Grande es el arrepentimiento
Mario Bergner
Muchos años atrás, trabajé como asistente docente en drama en la Universidad de Boston. En las noches me desempeñaba como mesonero y después de mis turnos salía a visitar los bares gay. Una noche tomé el metro hacia Copley Square, y me detuve en el medio de la plaza en todo el frente del glorioso edificio de la Iglesia de la Trinidad. Observé el cielo alumbrado por las estrellas y me pregunté a mí mismo: ¿Dónde está Dios? Había conocido a Cristo de adolescente, pero ahora parecía tan lejano e irrelevante. Parado allí en la oscuridad, parecía que la iglesia estuviese vacía. Y ciertamente lo estaba. Continué caminando a través de la plaza Copley y me metí por una callecita estrecha y pobremente iluminada que se encontraba detrás de la torre de John Hancock, para así llegar a un bar gay que a menudo frecuentaba.
Los hombres en el bar
Mientras absorbía mi bebida, le di una larga mirada de reconocimiento a los hombres en el bar. Más o menos como cien individuos pulsaban en la pista de baile al compás de una canción de Michael Jackson. El olor ácido de su transpiración invadía los aires. La pista de baile estaba rodeada por todos los lados por unos bancos forrados con alfombra. Al final de dichos bancos había unas cornetas del tamaño de una nevera de donde prorrumpía la música. Hacia un lado estaba un barcito donde aquellos hombres que no danzaban conversaban con la música estruendosa de fondo, prácticamente gritándose el uno al otro.
Entre las muchas sombras del bar se encontraban parados homosexuales entrados en años. Sus ojos se veían vidriosos y vacíos. Desesperanzados observaban a los jovencitos en el bar. Los gays más jóvenes, incluyéndome a mí, nos referíamos a ellos con el sobrenombre de “trolls”. Había incluso bares especiales para esta clase de hombres que denominábamos “salones de arrugas”. En algunas pocas ocasiones, mi amigo Bob y yo fuimos a estos sitios para entretener a los trolls, cantando canciones de Broadway con el piano. Pero aquella noche, la desesperanza vidriosa en los ojos de estos hombres viejos me afligió profundamente.
¿Llegaré a ser un troll? Todavía estaba bebiendo mi Martini, cuando pensé, seguramente que Dios ama a estos hombres, seguro que Dios quiere más para sus vidas que simplemente esto. Mirando mi reflejo en un espejo cercano, me preguntaba a mí mismo: ¿Se pondrán mis ojos algún día tan oscuros y vacíos como los de ellos? La respuesta fue SI, si continuas en la vida homosexual. Si el Señor no me sana. Si el Señor no me redime.
Las palabras de la escritura fluyeron a través de mi cabeza: los ojos son como una lámpara para el cuerpo; así que, si tus ojos son buenos, todo tu cuerpo tendrá luz; pero si tus ojos son malos, todo tu cuerpo estará en oscuridad. Y si la luz que hay en ti resulta ser oscuridad, ¡Qué negra será la oscuridad misma! (Mateo 6:22). Comencé a descender en la desesperanza. Clamé al Nombre de Cristo. Entonces, desde arriba oí una voz que me decía: “me ayudarás a liberar a esta gente”. Pensando que estas palabras venían de mi amigo Bob, me volteé esperando verlo detrás de mí. Pero no estaba. Pensé, ¡Oh no, estoy oyendo cosas! Así que ordené otro Martini, esta vez en una taza.
Al tomar mi segundo trago, salí del bar principal, caminé a través de la pista de baile repleta de gente, y me senté en uno de esos bancos alfombrados cerca de una de las gigantescas cornetas. Con la música casi reventándome en mis ojos, escuché la voz de nuevo. Era muy clara: más clara que la primera vez. El Señor dijo: “me ayudarás a liberar a esta gente”. Sabía que era Dios. Lleno de temor, salí del bar.
La voz de Dios Cuando me desperté a la mañana siguiente, pensé para mí mismo: “tú estabas cansado y borracho, Mario. Olvídate de lo que oísteis. No puede haber sido el Señor”. Pero en lo profundo de mi interior, sabía que si era Dios. Años antes había escuchado los confusos mensajes de iglesias cristianas, iglesias que podían enseñar acerca del bien y del mal pero que en manera alguna ofrecían nada acerca de la sanidad divina. No había esperanza para mí en el cristianismo.
