Por Lori Rentzel

Si has tratado de ser un cristiano, pero has estado cayendo en pecado, hay un paso importante que Dios quiere que tomes.Tenía 19 años cuando le pedí a Cristo que entrara en mi vida. Hice esto con gran aversión, más bien impulsada por el temor de que Jesús pudiera regresar pronto y que no estaría preparada para ir con Él.A pesar de mi negación en aceptarlo, Cristo vino a mi vida y vi algunos cambios. De pronto estuve consciente de la presencia de Dios. Descubrí que podía entender la Biblia por primera vez y empecé a disfrutar de cosas que anteriormente no podía, tales como ir a la iglesia y platicar con mis nuevos amigos cristianos. Era como si hubiera entrado a un mundo nuevo, uno del cual habla ignorando su existencia.Pero era miserable. Cada día era una lucha por permanecer con interés hacia Dios. Reunirme en el bar los viernes por la noche era mucho más gratificante para mí que asistir a una reunión de oración.

La adicción al sexo comienza en familias marcadas por dinámicas y características no saludables.

Testimonio: Shirley Baskett

Excavé con la pala en la tierra seca de verano y saqué otro terrón cubierto de maleza en el patio trasero. Esa era la única manera en que podía mantener la cordura. Pensé en Adán escondiéndose en el jardín del Edén y hundí la pala otra vez en el suelo duro.

Unos pocos días antes me había graduado del Colegio Bíblico y ahora me encontraba en la casa de mis padres. No había manera de que yo hablara con alguien de lo que había pasado en mi graduación esa noche. No hubiera podido explicármelo ni a mí misma.

Todavía soy joven pensé, más de un hombre me había roto el corazón y estaba consciente que formar una buena relación con un hombre era difícil para mí. Cuando me encontré a mi misma enamorándome de una mujer, sabía que estaba en conflicto con mi fe, pero pensé que era simplemente mi fantasía, me entretuve con mis pensamientos, nunca creí que pudiera pasar.

En la noche de mi graduación la conexión fue eléctrica y tuvimos un sentimiento vertiginoso de culpa y obsesión. Como cristianas sabíamos que esto nunca debió haber comenzado y el temor a Dios junto con el desaliento era un tormento pero estar separadas era peor.

Permanecí en la casa de mis padres por un año, Auckland y ella se quedaron en la Isla del Sur. Teníamos la esperanza de regresar el tiempo y que nuestras vidas volvieran al buen camino. Bueno, lo hice. Mientras ella, sin yo saberlo se fue directamente a empezar una nueva relación con otra mujer. Durante ese año parecía que mis oración solo golpeaban el techo.

Para enfrentarlo, empecé a beber y a fumar, y me justifique como una creyente liberal. Salía con personas que estaban al margen de la iglesia, era crítica con aquellas que consideraba demasiado “rectos”. Culpé de mi conflicto al legalismo y al pensamiento estrecho de la iglesia.

Cuando mi amiga vino a la ciudad al final del año y quería estar conmigo, yo ya estaba cansada de pelear con mi corazón y estaba de regreso de alguna forma al cielo. Ahora yo sabía que Dios me hizo de la manera que yo era. ¿Seguramente había habido algún tipo de error y yo era un hombre atrapado en el cuerpo de una mujer? Yo estaba bien consciente que me estaba alejando de Dios y durante los siguientes meses recuerdo claramente haber perdido mi alegría cuando mi risa sonaba hueca.

Una vez que yo puse mis pies en el camino elegido, mi amante me dejó por otra persona. Estaba más destrozada que nunca. Esta vez yo había vendido mi alma y renunciado a mi fe por esta mujer. Sin embargo, por ahora ya estaba convencida que había nacido homosexual y que nada podría cambiarme. La única esperanza era encontrar otra alma gemela.

Me encontré a la deriva en la “escena”, primero en los bares y luego en el “club de mujeres”. Terminé en una ciudad como ratonera áspera, ruidosa y pendenciera. Luego me fui a Sydney, Australia con mi amante en turno. Rápidamente me estaba convirtiendo en alcohólica, en Sydney era raro que no fumara algún tipo de droga. Mi pareja y yo nos quedamos con un grupo de bisexuales prostitutas que estaban usando heroína. Aquí ellas eran menos posesivas y se metían menos en peleas físicas. Pero la vida nocturna era más siniestra y rápida.

Cuando mi relación terminó después de dos años, me di cuenta que tenía poca habilidad y deje de creer y amar, y decidí disfrutar todas las relaciones casuales que pudiera conquistar. Yo no entendía a las muchachas bi-sexuales, yo prefería las mujeres. El pensar de una relación con un hombre era repulsivo para mí.

Tuve que regresar a Nueva Zelanda para cambiar algo de mi propiedad. Luego conseguí un trabajo que había deseado pero estaba detenido. Traté de asentarme de nuevo en mi antigua escena. Ahora viviendo con mis nuevas filosofías, también era feliz yendo de una persona a otra o varias al mismo tiempo si lo podía hacer.

En este punto yo creía que por fin había derrotado al Diablo en su propio juego. Descubrí que si solo murmuraba que trataría de volver a Dios, yo podría tener a la persona que yo deseara. Yo hice esto deliberadamente y sin la verdadera intención de que pudiera volver a Dios y tenía a la muchacha que yo le había insistido por muchos años. Pero era una victoria vacía porque ahora no le podía confiar mi corazón a ella.

