Heridas y amargura: La sanidad del perdón
¿Dónde comienza? ¿Dónde termina?
Por Winkie Pratney
¿Has sido herido en tu vida? Las heridas son un problema universal. Es imposible encontrar a alguien hoy en día que no haya sido lastimado.
En los pasados 60’s, un joven cometió un horrible crimen en un parque en la ciudad de Nueva York. Un anciano descansaba en una banca leyendo un periódico, y un chico de 16 años sacó un enorme cuchillo de carnicero, y lo apuñaló unas 130 veces. Cuando la policía finalmente pudo quitárselo de encima, aún lo estaba apuñalando. Luego lo arrestaron, por supuesto, e intentaron averiguar por qué había hecho esto
Durante un buen rato el chico no dijo nada. Finalmente, la policía le interrogó.
– “¿Quién era este hombre?”
– “No sé”, respondió.
– “Bueno, ¿qué te hizo este hombre?”
– “Nada”.
– “¿Qué te dijo?
– “Nada”
– “¿Quieres decir que fuiste con un completo desconocido, que ni te hizo ni te dijo nada y lo mataste?”
– “Ajá”.
Con incredulidad preguntaron, – “¿Por qué hiciste eso?”
El chico contestó. – “¿De veras quieren saberlo? Tuve un hermano mayor, y es realmente listo, y es un gran atleta, y es guapo y talentoso y es todo lo que yo no soy. Mi madre siempre dice, ‘¿Por qué no puedes ser popular como tu hermano mayor?’ y sé que no hay forma de que llegue a ser famoso siendo talentoso o listo o cualquier otra cosa. Pensaba que, si no puedo ser famoso de esa forma, lo seré de otra. Así que ideé la peor cosa que podría hacer, salí y la hice. Al menos mi madre me recordará ahora…”
Puedes multiplicar esta historia de un joven herido un millón de veces en toda la nación, y podrías hacerlo todos los días sin estar exagerando demasiado.
Una niña de ocho años me escribió una carta. Decía, “¿Podrías ayudarme? Mi papá trae una foto de mi hermano más pequeño de cuatro años que se parece a él. También trae una foto de mi hermana mayor de 15 años que es muy bonita, pero no trae mi foto. Le di una foto mía, la recorté para asegurarme que cabría en su cartera, pero la guardó en un cajón. ¿Hay algo que podría hacer para que mi Papá traiga mi foto?”
Estas son realmente heridas que suceden cada día. Algunas veces suceden a niños pequeños, otras a personas mayores. Ocurren en muy diversas formas, pero todas ellas causan daño.
Las heridas han llegado a ser uno de los mayores problemas en nuestra sociedad actual. Puedes ser herido de tal forma que intentes cortar toda convivencia con los demás. He conocido a chicas que me han dicho, “Oye, he sido herida muchas veces. Nunca volveré a querer a alguien más en mi vida. Olvídalo”. De esta forma te endureces y te haces cínico. Hay una manera en que la gente trata con el dolor —simplemente se alejan de tal forma que no puedan sean heridos. Pero cuando vienes a Jesús, Dios sana tu corazón y saca el cinismo de tu vida. Puedes abrir una vez más tu corazón a otros y amarlos nuevamente.
Incluso los cristianos pueden ser heridos. Jesús fue herido. No es malo ser herido, pero la forma en que tratas con tus heridas hace toda la diferencia. Ser lastimado es un problema muy grande, pero si esas heridas no son manejadas de una forma correcta, aparecerá la amargura. Finalmente será la amargura, no el “ser herido”, lo que te destruirá.
Reconociendo heridas
Realmente no es muy complicado reconocer las heridas, especialmente si hay amargura. Veamos algunas de las características de una persona herida:
- Muestran una falta de interés por otros. Una persona amargada se preocupa muy poco por los demás.
- Son muy sensitivos y susceptibles. Por ejemplo, si una persona amargada entra en un cuarto donde otras dos personas están hablando, y esas personas se callan mientras entra, la persona con amargura piensa, “Están hablando de mí”.
- Son muy posesivos con unos cuantos amigos, y rara vez tienen verdaderas amista¬des íntimas. También tienen un temor insano de perder a sus amigos.
