Emociones: ¿Cómo manejamos sentimientos?
Lori Rentzel
Podemos responder a nuestras emociones como un dictador implacable o como un objeto de desdén y reproche en nuestras vidas. ¿Cuál es el balance?
El conflicto
Las emociones probablemente son la parte más difamada e incomprendida de nuestra vida como cristianos, particularmente para gente que viene de un trasfondo de homosexualidad. Cuando venimos a Cristo, se nos dice que vivamos nuestras vidas “por fe y no por sentimientos”.
Nos damos cuenta de que nuestro comportamiento externo pecaminoso necesita cambiar y nuestra mente debe ser renovada, pero ¿Qué se supone que debemos hacer con nuestros sentimientos? Las emociones son algo que todos tenemos en común, pero pocos realmente sabemos cómo manejarlos.
Para muchos, son una fuente de vergüenza y aflicción. Leemos en la Biblia que debemos “amarnos unos a otros entrañablemente, de corazón puro” (1 Pedro 1:22) y a deshacernos de “ira, enojo, malicia…” (Colosenses 3:8). La brecha entre el camino de vida descrito en las Escrituras y las emociones que realmente experimentamos puede conducirnos a cuestionar nuestra salvación.
El fallar en comprender y tratar con nuestros sentimientos puede hacernos que perdamos muchos años preciosos, atrancados en un lugar espiritualmente, sosteniendo una forma externa de comportamiento “cristiano” mientras se falla en ser verdaderamente transformado en el interior. Para ayudar a aliviar este problema, miremos en esta área de nuestras emociones y sentimientos: algunas de las formas comunes en que nuestras emociones son mal manejadas, y algunas nuevas perspectivas en tratar con nuestros sentimientos en formas que conduzcan al crecimiento y la restauración.
Dos extremos
Hay dos extremos en la forma en que manejamos mal nuestros sentimientos: el ser obviamente regido por nuestras emociones, permitiéndoles que dicten nuestras acciones; o la reacción opuesta de tratar de vivir como si nuestros sentimientos no existieran.
Totalmente regido por emociones. Ejemplos del primer enfoque son fáciles de señalar: “Me siento tan confortable con mi ex-amante, incluso mejor que con otros cristianos”, así que con él es con quien paso la mayor parte del tiempo. O bien, “me siento fuera de lugar en esta congregación”, así que evito hacer un compromiso. Estos son algunos ejemplos obvios de cómo vivimos por nuestros sentimientos. Otros son más sutiles, como cuando llegamos a casa después de un mal día, azotando puertas y refunfuñando con la gente. O cuando nos cambiamos a un estudio bíblico diferente para evitar ver al amigo que nos ofendió la semana pasada.
Estos son incidentes en los que permitimos que nuestras emociones sean las que tomen la decisión que conducen nuestras acciones. El ser conducido por las emociones es bastante común entre nuevos cristianos, pero incluso en aquellos que son más maduros caen dentro de algunos de las formas más sutiles de esta práctica.
Rechazo total a las emociones
En otro extremo se encuentran aquellos que le han declarado la guerra a sus emociones, tratando de vivir como si los sentimientos no influenciaran sus vidas en lo absoluto. Esto se aplica a todos nosotros en alguna ocasión.
Por ejemplo, un amigo nos desilusiona y somos profundamente heridos, pero “apiñamos” nuestros sentimientos de dolor e ira bajo nosotros mismos. Continuamos viendo a nuestro amigo, pero surge una muralla que nos impide una cercanía real.
Otra situación es cuando sentimos atracción sexual por un hermano cristiano o una hermana, pero nos negamos a admitirlo con nosotros mismos o con Dios. Incluso mientras estemos negándonos a encararla, nuestras expectativas tácitas ponen una tirantez en nuestra relación con esa persona y un vago sentido de culpabilidad nos separa de Dios.
Luego está la ocasión cuando un compañero de trabajo es honrado por un logro. Aunque sonreímos y le felicitamos, por dentro estamos demasiado avergonzados para admitir que por dentro estamos hirviendo de resentimiento y envidia. Debido a nuestra confusión sobre lo que se espera de nosotros como cristianos, podemos responder con orgullo en nuestro afán de sofocar nuestras emociones. Pero en realidad, estamos cultivando una forma de deshonestidad.
Aquellos que ni siquiera soñamos en ser deshonestos en la mayoría de las áreas, podemos estar mintiendo sobre nuestros sentimientos, a nosotros mismos a Dios y a los demás. Aquellos que se dan palmaditas en la espalda por tener un gran control emocional realmente están controlados por sus sentimientos tanto o más que aquellos que son más evidentes. Sufren de dolores de cabeza por tensión, malestares estomacales y finalmente crisis nerviosas.
Encontrando el balance
Ahora que hemos visto algunas de las formas no productivas en que manejamos los sentimientos, ¿Qué podemos hacer con respecto al cambio? Es fácil para alguien decirnos que nuestras emociones necesitan estar “bajo el control del Espíritu Santo”, ¿pero ¿qué es lo que eso significa realmente?