Mi vida se estaba volviendo vacía aun cuando yo encontraba a alguien que realmente le importaba. Era incapaz de devolver el favor. Yo era una mujer muerta caminando. Decidí que debería terminar el cuadro y acabar con esta cáscara vacía de mi cuerpo. No estaba deprimida, solo pensaba en este punto terminar con mi existencia. Después de todo, ya estaba al final de mis 20’s y podía ver mi vejez como un futuro solitario.

Oré muchas veces pero el techo de concreto estaba siempre ahí. Traté de nuevo. Oré:

“Dios, no sé siquiera si tú estas ahí, pero si lo estás, y si yo puedo regresar a ti por favor muéstramelo. No espero una luz de neón pero por favor muéstramelo”.

Esa noche yo tuve una visita. Yo vivía sola en un piso interior en la ciudad. Ahí en el escalón de la entrada estaba un muchacho alto y delgado de nombre Geoff que había conocido en mis tempranos días de cristiana. Estaba un poco perpleja de ver como él había venido a visitarme, hacía mucho que no me había tocado ver cristianos aparte de mi hermana oradora.

El me explicó que mi mamá y hermana, después de ocho años y medio, telefonearon a la iglesia de la ciudad para que enviaran a alguien a verme. La iglesia era grande con aproximadamente 2,000 personas y la llamada podría haber sido ignorada, pero el pastor a quien le tocó la petición se había convertido a través de mi hermana. El delegó la solicitud y recayó en alguien que me conocía, Geoff.

Geoff sabía cómo había sido mi vida y oró antes de venir a verme. Pasaron tres semanas para que él se sintiera confiado de irme a ver. Fue justo en el día que yo había orado por mi señal. Sabía que si Dios estaba tratando de llegar a mí, entonces yo podría hacerlo.Decidí esa noche, sabía que tenía una última oportunidad para regresar a Jesús y la tomé firmemente.

Ese viernes fui al bar gay donde solía beber, que esa noche estaba cerrando.  Nunca tuve que saber a dónde irían mis amigos después de esto y por lo tanto, tener la tentación de beber con ellos. Antes de que cerraran había ordenado algunas  rondas de cerveza y fui a despedirme de cada uno de ellos.

“¿A dónde vas?”

Todos querían saber.

“Regreso con Dios”.

Era todo lo que les podía decir.

“Tu volverás. Nadie se sale así como así”,

decían con desprecio.

El domingo fui a la iglesia con Geoff y su familia. Aprendí mucho en los días siguientes pero nunca volví atrás desde ese día. Era extremadamente difícil, pero no imposible.

Por un tiempo Dios me permitió pensar que era una lesbiana en celibato. No pensé siquiera verme a mí misma como heterosexual. Un día mientras iba manejando le silbé a una hermosa muchacha. Inmediatamente me di cuenta que había una presencia en el carro. Jesús estaba en el asiento del pasajero. No había condenación, solo una fuerte revelación de mi disparate. La etiqueta de homosexual célibe se cayó de mí como una piedra. Yo era como Dios me había hecho, una mujer. Y Jesús vino a ser el íntimo amor que yo había buscado toda mi vida. Dios me convenció de que “Él es mi amado y yo soy suya” nadie me ha amado como Él lo ha hecho.

Cuando encontré mi paz con Dios y regrese siguiéndolo con todo mi corazón, no me hacía ilusiones con volver a mi antiguo estilo de vida. Mi experiencia con Jesús era tal que no tenía dudas de que los dos estilos de vida eran incompatibles como la mermelada y el ajo, o como las cebollas en escabeche y el helado.

Dios me llevó hasta el punto de casarme con un hombre maravilloso. El me dejó muy claro que Pete iba ser el compañero de mi vida. En mis lecturas de la Biblia me di cuenta que el amor era más acerca de ceder nuestros derechos y morir al egoísmo, ya sea en el matrimonio, la amistad o la familia. He estado casada durante veintiséis años. Nuestro matrimonio se ha fortalecido y madurado, y nuestro amor ha crecido y convertido en una unión firme.

Dios también me llamó a trabajar como una predicadora ambulante y como Pastora ordenada. Tenía un largo camino por recorrer, desde donde había estado viviendo en desobediencia, ignorancia y orgullo, hasta donde Dios quería que estuviera.

Quizás has tenido tantos fracasos que no te atreves a pensar que puedes caminar con libertad. Si yo he podido ser una corredora que va a la cabeza y tú quieres correr conmigo, siguiendo a Jesús no importa a qué precio, puedes unirte a un ejército de vencedores.

La historia de Shirley está escrita en el libro The Woman Who Outran The Devil (La mujer que derrotó al diablo).

Shirley Baskett es pastora ordenada, actualmente es directora del ministerio Renew en Melbourne, Australia. Es directora de Exodus Asia Pacífico que reúne diversos ministerios en Nueva Zelanda y Australia que ayudan a personas con quebranto sexual, además de colaborar con otros ministerios en países asiáticos. 

Traducción: Rosana López.

Por Andrew Comiskey

 Cada uno de nosotros se convierte en ser humano como producto de la unidad entre un hombre y una mujer.

Después de esto nos definimos basados en lo que parece ir en contra de nosotros, lo que no somos, como no somos como el otro, como no seremos como ‘ellos’.

Tito 3:3 ‘…nosotros éramos necios y desobedientes…éramos esclavos de todo género de pasiones y placeres. Vivíamos en la malicia y en la envidia.’

Para mí la Iglesia era el enemigo, que se oponía a mí. Yo justificaba mi odio que estaba basado en la hipocresía que percibía.