- Tienden a evitar hacer nuevas amistades.
- Muestran poca o ninguna gratitud.
- Suelen hablar palabras vanas de adulación o crítica cruel.
- Son rencorosos, a menudo durante muy largo tiempo. Se les dificulta mucho el perdonar.
- A menudo tienen una persistente actitud de mal humor.
- Usualmente no están dispuestos de compartir o ayudar a alguien.
- Terminan experimentando estados de ánimo extremosos —efervescentes y felices un momento, y después tan deprimidos que tocan fondo.
Amargura: La semilla del infierno
Una de las muchas cosas negativas sobre la amargura es que no se detiene… va empeorando más y más. Puede empezar sólo como una pequeña semilla de heridas, pero luego crece y se encona convirtiéndose en algo muy peligroso. “Mirad bien, no sea que alguno deje de alcanzar la gracia de Dios; que, brotando alguna raíz de amargura, os estorbe, y por ella muchos sean contaminados”. (Heb. 12:15) Pregunta: ¿la amargura sólo hiere a la persona que la tiene? Respuesta: No. La Biblia dice que mucha gente es dañada por la amargura de una persona.
Trabajé en las calles con Teen Challenge (Desafío Juvenil) en la década de los 60’s y algunas veces estaba fuera hasta las dos o tres de la mañana. Había chicos de ocho y nueve años por las calles, y les preguntaba, “¿Qué dice tu padre de que andes fuera?” Contestaban, “No lo conozco”. Y les decía, “Bueno ¿y qué dice tu madre?” Y contestaban, “A ella no le importa. A ella no le preocupa si llego a casa o no”.
Señales externas de amargura
- Alejamiento, ruptura de comunicación
- Ingratitud
- Terquedad, mal humor
- Rebelión abierta
- Malas compañías —Necesita a otros rebeldes para estímulo
- Defiende vigorosamente acciones equivocadas
- Señala con el dedo para condenar a otros
- Estado de ánimo extremoso
Lo que la Biblia dice
- Proverbios 18:14
- 2 Timoteo 3:2
- 1 Samuel 15:23
- Isaías 14:12-42
- Filipenses 3:17-19
- Gálatas 5:19-21
- Romanos 2:1
- Job 10:1
Cómo se hacen las heridas – La historia de Juan
Para poder entender más claramente este problema, veamos un patrón típico de heridas en nuestra sociedad actual. Muchas de las heridas que conforman nuestras vidas empiezan en la niñez, y parecen multiplicarse y conformarse mientras crecemos. Historias como esta se repiten cientos de miles de veces diariamente. Los detalles cambian en cada persona, pero las heridas son las mismas.
Juan va a cumplir ocho años muy pronto, y su papá le ha prometido ir a pescar con él el día de su cumpleaños. Así que Juan marca el día de su cumpleaños con un gran marcador rojo, y empieza a descontar los días conforme van transcurriendo. Su papá está ocupado y tiene una gran cantidad de cosas en la cabeza, así que Juan le recuerda constantemente, “No te olvides que vamos a ir a pescar en mi cumpleaños”. “Sí”, contesta su papá, “Nos levantaremos temprano y te llevaré”.
Más o menos una semana antes del gran día, el papá de Juan le dice a su secretaria, “He hecho un gran negocio, y voy a tener que salir fuera de la ciudad para concluir algunos asuntos — ¿Hay algo importante que tenga que hacer la próxima semana?”
La secretaria dice, “No, excepto el cumpleaños de alguien”.
“Cierto, es el cumpleaños de mi hijo. Le prometí que lo llevaría a pescar. Bueno, iremos algún otro día, tengo que cerrar este trato. Vaya a comprarle la caña de pescar más cara que encuentre. Le va a gustar”.
El día de su cumpleaños, Juan se levanta a las 4:00 A.M. Su papá también se ha levantado… pero está empacando para su viaje. Juan se viste con su ropa para pescar y baja de puntitas al vestíbulo. Encuentra a su papá vestido de traje. Tiene su portafolio y el boleto de avión en la mano y se dispone a salir de casa. Juan está seguro de que su papá ha cometido un grave error.
– “¿A dónde vas papá? ¿No vamos a ir de pesca?”
