Testimonio – Bill Hernández

Testimonio – Bill Hernández

En mi adolecencia mi padre me dio condones a mí y a mi hermano. “Estos son para protección”, dijo como al descuido. No nos hizo ninguna pregunta; no nos dio ninguna instrucción. La única educación sexual que había recibido de mi padre era verlo mirar fijamente a las mujeres y escuchar sus exageradas descripciones del cuerpo femenino.

Mi madre, por otro lado, estaba más interesada en otros aspectos de las relaciones hombre-mujer. Recuerdo sus instrucciones: “Si llevas a una chica al cine, ella espera que la rodees con tu brazo. ¡Si la besas, pon algo de fuerza en tus labios”

Nunca se me ocurrió que yo debía estar excitado cuando besara a la chica. Siempre me sentí desinteresado, como que estaba actuando en un juego. Quizá solo era lento para madurar, me consolaba yo mismo.

Era afeminado y todos muy a menudo me recordaban ese hecho. Fui profundamente herido con nombres como “marica”, “joto”, volteado” y “maricón”. Mi familia se pasaba corrigiendo mi comportamiento afeminado. “No te pongas la mano en la cintura”, decían. O me insultaban con comentarios como “espero que no se te vaya a caer el liguero” cuando me quejaba sobre un quehacer difícil. Capté el mensaje claramente. Algo en mí estaba mal.

Finalmente me di cuenta que la gente estaba señalando mi orientación sexual, pero en forma indirecta y cruel. Hice un poco de investigación, leyendo descripciones médicas y psicológicas en libros ocultos en un obscuro rincón de la biblioteca. Mis peores temores fueron confirmados. ¡Era un horrible adolescente homosexual!

Un día les confesé a mis padres: “Creo que soy homosexual”. Ellos se mostraron confundidos y ansiosos. Mi padre le reprochó a mi madre. ¡Te dije que me dejaras llevarlo con una prostituta!”

“No es mi culpa. Es tu culpa”, replicó ella. Papá me llevó a un médico para que me inyectara hormonas masculinas pero el doctor recomendó un psiquiatra. La consejería no hizo sino ayudarme a sentirme más asertivo y asqueroso con mis padres.

En secreto continué teniendo fantasías sexuales, sin atreverme a decírselo a nadie. Finalmente escapé de mi familia yendo al colegio en U. C. Berkeley.

Allí en otoño de 1971, conocí a un chico de Cruzada Estudiantil para Cristo quien me habló de Jesús. Nos reunimos con regularidad y finalmente oré por mi propia cuenta para aceptar a Jesús como mi Señor y Salvador. Al principio me involucré en estudios bíblicos y estuve muy interesado en descubrir más sobre el Señor. Pero, en poco tiempo, empecé a ir a la deriva en mi andar cristiano. Me metí más y más en alcohol y drogas, y me sentí cada vez más arrastrado hacia la homosexualidad.

Una noche bebí demasiado con un amigo de la universidad. Él admitió ser homosexual. “Soy bisexual”, confesé, no queriendo admitir toda la verdad. Pero desde ese momento, me deslicé hacia el estilo de vida gay.

A mediados de 1974 comencé a asistir a bares. Estaba muy entusiasmado; no podía creer que había tanta gente que pensara y que sintiera como yo. Nadie me decía cosas o cuestionaba si era o no normal. En vez de eso, la gente expresaba su atracción hacia mí. La vida gay parecía responder a mis necesidades de comprensión y aceptación. Mi “verdadero yo” al fin estaba libre. Subí cerca de 40 libras en unos pocos meses, literalmente estaba danzando por las noches con alegría, alcohol, drogas y hombres.

Sin embargo descubrí que disfrutaba la afirmación y la aceptación más que el sexo. Mi primer encuentro sexual me desagradó totalmente. Siempre sentía náusea hacia el sexo con otros hombres, así que bebía alcohol o tomaba drogas para deshacerme de mis inhibiciones. Incluso después de que los encuentros sexuales se llegaron a hacer habituales, dentro de mí parecían extraños y sucios.