Sin embargo, una cosa quedaba de la religión de mi niñez: el poder de la cruz. Acostumbraba a llevar una cruz en el pecho y aunque insensato y odioso, creía en su autoridad. Un día estábamos en el lago y un amigo se estaba ahogando, mientras el luchaba por sujetarse a mí para ayudarlo a salir del agua el jaló la cruz que llevaba puesta. Me reí y pensé: ¡una cruz en intercambio por la vida de un amigo!

Largo tiempo después llegó un momento en que tuve que darle cara al hecho de que como mi amigo yo estaba muriendo y necesitaba ser salvado, yo también estaba debajo de las profundas aguas del odio y de la necedad. Ahora yo tenía oídos para oír; el pobre escucha, el pobre hombre que yo era podía escuchar la voz del cielo que nunca se detuvo de hablarme a mí.

Tito 3:4-5 ‘Pero cuando se manifestaron la bondad y el amor de Dios nuestro Salvador, él nos salvó, no por nuestras propias obras de justicia sino por su misericordia.’

Mis ojos comenzaron a abrirse al real poder de la cruz: el poder de la misericordia. Yo comencé a entender lo que Dios había soportado por mí –el sufrimiento del Hijo y del Padre como el peso del pecado- mi pecado y todo el pecado del mundo que separaban a Dios de Dios. Lloré al considerar la agonía que el Padre y el Hijo tuvieron que pasar para asegurar mi libertad.

Mi división, lo que estaba opuesto a mí, había sido quebrantado por la separación de Dios de Dios. ¡Eso era el abandono de Jesús por parte del Padre! Entonces reunidos en el poder de la resurrección, el Hijo y el Padre me invitaron a entrar en una relación con ellos. Misericordia: yo había encontrado a mi hermano Jesús, y a mi padre Dios.

La “herida paterna” de Jesús sanó mi herida. Todo lo que tomó fue una simple aceptación de mi necesidad de misericordia. Sin embargo, yo no sabía en lo que me estaba metiendo.

Yo pronto descubrí que la cruz me ofrecía mucho más que sanidad ‘espiritual’; la cruz cambiaba todo, como yo existía en relación a todo el mundo.

La cruz y su misericordia significaban que yo ahora era definido por la unidad del Padre y del Hijo, y de Su Iglesia. Esto significaba unirme a otros en relaciones que dan vida y en formas creativas.

Pablo lo dice de la mejor manera a los efesios que luchaban con una inmensa diferencia entre judíos y griegos en la Iglesia. ‘Porque Cristo mismo es nuestra paz, que ha hecho de los dos uno, y ha destruido la barrera, la pared de división de hostilidad…Su propósito era el crear una nueva humanidad de los dos, haciendo así la paz y de esta forma un solo cuerpo para reconciliar a ambos a Dios a través de la cruz…porque a través de Él ambos han accesado al Padre por un mismo Espíritu.’

Yo me reconcilié con otros a través de la cruz en la iglesia. Yo descubrí esto rápidamente al huir de una fiesta gay en la que estaba: ‘Ustedes antes ni siquiera eran pueblo, pero ahora son pueblo de Dios; antes no habían recibido misericordia, pero ahora ya la han recibido.’ 1P 2:10

Yo descubrí la misericordiosa cruz en la iglesia. El comenzó a arrancar paredes que dividían mi ser. En verdad yo estaba opuesto a mí, yo estaba en desacuerdo con la masculinidad. El amor de Cristo a través del apoyo de los hombres me ayudó a arrancar las paredes que me separaban de mi propia masculinidad. Esto me llevó a ver una profunda división en mí ser, el odio a mi padre. El descubrir la unidad con otros hombres me preparó para sanar mi relación con mi padre. Esto comenzó un largo proceso de unirme a él. Mi padre recientemente falleció, y yo con tristeza recuerdo su buena memoria a diario.

Luego yo comencé a experimentar los deseos normales hacia la mujer, combinado con un llamado a amar como Jesús la ama a ella. No solamente convirtiéndome en ‘normal’; sino transformándome como Cristo, en como Él ama a los demás.

Mas compromiso en el cuerpo de Cristo: mis pastores me invitaron: “¿extenderías tú la cruz misericordiosa a otros quebrantados para que puedan encontrar su lugar en el Cuerpo de Cristo?” Un lugar para cualquiera que sabía que él o ella eran pobres y necesitaba misericordia. Un grupo se convirtió en dos y tres grupos se convirtieron en una capacitación para que otros grupos pudieran ser llevados a cabo. Ahora gente se une en cada continente para descubrir la cruz y el poder misericordioso que los une en el amor real.

En una ocasión en una Capacitación de Aguas Vivas en Argentina Dios me recordó: “Andy la cruz está quitando las paredes de división entre hombres y mujeres, protestantes y católicos, ricos y pobres, europeos y africanos/gente nativa, el educado y el iletrado, esos que lidian con pecados sexuales más exóticos y el pecado heterosexual normal, el abusado y esos que han abusado”.

Todos están encontrando sanidad a través de la misma cruz –Dios sacando la paredes divisorias de la hostilidad que nos hace tontos y odiosos; Él se está convirtiendo en nuestra paz en este cuerpo y reconciliando a todos de una manera creativa y de una manera que da vida.

Ese es el poder de la misericordia –estas son buenas noticias de lo que Jesús ganó para nosotros en la cruz! Él y el Padre ahora nos invitan a nosotros a su casa a tomar parte de la plenitud de esa misericordia de una manera profundamente personal pero a la vez relevante a todos.

¡Hay esperanza para todos! El desea que nosotros seamos libres en unión a Él y a Sus ricas intenciones para nuestra vida.

