Mi metamorfosis – Stephanie
Mi metamorfosis – Stephanie
Nací en un hogar cristiano y siempre fuimos a la iglesia, pero con el tiempo mis padres se alejaron de Dios y mi relación con Él tampoco era muy cercana. En la etapa de pre y adolescencia mi relación con Dios era muy lejana y pasaron varias cosas que contribuyeron a que mi vida cambiara drásticamente hasta volverme lesbiana, y estas son:
De niña sufrí abusos de hombres cercanos a la casa y a pesar de que no me violaron esto marcó mi vida en muchas áreas, como por ejemplo el concepto de los hombres.
Por otro lado, al estar mi papá alejado de Dios tomaba mucho licor y cuando lo hacía maltrataba a mi mamá. Durante el matrimonio de ellos, él en varias ocasiones le fue infiel a mi mamá y ella, mi hermano y yo sufrimos mucho. Yo me alejé de él y le perdí el respeto, esto hizo que no tuviéramos una buena relación, ya que lo consideraba un mal hombre y padre.
A la edad de 13 años por experimentar que era y a escondidas de mis padres, probé mi primera cerveza y cigarro y eso fue el principio de muchas mentiras y errores en mi vida.
La familia de mi papá ha heredado una maldición muy fuerte por varias generaciones, y es la del incesto. Y yo no fui exenta de este pecado. A los 11 años me “enamoré” de uno de mis primos y esta relación me marcó por mucho tiempo, ya que duró alrededor de 8 años. Fue una relación “sana” y esto me hacía pensar que no todos los hombres “eran iguales”. Pero nunca pudimos formalizar debido a la oposición de la familia, por lo que fue frustrante para mí no estar con quien “amaba”.
Por tiempos él se alejaba de mí y yo salía con otros muchachos, hasta que él me volviera a buscar. Llegué a desvalorizarme tanto que llegué a aceptar que ya no era la única en su vida, él tenía novia formal y a mí me veía cuando podía. Mi sufrimiento era grande, pero mi amor por él más, hasta que un día decidí alejarme, intentar ser feliz.
En mi búsqueda de la felicidad solo me frustré más. Cada muchacho con quien salía lo único que quería era sexo y si no era así las cosas no funcionaban. A los 18 años conocí un muchacho y me enamoré de él. Y a pesar de mi resistencia a la intimidad (porque sabía que era pecado), con él si llegué más allá de lo que debí, él no era cristiano y el estar alejada de de Dios mantuve una relación de pecado con él.
Para ese tiempo, cuando mi mamá tenía 42 años, repentinamente enfermó y en 4 días murió. Un aneurisma la llevó a la tumba. Esto me destrozó, culpé a mi novio en ese entonces por el tiempo “perdido” a su lado y que pude aprovechar con mi madre, y lo peor, culpé a Dios por quitármela. Por ese motivo rompí con ni novio.
Empecé una vida de licor, llanto, dolor, frustración, depresión, etc. En esos días terminé el Colegio y empecé a trabajar, así que cada colón que ganaba lo desperdiciaba tomando licor. Cada fin de semana era “un desahogo” para mí, el alcohol me sumergía y hacía olvidar el dolor. En mi pesar mi primo me buscó y esto en lugar de hacerme sentir bien, me destrozó aún más porque nuevamente no funcionó. Me alejé de él y al estar casi siempre alcoholizada muchos hombres se aprovecharon de mí. Todo esto me llevó a pensar y a confesar con mi boca que “estaba cansada de los hombres y que si en algún momento conocía a una mujer que me quisiera de verdad intentaría estar con ella para poder ser feliz”. Y estas palabras me ataron.
A mis 21 años comencé a jugar fútbol en un equipo de mujeres, en el equipo una mujer empezó a hacerme dudar de lo que quería, me trataba bien, me consentía, me hacía sentir especial. Ella era una mujer que tenía 11 años más que yo y poco a poco me fui metiendo en ese mundo del lesbianismo con ella.
Cuando inicié en el ambiente, mi intención era ser feliz. Creía que si un hombre no podía hacerme feliz, una mujer si lo lograría, pero no fue así. Tuve varias relaciones a partir de ahí, pero eran exprés, como llegaban se iban, pero con cada una de ellas conocía más gente y lugares de ambiente.
Al año de “haber entrado” me fui a vivir con una pareja y esto fue muy duro para mi padre y hermano, pero sentía que era una manera de vengarme de mi papá por hacernos sufrir tanto.
