La iglesia como modelo de relaciones sanas

Por Charlie Hernández

“La multitud de los que habían creído era de un corazón y un alma. Ninguno decía ser suyo propio nada de lo que poseía, sino que tenían todas las cosas en común. Y con gran poder los apóstoles daban testimonio de la resurrección del Señor Jesús, y abundante gracia era sobre todos ellos. Así que no había entre ellos ningún necesitado, porque todos los que poseían heredades o casas, las vendían, y traían el producto de lo vendido y lo ponían a los pies de los apóstoles; y se repartía a cada uno según su necesidad”

Hechos 4:32-35

La iglesia del primer siglo fue una iglesia impactante para la época que surgió. En aquel tiempo el gobierno romano dictaba el estilo de vida de sus ciudadanos y la razón primordial por la cual perseguía a la iglesia era porque ella desafiaba los valores de un gobierno que consideraba los seres humanos en diferentes cualidades y jerarquías. 

Por ejemplo, una de las normas por las cuales los ciudadanos romanos se distinguían era por el trato que daban a las viudas. Para los romanos era común y hasta legal el abandonar a las viudas especialmente si no se volvían a casar, lo cual fue un evento que la iglesia en sus comienzos cambió radicalmente por la manera en que servían a los más necesitados.

En el pasaje arriba mencionado, vemos a la iglesia como comunidad proveyendo para las necesidades de todos aquellos que formaban parte de la familia en Cristo. Dios no ha cambiado su intención al darle a la iglesia una gracia abundante y un corazón compasivo para alcanzar los más necesitados. En el siglo XXI hacemos las cosas diferentes al primer siglo pues la tecnología y los avances a niveles socioeconómicos alrededor del mundo nos han permitido desarrollar otras maneras de ministrar y servir a las necesidades de nuestras comunidades.

La marca distintiva de una iglesia capaz de impactar el mundo es el poder proveer efectivamente para las necesidades que prevalecen en el contexto y el lugar donde Dios la ha puesto para servir. Esta aseveración es especialmente cierta para aquellos que luchan con atracción al mismo sexo y están buscando desesperadamente un lugar al cual pertenecer.

Por muchos años la iglesia dentro de su desarrollo ha sido negligente con aquellos que han sufrido quebrantamiento sexual. En el proceso de crecimiento y de madurez de la iglesia, desafortunadamente, hemos herido a muchos que han batallado por muchos años en contra de estos deseos. No es el propósito de este escrito el tratar de dilucidar cuáles son las causas de la homosexualidad. Para eso hay muy competentes y eruditos maestros en el campo de la teología, la sociología y la psicología. Pero sí cabe señalar que hay unas necesidades contundentes, urgentes y muy delicadas en todos aquellos que están afligidos por el quebrantamiento sexual.

De la misma manera que hay diversidad de personalidades e historias en cada ser humano; también hay diversidad de aflicciones sexuales. Tenemos personas que nunca han escuchado de Jesucristo y que han vivido sus vidas completamente de espaldas a los principios bíblicos y se han entregado a un estilo de vida que es lo único que han conocido desde su niñez. Hay otros que han conocido dentro de su cultura religiosa a un dios lejano que requiere ser aplacado con estricta disciplina y conducta piadosa para poder sentirse aceptados por él.

También podemos encontrar otros que han tenido la dicha de conocer el Evangelio, y de experimentar la presencia y el amor de Dios, y sin embargo están atormentados por la manera en que la iglesia como institución ha expresado su pensamiento y su juicio en contra de la atracción y conducta homosexual experimentando ellos mismos en sus propios cuerpos el azote de estas inclinaciones no deseadas.

Es muy común encontrar el caso de hombres y mujeres que buscan desesperadamente de Dios y sin embargo se encuentran en la encrucijada de sentirse tentados por la atracción al mismo sexo. En muchas ocasiones, tristemente algunos de ellos han confesado su lucha a líderes e inclusive algunos pastores que por no estar preparados para ayudarlos los aíslan, los castigan o sencillamente ignoran sus necesidades despachándolos con frases religiosas como “tienes que orar y ayunar más”, “tienes que buscar más de Dios” u otras por el estilo.

