Por Ed Hurst
Para muchos hombres que están saliendo de la homosexualidad, el relacionarse con hombres “siempre heterosexuales” les causa temor. Este artículo persigue ayudar a aquellos que están tratando con algunos de estos temores.
A través de toda mi experiencia cristiana, Dios ha tratado con mis conceptos de amor. Tuve que aprender cómo sentirme cómodo al tener relaciones íntimas, no sexuales con otros varones. A menudo luchaba por mantener un balance. Mientras aprendía a involucrarme en los deportes y a reunirme en las conversaciones como “uno más de la banda”, aún tenía gran dificultad en el área del contacto físico. Muchas veces, me abstuve del abrazo común cristiano o de rodear los hombros de un hermano para confortarlo. Envidiaba enormemente a aquellos que eran libres de expresar el amor de Cristo con tanta espontaneidad.
Llegó el tiempo en que Dios tratara con esta área en mi vida. Había estado ministrando a un joven recién convertido llamado Kenny. Kenny había sido un impetuoso trabajador de la calle y había ocasiones en las que sentía que él no estaba siendo totalmente honesto conmigo. Yo quería romper con su fuerte escudo antiemocional, pero el temor me lo impedía. Kenny tenía un gran parecido con el chico del cual yo había estado enamorado un par de años atrás. Tenía miedo de tener un acercamiento físico demasiado cercano a él. Si fuera yo a romper con esa coraza exterior para ayudarlo a tener un quebrantamiento, ¿Cómo podría consolarlo con el amor de Jesús?
Compartí este problema con un colega en una carta. Su respuesta revolucionó mi vida. “Todas las personas tienen una necesidad de amor y de afecto físico… especialmente quienes vienen de un trasfondo de atracción al mismo sexo. ¿Deberemos ser afectuosos con la gente, incluso si existe el riesgo de enamorarse? ¿No nos forzaría eso a tratar con nuestras voluntariosas emociones?
Mientras meditaba en sus palabras, comencé a darme cuenta cómo había permitido que el problema se tornara mayor. Había un hermano al cual le daba puñetazos en el hombro continuamente, en lugar de abrazarlo. Había dos hermanos cuyas amistades yo evitaba porque me sentía intimidado por su buena apariencia. Cuando comencé a corroborar estas reacciones con otros “ex-gays”, aprendí que este era un problema común.
Supe que era tiempo de “tomar al toro por los cuernos”. Comencé a abrazar a Paul en lugar de golpearlo. Empecé una amistad con Rob y Mark. Y ya no hubo más problemas con Kenny. ¿Puedo decirte que toda mi vida se estremeció por un momento? Tuve que rebajar recuerdos, asociaciones y sentimientos confusos que surgían. Tuve que orar como nunca antes había orado para que Dios me hiciera capaz de mantener estas amistades honestas y puras delante de Él. Y Dios, como siempre, fue fiel. Mi amistad con Rob y Mark se hizo más fuerte en el Señor. En ellos, encontré amigos que fueron incluso para mí más cercanos que Rick, el chico del cual yo había estado enamorado. El amor de Jesús me permitió una confianza, una honestidad, y una apertura enormes.
Mark se fue a casa al final del período escolar, mientras que Rob se quedó. Varios meses después, fuimos a ministrar a su pueblo natal, donde Dios me tenía guardada una interesante lección. Mientras estábamos allí, nuestro grupo se hospedó en el gimnasio de una preparatoria. La sección de varones tenía instaladas regaderas generales. El temor se apoderó de mí mientras descubría que, por primera vez desde mi salvación, sería expuesto a la desnudez masculina. El terror total me invadió mientras me dí cuenta que Rob podía ser uno de los que estuvieran en el cuarto de baño. “Pero Dios”, gritaba en silencio, “¡no estoy listo!” Claro que Dios tenía otro plan.
Mientras era confrontado con esta situación que yo temía más que cualquier otra cosa, el corazón se me quería salir. Entonces, repentinamente, la paz de Dios se afirmó sobre mí con una preciosa revelación. Él es cristiano… tú eres cristiano. El no está en eso… TÚ YA NO ESTÁS en eso. Y más directamente, el simple hecho de que lo veas no significa que te pertenece.
Me di cuenta que el cuerpo de Rob le pertenecía a él y al Señor… que algún día, pertenecería a su esposa. Pero definitivamente no me pertenecía a mí. Como un niño que había sido advertido que se alejara del tarro de galletas, tuve que ser alejado de mi deseo. Con un corazón callado, me di cuenta que había pasado la prueba… y experimentado la grandeza del poder sustentador de Dios.
La historia, sin embargo, no termina allí. En una sesión de oración, se le pidió a Rob que orara por aquellos que tenían necesidades. Al tiempo que me paraba en la fila, miraba mientras él oraba. Abrazaba a cada persona firmemente y lloraba sobre sus hombros. Nuevamente el temor se apoderó de mí. Mientras Rob me abrazaba, me separé. Pensé, “pero que estarán pensando… todos ellos saben que yo gay”.
Más tarde, hablé con Rob sobre esto y oramos. Primero privadamente, y luego en el autobús con unos 55 estudiantes rodeándonos, cuando Rob sintió que esto no había sido resuelto la primera vez. Hubo un alivio genuino esta vez, y ya no me importó lo que pensaran los demás —sólo Dios. Qué hermosa libertad. Regresé a la escuela regocijándome en la sencilla belleza de una amistad en Cristo.
Dos semanas más tarde, la bomba estalló. Si esto te impacta, ¡imagínate como me sentí yo! Vi a Rob en el vestíbulo de la escuela y llegué a una terrible conclusión. Me di cuenta que me sentía enamorado de él. Estaba horrorizado. “¿Y ahora qué, Dios? Imploré. Pensé en simplemente terminar la amistad… huyendo del mal que había temido que apareciera. Pero luego escuché la suave voz de Dios de nuevo. “Hijo, no quiero que te encierres por el pecado, pero tampoco quiero que te encierres por el temor. Por tanto, párate pronto en la libertad que Cristo te ha concedido, y no estés enredado nuevamente con el yugo de la esclavitud. Enfréntalo hijo, trata con esto”.
Encontré a Rob y simplemente le dije que Satanás estaba tratando de robarme la victoria que había recibido en el viaje. Unimos nuestras manos en oración y el poder de Dios vino para verme libre. Los resultados de estos episodios para mí fueron los siguientes: me había dado cuenta que Dios me permite tener tentaciones y pruebas de tal forma que pueda compartir la verdad de Su poder y victoria sobre toda circunstancia. Porque había puesto mi cara como un pedernal y estaba determinado a tener victoria sobre los temores e inseguridades de mi pasado, tenía que luchar esta batalla final. Estoy seguro de que has oído que no hay victoria sin una batalla.
Había tenido tres temores principales como cristiano: el temor de ver la desnudez masculina, el temor de caer sexualmente con un hombre, el temor de enamorarme de otro hombre. Dios no permitió que permaneciera encarcelado por esos temores, por tanto Él me confrontó con cada uno de ellos y me trajo a la victoria.
Hoy día, soy libre debido a estas “lecciones de la vida”. Rob y Mark son aún amigos especiales, incluso cuando la distancia nos separa. Y ahora está abierta la puerta para una amistad con mayor calidez en Cristo. He cosechado muchas bendiciones a través de estas verdades que el Señor ha obrado en mi vida.
Ed Hurst es el autor del librito, “Homosexualidad: Cortando de Raíz”. Este artículo originalmente apareció en la publicación OUTPOST, Junio, 1979.
Reproducido con permiso
Traducido del inglés por Pedro Delgado