Tuve otra pareja y me fui a vivir con ella, al tiempo de estar juntas me salió un hongo en el brazo, me recetaron tratamiento y a los 15 días tenía más que antes. La doctora me mandó exámenes para saber el motivo por el que no habían dado efecto. Entre los exámenes me mandó el de VIH, cuando vi esto me derrumbé por dentro, pensé que todo lo que había hecho me estaba pasando la factura. Ese mismo día me hice el examen y gracias a Dios no tenía SIDA, sin embargo, un examen salió alterado y era mi hígado, el alcohol que tomaba por lo menos 3 o 4 días a la semana lo había afectado. Eso me frenó un poco, pero no por mucho.
Tuve otra relación y la muchacha fumaba mariguana e inhalaba cocaína. Con ella empecé a consumir mariguana y la mezclaba con alcohol y cigarros cada vez que podía. Cada fin de semana era común estar en bares y esto en lugar de llenarme me hacía sentir vacía.
Tuve una última relación y con ella conviví casi 2 años. Pero cada día que pasaba sentía que algo no estaba bien y realmente sentía que esa no era yo, ya no encajaba en los bares, ni con ella, solo eran problemas que nos llevaban a los golpes y maltrato de todo tipo. Lo que al principio me llenaba de orgullo ante la gente, ahora me hacía sentir mal. Empecé a sentir que debía volver a la casa de mi padre (como la hija pródiga). De tanta “fiesta” estaba hundida en préstamos y ya no tenía plata ni para comer. Empecé a orar con mi pareja antes de dormir y ahí comencé a sentirme peor, ya que Dios estaba trabajando en mí. Después de orar con ella, le pedía a Dios en mi mente que me cambiara, que si Él no me quería así como estaba que me ayudara porque yo no iba a poder hacerlo sola. Le comenté a mi papá lo que sentía y él no había dejado de orar para que Dios me sacara de eso. Al fin de semana siguiente regresé a su casa y dejé a mi pareja.
Al domingo siguiente fui al culto y fue lo más maravilloso que me había pasado hasta el momento, Dios me habló a través de una persona y sus palabras fueron el reflejo del amor puro, cada cosa que decía tocaba mi corazón porque era lo que estaba sintiendo, sabía que me hablaba a mí.
Seguí yendo a la iglesia pero fueron casi 8 meses que me tomó cambiar del todo mi vida ya que fue cuando más tentaciones y pruebas tuve, pero Dios tuvo mucha misericordia conmigo porque fui muy débil.
Asistí a un encuentro y Jesús sanó todas mis heridas, puso en mí un nuevo sentir y nuevos anhelos. Mis pastores me apoyaron en todo cuanto necesité y cuando consideraron que estaba preparada, me llamaron a servir en el Ministerio de jóvenes. Esto me sirvió para buscar cada día más de Dios, ya que tenía una responsabilidad espiritual con los jóvenes y con Dios.
Tomé la decisión de darme tiempo para mí, porque en mi vida nunca había estado sin pareja. Así estuve 1 año y medio pero me sentía feliz. Cuando creí que no necesitaba nada más, comencé a sentirme inquieta por uno de los jóvenes de la iglesia, tenía casi 2 años de conocerlo pero hasta ahora que él se había acercado más a mí. Le decía a Dios: “si no es el indicado aléjalo de mí”, pero más me buscaba. Salimos varias veces como amigos y a los 4 meses, comenzó nuestro noviazgo. A los 6 meses él me propuso matrimonio y en ese tiempo mantuvimos una relación sana en todo sentido, otra meta alcanzada ya que nunca había podido lograrlo.
Al año del compromiso, contrajimos matrimonio y hasta la fecha todo ha sido de muchas bendiciones en nuestras vida. Al mes y medio de estar casados Dios nos bendijo con la sorpresa de estar embarazada y hoy tenemos un hijo de más de 1 año.
Lo que me resta por contar es que tantos años de búsqueda de la felicidad fueron en vano. Solo Dios pudo llenar mi vida y hacerme sentir como hoy: una mujer feliz, plena, realizada y con muchas ganas de vivir para ayudar a quienes como yo, fueron infelices buscando la felicidad.
Testimonio disponible en video o DVD, Audio CD y MP3 descargable en línea. Informes en ventas@exoduslatinoamerica.org
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