Pornografía: Una salida falsa

Nunca pensé en el uso de la pornografía como un problema. Lo veía como algo que “no dañaba a nadie” y me sentía “a salvo”. En la secundaria era normal que los chicos hablaran de la pornografía, lo que hacía que pareciera que todos la consumían, como algo totalmente normal y natural. Lo que no sabía es que estaba usando la pornografía como una droga para disociarme de mis emociones y alejarme de Dios. A medida que pasaba el tiempo, me llevaba cada vez más a un mayor aislamiento y me hacía sentir más y más deprimido, alimentando un ciclo que no conocía ni entendía. Debido a que estaba tan involucrado en la negación y el aislamiento, tampoco pensaba en cómo afectaría esto a quienes estaban a mi alrededor, y nunca pensé en mi relación distante con Dios. Darme cuenta de que el uso de la pornografía era un problema, e incluso una adicción, fue como levantar una niebla pesada frente a mí, disipando las mentiras que aceptaba como verdad.

Durante la mayor parte de mi vida crecí en un ambiente de abandono y falta de supervisión. Mis padres eran adultos responsables, pero no tenían la convicción de criar bien a sus hijos. Ellos se divorciaron cuando yo era muy joven y ambos me descuidaron de alguna manera, y mientras estuvieron casados hubo un patrón claro de violencia física y verbal. Después del divorcio, viví con mi madre la mayor parte del tiempo y ella tenía una relación muy codependiente conmigo. Yo era el “hombre de la casa”, aunque todavía no era ni siquiera un adolescente, y ella compartía lo que tenía en su mente, y descargaba sus emociones negativas sobre mí. Era sumamente controladora y perfeccionista, lo que me llevaba a no tener interés ni motivación para hacer algo productivo. Durante la secundaria, recuerdo haber pedido ayuda a gritos y mi madre me llevó a que me realizaran una prueba para ver si tendría acaso un trastorno bipolar. No me diagnosticaron ningún desorden mental, pero mientras hablaba con el terapeuta encontró algunos problemas y le sugirió a mi madre algunos libros sobre la crianza de los hijos y realizar algunos ajustes. Mi madre mintió y dijo que ya los había leído y que era una excelente madre. Cualquier problema que yo mencionaba criticando su papel como madre, ella lo negaba y me dejaba llorando en un intento de manipulación.

Mi padre realmente no quería ser padre. Solo accedió a que pasara tiempo con él cada dos fines de semana, pues de esta manera reduciría la manutención que tenía que dar a mi madre. Se quejaba por el dinero que tenía que dar a mi madre y por la molestia de tener que pasar tiempo conmigo hasta que yo fuera mayor de edad. No estaba interesado en ser padre la mayor parte del tiempo, y años más tarde me dijo que realmente no tenía tiempo para ser padre, así que trataría de ser un amigo decente para ponerme de su lado. Si tenía una pregunta, me decía que le preguntara a otro hombre que fuera padre. Como nunca obtuve respuestas, dejé de hacerlas y traté de resolver las cosas por mi propia cuenta. Cuando me di cuenta de que no podía alcanzar la perfección, dejé de intentarlo en la escuela. Me sentía indeseable, y peor aún, como una carga dondequiera que estuviera. Nunca sentí que fuera parte de un hogar, sentía que solo estaba visitando a alguien.

Espiritualmente, mi madre creía en ir a la iglesia cuando se sentía demasiado culpable, y mi padre creó su propia religión enfocada en sí mismo. No hace falta decir que a mis padres no les importaba mi relación con Dios y en realidad me inculcaron un fuerte sentido de escepticismo. Sentía que Dios solo estaba allí para castigarme y librarme de la culpa, o que Dios no era real en absoluto. A pesar de mi perspectiva confusa sobre Dios, también hubo momentos en los que sentía que Dios estaba allí para mí, incluso si no lo entendía ni lo aceptaba. Afortunadamente me protegió de caer en las drogas y de meterme en problemas mayores cuando era joven. No fue sino hasta finales de la escuela secundaria que comencé a ir a la iglesia con regularidad, cuando mi ahora esposa me exigió que asistiera a la iglesia con ella si íbamos a seguir saliendo. Y unos años más tarde finalmente pude realmente llamarme cristiano, superando la duda y el escepticismo. Dios todavía sigue trabajando en mí.