Llegué a ser cantinero en el bar White Horse en Oakland, California, una posición que me hacía popular y disponible. Conocí a mucha gente en ese bar; éramos como una gran familia. La mayoría de los clientes eran alcohólicos y adictos al sexo buscando un amante pasajero. Pero ignoraba el aspecto negativo de la vida social gay. Estaba en “mi mundo” y no podía ver más allá.

En menos de un año, sin embargo, el gozo desapareció. Tuve que trabajar más duro para atraer a otros hombres. Mi vida estaba siendo consumida en el esfuerzo de encontrar al “hombre ideal”. A veces el pecho me dolía literalmente por el dolor de la soledad.

Me movía poco a poco hacia el alcoholismo y la drogadicción. En menos de un año de haber dejado al Señor, estaba hecho una ruina emocional. Un día estaba sentado frente a las escaleras de la Catedral de Santa María en San Francisco, mirando una niebla moviéndose a la deriva y escribiendo en mi camino: “Realmente extraño a mis amigos cristianos. Extraño el compañerismo y los cantos de adoración…”

La escena del bar me tenía enfermo. Pero entonces el “hombre ideal” llegó al bar una noche, y rápidamente olvidé cualquier idea de dejar la homosexualidad. Grant era diferente a los demás hombres. Él quería una relación duradera conmigo; él no era de esos que andan de un bar en otro o que se sienten “diva de disco”.

Grant y yo vivimos juntos durante los siguientes dos años. Nuestra relación comenzó en grande. Teníamos cenas románticas juntos, dábamos largos paseos, y a menudo nos acurrucábamos frente al televisor. Pero, en los siguientes meses, mis deseos de amor, de unión, y de profunda comunicación resultaron en algo inesperado. Ansiaba la seguridad de esa relación tan malamente que comprometí mis ideas, aspiraciones e incluso mi personalidad para ajustarme a las necesidades de mi amante.

Morí como persona a causa de encontrar verdadero amor en Grant. Pasaba tiempo con sus amigos pero a él no le caían bien los míos. Yo odiaba las cosas que a Grant le gustaban, y usaba el mismo tipo de ropa. Comencé a cocinar y a limpiar, tomando el “papel” femenino en nuestra relación. Vivíamos en una enorme mansión con un bar acuático que tenía una vista hacia la calle. Allí solía esperar todas las tardes que Grant llegara a casa del trabajo. No era inusual para mí sentarme allí esperando ansiosamente, con lágrimas en los ojos, mientras obscurecía y la cena se enfriaba.

En poco tiempo bebía más alcohol y tomaba más drogas. Llegué a estar inestable emocionalmente que comencé a contemplar el suicidio. Mi relación gay era penosa, mi trabajo era penoso, la vida era penosa. Todo parecía fútil. Tenía un departamento lujoso, un empleo estable, y un amante comprometido. Había alcanzado la “cúspide” del mundo gay, per aún estaba solo e infeliz.

“Señor, sácame si caigo en algo que esté más allá de mis fuerzas” había orado justo antes que entrara a la homosexualidad. En Su amor Dios estaba respondiendo a mi oración. En mis momentos de soledad mientras vivía con Grant, comencé a leer mi vieja Biblia y a leer Sus promesas.

El Señor me dio una vista objetiva de mi relación con Grant. Me sentía bastante tonto. Teníamos una superficial y torcida imitación de un matrimonio heterosexual. “Ya no quiero que sea un imitador de tu padre o de tu madre”, me dijo el Señor muy claramente, “quiero que seas un imitador de mí”.

Comencé a rebelarme en la relación. Repartí todos los quehaceres equitativamente, y comencé a salir por mi cuenta. “¿Estás viendo a alguien más?” Me preguntó Grant un día. “Te estás comportando tan diferente”. le dije que sí ¡y le dije que era Jesús! pensó que había llegado al extremo.

