Integridad
Por Kerby Anderson
La integridad y la Biblia
El tema de este artículo es el concepto de la integridad, una calidad del carácter de la que hablamos a menudo pero que no vemos tan frecuentemente en la vida de los funcionarios públicos o aun en la vida de las personas con las que vivimos y trabajamos.
La palabra integridad viene de la misma raíz latina que entero, y sugiere la totalidad de la persona. Así como hablaríamos de un número entero, también podemos hablar de una persona entera, no dividida. Una persona de integridad vive correctamente, no está dividida, ni es una persona diferente en circunstancias diferentes. Una persona de integridad es la misma persona en privado que lo que es en público.
En el Sermón del Monte, Jesús habló de los que eran “de limpio corazón” (Mateo 5:8), lo que sugiere una actitud clara de seguimiento de los mandatos de Dios. La integridad, por lo tanto, no solo implica una actitud clara, sino una pureza moral también.
La Biblia está llena de referencias a la integridad, el carácter y la pureza moral. Considere solo unas pocas referencias del Antiguo Testamentos a la integridad. En 1 Reyes 9:4, Dios instruye a Salomón que ande “en integridad de corazón y en equidad”, como hizo su padre. David dice, en 1 Crónicas 29:17: “Yo sé, Dios mío, que tú escudriñas los corazones, y que la rectitud te agrada”. Y en Salmos 78:70-72 leemos que David “los apacentó conforme a la integridad de su corazón, los pastoreó con la pericia de sus manos“.
El libro de Proverbios tiene muchos versículos que hablan de la integridad. Proverbios 10:9 dice que: “El que camina en integridad anda confiado; mas el que pervierte sus caminos será quebrantado”. Una persona de integridad tendrá una buena reputación y no tendrá temor de ser expuesta o descubierta. La integridad brinda un camino seguro a través de la vida.
Proverbios 11:3 dice: “La integridad de los rectos los encaminará; pero destruirá a los pecadores la perversidad de ellos”. Proverbios es un libro de sabiduría. El hombre o la mujer sabios vivirán una vida de integridad, que es parte de la sabiduría. Quienes siguen la corrupción o la mentira serán destruidos por las decisiones y acciones de su vida.
Todos estos versículos sugieren un sentido de deber y un reconocimiento de que debemos tener un nivel de discernimiento de la voluntad de Dios en nuestra vida. Eso ciertamente requerirá que las personas de integridad sean estudiantes de la Palabra, y que busquen diligentemente aplicar la Palabra de Dios a su vida. El libro de Santiago nos exhorta a ser “hacedores de la palabra, y no tan solamente oidores, engañándonos a nosotros mismos” (Santiago 1:22). Esa es mi meta en este artículo, al hablar de la integridad.
Corrupción
Al examinar la integridad, quisiera hablar de su opuesto: la corrupción. Decimos ser una nación que exige integridad, pero ¿realmente lo hacemos? Decimos que queremos que los políticos sean honestos, pero en realidad no esperamos que lo sean, tal vez porque a menudo no somos nosotros tan honestos como deberíamos serlo. Decimos que somos una nación de leyes, pero a menudo quebrantamos esas mismas leyes -como el límite de velocidad o cruzando la calle imprudentemente- y tratamos de justificar nuestras acciones.
Podemos encontrar una ilustración poderosa en el libro The Day America Told the Truth (El día que Estados Unidos dijo la verdad), de James Patterson y Peter Kim (1). Usando una técnica de encuesta que garantizaba la privacidad y el anonimato de los encuestados, pudieron documentar lo que los estadounidenses realmente creen y hacen. Los resultados fueron asombrosos.
Primero, encontraron que no existía ninguna autoridad moral en Estados Unidos. “Los estadounidenses están haciendo sus propios códigos morales. Solo el 13 por ciento de nosotros creemos en la totalidad de los Diez Mandamientos. Cuarenta por ciento de nosotros creemos en cinco de los Diez Mandamientos. Escogemos en qué leyes de Dios creemos. No hay absolutamente ningún consenso moral en este país, como existía en la década de 1950, cuando todas nuestras instituciones infundían más respeto“.
Segundo, encontraron que los estadounidenses no son honestos. “La mentira ha llegado a ser una parte integral de la cultura estadounidense, un rasgo de la personalidad estadounidense. Mentimos, y ni pensamos en ello. Mentimos sin ningún motivo”. Los autores estiman que el 91 por ciento de nosotros mentimos regularmente.
Tercero, el matrimonio y la familia ya no son instituciones sagradas. “Si bien seguimos casándonos, hemos perdido confianza en la institución del matrimonio. Una tercera parte de los hombres y mujeres casados nos confesaron que han tenido al menos una aventura. El treinta por ciento ni siquiera están seguros de que aún aman a su cónyuge”.
Cuarto, encontraron que la “ética protestante [de trabajo] ha desaparecido hace mucho tiempo del lugar de trabajo del estadounidense de hoy. Los trabajadores de todo Estados Unidos admiten francamente que pasan más del 20 por ciento (7 horas a la semana) de su tiempo en el trabajo holgazaneando completamente. Eso representa una semana de cuatro días a lo largo de la nación”.
Los autores finalizan sugiriendo que tengamos un nuevo conjunto de mandamientos para Estados Unidos:
No veo el motivo de guardar el día de reposo (77 por ciento). Robaré de quienes en realidad no lo echarán de menos (74 por ciento). Mentiré cuando me convenga, siempre que no cause ningún daño verdadero (64 por ciento). Engañaré a mi cónyuge; después de todo, dada la oportunidad, él o ella hará lo mismo (53 por ciento). Aplazaré las cosas en el trabajo y haré absolutamente nada un día completo de cada cinco (50 por ciento). Tal vez digamos que somos una nación que desea la integridad, pero aparentemente la mayoría de nosotros carece de ella en nuestra propia vida personal.
Los rasgos de la integridad
Honestidad
Ahora quisiera que nos centremos en cuatro rasgos clave que se encuentran en una persona de integridad. Uno de esos rasgos es la honestidad.
Hablamos de algunos de los hallazgos del libro The Day America Told the Truth. Los autores encontraron que casi todos en Estados Unidos mienten, y lo hacen de forma bastante habitual. Decir la verdad aparentemente ya no es una virtud que la gente trata de adoptar para su vida. Tal vez digamos que queremos que la gente diga la verdad, pero no lo hacemos nosotros mismos.
Ese es el problema con la corrupción: es corrosivo. Creemos que podemos ser solo un poco deshonestos. Decimos que queremos que la gente sea honesta, pero después hacemos trampa con nuestros impuestos. Decimos que queremos que la gente obedezca las leyes, pero luego excedemos “apenas” el límite de velocidad. Queremos ser lo suficientemente honestos como para calmar nuestra conciencia.
Es un poco como la historia del hombre que mandó una carta a la Oficina de la Renta de EE.UU. (Internal Revenue Service). Dijo: “Hice trampa con mi impuesto sobre la renta, y me sentía tan mal que no podía dormir. Adjunto un cheque por $150. Si sigo sin poder dormir, les enviaré el resto de lo que les debo”.
Muchos de nosotros podemos sentirnos identificados con ese hombre. Queremos ser honestos, pero a veces nos resulta más fácil ser deshonestos. Así que intentamos buscar una forma de transigir en nuestros valores para que un poco de mentira no perturbe nuestra conciencia.