Las disciplinas espirituales y el mundo moderno
Por Don Closson
Introducción
La espiritualidad y el cuerpo Cuando estudiaba en el seminario tuve como tarea leer un libro sobre espiritualidad cristiana llamado Spirit of the Disciplines, de Dallas Willard.(1) Leí el libro obedientemente y escribí una ponencia sobre él, o tomé un examen que cubría el material (no recuerdo bien), pero el libro no tuvo un impacto significativo en mi vida en ese tiempo. Recientemente, más de una década después, he vuelto al libro y encontré que era una joya a la que tendría que haberle dedicado más tiempo.
En el libro, Willard habla de uno de los temas más importantes que enfrentan los cristianos individuales y las iglesias de nuestro tiempo: “¿Cómo vive uno la vida llena del Espíritu que está prometida en el Nuevo Testamento?”. Cómo experimenta el creyente la promesa que hizo Jesús en Mateo 11:29, 30: “Carguen con mi yugo y aprendan de mí, pues yo soy apacible y humilde de corazón, y encontrarán descanso para su alma. Porque mi yugo es suave y mi carga es liviana”.
Willard sostiene que la modernidad nos ha dado una cultura que ofrece un aluvión de programas de autorrealización en la forma de revoluciones políticas, científicas y aun psicológicas. Todos prometen promover la paz y la afluencia personal y, sin embargo, sufrimos de una “epidemia de depresión, suicidio, vacío personal y escapismo a través de la droga y el alcohol, la obsesión con el culto de personas, el consumismo, el sexo y la violencia . . .”.(2) La mayoría de los cristianos estarían de acuerdo en que la fe cristiana ofrece un modelo para la transformación humana que excede largamente las promesas de los modernos programas científicos pero, cuando se trata de delinear los métodos de dicha transformación, suele haber confusión y silencio.
Los cristianos buscan frecuentemente la madurez espiritual en todos los lugares incorrectos. Algunos se someten a iglesias abusadoras que hacen equivaler el activismo y el sometimiento incondicional a la imagen de Cristo. Otros buscan la espiritualidad a través del sincretismo, tomando prestado el espiritualismo de las religiones orientales o el gnosticismo y cubriéndolos con un barniz cristiano.
Según Willard, los cristianos a menudo esperan encontrar el poder de Cristo para vivir de formas que parecen adecuadas, pero yerran el blanco; por ejemplo, a través de “un sentido de perdón y amor por Dios”, o a través de la adquisición de verdad proposicional. Algunos “lo buscan a través de experiencias especiales o la infusión del Espíritu”, o mediante “la presencia de Cristo en la vida interior”. Otros sostienen que es solo a través del “poder del ritual y la liturgia, o la predicación de la Palabra”, o “a través de la comunión de los santos”. Todas estas cosas tienen valor en la vida cristiana, pero “no son confiables para producir grandes cantidades de personas que son realmente como Cristo“. (3)
Nosotros, los evangélicos, tenemos una tendencia natural a evitar todo lo que sugiera obras meritorias, obras que podrían de alguna forma justificarnos ante un Dios santo. Como resultado, reducimos la fe a una cuestión completamente mental, separando al cuerpo del proceso de vivir la vida cristiana.
En este artículo consideraremos una teología de transformación humana que se encuentra en el Nuevo Testamento, a fin de comprender mejor lo que significa convertirse en un sacrificio vivo para Dios.
Un modelo para la transformación
La fe en Jesucristo trae el perdón instantáneo junto con la promesa de la glorificación final y de pasar la eternidad con Dios. Sin embargo, entre una cosa y la otra, el creyente experimenta algo que se denomina santificación, el proceso de ser apartado para las buenas obras. Algo que es santificado es santo, así que tiene sentido que el proceso de santificación consiste en hacernos más como Cristo.