– “Ah, olvidé decirte que no podré hacerlo hoy, pero lo haremos cualquier otro día. ¿Sabes qué te compré? Aquí está, ¡anda ábrelo!”
Juan pregunta calladamente, “¿No vamos a ir a pescar?”
Su padre contesta, “Bueno, mira, podemos ir a pescar cualquier otro día. Quiero que abras tu regalo. Sólo me quedan unos cuantos minutos”.
Juan viró pesadamente el paquete, y se quedó allí sólo mirándolo. Papá está por perder su vuelo.
“Vamos, no puedo esperar más”. Así que Juan renuentemente empieza a quitar pequeños trozos de papel muy lentamente.
Cabe mencionar que este pequeño incidente en particular es sólo uno de muchos a lo largo de los últimos ocho años. Su padre le dice, “¿sabes qué?, no tengo tiempo de ver ahora, pero te veré en un par de días, ¿de acuerdo?” Papá toma su vuelo, y Juan deja el regalo medio envuelto, ni siquiera lo abre.
Dos días después el papá de Juan llega a casa y abraza a su esposa y le da un beso.
– “Hola cariño, ¿cómo van las cosas aquí? El negocio fue extraordinario y vamos a tener muy buenas ganancias. ¿Dónde está Juan?”
Ella contesta, “Ah, está en su cuarto. Ha estado allí los últimos dos días. Creo que hay problemas”.
Papá toca la puerta… no hay respuesta. Juan ha puesto una barrera. Esto va más o menos así, “me heriste, así que ahora te cierro mi corazón. No te voy a permitir que lo vuelvas a hacer”. Murallas invisibles.
Como sabemos, Dios les ha dado a los niños una extraordinaria habilidad para olvidar rápidamente heridas y desilusiones, pero si éstas suceden una y otra vez, el daño probablemente se tornará en amargura, y no olvidan. No olvidan.
– “Oye, ¿qué te pareció el regalo?”
Juan contesta, “¿Cuál regalo?”
– “¿lo abriste?”
– “No”. Ahora papá no está muy complacido.
-“¿Sabes cuánto dinero gasté en esa cosa? ¿Sabes cuánto daría cualquier otro chico por tener algo así…?” ¿Pero qué está ocurriendo en el corazón de Juan? El amor está siendo truncado. Él piensa para sus adentros, “No diré ‘gracias’ porque me lastimaste”. Cuando nos amargamos, comenzamos a perder respeto y afecto hacia la persona que nos ha herido, y llegamos a ser bastante malagradecidos.
Rebelión abierta
A propósito, la rebelión empeora. No se detiene, sino que empeora. Ahora Juan tiene 15 años, y tanto daño y desaliento han cambiado su espíritu herido en un espíritu amargado. El papá de Juan está llegando del trabajo.
– “Oye, qué tal si lavas los platos”.
– “¿Por qué habría de lavarlos?” Se queja Juan.
– “Porque quiero los platos lavados”.
– “¿Por qué no los lava alguien más?”
– “Porque soy tu padre y te estoy diciendo que laves los platos, ¡por eso!”
– “Siempre lavo los platos, ¿no puede lavarlos alguien más en esta casa?”
¿Te das cuenta de lo que está pasando dentro? Desde que Juan ha perdido el amor y respeto por su padre, comienza a rechazar su autoridad. Su papá piensa, “Lo que debo hacer es apretar la soga un poco más. Tengo que imponer la ley aquí. ¡Va a haber más respeto en esta casa!”
De esta forma papá empieza a fijar normas estrictas. “Quiero que cortes el césped. Si no lo haces te voy a castigar durante una semana”. Pero Juan no poda el césped. “Sube a tu cuarto y quédate ahí durante una semana”.
Pasa una semana, y Juan no ha salido de su cuarto. El sábado en la mañana baja las escaleras, e intenta pasar rápida e inadvertidamente frente a su padre. Casi llega a la puerta cuando su papá le dice, “¿A dónde crees que vas?”
Juan murmura, “Afuera”, y se apresura a cerrar la puerta tras de sí.
Su papá le grita, “¡Ven acá inmediatamente!”
Juan vuelve, y papá le dice, “te dije que no podrías salir fuera durante una semana”.
– “Es sábado, la semana ha terminado”, contesta Juan.
