Dinámicas familiares no saludables como causa de la adicción sexual
La adicción al sexo comienza en familias marcadas por dinámicas y características no saludables.
Veamos el caso de Roger:
Aparentemente, la familia de Roger era una familia modelo. El padre era un hombre de negocios ocupado y exitoso, muy diligente en numerosas actividades cívicas. Toda la familia era muy activa en su iglesia local.
Roger, el hijo mayor, era un excelente deportista y un buen estudiante. Después de terminar la secundaria, se suponía que Roger ingresaría en el negocio de su padre. Cuando se graduó, comenzó a hacer diversas tareas en una de las fábricas de éste. Con el tiempo, Roger se casó con una mujer que tenía dos hijas.
Sin embargo, en realidad, la familia de Roger distaba mucho de ser perfecta. Había una dinámica enfermiza operando en su seno. La mamá de Roger le acarició los genitales entre el año y los tres años. Luego uno de sus tíos lo obligó a realizar sexo oral. Una tía tuvo relaciones sexuales con Roger cuando era adolescente. Roger tuvo varias relaciones sexuales con una hermana un año menor que él, hasta que ambos dejaron el hogar. En la fábrica, el padre de Roger, que solía ser un hombre tranquilo en la casa, le gritaba y vociferaba cuando Roger se equivocaba. Para soportar esta situación, Roger bebía. Con años, su problema se agudizó.
El problema con la bebida era fácilmente reconocible, por lo que Roger comenzó a ir a Alcohólicos Anónimos. Logró abstenerse de la bebida, pero continuaba masturbándose todos los días, compraba pornografía, se acostaba con prostitutas, y tenía varias aventuras amorosas. Su esposa descubrió uno de sus amoríos y le exigió que cambiara. Su pastor lo animó a tenerse compasión, a aceptar el perdón de Dios y a dedicarse a su matrimonio para mantenerse fiel.
En la «familia perfecta» de Roger, nunca se hablaba de sexo ni de ningún tipo de problemas. Se esperaba que todos se comportaran debidamente para transmitir una imagen aceptable y admirable hacia los demás. Si bien todo el mundo creía que la familia de Roger era maravillosa, los miembros eran distantes y fríos. Roger recuerda que se masturbaba solo en su dormitorio cuando tenía cinco años. Su madre le había enseñado a muy temprana edad lo placentera que era esta sensación y el pronto aprendió a recurrir a la masturbación para huir de la soledad y del caos de su familia.
En realidad, todas las familias tienen aspectos buenos y malos, saludables y no saludables. Todas las familias y todos sus miembros cometen errores. Estos errores pueden causar heridas en el espíritu humano; heridas que pueden ser emocionales, físicas, sexuales o espirituales.
Para huir de las heridas familiares y los sentimientos dolorosos asociados, el adicto al sexo se recrea en el placer que le produce su actividad sexual.
¿Qué dinámicas familiares son perjudiciales?
Hay cuatro categorías de dinámicas familiares que sirven para responder esta pregunta: los límites, las reglas, los roles y las adicciones.
Existen factores de riesgo presentes en la familia del adicto al sexo que crean condiciones para el maltrato y las heridas, estas dinámicas le generan una sensación de vergüenza, soledad, aislamiento, ira y ansiedad, que lo lleva a volcarse a la conducta adictiva.
Los límites
Todas las familias tienen límites, éstos son territorios invisibles emocionales, físicos, sexuales y espirituales que rodean el cuerpo, la mente y el alma de las personas. Los límites definen la manera en que el espacio invisible alrededor de una persona puede ser traspasado o no.
Cuando los límites se mantienen de manera saludable, la persona se siente segura y protegida. En las familias donde hay contacto físico sano y sin intención sexual los integrantes se sienten seguros y amados.
Los límites son inciertos cuando entre los miembros de la familia se presentan interacciones que no debieran darse y se violan los límites. Una noche, un amigo entró por accidente en el dormitorio de su hija adolescente, mientras ella se desvestía. Aunque se retiró de inmediato, ambos se avergonzaron porque se había cruzado un límite invisible. El límite tácito es que los adolescentes necesitan un ámbito privado, y que él debería haber llamado a la puerta antes de entrar al dormitorio.
Las violaciones a los límites son más graves en las familias en crisis. En estas familias hay golpes, gritos, caricias sexuales, o sermones improcedentes. Cuando los límites son demasiado inciertos, las personas aprenden que no tienen control sobre su cuerpo ni su mente o espíritu. Cualquiera puede invadir su intimidad.