Aun cuando la Biblia habla mucho del poder espiritual y de llegar a ser como Cristo, muchos creyentes encuentran que este proceso de santificación es un misterio. Desde el Iluminismo, ha habido una lenta remoción de nuestro idioma de formas aceptables de hablar acerca del mundo espiritual. Al estar arraigado en esta era de ciencia y materialismo, el idioma del crecimiento espiritual suena extraño y algo amenazador a nuestros oídos, pero si queremos experimentar la vida que prometió Jesús, una vida de fortaleza espiritual, tenemos que entender cómo apropiar al Espíritu de Dios en nuestra vida.
Según Willard, “una ‘vida espiritual’ consiste en esa gama de actividades en la que las personas interactúan cooperativamente con Dios, y con el orden espiritual que deriva de la personalidad y acción de Dios. Y, ¿cuál es el resultado? Una nueva calidad general de existencia humana con nuevos poderes correspondientes”.(4)Ser espiritual es estar dominado por el Espíritu de Dios. Willard agrega que la espiritualidad es otra realidad, y no sólo un “compromiso” o un “estilo de vida”. Podría resultar en un cambio personal y social, pero la meta final es llegar a ser como Cristo y extender su reino, y no sólo ser una mejor persona o hacer de Estados Unidos un mejor lugar para vivir.
La Biblia enseña que, para convertirse en una persona espiritual, uno debe emplear las disciplinas de la espiritualidad. “Las disciplinas son actividades de la mente y el cuerpo encaradas decididamente para llevar a nuestra personalidad y a todo el ser hacia una cooperación efectiva con el orden divino”.(5) Pablo escribió, en Romanos 6:13, que la meta de ser espiritual es ofrecer nuestro cuerpo a Dios como instrumentos de justicia, a fin de ser de utilidad para su reino. El movernos hacia este estado de utilidad a Dios y su reino depende de las acciones de creyentes individuales.
A muchos de nosotros se nos ha enseñado que esta acción consiste principalmente en asistir a la iglesia o hacer donaciones para sus programas. Por importante que sean estas cosas, no tratan la necesidad de un cambio interior radical que debe ocurrir en nuestro corazón para ser de uso significativo para Dios. La enseñanza de las Escrituras y, específicamente, la vida de Cristo nos dice que los cambios profundos que deben ocurrir en nuestra vida sólo se lograrán a través de las disciplinas de abstinencia -como el ayuno, la soledad, el silencio y la castidad- y las disciplinas de participación -como el estudio, la adoración, el servicio, la oración y la confesión. Estas disciplinas, junto con otras, darán como resultado que seamos conformados a la persona de Cristo, el deseo de todo el que ha nacido de su Espíritu.
Salvación y vida
Cuando leí por primera vez en la Biblia que Jesús ofrecía una vida más abundante a quienes lo siguieran, creía que Él estaba describiendo principalmente una vida llena de más felicidad y propósito. Ciertamente incluye estas cosas, pero ahora creo que incluye mucho más. La salvación en Cristo promete cambiar radicalmente la naturaleza de la vida misma. No es sólo una promesa de que en algún momento en el futuro muy distante experimentaremos un cuerpo resucitado y veremos un cielo nuevo y una tierra nueva. La salvación en Cristo promete una vida que se caracteriza por los ideales más elevados de pensamiento y acciones, según fueron personificados en la vida de Cristo mismo.
Si bien no hay ningún programa o curso que pueda garantizar darnos esta nueva vida en Cristo, puede sostenerse que, a fin de vivir una vida como Jesús, tenemos que hacer las cosas que hizo Jesús. Si Jesús “aunque era Hijo, por lo que padeció aprendió la obediencia” (Hebreos 5:8), ¿podemos esperar actuar como Cristo sin el beneficio de participar en las disciplinas que realizó Jesús?