– “La semana se habrá terminado cuando yo lo diga”.
– “Mis amigos están afuera esperándome”, dice Juan.
– “Bueno pues por hoy no vas a ir con ellos. Vas a regresar a tu cuarto hasta que te diga que puedes bajar”.
Juan grita, “¡Vete al diablo!” mientras da un portazo y sale apresuradamente.
Ahora el papá de Juan se da cuenta que realmente tiene un problema encima. A esto se le llama “rebelión abierta”. Juan ha rechazado la autoridad de su padre, y ha llegado a ser su propio jefe.
Malas compañías
Así que ahora Juan es su propio jefe, pero se da cuenta que esto significa estar solo y temeroso. Busca reunirse con otras personas que, al igual que él, sean “sus propios jefes”. Todos ellos tienen algo en común —soledad y rechazo de la autoridad. Muchas veces grupos de chicos como estos son llamados pandillas. Su conversación es más o menos así, “el viejo me golpeó. ¿Qué te hizo el tuyo?” “Bueno, él…” “Tú sabes, el ‘ruco’ hace lo mismo”. “¿De veras? Bueno el viejo…” Por lo que sus relaciones están basadas en rebelión y amargura mutuas. Necesitan otros rebeldes para estimularse. Una pandilla no tiene que estar cargando siempre palos de béisbol y cuchillos o armas de fuego. Puede ser el equipo de fútbol del barrio, o puede ser política y ser llamada la FDM o algo por el estilo. Pueden hacer todo tipo de cosas juntos —pero debido a su rebelión mutua, son una pandilla.
Ahora, como Juan ha llegado a ser su propio jefe sin nadie que le diga lo que debe hacer, puede hacer lo que se le antoje. Así que empieza a llevar a cabo todos los malos deseos de su corazón que ha estado guardando dentro. Comienza a mostrar abiertamente lo malo. En vez de ser algo secreto, empieza a hacer alarde de su error, y comienza a defender lo que sabe que está mal.
Romanos 2:1 dice que empezamos a señalar con el dedo a los demás. “Por lo cual eres inexcusable, oh hombre, quienquiera que seas tú que juzgas; pues en lo que juzgas a otro, te condenas a ti mismo; porque tú que juzgas haces lo mismo”. Tengo un extraño presentimiento de que muchos movimientos sociales de protesta no provienen de la compasión, sino de la amargura. Si puedes apuntar tu dedo a la demás gente, quizá no se darán cuenta que tres de tus dedos te están señalando a ti.
El fin del camino
Deuteronomio 5:16 es lo que la mayoría de la gente llama “el mandamiento con promesa”. “Honra a tu padre y a tu madre, … para que sean prolongados tus días, y para que te vaya bien sobre la tierra…” Sabemos que, si desobedecemos este mandamiento, nuestros días no serán prolongados, ¡y las cosas no nos van a salir bien! La rebelión abierta y continua defensa de actos equivocados terminan justamente donde la Biblia dice que terminan — ¡En una vida corta y miserable!
Así que Juan empieza a experimentar estados de ánimo extremosos. Un minuto está en éxtasis, y el siguiente está sumido en la más profunda depresión. Arriba y abajo —tan alto como un cometa, tan bajo como el más profundo abismo. Y no puede comprender que está sucediendo en su interior. A veces siente que se está volviendo loco. No puede manejar esto, y no le ve ninguna salida. Así que Juan comienza a pensar en el suicidio.
El suicidio es la última manifestación del egoísmo y expresa lo siguiente: “Castigaré al mundo por no considerarme. Les voy a demostrar”. Juan puede o no suicidarse, pero a menos que pueda encontrar sanidad y restauración a través de Jesucristo, su final será realmente trágico. Cada día, más de 1,000 jóvenes intentan suicidarse en los Estados Unidos, y en un año 6,500 lo logran. Entre 1955 y 1975, el índice de suicidios entre los jóvenes se había incrementado en un 300 por ciento.[1] Los suicidios se dan más en estudiantes de universidad, y le siguen los estudiantes de bachillerato. Ahora chicos de siete y ocho años se están suicidando.