Acompañando a las personas en su jornada de recuperación

¿Se ha puesto a pensar cuál podría ser la situación de una persona cuando llega a nuestras oficinas pastorales buscando ayuda?  Tal vez se dejó de su pareja, perdió el empleo a causa de sus conductas de riesgo, tal vez perdió a su familia inmediata, se siente sola, está cansada de vivir su vida, o anhela verdaderamente conectarse con Dios a través de Jesucristo. Este proceso restaurador comienza cuando la persona herida reconoce que su vida se ha salido de control y necesita ayuda.

Sólo en 1988, cinco de mis amigos pastores del norte de California fueron descubiertos en adulterio. Aunque pueda parecer casi increíble, así es. Por otro lado, los cinco eran hombres piadosos, buenos pastores y tenían esposas guapas y cariñosas.

Todos dejaron sus iglesias y hoy en día sólo uno de ellos ejerce de nuevo el ministerio pastoral. ¿Cuántos más de mis colegas habrán estado o estarán todavía involucrados en relaciones sexuales ilícitas, sin que se les haya descubierto hasta la fecha? ¡Sólo Dios lo sabe!

Estamos sufriendo una plaga de inmoralidad en el terreno del sexo a nivel mundial, incluso entre los cristianos, aunque el problema, naturalmente, ha existido siempre. Basta con echar un vistazo tanto al Antiguo como al Nuevo Testamento para confirmarlo. Y este problema seguirá con nosotros hasta que la carne del creyente sea suprimida en la segunda venida de Cristo. Sin embargo, estamos presenciando dimensiones nuevas e inquietantes de dicho problema en todo el mundo y, especialmente, en los países occidentales.

 Perspectiva histórica: El rechazo a la ética revelada por Dios

Desde una perspectiva histórica humana, la situación que vivimos no es sino el resultado predecible de la Ilustración del siglo dieciocho. El Siglo de las Luces rechazó a Dios y cualquier ética normativa basada en la revelación divina. El individualismo y el progreso humano, fundado en la razón y no en el testimonio de Dios, así como un compromiso total con la ciencia naturalista, socavaron la fe religiosa y, particularmente, la cristiana. Todo fundamento objetivo de moralidad fue desechado, haciéndose aceptables cuantas cosas gustaran a los seres humanos, o fueran consideradas como importantes para sus vidas, siempre que no dañasen directamente a otros.

La Ilustración engendró a su vez a esos trillizos que son el naturalismo, el humanismo y el materialismo. Estas cosmovisiones rechazan la realidad objetiva de lo sobrenatural, o por lo menos toda participación en la vida humana de lo sobrenatural que pudiera existir, y afirman la capacidad del hombre para realizarse por sí mismo mediante la razón (racionalismo) y el empirismo del método científico (cientifisismo). Lo único que existe es el mundo natural (naturalismo) y, por lo tanto, el hombre está solo en su universo (ateísmo).

Del naturalismo, el humanismo y el materialismo ha surgido el nihilismo: la opinión de que todo valor o creencia restrictiva tradicional carece de fundamento. No hay base objetiva para la verdad, sobre todo para la verdad moral. El nihilismo lleva inevitablemente a la conclusión, consciente o inconsciente, de que la existencia humana no tiene ningún significado objetivo y que podemos vivir para nuestra satisfacción personal como única realidad. El lema del nihilismo es: «Si te agrada, hazlo».

Ya sea descaradamente, sobre todo a través de muchas instituciones educativas, o de un modo encubierto, principalmente por los medios de comunicación, se está condicionando a la generación adulta actual y a la juvenil emergente para que crean que las únicas limitaciones a la sexualidad son el consentimiento de los protagonistas y las precauciones contra los embarazos indeseados y las enfermedades.

«¡Somos seres sexuales!», se afirma, «¿Por qué no debería permitirse a las personas que consienten en ello tener actividad sexual tan pronto como son capaces de desearla?»

Como consecuencia de esta manera de pensar, la iglesia, que se supone debe cambiar el mundo, está siendo cambiada por este último. Ya en 1959, A. W. Tozer escribía:

El período en que vivimos puede muy bien pasar a la historia como la Edad Erótica, debido a que el amor sexual se ha elevado a la categoría de culto. Eros tiene más adoradores entre los hombres civilizados de nuestros días que ningún otro dios. En el caso de millones de personas lo erótico ha desplazado por completo a lo espiritua[ … ] Las lágrimas y el silencio podrían ser mejores que las palabras si las cosas no estuvieran del todo como están. Pero el culto a Eros está afectando seriamente a la Iglesia. La religión pura de Cristo, que fluye como un río cristalino del corazón de Dios, se contamina con las aguas sucias que chorrean de detrás de los altares de abominación que se alzan en todo monte alto y bajo todo árbol verde desde Nueva York hasta Los Angeles.

Randy C. Alcorn, cuyo libro Christians in the Wake of the Sexual Revolution [Cristianos en el renacer de la revolución sexual] contiene esta cita de Tozer, dice a su vez:

En la época neotestamentaria, la pureza sexual del pueblo de Dios trazaba una clara línea divisoria con el mundo no cristiano. Y antes de la revolución sexual, lo mismo podía decirse en buena parte de la Iglesia en América. Pero las cosas han cambiado de forma radical. En su libro Flirting with the World [Flirteo con el mundo], John White saca esta seria conclusión: «La conducta sexual de los cristianos ha llegado al punto de no distinguirse de aquella de los que no lo son[ … ] En nuestra conducta sexual, como comunidad cristiana, estamos en el mundo y somos del mundo».

