La mejor decisión de mi vida
Por Leo Chain
Muy querido amigo:
Escribo esto ahora que todavía no parto, aunque no sé si llegarás a leerlo. Los momentos que pasamos juntos fueron muy gratos, y gracias a ellos pude darme cuenta que lo que busco no es sexo, sino algo más profundo: ser comprendido, aceptado, amado y por supuesto, sentirme pleno y satisfecho conmigo mismo.
En la búsqueda de ello no quiero dañar a nadie, mucho menos a ti. Gracias por tu sinceridad, por tu confianza y por darte desinteresadamente. Por desgracia, nunca podré amarte como lo deseas; ni siquiera sé si podré quererte como tú me quieres.
Nada de esto es por ti. Eres una gran persona y mi deseo es que Dios te conceda encontrar el amor verdadero: aquel que sobrepasa todo entendimiento. Hasta ahora nunca me había planteado la posibilidad de aceptarme como homosexual; pero tampoco había considerado la posibilidad de un cambio real hacia la heterosexualidad. Ahora empiezo a hacerlo.
Mi objetivo no es ser homosexual o heterosexual porque mucha gente de ambos bandos es sumamente infeliz. Mi meta es llegar a ser la persona que Dios quería que fuera cuando me creó en el vientre, cuando fui concebido. Quiero encontrar la plenitud de vida en Cristo, la vida que Él tiene para mí descrita a través de la Biblia.
Ahora estoy tomando las riendas de mi vida; haciendo las maletas como dices. Lo siento, pero no puedo aceptar tu ofrecimiento de cargar con ellas porque es algo que tengo que hacer por mí mismo.
Aceptar tu invitación implica ir en contra de muchas cosas; rechazarla también. En ambos casos es doloroso, pero en un caso implica ganarlo todo: acercarme más a Dios, mi gran amor. Porque, aunque no lo creas mi amor por ese Dios de la Biblia es más grande de lo que pueda sentir por ti.
Luchar en contra de la homosexualidad tal vez me lleve la vida entera, y sólo hay una cosa capaz de infundirme el valor para ir en contra aun de la lógica humana: Él estará a mi lado en todo el proceso; y aun si éste no se completa, la recompensa es grande: algún día lo veré cara a cara y estaré a su lado.
Llámame loco, cobarde o tonto, pero nunca voy a dejar a mi Dios. Perdóname si te he hecho daño. Sabes que no ha sido esa mi intención. Por favor cuídate porque a pesar de todo sigues siendo especial para mí.
No pretendo olvidar lo que pasó entre nosotros. Lo que sí quiero es que podamos ser amigos. Al embarcarme en este viaje no es para buscar respuestas, pues algunas de esas ya las tengo. Voy en busca de apoyo porque sé que no estoy solo en la decisión que he tomado.
No encuentro las palabras adecuadas para terminar esta carta. Tal vez Gracias, tal vez Te estimo, tal vez el tiempo lo dirá…
Con esta carta me despedí de un mundo que hasta ahora había sido una opción. Ahora no lo era más, pero de aquí en adelante tuve que tomar decisiones radicales, como desechar mi agenda y eliminar muchos de los contactos que podrían significar un tropiezo en mi nuevo caminar. Tuve que dejar de acudir a algunos lugares que frecuentaba, así como dejar de caminar por algunas zonas de la ciudad en donde sabía que seguro podría encontrar a alguien con quien pasar un buen rato.
Aparte de confesarlo a mi pastor, tuve que considerar la posibilidad de que mis padres y amigos más cercanos supieran las cosas con las que ahora estaba luchando, sabía que no podría lograr salir adelante si permanecería solo en esta jornada, así que tuve que ser valiente.
Con el paso de los días, las semanas y los meses, me di cuenta que estaba completamente solo y empecé a cuestionarme si realmente estaba cuerdo cuando tomé la decisión de dejar todo atrás, si en realidad valdría la pena, si había respuestas más adelante, si algún día todo este torbellino de acontecimientos, emociones y cambios pararía y habría algo de calma.
No podría saber cuántas lágrimas había derramado en ese tiempo, cuántas oraciones elevé y cuánto dolor había soportado. Cuando papá se enteró, fue a parar al hospital por un preinfarto al corazón, y mamá no salió de su habitación por un mes completo.
Después de un año me di cuenta de que en realidad nada había cambiado y tenía más preguntas que respuestas, había días en que la ansiedad y la melancolía me invadían y las emociones me jugaban una mala pasada; me sentía distante de otros, rechazado, ni siquiera me reconocía; ¿En quién me había convertido? Ante otros tenía que fingir que todo iba bien, pero en la soledad de mi habitación sabía que no era así, que todo parecía gris y nublado.