El “archivero de tu mente”
La amargura hace que enfoques tu atención hacia lo que esa “horrible persona” te ha hecho. Haces un archivero con su nombre que dice, “males que esta persona me ha hecho”. Ahora este es un gran archivero, y cada vez que esa persona te hace alguna cosa que te hiere o molesta, por mínima que esta sea, la archivas con el resto de las faltas. Generalmente tenemos más de un archivero.
Una de las causas de amargura continua o persistente es que tratamos de balancear la culpabilidad con el reproche. Decimos, “Bueno, estoy mal, pero ellos están peor. Tengo una buena razón para estar amargado… no sabes lo que me hicieron”. Esa es la forma en que tratamos de tranquilizar nuestra conciencia.
Mucha gente usa la amargura para vengarse. Esa es la razón por la que nos aferramos a ella algunas veces. “Me las pagarás, y de veras que lo vas a lamentar”. ¿Pero quién lo lamenta primero? ¡Te estás matando tú mismo! No estás siendo lastimado sólo espiritual y emocionalmente, sino también físicamente. La amargura y el resentimiento a menudo traen todo tipo de problemas de salud, tales como úlceras y presión alta. La gente con profunda amargura ni siquiera puede disfrutar una buena comida. Se sientan a comer, pero todo lo que pueden pensar es sobre aquella persona que les hirió —incluso podrían estar comiendo cartón.
Cierta ocasión hablé en la calle con un hombre de mediana edad. Sus ojos estaban enrojecidos e irritados, no se había rasurado en unos tres días y estaba borracho. Su aspecto era terrible. Me dijo, “mi padre fue un tipo despreciable, estaba borracho todo el tiempo y solía andar con todo tipo de mujeres”. “¿De veras?”, le dije, y mientras lo veía, estaba viendo a su padre. Él llegó a ser su padre. Algunas veces no haces lo mismo, pero tienes las mismas actitudes y el mismo espíritu, y exactamente el mismo aspecto en tu vida que la persona a la que más odias. ¿Por qué? Porque siempre estás pensando en ello. Inevitablemente llegarás a ser más y más como aquellas cosas hacia las cuales enfocas tu atención.
Saliendo de la trampa de la amargura
¿Cuántos de ustedes han orado el “Padrenuestro”? ¿Sabes lo que dice esta oración?, “Perdónanos nuestras deudas, como también nosotros perdonamos a nuestros deudores”. Lo que hace que las heridas se tornen en amargura es fallar en responder a la ayuda que Dios puede dar en el momento de ser lastimado. Perdonar a alguien no significa pretender que no has sido herido. Eso no es cristianismo —es demencia. Necesitas ser honesto contigo y admitir que realmente has sido herido. ¿Pero cómo superamos nuestras heridas? Aquí están algunos pasos básicos:
- Haz una lista de la gente que te ha herido. Eso es muy fácil de hacer. Después, debajo de cada nombre escribe cada cosa que te han hecho que te haya herido. Puedes escribir cosas como: “Mis padres no cumplieron sus promesas”. “Les dieron más amor y afecto a otros miembros de la familia”. “Mi papá descargó su mal carácter sobre mí”. “Mi esposa me ofendió”. “Mi amigo no estuvo cuando lo necesitaba”, etc.
- Haz otra lista de lo que tú has hecho para herirlos. Esa es la difícil, porque no recordamos esas cosas tan fácilmente. No queremos hacerlo. Una de las cosas más difíciles de hacer es realmente saldar las deudas entre padres e hijos. Puedes poner cosas como: pereza, ingratitud, (¿cuándo fue la última vez que agradeciste a tus padres —simplemente llamarles por teléfono y darles las gracias?), engaño (¿qué has hecho a sus espaldas que les haría perder su confianza en ti?), etc. Ahora, el objeto de hacer esta lista es porque es tiempo de que veas tus errores. La llave del perdón es ver que tanto has hecho. Siempre tendemos a hacer más grandes las ofensas de los demás y a minimizar las nuestras. Siempre decimos lo malos que han sido con nosotros, y cuánto hemos sido afectados. Pídele a Dios que te muestre, y harás un descubrimiento interesante. Muchas de las formas en que esas personas te han herido, son las mismas que has utilizado para herir a otros
- Examina la forma en que has herido a Dios. Una vez que hayas terminado tus listas, aún estará pendiente la mayor parte del trabajo. Y es de la siguiente forma… ponte de rodillas, y pídele a Dios que te muestre la formas en que lo has ofendido. No caigas en excusas. La Sangre de Cristo limpia el pecado, no lo excusa.