Los límites también pueden ser demasiado rígidos y no propiciar las interacciones saludables que deberían darse. No hay lugar para el amor y el afecto, el saber escuchar y la protección, el guiar y el observar el enseñar y el ser ejemplo. Los niños criados en estas familias sienten que se les mantiene alejados. Hambrientos de afecto y atención comienzan a preguntarse: ¿que tengo de malo? “Debo de ser una mala persona”, “Mamá y papá no me quieren”. ¿Con quién pueden hablar estos niños tan solos? Han aprendido que nadie los escuchará, se sientan abandonados. En su vida procurarán llenar el vacío de su soledad con conductas deshonestas y pecaminosas.
Una misma familia puede tener límites inciertos y rígidos a la vez. Uno de los padres puede invadir un límite incierto mientras que el otro respeta un límite rígido, o en momentos diferentes, distintos miembros de la familia pueden traspasar esta mezcla de límites inciertos y rígidos. El niño experimenta ambos límites simultáneamente. Cuando pasa esto los niños se confunden, tienen modelos que son incoherentes e impredecibles, lo que puede conducirlo a confundir el bien con el mal.
Las familias que practican relaciones saludables se preocupan de respetar y preservar los límites. Crecer en este tipo de familia propicia un sentimiento de seguridad y de amor.
Las reglas
Es saludable aprender a aceptar y verbalizar el dolor y los sentimientos de soledad, los temores, la ansiedad y la ira. Algunas familias tienen reglas de conducta preventivas para que la tensión no se torne incontrolable. Estas reglas pueden ser tácitas, nadie las dice ni se ponen por escrito, pero toda la familia las conoce y proceden en conformidad. Las cinco más comunes son las siguientes:
De eso no se habla. Hay familias que conversan sobre temas superficiales como el tiempo, los deportes o los programas de televisión, pero no hablan nunca acerca de los sentimientos, los problemas o las situaciones embarazosas. Los adultos disponen de soluciones simplistas para prohibir que los demás miembros de la familia expresen sus emociones. Si alguien intenta hablar acerca de algo significativo, se le ignora, se burlan de lo que dice o se le resta importancia, o simplemente se le pide que calle.
No somos sentimentales. Se desalientan los sentimientos de los miembros de la familia, en particular los “negativos” como la ira, la tristeza, el temor o la ansiedad. Se convierte en una forma de negación. Esto no es saludable porque se censura la expresión de los sentimientos, pero los sentimientos no se alejan sino que quedan enterrados en la persona, quedando en el subconsciente y pueden afectar el comportamiento por muchos años.
La culpa de nuestros problemas la tienen otros. Los miembros de familias no saludables no asumen responsabilidad de sus problemas o errores. Estas familias buscan un chivo expiatorio a quien echarle la culpa, individuos, grupos o instituciones.
Minimizamos nuestros problemas. Decimos: no estuvo tan mal o no pasó nada cuando queremos convencernos y convencer a otros de que no estamos dolidos o no hemos lastimado a los demás. Nos basamos en la suposición de que es mejor ser valiente, no quejarse o de que somos maduros. Las familias saludables aceptan los problemas, los ponen en su justa perspectiva y buscan cómo solucionarlos debidamente, mientras aceptan los sentimientos dolorosos que los problemas pueden ocasionar.
Negamos nuestros problemas. Algunos miembros de la familia nunca tienen dificultades ni han lastimado a otros, se limitan a decir: “fue sin querer” o “Lo siento, me perdonas ¿no?”. La negación suele adoptar formas muy engañosas como mentiras, encubrimientos, o hacer como si nada sucediera. Creemos que si los negamos, nos libraremos del dolor que nos causan.
Los roles
Los roles son como los papeles en una obra de teatro, son la descripción de tareas de cada miembro de la familia. Los roles permiten que tengamos expectativas claras con respecto a cómo conducirnos en la familia. Pueden ser explícitos o tácitos. Los roles son perjudiciales cuando son inflexibles o cuando impiden que alguien sea la persona que Dios quiere que sea. Los adictos al sexo pueden experimentar tristeza, ira y resentimiento debido a los roles que tienen. Esto sirve de combustible para su adicción.
Los roles se adjudican en el nacimiento. Y también se basan en lo que la familia necesita que el niño haga para que la misma funcione. Los ocho roles primarios que se encuentran en los sistemas familiares son: El héroe, el chivo expiatorio, la mascota, el niño perdido, el encargado de todo, el permisivo, la princesita o el principito, y el santo. En la mayoría de las familias puede haber más de una persona desempeñando el mismo rol.
Muchos pastores cumplen ciclos de héroes, santos y niños perdidos. Se les pone en un pedestal (son los héroes), se espera que sean perfectos en cuanto a la religión (deben ser santos); y pasan mucho tiempo solos (son los niños perdidos). Esta combinación de roles es trágica por la soledad que implica. Cuando los pastores cometen pecados sexuales, esta combinación de roles les impide procurar ayuda.