En muchas ocasiones nuestras iglesias se sienten tan cómodas con la uniformidad, en otras palabras; cuando todos sentimos lo mismo, pensamos lo mismo, nos comportamos de la misma manera o posiblemente compartamos el mismo tipo de debilidad, que no nos extendemos con misericordia a aquellos que están buscando conectarse a la familia de Dios. Me llama la atención cómo este pasaje bíblico comienza diciendo que “los que habían creído eran de un corazón y un alma”. ¡Qué manera tan gloriosa de describir la capacidad que tenía la Iglesia de compadecerse de otros, de amarlos y tratarlos con misericordia!

La inmensa mayoría de hombres y mujeres que luchan con la homosexualidad al ver que no son aceptados en nuestras congregaciones cristianas corren a refugiarse en la cultura gay. En ese contexto ellos son aceptados, recibidos y celebrados. Precisamente esas son las necesidades que tiene todo ser humano no importando el tipo de pecado con el cual esa persona esté marcada. 

Algunos de nosotros confundimos el amar a la gente incondicionalmente con el condonar o aplaudir su pecado. Podemos hacer ambas cosas sin tener que llegar a herir, humillar, perseguir o intimidar. Para una gran mayoría de individuos que han experimentado por toda su vida rechazo, burlas y humillaciones cuando estaban desarrollándose, no hay nada que sea más refrescante que encontrar un lugar donde son amados tal como están. 

Muchos de estos individuos también, han sido rechazados por sus propias familias y han experimentado persecución y han sido lastimados por aquellos que ellos amaban. No puedo dejar de pensar en el Cristo que comía con las prostitutas, tocaba a los leprosos o simplemente compartía la comida con los marginados de la época. Es completamente lógico entonces que tal como nuestro Señor Jesucristo, podamos nosotros también tocar aquellos que la sociedad ha rechazado. Ahora bien; hoy día con la proliferación de políticas en favor de la ideología de género y la legislación a favor del matrimonio homosexual, hoy menos que nunca podemos darnos el lujo de convertirnos en una iglesia hostil y cerrada a la gracia y la misericordia de Dios para con aquellos que aún se identifican con esa manera de pensar.

Nuestro discurso tiene que ser uno lleno de verdad y a la vez en un amor divino capaz de derretir el corazón más amargado. El mundo necesita ver una iglesia con sus puertas abiertas para todo aquel que no se parezca físicamente, emocionalmente, psicológicamente e inclusive teológicamente a ella. Cuando estamos arraigados en la identidad que Cristo nos dio cuando entregó su vida en la cruz, no necesitamos ni manipular, ni controlar, ni intimidar… Sencillamente amamos y suplimos las necesidades de los que se allegan a nosotros.

La verdad es que cada ser humano en este planeta tiene una marca de pecado que requiere solamente de la gracia divina para poder ser sanado y restaurado. 

Uno de los graves errores que la Iglesia ha cometido al tratar con pecados de índole sexual es pretender que haya un molde rígido o un sistema establecido, o unas expectativas específicas para aquellos que requieren sanidad. Como individuos que somos cada uno de nosotros aprendemos de maneras diferentes, entendemos las cosas de maneras diferentes y manejamos nuestro pecado de manera diferente. La misma verdad que me sana a mí de una manera en particular es la misma verdad que sana a otro, pero quizás en un tiempo más prolongado, en unas áreas menos o más profundas que las mías…Pero sigue siendo sanidad. No podemos ponerle una camisa de fuerza a todo el mundo pensando que todos debemos reaccionar de la misma manera o aprender a la misma velocidad. Yo tengo cuatro hijos y cada uno de ellos aprenden de manera diferente y tengo que hablarles de manera diferente también conforme a su capacidad.

Finalmente, mi exhortación y mi oración es que los líderes y los pastores de nuestras congregaciones aprendan a abrir sus corazones a la revelación del corazón de Cristo. Ese corazón que fue impartido a la iglesia del primer siglo, esa alma que todos compartían como una identidad en común. Dios ha capacitado dentro de su cuerpo hombres y mujeres que han superado su batalla contra la conducta homosexual no deseada en sus vidas. También les ha dado una palabra de sabiduría, sanidad y discernimiento para ayudar a las congregaciones a convertirse en ese cuerpo de Cristo capaz de sanar. 

Permita Dios en el poder de su Espíritu Santo, que podamos convertirnos en esa familia que muchos de estos hombres y mujeres nunca pudieron tener y que han deseado durante toda su vida.

Etiquetas: Homosexualidad, comunidad, relaciones, modelos, sanidad, iglesia, atracción, orientación sexual, identidad, esperanza

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