Conforme pasaba el tiempo me sentía cada vez más solo y recurría a mecanismos de escape para apaciguar mis sentimientos negativos. Me dediqué principalmente a la pornografía y los videojuegos, saltando a mundos de fantasía donde yo era la persona más importante y sentía que tenía el control. Mi padre me introdujo a los videojuegos como una forma de conectarnos y tener de qué hablar. No pensé en el impacto negativo que tendría la pornografía en mi vida hasta que me casé. Esperaba que el matrimonio me quitara todos los problemas de la vida. No tendría que tratar con mis padres en absoluto si no quisiera, y tendría una intimidad real y correcta con mi esposa. Esperaba que el deseo de ver pornografía desapareciera, pero empeoró. Mi esposa y yo no nos relacionábamos tan bien como hubiera querido; teníamos más estrés porque vivíamos juntos y ambos estábamos muy ocupados tratando de resolver y conciliar nuestras vidas juntos. Veía entonces aún más pornografía, hice a un lado a mi esposa y la adicción empeoró en un ciclo negativo e interminable.

Mi esposa y yo teníamos discusiones acaloradas a menudo durante los siguientes siete meses, y en cierto momento me quebré y le expliqué lo que estaba pasando. Se sentía muy herida por mí y solicitó el divorcio, lo cual me pareció ridículo y excesivo. Me dio seis meses para mostrar una mejoría visible, de otra forma, continuaría con la demanda de divorcio. Esto significó para mí una gran muestra de gracia hacia mí. Los siguientes seis meses peleamos casi todos los días de la peor manera posible. Encontré un programa basado en terapia que me dio algunas herramientas para luchar contra las tentaciones. El programa fue útil en la vida cotidiana, pero sentí que faltaba algo. Se centraba en herramientas y trucos para superar la vida. Involucraba oración, pero dejaba muy en claro que la sanidad no era finalmente una opción, no brindaba una genuina esperanza. Nuestro líder en la iglesia se fue, y un nuevo líder sumamente severo se hizo cargo con algunas ideas y perspectivas que no eran realmente alentadoras y en las que no podía estar más en desacuerdo. El grupo había cambiado drásticamente. Decidí buscar en otro lado. Mi esposa había visto a alguien de Ministerios Reconciliación dar algunas enseñanzas en un evento ministerial de la escuela secundaria y me sugirió que me comunicara con este ministerio. Llegué a este ministerio y me uní a un programa llamado Aguas Vivas poco después. Inmediatamente percibí la diferencia. Al principio fue un desafío, pero se hizo evidente que Aguas Vivas era un lugar donde podía comenzar a encontrar sanidad real y poder también reconectarme con Dios. Empecé a aprender cómo rendirme a Dios y a comprender cómo estaría ocurriendo la sanidad. El programa de Aguas Vivas ha cambiado mi vida. Va más allá de un régimen de terapia y permite una sanidad real. Mi relación con Dios nunca ha sido mejor y con tanta relevancia en mi vida diaria. Mi matrimonio finalmente puede describirse como feliz y hemos más unidos que nunca. Mis relaciones personales han mejorado considerablemente, me siento más motivado en mi trabajo y finalmente tengo un sentimiento de satisfacción en la vida, en el plan que Dios tiene para mí.

El proceso no ha sido fácil, ni placentero. Hablar con claridad con mi esposa no fue nada fácil. Aprender sobre mí mismo me resultaba incómodo. Enfrentar continuamente mis temores y dudas en lugar de huir y refugiarme en los viejos y pecaminosos métodos, fue retador. Entregarse y rendirse a Dios fue un desafío. A pesar de que una buena parte del proceso es retadora, definitivamente vale la pena. Poder caminar en libertad, sin sentir la pesada niebla de mentiras y negaciones, es algo mucho mejor de lo que podría imaginar. Ya no sentir que tengo un terrible secreto hace que sea mucho más fácil mirar a las personas a los ojos y sentir mi propia valía. Saber que tengo a Dios de mi lado y aprender la verdad sobre lo que Él siente por mí me ha dado una paz increíble que no podía creer antes de este proceso.

Una de las ganancias más sorprendentes y maravillosas es cuando dejé de concentrarme únicamente en mis propias necesidades. Poder llegar a la comunidad con otros y finalmente sentir que no tengo que estar aislado ni solo.

Sugiero, a quienes luchan con pornografía u otras formas de inmoralidad sexual, buscar ayuda en un ministerio de restauración, como el de Aguas Vivas. Si tienes un problema de adicción a la pornografía, o al pecado sexual, semejante al uso de sustancias, realmente necesitas ayuda. Jesús nos hace verdaderamente libres, y podemos estar en paz con Dios.