Sanando heridas del pasado – 1ª Parte
Don Schmierer
Adaptado del libro “Sanando Heridas del Pasado”
Todos deseamos ser amados, sentirnos amados, dar y recibir amor. Nuestro deseo humano de amor y de un lugar dónde pertenecer es quizás la mayor búsqueda de la vida, y ocasiona también algunas de las mayores desilusiones en la vida. Cuando nuestro anhelo por el amor se frustra o cuando nuestros seres amados nos demuestran que son menos que perfectos –siendo crueles, críticos, de espíritu mezquino, deshonestos, desleales o aun abusivos –nos encontramos en un mundo de maltrato.
No importa dónde voy, encuentro gente sufriendo. Quizás tú has tenido la misma experiencia. De hecho, puedes estar mirando fijamente a los ojos de una persona herida, cada vez que te miras en el espejo. Si ese es el caso, y deseas encontrar algunas respuestas a tus propias preguntas acerca del dolor y de la sanidad, me gustaría hacerte unas pocas preguntas, antes de empezar. No las tienes que contestar todas ahora mismo, pero piensa en ellas mientras lees y regresaremos a ellas más adelante. Por ahora, apenas pregúntate a ti mismo…
¿Quién infligió en ti la herida o heridas más profundas que hayas experimentado jamás? ¿Sientes todavía el dolor de esa herida (esas heridas) hoy? ¿Alguna vez te has preguntado por qué permitió Dios que te ocurrieran algunas cosas malas? ¿Sientes enojo hacia Él? ¿Cuándo te examinas a ti mismo detenidamente y con sinceridad, ves algunas características negativas de las personas que te han herido? ¿Te estás pareciendo a ellos? ¿Crees que Dios es un padre amoroso, un Padre que está orgulloso de que le llames “Abba” o “Papá”?
Una de las razones por las cuales quiero que pienses en estas preguntas es porque muchas veces he tenido que tratar de encontrar respuestas para ellas –para ayudar a otros, así como también para ayudarme a mí mismo. Mi esposa Diana y yo hemos estado involucrados activamente en el ministerio cristiano por más de 40 años; es decir, hemos estado trabajando con personas heridas y maltratadas por un largo tiempo. Hemos visto cómo el dolor afecta nuestras decisiones con respecto a la vida y cómo las heridas del pasado limitan con frecuencia nuestra habilidad para funcionar en una manera productiva y satisfactoria.
Paralelamente, Ken Canfield, después de escuchar una disertación mía en Ginebra en el Congreso Mundial sobre la Familia, me llamó aparte y me dijo, “Don, tu percepción es conmovedora. Cada año yo le hablo a más de 10,000 padres, muchos de los cuales están luchando para encontrar sanidad para la herida ocasionada por su padre. ¡Tienes que escribir tu historia lo más pronto posible!”
Ha sido mi experiencia que el dolor infligido y las heridas del pasado son de naturaleza diferente para cada persona. Pueden hacer también un impacto en cierta forma diferente en hombres y mujeres. Sin embargo, el sendero para experimentar la paz interior que quiero explorar contigo es el mismo, sin importar como se ocasionó la herida inicial o quién le causó.
Quizá este es un buen lugar para compartir algo de mi historia personal de dolor y heridas recibidas.
A través de los años, he logrado superar los siguientes sucesos…
Un accidente de automóvil que sucedió mientras estaba todavía en la secundaria, y la lesión en el cuello todavía me produce un dolor severo, casi medio siglo después.
La muerte de nuestro primer bebé. Después de que Dean nació yo estaba orando, dándole gracias a Dios por lo que parecía ser un niño muy saludable y dedicándoselo a Él nuevamente. Precisamente, mientras yo estaba orando, él moría en los brazos de una enfermera. El teléfono sonó y las palabras que escuché me parecieron increíbles, “Sr. Schmierer, su hijo está muerto –¿qué quiere hacer usted con el cuerpo? Además, tendrá que estar aquí temprano en la mañana, para darle la noticia su esposa cuando ya despierte”.