Para corroborar la afirmación de White, Alcorn recurre a una encuesta Gallup de 1984 que reveló que los miembros de iglesia y los que no lo eran se comportaban del mismo modo en cuestiones morales tales como la mentira, el engaño, el hurto y … el sexo; y saca esta triste conclusión:

Cada vez resulta más difícil discernir dónde termina el mundo y donde empieza la Iglesia[ … ] Como la rana a la que se hervía elevando la temperatura grado a grado hasta la muerte, muchos hogares cristianos han ido perdiendo gradualmente la sensibilidad hacia el pecado sexual. El resultado era predecible: la inmoralidad está más extendida entre los creyentes que en ninguna época pasada.

Sexualidad humana normal y triunfo sobre la lujuria

Soy un hombre común con una sexualidad masculina normal y me he dado cuenta de que las tentaciones sexuales no han disminuido ni siquiera un poco para mí desde que cumplí los cincuenta. Solía pensar que cuando fuera mayor, en cierta forma, la sexualidad disminuiría, y que sería capaz de andar por la playa rodeado de mujeres con sus escasos trajes de baño sin que ello produjera ningún efecto sobre mí. He descubierto que no es así.

Hace años estaba dando un estudio bíblico a algunos de nuestros misioneros más jóvenes sobre 1 Timoteo 6.11 y 2 Timoteo 2.22, donde el apóstol Pablo nos exhorta diciendo: «Huye de estas cosas» … «huye también de las pasiones juveniles».

Naturalmente tuve que mencionar la lujuria, y de repente me acordé que había entre nosotros un anciano de ochenta años o más. Como estábamos en un ambiente informal, me detuve y dije: «Espero con impaciencia el día en que tendré la cabeza cana como nuestro hermano y no habré de preocuparme por la concupiscencia sexual».

Todos rieron menos el hermano en cuestión. Y antes que pudiera continuar, levantó la mano pidiendo permiso para hablar y dijo: «Joven, ese problema le seguirá toda la vida».

Nuevamente todos se echaron a reír. Menos yo. Creía verdaderamente que «ese problema» desaparecería con la edad. Ahora que tengo el pelo cano sé lo que aquel hermano quería decir. «El que haya nieve en el tejado no significa que no haya fuego en el hogar».

No obstante, en Cristo tenemos victoria sobre la lujuria y las fantasías sexuales. No hay razón para vivir en una semiesclavitud mental y emocional a los deseos carnales ni siquiera en esta era de exhibicionismo sexual.

Cuando el apóstol Pablo dijo que huyéramos de esas pasiones, quería decir exactamente eso: los hombres no pueden exponerse a la desnudez o semidesnudez femenina sin experimentar alguna forma de estímulo sexual. ¿Cuál es la solución? Simplemente esta: Apartarnos lo más posible de esa clase de exposición erótica.

Esto requiere autodisciplina, especialmente en lo relativo a nuestros hábitos de lectura y al tipo de programas de televisión y a los videos que miramos. Sabemos cuáles son las revistas, los libros y los programas que contienen fotografías, relatos y artículos sexualmente estimulantes, y debemos negarnos a comprarlos, leerlos o mirarlos. Hemos de recordar que el peligroso hábito de mirar, leer, comprar y codiciar aquello que no conviene conduce a menudo a matrimonios frustrados, hijos perturbados, interrupción de la comunión con Dios y vergüenza ante un mundo que espera que los cristianos lleven vidas de pureza sexual.

 Una doble moral

La Biblia enseña una doble moral. Hay una norma muy elevada para los cristianos en general y otra todavía más alta para los líderes.

Martín Lutero dijo en cierta ocasión: «Representar a Dios ante los hombres no es cosa menuda». Esto significa ser un líder cristiano. ¿Acaso no es lo mismo que quiso decir Santiago al escribir: «Hermanos míos, no os hagáis maestros muchos de vosotros, sabiendo que recibiremos mayor condenación» (Santiago 3.1)? A aquellos de mis lectores que son dirigentes cristianos o aspiran a serlo, les digo: Dios exige más de ti y de mí que de aquellos a los cuales nos llama a guiar. Debemos calcular el costo. No hemos de aspirar al liderazgo cristiano a menos que estemos dispuestos a morir al yo, a los deseos de la carne y a la vanagloria de la vida (1 Juan 2.15-17).

Si eres esclavo de algún tipo de pecado sexual, permanece fuera del liderazgo cristiano hasta que tengas seguridad de victoria sobre tu problema. La idea de que cuando seas pastor, evangelista, maestro de la Palabra, misionero u otra cosa parecida, podrás obtener la victoria y la vida santa que anhelas, es un engaño para contigo mismo, una completa ilusión. La guerra contra la carne, el mundo y Satanás sólo se intensifica cuando uno se convierte en dirigente cristiano.

Debemos aceptar las responsabilidades del liderazgo espiritual. Las batallas no se ganan en el púlpito, en la plataforma o en el podio, sino en lo secreto, donde nadie nos ve.

¿Qué haces con tu vista? ¿Tus manos? ¿Tus pies? ¿Tu mente? ¿Tu imaginación cuando nadie te observa? Ningún líder cristiano cae en el pecado sexual sin que primero lo haga en su mente y sobre todo cuando nadie lo mira.