Pero Jesús tuvo compasión de mi estado de incapacidad, alejado de Dios. Como dice Romanos 5:6,8: Pues cuando nosotros éramos incapaces de salvarnos, Cristo, a su debido tiempo murió por los malos… Pero Dios prueba que nos ama, en que, cuando todavía éramos pecadores, Cristo murió por nosotros. Los hombres con los ojos vidriosos, viviendo entre las sombras de los bares gays, esos son por los que Cristo tenía compasión, por los que Él llegó a la muerte. Son gente incapaz, pecadores, sin embargo, ya Cristo murió por ellos.
Aquellos que están perdidos, dice la Escritura, se encuentran acosados y desesperanzados. Dios me acosó mientras viví una vida de homosexual. Me acosaba a mí mismo, sabiendo intuitivamente que lo que estaba ocurriendo en mi alma, la tracción sexual que sentía por otros hombres no era realmente correcta. Esa sensación de sentirse incorrectos está presente en cada persona. Romanos 1 describe esta clase de revelación general de Dios, la ley natural que nos permite intuir lo correcto y lo incorrecto, lo bueno y lo malo. Si escucháramos la parte de nosotros que intuye, escucharíamos a nuestras propias almas advertirnos acerca de la diferencia entre lo correcto y lo incorrecto.
En cada cristiano hay un lugar saludable en el interior, ese lugar donde se encuentra en perfecta unión con Cristo. Acerca de aquellos que le aman, Jesús dijo: El que me ama, hace caso de mi palabra; y mi Padre lo amará, y mi Padre y yo vendremos a vivir con él (Juan 14:23). De las 80 veces que aparece la palabra unión en la versión inglesa del Nuevo Testamento, 79 veces se refiere a la unión de los creyentes con Cristo.
Esta unión mística, esta realidad de que “otro vive en mi”, es una verdad central para la sanidad de las personas. Es la realidad que nos da poder para ser transformados de adentro hacia afuera. Al estar seguros de que Dios mora en nuestro interior, podemos superar toda la basura interior y nuestra confusión.
Acosado por Satanás
Sin embargo, todo lo anterior tendría que descubrirlo más adelante. Pero todas las cosas estaban obrando de forma tal que pudiese aceptar la sanidad de Dios. Estaba acosado por Dios, por mí mismo y aún estaba siendo acosado por Satanás. Vivía en una antigua fábrica de pianos en la zona sur de la ciudad, que había sido convertida en un inmenso refugio para artistas. Tenía un estudio propio allí. Una noche cuando regresaba de un bar gay, caminando por las escaleras que conducen al tercer piso, conversaba con el Señor. A menudo lo hacía. Todo el tiempo que viví en el mundo gay sabía quién era Jesús. Conocía el mensaje del Evangelio. Lo había oído en la Iglesia Católica, en una iglesia evangélica no-denominacional, y también en la televisión. Sabía quién era Jesús, pero la iglesia había fracasado en minístrame sanidad. Así que aun cuando salí de la iglesia, nunca me aparté de Jesús. Pero esa noche en las escaleras, traté de apartarme del Señor. Cansado y borracho, le dije: “¿Por qué me molestas tanto? No hay nada para mí en la iglesia. ¿Por qué tengo esta culpa cristiana que me molesta desde la adolescencia? Por favor déjame solo”.
Mientras trataba de alcanzar y abrir la puerta que conducía al pasillo del tercer piso, le dije al Señor de nuevo: “Por favor déjame solo”. Una escritura saltó a mi mente: Nunca te dejaré, ni te abandonaré. Desafiantemente le dije al Señor, “si nunca me dejarás ni me abandonarás, yo si te voy a dejar, yo te abandonaré. Cuando pase por esta puerta, tú te quedas en las escaleras y yo seguiré solo por el pasillo”. Y el Señor se quedó en la escalera mientras abría la puerta para entrar en el pasillo. Repentinamente, en el Espíritu, mis ojos fueron abiertos. Vi cientos de demonios que se abalanzaban contra mí. Corrí hacia atrás, de vuelta a la escalera, y dije: “Señor, no estoy listo para dejarte todavía”. Sabiendo que el Señor estaba de nuevo conmigo, reentré en el pasillo. Una vez que estaba seguro en mi apartamento, traté de bloquear la horrible imagen que había visto. Pero después de aquella noche, el acoso demoníaco empeoró. Algunas veces me despertaría violentamente en el medio de la noche a causa de los demonios presentes en mi cuarto.