Una espalda lesionada. Cuando tenía 31 años, una paca de heno de casi 60 kilos me cayó encima, recibí el impacto completo de golpe en la pelvis y en la parte inferior de la espalda. Aun cuando estaba experimentando mucho dolor, era imposible suspender el trabajo. Un mes después, el dolor no había cedido, y una radiografía mostró que mi vértebra más inferior estaba agrietada y que había astillas desprendidas del hueso que todavía estaban en el sitio de la lesión. El doctor estaba asombrado de que yo pudiese todavía caminar y llegó a la conclusión de que someterme a una cirugía era muy arriesgado. “Rechina tus dientes y sopórtalo”, me aconsejó.
El rechazo de mi padre. He relatado anteriormente la historia de los antecedentes de mi familia. Yo amo mucho y respeto a mi padre por haber demostrado muchas cualidades piadosas en su vida, pero tiene una deficiencia y es que no es una persona cálida hacia sus hijos, y su incapacidad para expresar amor o estímulo ha sido una fuente constante de gran congoja para mí. Cuando yo orgullosamente le presenté el primer libro que había publicado, a pesar de ser él un lector ávido, lo tiró a un lado y dijo, “algún día me ocuparé de eso”. Pasó a otro tema y, que yo sepa, nunca lo ha leído.
Cuando me alejé en mi automóvil, el dolor de nunca haber sido estimulado por mi padre me golpeó duramente. A la edad de 62 años me puse a llorar. Realmente me dolió, aunque intelectualmente yo sabía de antemano que no me daría un cumplido. A la fecha, varios años después, mi papá nunca ha mencionado el libro ni me ha preguntado cómo van las ventas, ni si estoy escribiendo alguna otra obra. Con la ayuda de Dios, he perdonado a mi padre y he continuado con mi vida, pero eso no quiere decir que no fue un incidente muy doloroso.
Ante todo esto, he luchado contra el orgullo, la amargura, la confusión, la ira y la depresión. Y así como han venido y se han ido los años, he aprendido a descargar mis circunstancias en Dios. “Señor,” oré durante los días más oscuros de mala salud y de ruina financiera, “si el permitirme fracasar y si el convertirme en una carga para mi familia traerá honor a tu nombre, tienes mi permiso para hacerlo. Sea echa tu voluntad”.
Dios ha hecho algo más que sanar mi cuerpo – Él hizo una obra de gracia en mi corazón, mi mente, mi personalidad y mi familia. No fue un proceso fácil, pero mi vida se ha transformado, junto con la vida de quienes yo amo más en el mundo.
Es mi deseo que puedas tener una relación con el creador y sustentador del universo a través de su Hijo Jesucristo, y que crezcas en su gracia salvadora para que su paz interior puede invadir totalmente tu vida.
El camino por delante nos dará mayor profundidad y nos obligará a concentrarnos en nuestro deseo de tener sanidad y paz. Como el autor James Houston señala, “el anhelo que realmente da vida es conocer a Dios. Este anhelo nunca se satisface, pues crece a medida que se va alimentando; y nuestra relación con Dios cambia y conduce a una constante profundización de nuestros anhelos”.
Heridas de la familia
La herida ocasionada por el padre
Tres hombres jóvenes – Ricardo, Juan y Bobby – crecieron en un hogar donde la lectura de las escrituras y la oración se practicaban diariamente. Los padres de los muchachos eran muy respetados en la comunidad y estaban sumamente comprometidos con su iglesia local. Los padres no sólo estaban comprometidos sino que también llevaban a sus hijos a actividades de jóvenes con la esperanza de que esto tendría una influencia positiva en sus vidas. Los tres hermanos sentían el amor de sus padres, pero de ellos nunca recibieron estímulo, una palmada en la espalda por un trabajo bien hecho, reconocimiento por su buen juicio, ni aplausos por las demostraciones de su buen carácter. El padre de los muchachos era un hombre físicamente fuerte, que valoraba mucho la disciplina y fruncía el ceño ante cualquier manifestación de emoción. No importa cuán bien ellos se desempeñarán o lo que lograron realizar, nunca sintieron que daban la talla ante las expectativas de ser “machos” y las estrictas normas disciplinarias de su papá.