Una de las más importantes claves para perdonar a otros y poder ser libre de la amargura es entender que Dios sabe lo que es ser profundamente lastimado, y aun así Él nunca respondió con amargura o resentimiento. ¿Te has puesto a pensar alguna vez lo mucho que Él fue herido? Recuerda que mientras más conozcas a una persona y mientras más cercano seas a ella, más podrás ser lastimado si traicionan tu confianza o de alguna forma te abandonan, deliberada o inconscientemente. Ahora piensa sobre esto — ¿quién está más cerca de tus más profundos pensamientos, y te conoce más profundamente que Dios? Cuando lo ofendes, tienes poder para herirlo más profundamente de lo que puedes herir a otra persona en el universo.
La Biblia dice que “se arrepintió Jehová de haber hecho hombre en la tierra, y le dolió en su corazón”. (Génesis 6:6) La frase “le dolió en su corazón” literalmente significa tener dificultad para respirar. Dios hizo esta hermosa creación y luego vio a la gente no sólo odiándose y matándose unos a otros, sino también odiándolo a Él. Y todo ese daño va directamente a lo más profundo de Su corazón. Olvidamos que Dios tiene una memoria perfecta. Nosotros sólo vemos un poco, Él lo ve todo, continuamente. Nosotros sólo vivimos un poco de tiempo —Él vive por siempre. Cuando Dios vio al mundo que había hecho, se dolió con gran horror. Esto lo hería. Dios realmente conoce lo que es ser lastimado. Él se duele cuando lo herimos, y se duele cuando somos heridos. Se da cuenta de cada herida que una persona sufre — ¡Él se da cuenta de cada una de ellas! Podrías estar diciendo, “¿Y dónde estaba Dios mientras todo esto sucedía?” Te diré dónde estaba —Él estaba siendo herido más que t
4. Ora, y pide el perdón de Dios y del hombre. Esto no es algo complicado, pero cuesta trabajo. Necesitas un poco de tiempo para ti, y necesitas hacer esto antes de que puedas ayudar a otras personas. Saca la lista de las formas en que has herido a Dios y a los demás, y deja que el Señor te quebrante. Pídele perdón a Dios por cada una de estas cosas. Y cuando hayas terminado, toma la lista y rómpela. Sentirás una gran limpieza. Quémala si quieres. Haz una llamada a las personas que has herido y pídeles perdón, o mejor aún, háblales personalmente. Incluso una carta diciendo que estás avergonzado por haberles tratado mal, empezará la obra de sanidad.
Hay muchas formas en las que puedes restituir a las personas que has agraviado. Mientras lo logras, puedes empezar a interesarte en ellos. Tomas las decisiones correctas conforme Dios te las muestre, y verás que a esto seguirán los sentimientos. Espera y verás.
5. Destruye tus archivos. ¿Recuerdas la lista de cosas que la gente te ha hecho? Abre los archiveros de tu mente, saca todos los archivos, y deshazte de ellos. Rompe tu lista y quémala. Debes echar tu carga sobre Dios. El perdón abre el archivero delante de Dios y salda todas las deudas. “No voy a retener esto contra ellos. Ni siquiera voy a guardar un registro de ello”. Ningún registro. Eso es lo que Dios hace contigo. ¿Te gustaría que Él recordara todas las deudas que te ha perdonado? Haz lo mismo. La Biblia dice, “Porque si perdonáis a los hombres sus ofensas, os perdonará también a vosotros vuestro Padre celestial. Mas si no perdonáis a los hombres sus ofensas, tampoco vuestro Padre os perdonará vuestras ofensas”. (Mat. 6:14-15) Es una decisión que tú debes tomar en respuesta a la oferta que Dios te hace de perdón. ¿Cuál será tu decisión?
Traducción: Pedro Delgado
[1] “A Cry for Help: Teen Suicide”, [Un Grito de Ayuda: Suicidio Juvenil], Family Circle, 8 de marzo, 1983, p. 28.