Oveja perdida
Viví como gay por un período de cinco años. Al cabo de tres años, tenía doce síntomas de SIDA. Mi sistema inmunológico no estaba funcionando correctamente, presentaba constantemente numerosas infecciones, me hospitalizaron con herpes; tenía erupciones; y toda clase de enfermedades. Eso ocurrió hace ya más de diez años, antes de que la prueba diagnóstica para el SIDA hubiese sido desarrollada. La única prueba que en ese momento me podían hacer para saber si tenía SIDA o no era una biopsia de la médula ósea, dónde a partir de una muestra observaban los glóbulos blancos para determinar si las células T estaban afectadas.
La noche antes de la biopsia, oré: “Señor, te he estado buscando, y he venido a ti varias veces. ¿Por qué no recibí ninguna ayuda de parte de la iglesia?”. El Señor no me respondió, sino que se me apareció. Cuando apareció, fue como si la cama del hospital hubiese subido a su mismísima presencia. Allí me dijo, “Quiero sanarte íntegramente, escoge”. Tenía que decidirme por Cristo una vez más. Así que dije: “muy bien”. En ese tiempo solo me interesaba mi sanidad física. Pensaba que moriría. Una vez que acepté al Señor, fui traído de vuelta al cuarto del hospital. Entonces el Espíritu Santo me dirigió a que orara por mí mismo. Así que impuse manos sobre mi propio cuerpo y pedí por mi salud.
A la mañana siguiente una enfermera vino y tomó más muestras de sangre en preparación por la biopsia de médula ósea. De ese examen de sangre los doctores podían determinar si el conteo de glóbulos blancos había aumentado o no. Decidieron esperar para ver si la cuenta de células T se elevaba, y para ello ordenaron un nuevo examen. Y ciertamente, la cuenta de células T había aumentado. Durante un período muy corto de tiempo todos los demás síntomas comenzaron a desaparecer: las infecciones oportunistas, las erupciones, herpes y contusiones.
El Señor apareció realmente no sé si llegue a tener SIDA o no, pero ese no es el centro de la historia. Lo importante es que Jesús se me apareció. Creo que la razón por la cual él lo hizo es debido a que los pastores habían fracasado; la Iglesia había fallado conmigo. Unos pocos meses después, el Señor me condujo a una pastora, Leanne Payne y a su libro La imagen quebrantada. A medida que lo leía comencé a creer posible que Jesús podía tener algún interés en mí, en mi sexualidad. A través del amor de mi hermana, el ministerio de Leanne y la predicación del evangelio en una iglesita rural, dejé el mundo gay hace ya casi diez años.
El Señor sanó mi sexualidad. Fue una larga batalla, pero era eso o morir, físicamente y espiritualmente: Jesús me ha llevado a ser una de esas ovejas que pastorea a otras, y esas palabras que me dio en aquel bar gay, de que le ayudaría en la liberación de personas homosexuales, ha resultado ser cierta. En los últimos años he ayudado a miles de individuos a salir de la homosexualidad.
Pero, primero tuve que arrepentirme y aceptar la sanidad que Dios me había dado. Aquello era algo que no estaba muy dispuesto a hacer.
Una imagen quebrantada
Después que me dieron de alta en el hospital, llamé a mi hermana Annelyse en Milwaukee y le conté acerca de la sanidad milagrosa que había recibido. Ella había jugado un papel muy importante para que aceptara a Cristo durante mis años adolescentes. Unas semanas después, me escribió una larga carta que colocó dentro de las páginas del libro de Leanne Payne, La imagen quebrantada. Ofendido por su declaración de que la homosexualidad era una forma de neurosis y un problema, metí el libro en el estante sin encontrar la carta que estaba contenida en sus páginas.
Pasaron varios meses. Un fin de semana me encontré solo en mi casa con un resfriado severo. Habiendo estado cerca de haber sido diagnosticado con SIDA, ese resfriado me llevó a un temor frenético. Recordé que tenía el libro, y me di cuenta de que estaba en el borde del escaparate de mi ropa y me estiré para tomarlo, al hacerlo el libro cayó al suelo y la carta de mi hermana se deslizó hacia el piso.
Su carta, tan llena de amor para mí, preparó mi corazón para leer el libro de Leanne. Me explicaba que Dios estaba presente en todos mis momentos, aun mi pasado, porque él no depende del tiempo. Por lo que él es capaz de sanar todas las heridas y perdonar todos los pecados, no importa cuando hayan ocurrido. Entonces me pidió perdón por cualquier cosa en la que ella me hubiese fallado y por haberme juzgado por mi homosexualidad. Eso quizás fue el factor clave que me llevó a la lectura de La Imagen quebrantada. Tuve graves problemas para leer el libro, porque simplemente no quería dejar el estilo de vida homosexual, y yo no quería creer ninguna de las sanidades allí documentadas. Sin embargo, una verdad poderosa me atravesó: que toda persona lleva en si heridas de relaciones maltrechas, pero que ellas pueden ser sanada en base a la obra de Cristo en la cruz.