En The Spirit of the Disciplines, Willard sostiene que hay una conexión directa entre practicar las disciplinas espirituales y experimentar la salvación que está prometida en Cristo. Jesús oró, ayunó y practicó la soledad “no porque fuera pecador y necesitara la redención, como nosotros, sino porque tenía un cuerpo, como nosotros“. (6) El centro de la existencia de cada ser humano es su cuerpo. No somos ni neoplatónicos ni gnósticos en nuestro enfoque de la vida espiritual. Estas dos tradiciones restan importancia a nuestro universo físico, aduciendo que es malvado o simplemente inferior al mundo espiritual. Pero, como sostiene Willard, “excluir a nuestro cuerpo de la religión es excluir la religión de nuestra vida”.
Si bien nuestra dimensión espiritual podrá ser invisible, no está separada de nuestra existencia corporal. La espiritualidad, según Willard, es “una relación de nuestro yo encarnado con Dios que tiene el efecto natural e irreprimible de vivificarnos hacia el reino de Dios, aquí y ahora, en el mundo material“. (7) Al separar nuestra vida cristiana de nuestro cuerpo creamos una brecha entre lo sagrado y lo secular innecesaria para los cristianos, que suele alienarnos del mundo y de las personas que nos rodean.
La fe cristiana ofrece más que simplemente el perdón de pecados; promete transformar a individuos para que vivan de forma tal que responder a los sucesos como lo hizo Jesús se convierte en su segunda naturaleza. ¿Cuáles son estas disciplinas espirituales, y cómo transforman la calidad misma de vida que experimentamos como seguidores de Jesucristo?
Las disciplinas de abstinencia
Si bien muchos de nosotros hemos oído historias terribles sobre cómo han sido abusadas y mal usadas disciplinas espirituales en el pasado, Willard cree que “una disciplina para la vida espiritual es, cuando se ha disipado el polvo de la historia, nada más que una actividad realizada para llevarnos a una cooperación más efectiva con Cristo y su reino”. (8) Nos recuerda que nos disciplinamos a lo largo de la vida para realizar una amplia variedad de tareas o funciones. Usamos la disciplina cuando estudiamos un campo académico o profesional; los atletas deben ser disciplinados a fin de correr una maratón o levantar 100 kilos. ¿Por qué, entonces, nos sorprendemos de saber que debemos disciplinarnos para ser útiles a Dios?
Willard divide a las disciplinas en dos categorías: disciplinas de abstinencia y disciplinas de participación. Dependiendo de nuestro estilo de vida y nuestras experiencias personales del pasado, cada uno de nosotros encontrará que diferentes disciplinas son útiles para lograr la meta de vivir como una nueva criatura en Cristo. La soledad, el silencio, el ayuno, la frugalidad, la castidad, el secreto y el sacrificio son disciplinas de abstinencia. Dada nuestra cultura tan materialista, éstas podrían ser las más difíciles y las más beneficiosas para muchos de nosotros. Estamos más familiarizados con las disciplinas de participación, que incluyen el estudio, la adoración, la celebración, el servicio, la oración y la comunión. Sin embargo, dos disciplinas más mencionadas por Willard tal vez sean menos conocidas: la confesión y la sumisión.
La abstinencia requiere que renunciemos a algo que es completamente normal -algo que no está mal en sí mismo, como la comida o el sexo- porque se ha interpuesto en el camino de nuestro andar con Dios, o porque al dejar estas cosas a un costado podremos concentrarnos mejor en Dios por un período de tiempo. Como nos dice un escritor: “La soledad es una prueba terrible, porque sirve para cascar y abrir la coraza de nuestras seguridades superficiales. Nos abre al abismo desconocido que todos llevamos dentro de nosotros . . .” (9) El activismo y las actividades superficiales ocultan de nosotros el hecho de que tenemos poca o ninguna experiencia interior con Dios. La soledad nos libra de la conformidad social, de ser conformados a los patrones de este mundo acerca de lo cual nos advierte Pablo en Romanos 12.
La soledad va de la mano con el silencio. El poder de la lengua y el daño que puede hacer se toman muy en serio en la Biblia. Hay una serena fuerza interior y confianza que emanan de las personas que son buenos oyentes, que son capaces de estar en silencio y son lentas para hablar.