Naturalmente que existe el perdón. Eso se da por sentado. Dios siempre perdona a sus líderes caídos, incluso si han deshonrado su nombre. Pero piensa, mientras todavía tienes control sobre tu mente, tus emociones y tu cuerpo, la vergüenza que traerás sobre Dios, sobre ti mismo, tu familia y la iglesia en todo el mundo con tus egocéntricas acciones. Si no puedes estar a la altura de las exigencias y de las normas morales del ministerio, sal de él. Ese no es tu lugar. Ya conoces la expresión: «Si no puedes soportar el calor, quédate fuera de la cocina».

Mi íntimo amigo y colega, el conocido evangelista y maestro de la Palabra Dr. Luis Palau, advierte vez tras vez a los dirigentes cristianos contra la tendencia a las «actividades dudosas».

A menudo los líderes cristianos tratan de permitirse cuanto pueden en el límite mismo de la inmoralidad. Tal vez no se vayan con una prostituta ni tengan una aventura amorosa, pero miran materiales pornográficos. Ven películas en las habitaciones de los hoteles que se avergonzarían de presenciar en sus casas junto a sus esposas. Miran, e incluso tocan y acarician, hasta el punto de estimularse sexualmente, pero frenan en seco ante la inmoralidad abierta. Esas cosas son pecado y no caben en la vida del siervo de Dios.

Las consecuencias del pecado sexual para los líderes

Durante los años que estuve dedicado plenamente a la enseñanza en la Universidad Biola, por desgracia se produjeron algunas caídas en el pecado sexual de profesores varones con sus alumnas. En un mismo año, dos de aquellos sucesos sacudieron al cuerpo docente. Los dos hombres eran amigos míos y ni yo ni el resto de mis colegas habíamos tenido la más mínima sospecha.

A Loretta, mi esposa, le cuesta trabajo aceptar esta clase de inmoralidad de parte de los dirigentes cristianos. Es tan pura de corazón y tan absolutamente sincera y comprometida con el Señor, con las normas bíblicas, con un estilo de vida santo y conmigo como marido y amante, que siempre se deprime cuando ve a los líderes espirituales caer en el pecado sexual.

Después de los incidentes mencionados, me dijo: «Querido, tengo que hacerte una pregunta. No la tomes como muestra de desconfianza, pero he de planteártela. Y empezaré con un comentario acerca de las “chicas” de Biola, como tú las llamas, que asisten a tus clases. Tú eres muy afectivo, como hombre y como profesor, y las consideras “chicas”, como a tus dos hijas; pero ellas no son tus hijas, ni tampoco chicas, sino mujeres plenamente desarrolladas.

»Debes tener mucho cuidado cuando las aconsejas, y recordar que muchas de ellas están solas y hambrientas de cariño. Otras no han tenido en su vida el modelo de un hombre y pueden trasladar a ti su necesidad de intimidad con un varón mayor, llámalo figura paterna si quieres, la cual puede convertirse en una relación sexual sin que os deis cuenta ellas o tú.

»Y aquí viene mi pregunta: ¿Cómo puedo estar segura de que no tendrás tratos con alguna de ellas o con ninguna otra mujer en tus constantes viajes? Nadie sospechaba de tus dos colegas hasta que los descubrieron. ¿Qué me dices de ti?» Que de mi tierna, dulce y callada esposa, viniera aquella interrogante fue como una bomba, y aunque su franqueza me sobresaltó, era una pregunta que tenía que hacer. Al contestarla, le expliqué cómo trato con esta cuestión mientras llevo a cabo mi ministerio.

No es algo acerca de lo cual me mantenga pasivo. Se trata de un peligro constante al que he tenido que hacer frente muchas veces; desde que comencé mi ministerio itinerante hace más de veinte años, cuando sólo tenía diecinueve. Podría haber caído en el pecado sexual en multitud de ocasiones. Las oportunidades se presentaban entonces y aún las hay.

«Primeramente», le dije a Loretta, «sé que si cayera en el pecado sexual mi relación con Dios se rompería, y aunque me perdonara, dicha relación jamás volvería a ser igual.

»¿Cómo podría venir delante de Dios sabiendo lo que he hecho? Ahora mi corazón es demasiado sensible en su presencia. No puedo soportar que ninguna nube se interponga entre los dos. Un pecado sexual socavaría todo aquello sobre lo que he construido mi vida espiritual. ¿Acaso me sería posible orar? ¿Cómo podría tener comunión con Él después de haberle traicionado de ese modo?

»En segundo lugar, en mi caso tendría que dejar el ministerio. Para otros quizá no sea así, pero sí para mí. No podría ponerme delante del pueblo de Dios o de los inconversos y predicar algo que no es verdad en mi vida.

»Lucho con el pecado como todos; pero el pecado sexual es siempre algo premeditado. En todas las ocasiones existe un punto en el que un hombre puede resistir y escapar de la incitación sexual. Nadie cae en pecado sin que el mismo no haya flotado en su imaginación antes de que la oportunidad de convertirlo en experiencia física se presentara.

»Eso es hipocresía. ¿Acaso puedo yo enseñar acerca del tiempo en la guerra espiritual si no estoy andando en victoria? ¿Cómo me es posible predicar sobre la santidad si no llevo una vida santa?

»En tercer lugar, te quiero de veras y no tendría valor para presentarme delante de ti, mi esposa, si hiciera algo tan terrible. ¿Cómo podría mirarte a los ojos, tomarte en mis brazos y darte y recibir de ti un amor íntimo después de haber codiciado a otra mujer o mantenido relaciones sexuales con ella? Me conoces tan bien que sabrías que tal cosa había sucedido antes de decírtelo yo. Además, te quiero tanto que se me hace mucho más fácil huir de la mujer extraña.