Orando por la sanidad de las memorias Decidí comenzar a orar diariamente por la “sanidad de mis recuerdos” tal como estaba indicado en el libro. Pero al hacerlo nunca me imaginé que el orar me llevaría eventualmente a arrepentirme de mi homosexualidad como pecado y de comenzar a buscar la sanidad de esa neurosis. Simplemente pensaba que oraba para ser libre de influencias negativas que provenían del pasado que todavía me afectaban.
Al comenzar a orar regularmente, comencé a deprimirme. Me di cuenta de que Dios me estaba pidiendo que escogiera entre El o la homosexualidad. Por primera vez comencé a considerar seriamente la posibilidad de que la condición de homosexual podía ser revertida a través de la fe en Jesús. Ahora no pasaba un día sin que pensara en la sanidad milagrosa que Jesús había hecho muchos meses antes.
Unos meses después fui invitado a una clase que Leanne Payne estaba enseñando en su iglesia de Milwaukee. Mientras me acercaba a la puerta del salón, el temor y la ansiedad me produjeron nauseas. “Jesús ayúdame” oré. Para mi sorpresa, vi una imagen mental de un canasto lleno de basura putrefacta. Mientras continuaba orando, vi que la tapa del canasto comenzaba a moverse para tapar aquel desorden maloliente. Sentí que Dios me reafirmaba que él sólo sacaría a la luz aquellas cosas que pudiera soportar. Mientras caminaba, Leanne leía del Salmo 139. La escuchaba decir con gran gozo “Porque tú formaste mis entrañas; tú me hiciste en el vientre de mi madre…bien que en oculto fui formado, y entretejido en lo más profundo de la tierra. Mi embrión vio tus ojos” (Salmo 139:13,15b, 16a). Entonces Leanne dijo algo como: “queridos, Dios el Padre los conoce desde antes de que nacieran. Él se deleita en estar con su gente. Él se deleita en hacerse presente, como el Dios encarnado a través de su hijo Jesucristo. Dios está presente en cada recuerdo que forma parte de ti. Él está presente en cada herida de tu vida”.
Sabía que estaba oyendo la verdad, y de allí en adelante, el dolor fue tan grande que seguí oyendo muy poco. Ocasionalmente captaba una palabra, y me hundía profundamente, pero lo más que oí fue “bla, bla, bla, bla, PADRE, bla, bla, bla, bla, PERDÓN, bla, bla, bla, LA CRUZ DE CRISTO”. Mi mecanismo de supervivencia basado en la negación me permitía oír solo aquellas cosas que mi alma podía comprender.
Luego, de regreso en mi casa en Ohio, comencé un diario de oración tal como Leanne se lo había pedido a la clase. Todavía no estaba convencido de que la sanidad del homosexualismo era posible, pero había llegado al punto en mi relación con Dios en el cual ya no podía negarlo más. Ya no podía dejar de vivir sin él. Si él quería cambiar mi homosexualismo, yo estaba dispuesto a dejarle que lo hiciera. Y fui honesto con Dios. A una gran parte de mi le gustaba ser gay. Disfrutaba la amistad que se encuentra en el estilo de vida gay y la gratificación que se obtiene en los encuentros homosexuales.
Memorias sanadas
El tiempo en Milwaukee trajo luz sobre oscuros recodos de mi pasado, sitios donde memorias dolorosas de mi infancia se escondían, recuerdos con los que había trabajado fuertemente para dejarlos. Comencé a preguntarme a mí mismo: si estos recuerdos tan dolorosos han jugado un papel importante en darle forma a mi sexualidad, ¿qué tan natural es la homosexualidad?
Me tomaron algunos pasos para presenciar la clase de sanidad que dios estaba tratando de derramar en mí. Incluso mis fantasías sexuales se detuvieron y reduje la masturbación que las acompañaba, aunque esto tomó gran esfuerzo y oración. Me deprimí más, me enfrentaba ahora además a una terrible soledad, con el dolor que surgía de los recuerdos de la infancia que salían a flote.
Un domingo, recordando vagamente el nombre de una pequeña iglesia rural a donde asistía uno de mis alumnos, el único cristiano en la clase, decidí asistir al servicio de la noche. Aquel mensaje sencillo, el libro que estaba leyendo, la ayuda del pastor de Annelyse, las llamadas de Leanne, todo me apuntaba a Jesucristo. Yo sabía ahora que mi homosexualidad no era sino una reacción pecaminosa a pecados cometidos contra mí, y una defensa que mi alma había erigido para tratar con las heridas que esos pecados habían causado a mi alma.