Uno de esos días estuve hojeando mi diario, sobre todas las cosas que había escrito muchos meses atrás:
“Mi vida es un desastre, pero nadie lo sabe…
Siento que estoy alejado de mi Señor…
Tengo un gran vacío interior…
Estuve bebiendo…
No quiero sexo, lo que quiero es sentirme amado, importante…
Nada está bien conmigo…
Empecé a dañar mi cuerpo, me hice algunas heridas…
Es una prisión que se va haciendo cada vez más poderosa, y de la que es más difícil escapar…
No quiero seguir así, por ahora me resisto, pero no sé si podré aguantar más…
Por favor, ¡Que alguien me ayude!”
¡Vaya! Jamás pensé que, aun sin darme cuenta pequeños cambios se habían estado operando en mi vida, en el pensamiento y corazón. Por lo menos ya no estaba en total oscuridad como cuando escribí eso; ahora había una luz al final del túnel, sobre todo, ¡Tenía esperanza! Y eso es algo que nadie podría quitarme.
En su misericordia, Dios permitió que, al pasar el tiempo, personas alrededor me alentaran para no volver atrás. Sobre todo, algo que me ayudó para no desfallecer es buscar a Dios en oración; cultivar esa relación con mi Padre celestial. Tenía varios versículos bíblicos escritos en tarjetas pequeñas que cargaba y eran alimento fresco para mi alma. Una buena amiga me había dicho que nuestra sanidad depende de nuestra intimidad con Dios, viene como consecuencia de la afirmación de parte del Padre.
Había leído en algún libro que en esta jornada necesitaba aferrarme con todas mis fuerzas a un versículo bíblico, porque cuando las cosas se pusieran difíciles, eso sería mi ancla, así que estuve orando un tiempo a Dios y un día desperté con una promesa de Dios en mi mente. Nunca había leído la Biblia completa, así que ignoraba si eso que estaba en mi mente, si estaba siquiera escrito; empecé a buscar y finalmente encontré que la promesa que Dios me estaba dando, estaba en Isaías 41:10.
“No temas, porque yo estoy contigo; no desmayes porque yo soy tu Dios que te esfuerzo; siempre te ayudaré, siempre te sustentaré con la diestra de mi justicia”.
Ese versículo bíblico me ha acompañado desde entonces; cuando he sentido temor, cuando he querido desmayar, siempre recuerdo la fidelidad de Dios. Él siempre ha estado ahí para ayudarme; no me ha dado todo lo que le he pedido, pero sí me ha dado lo que he necesitado.
Así que, después de todos los altibajos y sinsabores; tuve que preguntarme una y otra vez si la decisión que había tomado en realidad valía la pena, y la respuesta era: Sí. Tomé la decisión no por la presión de otros sino por iniciativa propia, porque mis valores no estaban en concordancia con lo que estaba viviendo, porque Su amor estaba transformando mi vida, llenando los vacíos, cambiándome de adentro hacia afuera; Sí, valía la pena pagar el precio.
TIPS DE SOBREVIVENCIA:
- Antes de tomar una decisión, asegúrate que lo estás haciendo por los motivos correctos, porque realmente eres tú quien desea cambiar, no porque quieres agradar a tu pastor, a tus padres, a tus amigos o a alguien más.
- Mira tú decisión con perspectiva: cuando pasen los años y tus padres, pastor o amigos hayan muerto, estarán solos tú y tu decisión.
- Toma decisiones radicales si quieres un proceso de restauración radical. Como dicen por ahí, si quieres que todo siga como hasta ahora, haz las cosas como hasta ahora las has hecho, pero si quieres que algo sea diferente, cambia tú y haz algo diferente.
- Recuerda que la jornada será larga, difícil y dolorosa, pero has tomado la mejor decisión y eres valiente por haberlo hecho.
- Busca un versículo ancla, una porción de la Biblia que te ayude a seguir adelante a pesar de las dificultades, aún en medio de los tiempos difíciles.
PARA EL CONSEJERO:
Es difícil soltar a la persona a quien estás aconsejando, pero debes asegurarte de que está tomando la decisión de dejar atrás su vida de quebranto sexual por sí mismo(a), sin presiones de otras personas, ya que, si lo hace por esta razón, no tendrá la determinación necesaria para sortear todos los obstáculos que se presenten. Si tu aconsejado(a) después de un tiempo de introspección y meditación, decide que no es la decisión que quiere, es mejor dejarle ir, expresarle amor incondicional y dejar la puerta abierta. Ora para que Dios sea quien trate con él; después de todo, Él quiere su bienestar, tanto o más que tú.
Tomado del libro “Soy Ex gay, y ahora ¿qué hago?
Autor: Eduardo Cadena
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