»En cuarto lugar, ¿cómo podría enfrentarme a mis dos encantadoras hijas? Si les fallara como ejemplo de padre piadoso y moralmente puro, ¿sería capaz de volver a relacionarme con ellas con una conciencia limpia?

»Lo mismo se aplica a nuestros dos hijos. ¿Acaso puedo ayudar ejerciendo una influencia en su vida moral dentro de nuestra inmoral sociedad a menos que ejemplifique para ellos una vida de victoria sobre las tentaciones sexuales? Y esto es válido también para nuestros nietos».

Desde aquel día, Loretta no ha vuelto nunca más a suscitar la cuestión. Como dijo entonces, necesitaba oírmelo decir para quedarse verdaderamente tranquila. A partir de ese momento me ha ayudado a aconsejar a muchos hombres y mujeres que han roto sus votos matrimoniales. Ella sabe que todos llevamos la carne pecaminosa en nuestros cuerpos mortales y que somos capaces de fallar, pero está en paz encomendándome al Espíritu Santo que ha hecho de mi cuerpo su santo templo. Es también a Él a quien yo mismo me encomiendo.

Si elegimos participar en la contaminación sexual del pensamiento, ello puede conducirnos, y generalmente lo hace, a algún tipo de atadura, incluso demoníaca. La Figura 17.1, «La secuencia del pecado» ilustra de qué manera las malas decisiones son susceptibles de producir ataduras.

Tal vez piense que jamás caerá en la inmoralidad. Todos los cristianos comprometidos deberían pensar lo mismo, como le sucedía a aquella joven cuya historia apareció en la revista Decisión de enero de 1988. Confío en que este relato servirá como una seria advertencia acerca de lo vulnerables que somos a la tentación sexual tanto de mente como de cuerpo. El artículo, escrito por Maureen Grant, se titula «I Was Not Immune» [Yo no era inmune]:

Nuestros vecinos de al lado se iban a separar. Elaine había tenido una aventura amorosa con alguien que conoció en su trabajo. Dos hogares se habían roto, y cuatro vidas no volverían a ser las mismas.

«Bueno», le dije simplemente a mi marido, al menos no tendrás jamás que preocuparte de que tu mujer te sea infiel». Nada había entonces más lejos de mi mente que la infidelidad. Pensaba que por ser cristiana estaba a salvo de cualquier tentación. ¡Nunca podría ocurrirme algo semejante! Poco me imaginaba que unos meses después me enfrentaría a una de las tentaciones más fuertes que jamás me habían sucedido en mis diez años de creyente.

Doug, un compañero de la oficina, y yo empezamos a tomar un café juntos de vez en cuando. Me aseguré que no había nada malo en aquellas «citas», se trataba sólo de un colega cuya compañía me agradaba, no obstante comencé a notar con cuánto interés esperaba los encuentros con él. Los muchos cumplidos que me hacía reforzaban mi ego, y pronto me vi haciéndole partícipe de mis problemas personales y revelándole confidencias que sólo hubiera debido expresar a mi marido.

Antes de advertirlo una fantasía había empezado a desarrollarse en mi mente. Al principio era sólo algo ocasional, pero llegó un punto en el cual todos mis pensamientos giraban en torno a aquel hombre y comencé a ensayar mentalmente los detalles de una aventura amorosa con él. La fidelidad hacia mi marido me parecía aburrida en comparación con la agradable relación que podía mantener. Para aumentar la tentación, Doug sugería que nos viéramos fuera de las horas de trabajo.

Luché con sentimientos contradictorios. Quería seguir con aquella relación y también permanecer fiel a mi esposo. Hasta que por último me confesé a una amiga cristiana.

Su consejo fue franco: «Apártate de la causa de la tentación». Citando un versículo de la Escritura, añadió: «”Vuestro adversario el diablo, como león rugiente, anda alrededor buscando a quien devorar”. Resiste a Satanás a toda costa».

¡Qué necia había sido al pensar que el hecho de ser cristiana me hacía de alguna manera inmune a la tentación! Acepté su consejo, aunque ello implicaba cambiar de trabajo. Sabía que me sería difícil no responder a las atenciones de Doug.

Enseguida me di cuenta que necesitaba cambiar mis hábitos de pensamiento. Una aventura amorosa tiene lugar en la mente mucho antes de que realmente ocurra. En la Palabra de Dios leemos: «La concupiscencia, después que ha concebido, da a luz el pecado; y el pecado, siendo consumado, da a luz la muerte». Aunque se precisaba autodisciplina, cada vez que un pensamiento lujurioso me pasaba por la mente no dejaba que se demorara allí.

¿Cómo estaba empleando mis horas de ocio? Pensé en las malas novelas que leía y en los melodramas que veía en la televisión, cuyos personajes saltaban de un amor a otro sin sufrir aparentemente ninguna mala consecuencia. ¿Qué sentido tenía aquel tipo de diversión para una hija de Dios?

Me recordé a mí misma un versículo de Filipenses que decía: «Todo lo que es verdadero, todo lo honesto, todo lo justo, todo lo puro, todo lo amable, todo lo que es de buen nombre; si hay virtud alguna, si algo digno de alabanza, en esto pensad».

Durante el tiempo que empleaba corrientemente para ver la televisión, comencé a hacer un estudio bíblico, cosa que había descuidado. Los versículos que leía me proporcionaban fortaleza espiritual, algo a lo que recurría cuando era tentada.

Examiné mi relación con mi esposo. ¡Con demasiada frecuencia no nos habíamos hecho mucho caso! Me recordé a mí misma que mi marido era un regalo del Señor y decidí convertir nuestro matrimonio en la relación más importante de mi vida.