Las disciplinas de participación
Por lo tanto, las disciplinas de abstinencia nos ayudan a reducir nuestros enredos impropios con el mundo. ¿Y las disciplinas de participación?
Si bien el estudio no suele ser considerado una disciplina espiritual, es la clave para un andar cristiano equilibrado. Calvin Miller escribe: “Los místicos sin estudio son solo románticos espirituales que quieren una relación sin esfuerzo”.(10) El estudio involucra la lectura, memorización y meditación de la Palabra de Dios. Requiere esfuerzo y tiempo, y no hay atajos. Incluye aprender de grandes mentes cristianas que nos han precedido y quienes, por su andar y ejemplo, pueden enseñar mucho acerca del poder disponible a los creyentes que buscan experimentar el yugo liviano que ofrece el permanecer en Jesús.
Pocos cristianos niegan la necesidad de la adoración en sus rutinas semanales, aun cuando lo que constituye adoración ha causado una polémica considerable. La adoración atribuye un gran valor a Dios. Es ver a Dios como Él es verdaderamente. Willard sostiene que debemos concentrar nuestra adoración a través de Jesucristo hacia el Padre. Escribe: “Cuando adoramos, llenamos nuestra mente y corazón con asombro por Él: las acciones y palabras detalladas de su vida terrenal, su juicio y muerte en la cruz, la realidad de su resurrección y su obra como intercesor ascendido”.(11)
La disciplina de la celebración es poco conocida para la mayoría de nosotros. Sin embargo, Willard sostiene que es una de las formas más importantes de participar con Dios. Escribe que “participamos en la celebración cuando nos divertimos, cuando disfrutamos de nuestra vida, nuestro mundo, conjuntamente con nuestra fe y confianza en la grandeza, la belleza y la bondad de Dios. Nos centramos en nuestra vida y mundo como la obra de Dios y el don de Dios a nosotros”. (12) Si bien gran parte del argumento bíblico a favor de la celebración santa se encuentra en las fiestas del Antiguo Testamento y el libro de Eclesiastés, a Jesús se lo acusó de ser un glotón y un borracho porque eligió cenar y celebrar con pecadores.
La comunión y la confesión cristiana van de la mano. Es dentro del contexto de la comunión que los cristianos se edifican y alientan mutuamente con los dones que Dios nos ha dado. Es también en este contexto que practicamos la confesión con creyentes de confianza que conocen tanto nuestras fortalezas como nuestras debilidades. Este nivel de transparencia y apertura es esencial para que la iglesia se convierta en el lugar sanador de profunda intimidad que la gente tanto anhela.
Andar con Jesús no significa sólo saber cosas acerca de Él; significa vivir como Él vivió. Esto incluye practicar las disciplinas espirituales que practicó Jesús. Al hacerlo, seremos cambiados a través del Espíritu para ser más como Él y experimentar el descanso que Él nos ha ofrecido.
Notas © 2004 Probe Ministries. Todos los derechos reservados. Reproducido con permiso.
Traducción:
Acerca del autor
Don Closson recibió su B.S. en educación de Southern Illinois University, su M.S. en administración de la educación de Illinois State University, y su M.A. en estudios bíblicos de Dallas Theological Seminary. Trabajó como maestro y administrador de una escuela pública antes de unirse a Probe Ministries como investigador en el campo de la educación. Es el editor general de Kids, Classrooms, and Contemporary Education. Si usted tiene algún comentario o pregunta sobre este artículo, envíelo por favor a espanol@probe.org. Por favor indique a qué artículo se está refiriendo.
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(1) Dallas Willard, The Spirit of the Disciplines, (New York: HarperCollins, 1991).
(2) Ibid., viii.
(3) Ibid., x.
(4) Ibid., 67.
(5) Ibid., 68.
(6) Ibid., 29.
(7) Ibid., 31.
(8) Ibid., 156.
(9) Ibid., 161.
(10) Ibid., 176.
(11) Ibid., 178.
(12) Ibid., 179.
Alejandro Field