El llamado al altar y el Libro de la Vida Cuando el predicador hizo el llamado, pasé adelante, conteniendo mi llanto. Un pastor vino a mi lado y susurró: “¿sabes que tu nombre está inscrito en el libro de la vida?” Mi garganta estaba atorada con la lamentación por mi pecado. Mi cuerpo temblaba por la presencia de Dios en aquel lugar. Y grité: “No, he cometido demasiados pecados”. “Eso no importa, simplemente arrepiéntete” dijo el pastor. Con lágrimas me arrepentí de todos mis pecados, incluyendo la homosexualidad. Entonces el pastor preguntó: “¿Quieres ser lleno con el espíritu Santo?” “Claro,” dije, aunque ni siquiera me imaginaba que eso se podía pedir. Mientras el pastor oraba por mí, como un soplo del cielo, el Espíritu Santo descendió en la profundidad de mi ser. Todo el temor y miedo alojados en mi ser salieron, y más lágrimas de gozo fluyeron de mis ojos. Momentos después, un lenguaje celestial de lenguas manó de dentro de mi ser. Hablé palabras de adoración y alabanza a Dios, y aquella noche, por primera vez en años, dormí seguido hasta la mañana siguiente.
Grande es el arrepentimiento
Todo esto ocurrió por mi arrepentimiento. Durante aquellos once meses, entre la hospitalización en Boston y el arrepentimiento en aquella iglesita en Ohio, las circunstancias pecaminosas de mi vida casi me llevaron al final de ser. Sin embargo, estaba siendo atraído por Jesús hacia el reino de Dios. Estos fueron los meses más dolorosos de mi vida, como si Dios estuviera trabajando para lograr en mi “un corazón contrito y quebrantado” (Salmo 51:17), para finalmente producir mi arrepentimiento definitivo.
Ahora Jesús moraba en mí, en el lugar de sanidad. Ahora, no importa que memoria surgiera, que vil pecado se revelase a mi corazón, que pensamiento mezquino, lujurioso o ridículo viniera a mi mente, no importa que dolor me dominase, sabía que Jesús moraba en mí. Dado que “otro moraba en mi”, estaba en capacidad de enfrentar a las bestias en mi interior.
En la época de Jesús una enseñanza rabínica popular decía: “grande es el arrepentimiento porque trae sanidad al mundo”. Estoy agradecido a Dios de que durante esos once meses El me protegió de la tonta enseñanza que estudia psicológicamente todo dolor interior y por lo tanto y disuelve cualquier pensamiento de pecado, en lugar de aceptar y declarar que en gran medida se debe a los pecados que hemos decidido cometer. Algo del dolor interior es la búsqueda del alma para ser libre del pecado. Reprimir el dolor a través de las enseñanzas falsas es contener la única cosa que podría empujar al alma al arrepentimiento y la sanidad. El arrepentimiento en la Cruz de Cristo es el fundamento de la sanidad para todos aquellos que buscan ser libres de cualquier aflicción controladora del individuo. La Cruz y el arrepentimiento que exige me ayudan a cortar con mi pasado pecaminoso. Ya no era más homosexual. Ahora estoy en libertad para identificarme con Cristo.
Mario Bergner, se graduó en Trinity con un Master of Divinity en 1994, es director de Redeemed Life Ministries en Wheaton, Illinois, y ha estado asociado a Leanne Payne por varios años. Es el autor de: Setting Love In Order: Hope and Healing for the Homosexual (Baker, 1995). El libro, contiene una explicación detallada de los orígenes del homosexualismo y de los métodos de sanidad.
Título original: “Great is Repentance” fue adaptado de un sermón predicado por Mario Bergner en la Iglesia de la resurrección en Wheaton, Illinois, y fue traducido de la publicación en la WWW de la Trinity Episcopal School for Ministry. El editor se contacta en DPMills@aol.com.
Traducción en versión libre, Ing. Fernando A. Mora, Ph.D., CVC-Los Teques.
Sólo para ser reproducido con fines pastorales o evangelísticos.
Publicado con el permiso de la revista, Mission & Ministry de la Trinity Episcopal School for Ministry.
Derecho de traducción al español © 1998 Exodus Latinoamérica. Todos los derechos reservados.
Spanish translation copyright © 1998 Exodus Latinoamérica. Todos los derechos reservados.