No me atrevo a pensar en el rumbo que hubiera podido tomar mi vida de haber seguido mis deseos egoístas. ¡Qué importante es que hagamos nuestra la sabiduría de Efesios cuando dice: «Vestíos de toda la armadura de Dios, para que podáis estar firmes contra las asechanzas del diablo!»

 Figura 17.1

secuencia del pecado

La secuencia del pecado (Una sucesión ordenada e ininterrumpida)

Hace algunos años me invitaron como principal orador a un centro cristiano de conferencias, y durante la sesión de enseñanza matutina hablé sobre «La guerra espiritual como una lucha multidimensional contra el pecado». Luego, en una de las sesiones de la noche, enseñé acerca de la posibilidad de actividad demoníaca en las vidas de cristianos atados por la inmoralidad sexual hasta el punto de la adicción.

Después de aquella última sesión me tomé un tentempié tardío con John, el director del campamento.

«Ed», me dijo John, «después de escuchar tus charlas de hoy tengo alguna idea de cuál puede ser el problema en la vida del pastor del cual yo era adjunto antes de venir aquí. Por lo que has estado enseñando, sospecho que ese pastor está endemoniado».

«Nunca digo que el problema de una persona es resultado de una demonización parcial a menos que entre realmente en contacto con los demonios que pueda haber en su vida», le respondí. «Si estás dispuesto a tener eso en cuenta, yo lo estoy a escuchar tu relato. Puedo ver que te preocupa mucho ese ministro».

«Yo era pastor adjunto en su iglesia», expresó, «una de las más grandes y de crecimiento más rápido de la ciudad por aquel entonces, y probablemente todavía. La gente se convertía a Cristo cada semana durante los cultos. Es un pastor que predica verdaderamente la Palabra de Dios.

»Cierto día vino a pedirme consejo una mujer joven, casada. Tenía el corazón destrozado. Había tenido una aventura amorosa y Dios le había dado tal convicción de pecado que ya había roto con ella y venía a pedirme ayuda.

»Ministré a la mujer con la Palabra de Dios, asegurándola del perdón divino y orando con ella. Por último, después de una de las sesiones, me dijo: “Pastor, lo peor de todo este asunto es que la persona con la cual he tenido relaciones es nuestro pastor principal”».

John se quedó sin habla. Al principio pensó que la mujer mentía; que quizá se había encaprichado con el pastor y al no ser correspondida en sus flirteos había decidido hacerle daño. Pero cuanto más hablaba con ella tanto más se convencía de su sinceridad.

En el transcurso de los meses desde aquella sesión de consejo, varias mujeres más vinieron a verle con la misma historia: todas habían tenido líos amorosos con el pastor principal. John investigó cuidadosamente cada caso, pues necesitaba pruebas irrefutables con las cuales confrontar al pastor. Este poseía un carácter fuerte y John sabía que su propio ministerio peligraba si negaba los cargos. Con el tiempo reunió toda la evidencia necesaria, y había varias mujeres dispuestas a comparecer ante el pastor junto con él y con otros líderes de la iglesia.

John decidió hablar primero a solas con el ministro, como enseña la Escritura. La reunión fue muy desagradable. Negó las acusaciones y John tuvo que preguntarle si estaría dispuesto a repetirlo en presencia de las mujeres. Pero él se negaba a comparecer ante ellas.

«Me encontraba en una situación delicada», continuó John. «De haberse tratado sólo de una mujer las cosas hubieran sido distintas. Hubiera podido resultar una acusación falsa. Aunque parezca increíble, antes de dejar la iglesia había hablado aproximadamente con treinta mujeres con las cuales el pastor había tenido relaciones sexuales a lo largo de los años, y puesto que se negaba a confrontar cara a cara a ninguna de ellas di por sentado que era culpable.

»A continuación, siguiendo el procedimiento bíblico, llevé el asunto a los ancianos de la iglesia. Se enfurecieron conmigo. Dijeron que Dios estaba bendiciendo a la congregación bajo el liderazgo del pastor y por lo tanto aquellas historias no podían ser ciertas.

»Les rogué que al menos examinasen el asunto, pero se negaron categóricamente a ello. Estaban seguros de que la gente no se estaría convirtiendo, ni la iglesia creciendo tan rápidamente, si el pastor no fuera un hombre santo.

»Luego me llegó el golpe final: los ancianos dijeron que debía abandonar la iglesia por estar difundiendo chismes maliciosos.

»No tuve más opción que dimitir. El pastor aún está allí y la iglesia sigue creciendo. Después de escuchar tu enseñanza de esta semana empiezo a preguntarme si su problema no tendrá una dimensión demoníaca».

Naturalmente no había manera de que yo pudiera juzgar basándome sólo en aquella historia. Incluso si existiera una fuerte vertiente demoníaca en su desenfreno sexual, aquel pastor era aún responsable de sus actos. Estaba escogiendo andar en la carne en esta área de la inmoralidad. El pecar o no es decisión de la persona.

Artículo tomado del sitio web: Embajada del reino de los cielos

Por Bob Davies

Pero el ángel les dijo: No temáis; porque he aquí os doy nuevas de gran gozo, que será para todo el pueblo: que os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un Salvador, que es CRISTO el Señor.
Lucas 2:10-11

Tocando lo intocable: Una historia sobre SIDA

Era el 25 de marzo de 1986 — un día que nunca olvidaré. Toda Heidelberg, Alemania, estaba cargada de vida aquel día con el fresco resplandor de la primavera.

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