Primero, podemos empezar tomando una perspectiva más balanceada. Nuestras emociones no deben conducirnos a guiarnos instintivamente. Ni tampoco deben ser sofocadas y ahogadas. Dios creó nuestras emociones, así como nuestras mentes y cuerpos físicos. Vamos a glorificarlo y a disfrutar con Él con cada parte de nuestro ser, incluyendo nuestros sentimientos.
Incluso los sentimientos que calificamos como “negativos” o “fuera de la voluntad de Dios” no deben ser totalmente rechazados o ignorados. Nuestra naturaleza emocional puede llegar a ser íntegra cuando aceptamos y comprendemos nuestros sentimientos, tratando con ellos en una forma sana. ¿Así que por dónde comenzamos?
Aprende a estar consciente de tus sentimientos. Este primer paso puede ser el más duro. Cuando nos vemos tentados a actuar de acuerdo a un impulso de negar nuestros sentimientos, necesitamos detenernos y mantenernos en contacto con lo que está ocurriendo en nuestro interior.
Reconocer nuestros sentimientos y encararlos nos ayuda a romper con su control. Puede requerir práctica aprender a llamar nuestros sentimientos por nombre. La gente que acostumbra “atracarse” de comida debe comenzar tomando nota de síntomas físicos, tales como malestar estomacal, el cual puede ser comparable a una emoción correspondiente de ira o de temor. Una vez que hemos localizado nuestros sentimientos y los admitimos, podemos comenzar a trabajar con ellos.
Expresa tus sentimientos a Dios. Dios ya conoce nuestros sentimientos, pero es crucial que aprendemos cómo abrirle nuestro corazón a Él. Le podemos decir cada detalle de lo que estamos experimentando, incluyendo la forma en que nos sentimos hacia Él en medio de esto. Si sentimos que esto es tonto o innecesario, podemos leer Salmos, los cuales están llenos de clamores al Señor. David permitió que Dios entrara en sus iras y temores, dolores y alegrías.
Mientras disponemos nuestros sentimientos delante del Señor, nos acercamos a Él, permitiéndole que Él se acerque a nosotros y nos de consuelo y aliento. Mientras abrimos nuestros corazones a Él, el Espíritu Santo puede venir y darnos revelación en nuestra situación. Él puede usar las emociones para revelar heridas que necesitan sanidad o pecado del cual necesitamos arrepentirnos.
Comienza a compartir tus sentimientos con otros. La honestidad emocional comienza con nosotros mismos, luego con Dios y finalmente con otras personas. Abrirnos con otros puede atemorizarnos grandemente al principio. Tenemos temor de ser rechazados por nuestros mal llamados sentimientos negativos de ira, celos, o avidez, o incluso por sentimientos positivos de ternura o bondad.
El abrirnos requiere sensibilidad a la guía del Espíritu Santo de hacia quién nos vamos a abrir, que tanto compartir y cuando compartirlo. Si vamos a evitar a Dios y a compartir solamente con gente, podremos estar cargando a otros con aquello que solamente Dios puede sostener. Pero la mayoría de nosotros podría tolerar el llegar a ser mucho más abierto. Necesitamos aventurarnos audazmente al permitir que otros conozcan lo que ocurre en nuestro interior.
Mientras llegamos a ser sinceros con aquellos hacia quienes Dios nos conduce, el Espíritu Santo puede ministrarnos a través de aquellos con quienes compartimos, trayendo amor, aceptación, sabiduría o lo que sea que necesitemos.
Esta honestidad nos limpia, nos sana y nos lleva a relaciones más íntimas con otros. Aquellos sentimientos que parecen tan oscuros y controladores cuando los mantenemos ocultos, comienzan a perder su poder cuando los traemos a la luz.
Recuerda, cambiar toma tiempo
Si hemos pasado toda una vida desarrollando patrones equivocados de cubrimiento, necesitamos permitirnos tiempo para aprender nuevas formas. Esto es algo que tampoco Dios quiso que hiciéramos por nosotros mismos.
Si lo invitamos a Él a tomar control del área emocional de nuestras vidas, Él será fiel para cambiarnos en Su forma y en Su tiempo. El proceso de cambio de manejar las cosas de nuestra manera a la manera de Dios puede ser sumamente difícil de establecer, pero no tan doloroso como continuar en un patrón destructivo.
Si abrimos esta área de nuestras vidas al Señor y le damos total permiso de enseñarnos nuevas formas de comprender y tratar con nuestros sentimientos, cambiaremos. Comenzaremos a conocernos a nosotros mismos, a Dios y a otros en las formas más profundas que nunca imaginamos posibles. Seremos capaces de manejar nuestras emociones con estabilidad y confianza.
Lori Rentzel fue consejera y escritora de Amor en Acción durante siete años.
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Reproducido con permiso
Traducido del inglés por Pedro Delgado