Ricardo, quien tiene un tipo de personalidad que yo describiría como “sensible, orientada a las relaciones interpersonales”, sabía que su papá siempre había desaprobado su carrera de artista profesional. Sin embargo, a pesar de sus diferencias, decidió que haría un esfuerzo por estrechar las relaciones con su padre participando en el deporte favorito de su papá. No era la actividad preferida para Ricardo, pero pensó que quizás una chispa mágica se encendería y de repente saldrían palabras de aprobación de la boca de su padre, quien estaba envejeciendo, si él dedicaba algunos de sus mejores momentos a estar con él.
Después de varios días de hacer esto, nada parecía haber cambiado en la relación de padre-hijo. Así que Ricardo se propuso un plan. Se sentó con su papá en la cocina y dijo, “Sabes, papá, tú tienes un carácter tan fuerte, y siempre ha sido creativo y empresarial, y me has inspirado a escoger mi propio sendero profesional – como artista. Yo pienso que no es sólo una buena forma para que use mis dones artísticos, sino que también realmente me gusta lo que hago. Papá, yo solamente quiero darte las gracias por haber sido una gran inspiración y un modelo para mí”.
Ricardo se detuvo y miró a su papá con esperanza. Era su deseo más profundo que su padre, ya mayor, respondiera dándole aunque fuera el más mínimo reconocimiento por su elección de una profesión para toda la vida. Por lo menos quizá el diría, “Ricardo, a mí no me gusta tu trabajo como artista, pero tú has sido un buen esposo y padre para tus cinco hijos”.
Pero esto no fue lo que sucedió. Por el contrario, el padre se paró y sin vacilar, dijo, “eres un necio, Ricardo”. Sin pronunciar otra palabra, dio la vuelta y se marchó, dejando a su hijo sentado allí, sólo y devastado.
Neil Chethik en la Pérdida de Padre, escribe después de la muerte de su abuelo:
“Nunca antes había oído llorar a mi padre. Me levanté y fui a arrodillarme a su lado. Después de un par de minutos él hablo. ‘Estoy llorando, no sólo por mi padre, sino también por mí. Su muerte significa que nunca oiré de él las palabras que yo siempre anhelé escuchar: que estaba orgulloso de mí, orgulloso de la familia que he criado y de la vida que he vivido’. Mi padre entonces dirigió su voz hacia mí y pronunció las siguientes palabras, Las cuales continúan resonando en mis oídos: “para que tú nunca tengas que sentirte así como yo, dijo, quiero decirte ahora cuan orgulloso estoy de ti, de las decisiones que has tomado, de la vida que has llevado. Mucho del dolor inherente en las relaciones padre-hijo se desvanecieron para mí en la apacible resonancia de esta bendición”.
Ricardo ha soportado los golpes más duros en la vida. Uno de sus hijos, que se sentía llamado al ministerio cristiano, murió recientemente después de que un conductor ebrio paso de largo por un aviso de parada, matando al joven hombre, quien dejó atrás a una viuda con un niño pequeño. Posteriormente un cliente hostil forzó a Ricardo a la quiebra, aun cuando una investigación realizada por las autoridades probó que él estaba por encima de los ataques.
Yo he hablado con Ricardo acerca de los desafíos duros de la vida y de no haber sido estimulado por su padre. El dijo, “Don, todo lo que yo haga y todo lo que yo soy tiene que ver con escuchar a mi Padre Celestial decir ‘bien hecho, siervo bueno y fiel’. Eso es lo que realmente me importa, por encima de todo lo demás que ha pasado. También diré esto, que Dios ha sido fiel a lo largo de la jornada de la vida. Él ha traído individuos por nuestra senda que nos han dicho a mi esposa y a mí, ‘Dios está complacido con ustedes’. El que ellos dijeran eso, sin tener conocimiento de nuestra situación, ha sido extremadamente alentador para nosotros”.
(Continuará)