Tomar la decisión de dejar a mi amante no fue fácil. Aún cuando estaba convencido de que Jesús realmente vivía y que un estilo de vida gay estaba mal, mis emociones estaban aún centradas en Grant. El contemplar la posibilidad de quedarme solo nuevamente y de vivir sin sexo era demasiado pedir. Aun cuando todavía vivía con mi amante, el Señor comenzó a convencerme de que El podía satisfacer todas mis necesidades emocionales.

A través de un amigo en mi trabajo, supe sobre Amor en Acción en primavera de 1978. Cuando me uní a su grupo de apoyo, encontré a gente como yo. Ellos creían en Jesús y estaban buscando dejar el estilo de vida homosexual. Me alentaron, ofreciendo amistad y apoyo en oración. Después de mucho pensarlo, decidí dejar a Grant.

Llegó el día que me mudaría al programa de Amor en Acción. Pero cuando fui a llamar a AEA para que me llevaran, toda mi resolución e inspiración desapareció. En ese preciso momento, un valor interno de Jesús operó sobre mi mente y emociones. Me decidí y llamé a AEA para que vinieran y me llevaran. ¡Era el día de los tontos! (April’s Fool Day)

En las semanas siguientes, Jesús llegó a ser real para mí en cada día de mi vida. Él me recordaba de Su llamado a su vida. “Quiero ser tu Salvador. Quiero ser tu Dueño. Quiero ser tu Sanador. Quiero ser tu Amado”.

Dios respondió a mis oraciones en una forma que me hizo sentir como si estuviera justo a mi lado. Oré con respecto a las finanzas, y el dinero llegó en sobres y la gente proveyó agradables comidas. Una vez perdía mientras conducía a la casa de alguien en un lugar desconocido. “Señor, guíame”, oré. Mientras daba la vuelta por varias calles, ¡me estacioné justo frente a la casa del amigo que buscaba!

Cuando recibí oración de otros, sentía manos sobre mí -sólo descubrir que nadie me estaba tocando. Una vez oí un batir de alas de consuelo alrededor de mí durante una época de mucha presión de mi regreso al Señor. Incluso aunque podía ver a Jesús, sabía que era real.

Jesús tomó el lugar de mi amante. Él tomó mi vulnerabilidad emocional y me ordenó con Su presencia. Me insistió para que dejara el estilo de vida gay y, mientras salía por fe, Él se encontraba conmigo.

Ahora tengo ya quince años fuera del estilo de vida homosexual. El saber más de Jesús (en vez de ser “sanado”) ha sido el centro de mi andar cristiano. Me he enfocado en conocer a Dios, y la restauración ha venido en todas las áreas de mi vida. Durante años los sentimientos homosexuales han ido desapareciendo paulatinamente. Mis nuevos deseos son un recordatorio de que Su presencia restaura en formas profundas. Sin embargo, la heterosexualidad nunca ha sido mi objetivo. Esta es una consecuencia de mi fascinación por el Señor.

Ahora, cuando soy tentado por la ansiedad o pensamientos homosexuales, le pido a Jesús que me abrace y me diga que estoy bien. Él me afirma con palabras de aliento y acciones por medio de mis amigos, a menudo precisamente el día que he orado. Mis amistades con amigos varones son particularmente fortificantes porque ahora me siento “como uno de ellos”.

Tan alentadora como es la restauración personal, nada es más maravilloso o tan interesante como Jesús. Él es el centro de mi vida ahora. Dependo emocionalmente de Él. Él es tan fresco como cuando lo conocí por vez primera. Mi pasaje favorito está en Hebreos 13:5 y 8, “Nunca te dejaré ni te desampararé…Jesucristo es el mismo ayer, hoy y por los siglos de los siglos”. Sus promesas son verdad. Dios ha sido fiel. Ya no estoy solo porque Dios me ha restaurado con el rico compañerismo de Su presencia.


Bill Hernández formó parte del personal de Amor en Acción desde 1978 hasta 1985. Actualmente, es pastor en la congregación Cristiana de la Viña en San Francisco, donde dirige su Centro de Restauración y ministra a grupos comprometidos ex-gays y un programa de “Aguas Vivas”. Copyright 1993 Bill Hernández.
 
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Traducido del inglés por Oscar D. Galindo/México