamente al joven japonés de un Instituto Bíblico, principalmente porque su recientemente adquirido inglés no era tan claro y era muy difícil de entender”.

“Muchos expresaron su deleite con mi venida a hablarles. Fue una buena noche de confraternidad –hasta que encontré a una mujer mayor que expresó vacilantemente su dolor verdadero al haber perdido a su hijo único en el Pacífico durante la Segunda Guerra Mundial. Ella dijo: ‘yo odio a los japoneses’. Su cara tenía todos los signos de la angustia. ‘Yo no quiero odiar a los japoneses’, continuó ella, ‘pero no puedo evitarlo. Después de oírlo hablar a usted esta noche, yo me di cuenta de que los japoneses también sufrieron por la guerra”.

 Mi respuesta a ella, “La mitad de mi casa en Nagoya, Japón, fue volada por una bomba lanzada desde el bombardero B29. La misma bomba mató a mis parientes”.

“La guerra es pecado”, dijo ella con una voz apenas audible. “Continuaré orando para que el Señor sane mis heridas. Yo odio a los japoneses pero no a usted como persona”.

Fue una gran noche en la que me di cuenta, iniciando mi ministerio, que la sanidad viene de conocer al Dios de paz. El odio se podrá quitar de todos los corazones por la reconciliación que viene de lo alto”.

La historia de Ted no es la misma que la de un afro-americano, pero hay muchas similitudes en cuanto a circunstancias y dolor emocional. Crecí en California central, así que estaba ajeno a las realidades de la intolerancia racial. Mi familia alemana, de padres inmigrantes, me enseñó que todas las personas son creadas iguales y mis padres reforzaron esto en sus costumbres diarias, al emplear muchas personas de una raza diferente de la nuestra para trabajar en nuestra granja. Todos nosotros trabajamos hombro a hombro, almorzábamos juntos y a veces compartíamos actividades sociales.

Durante mis años en la escuela secundaria, una familia afro-americana vino a nuestra comunidad con un deseo de ministrar a los estudiantes de secundaria. Hasta el día de hoy, yo pongo en duda sinceramente si mi vida sería lo que es hoy si yo no los hubiera conocido a ellos y si ellos no hubieran obedecido al llamado de Dios en sus vidas, ministrando a nosotros los niños. Me imagino que yo simplemente los quería, sin preguntarme qué y porqué en lo mínimo, a duras penas comprendiendo totalmente las ramificaciones del hecho de que a los negros no se les permitía permanecer de la noche a la mañana en nuestra ciudad. Ellos tenían que dormir en el campo, “fuera de los portones de la ciudad”.

El impacto de la intolerancia racial me alcanzó más de cerca al regresar de un trabajo al otro lado del mar con la Marina, cuando traje conmigo, de regreso a mi hogar, a un amigo de raza negra. Él era un colega que trabajaba con tesón, un hombre apacible a quien nosotros siempre invitábamos a la playa con nosotros. Nosotros le pusimos un apodo y pasábamos tiempos con él en el trabajo y en momentos de diversión y recreación.

Un día en su visita con mi familia, el joven hombre se comportó excepcionalmente callado. Así es que yo le pregunté: “¿Qué pasa? ¿Alguna persona no te ha tratado bien? ¿Estás enfermo?”

Su respuesta me golpeó como una tonelada de ladrillos. “Don”, dijo él, “tú y tu familia me han tratado como más que un igual, pero si te llevara a ti conmigo bien al sur de Norteamérica, yo no podría ser visto en un restaurante contigo; si nosotros nos subiéramos en un autobús, tú te sentarías en el frente y yo en la parte trasera, y a mí nunca se me permitiría socializar con tu familia”. Mi corazón casi se detuvo cuando yo empecé –realmente por primera vez- a sentir el dolor por la intolerancia racial y la injusticia.

Y las injusticias raciales, tribales y étnicas no se limitan a los Estados Unidos. En África yo he oído a las víctimas hablar de barbaridades y matanzas que han presenciado ante sus ojos. Todavía se me hace un nudo en el estómago cuando recuerdo sus historias. Oímos de la purificación étnica, de las guerras tribales y de las diferencias religiosas que parecen dar a los seres humanos el derecho de matar a otros seres humanos. Esto no es tan solo un problema africano. Continúa en Asia, Europa Oriental, América Central y Suramérica y, por supuesto, en el Medio Oriente. ¿Se detendrá alguna vez los ciclos de venganza y de ira incontrolable?

Mientras escribía este libro, los Estados Unidos experimentaron el horror del ataque terrorista al Centro Mundial del Comercio (Torres gemelas del Word Trade Center), el Pentágono y a cuatro aviones comerciales. Miles de personas inocentes perdieron la vida, lo cual inspiró valor, la unificación de una nación y el sacrificio amoroso de muchas personas tratando de ayudar en cualquier manera que ellos pudieran. Pero el dolor y el sufrimiento infligidos por este asalto a los Estados Unidos están más allá de la imaginación de una persona sana. Esta nación nunca será la misma. Los creyentes continúan orando por el reavivamiento de los corazones de las personas, para que Dios los lleve a una fe auténtica a la obediencia a Dios.

 

Tomado del libro “Sanando Heridas del Pasado” Encontrando  al fin paz interior, del autor Don Schmierer, publicado por Promise Publishing Co. Disponible en la librería de Exodus Latinoamérica.