Todo seguimos desempeñando nuestros roles fuera del ámbito familiar. En el trabajo interactuamos con nuestros jefes y colegas de manera similar a como nos relacionábamos con los demás miembros de la familia. En la iglesia desempeñamos el papel que aprendimos en la niñez. Por ejemplo en el matrimonio buscamos una pareja que tenga roles complementarios al nuestro. El héroe por ejemplo se casará con una persona activa y permisiva, alguien que se encargue del normal funcionamiento de todo mientras el héroe está afuera acumulando trofeos.
Las adicciones
En algunas familias hay adictos de sobra. Los adictos al sexo provienen de familias en las que hay por lo menos otro adicto. Como uno de los cometidos de una familia no saludable es bloquear los sentimientos, muchos integrantes de la familia deben colaborar para que los mismos no afloren. Los integrantes de estas familias pueden recurrir a una adicción para lograr este encubrimiento, ya que la principal función de una adicción es huir de los sentimientos o bloquearlos.
Hay dos tipos de adicciones: a las sustancias y a las conductas. La adicción a las conductas implica incurrir reiteradamente en determinadas conductas, como la actividad sexual.
Cualquier sustancia o actividad puede ser adictiva. Lo fundamental es determinar si se ha perdido el control sobre algo que se ha vuelto repetitivo, si el propósito es huir a los sentimientos, y si tuvo o podría llegar a tener consecuencias destructivas; es decir, se constata la adicción cuando, aún en el caso de sustancias y actividades normales, su uso se vuelve repetitivo, ingobernable y destructivo.
Las adicciones en las familias suelen ser una estrategia para controlar el estrés. Cuando alguien de la familia manifiesta aburrimiento, soledad, tristeza, ira o temor (todas emociones estresantes), otro miembro puede sugerir: “¿quieres que te prepare algo para comer?”, “¿por qué no miras televisión?”, “tómate un trago, eso te hará sentir mejor”. Éstas son invitaciones a controlar los sentimientos estresantes con conductas y sustancias. Dichas estrategias de control del estrés alteran el humor o al menos permiten que la persona piense en otra cosa y se olvide de sus sentimientos. Estas formas de manejar el estrés pueden convertirse en adictivas, en especial si se usan repetidas veces en un niño impresionable.
Los adictos en la familia pueden creer que son capaces de controlar sus conductas. Sin embargo, es muy posible que el resto de la misma no se sienta a gusto. No obstante las reglas tácitas son aceptadas por todos y se traducen en comentarios: “Mejor no enfrentemos estas conductas para poder preservar el normal funcionamiento de la familia. No queremos que todo el mundo se entere nuestros problemas.”
Es posible que hasta se niegue la adicción y se elaboren conjeturas para justificar la actividad adictiva. Otros miembros de la familia pueden iniciar sus propias conductas adictivas como forma de sobrellevar los sentimientos que no pueden expresar o admitir, como el dolor de ver cómo un miembro de la familia se mata lentamente. El compañero o la compañera de un adicto al sexo, por ejemplo, puede comenzar a comer en exceso o volcarse de lleno en el trabajo. En muchas familias se dan casos de varias adicciones simultáneas, y la familia se muere, desintegrada por el dolor, la soledad y las adicciones.
El caos, las disfunciones, el silencio y la violencia doméstica son terreno fértil y profundo para sembrar las semillas de la adicción al sexo.
Para poder comenzar la recuperación, los adictos al sexo deben entender cómo eran sus familias: ¿De qué manera se violaban los límites?, ¿cómo se comunicaban las reglas, las explícitas y las tácitas?, ¿qué rol tenía cada uno?, ¿qué adicciones están presentes y cómo sirvieron de modelo?
Aunque plantearse estas preguntas resulte doloroso, uno de los beneficios que resultan de intentar comprender estos temas es que luego podremos decidir qué clase de persona, esposo o esposa, padre o amigo queremos ser ahora.
En el proceso conviene recordar siempre que aunque nuestra familia terrenal podrá ser imperfecta, nuestro Padre Celestial es perfecto. Conocer a Dios el Padre puede darnos la libertad de aceptar nuestros recuerdos, nacer de nuevo y encontrar consuelo en Él.
Tomado y adaptado del Libro “Cómo sanar las heridas de la adicción sexual” del Dr. Mark R. Laaser, fundador del Ministerio Leal y Confiable.
Disponible en la librería de Exodus Latinoamérica ventas@exoduslatinoamerica.org