Porque cuando soy débil entonces soy fuerte

Génesis 32-35

Dios no nos puede bendecir si no le entregamos el control total de nuestra vida. Cuando no le cedemos un área de nosotros, en realidad lo que estamos haciendo es reservar un espacio de muerte. Por tanto, Él en su amor, nos pide todo. Esto no es un asunto negociable. C.S. Lewis

“Y lo bendigo allí. Y llamó Jacob el nombre de  aquel lugar, Peniel; porque dijo: Vi a Dios cara a cara, y fue librada mi alma”. Gen. 32:29-30.

¿Alguna vez se ha sentido arrinconado? ¿Ha sentido que no había salida de una situación particular? ¿Qué hizo? ¿Cómo respondió? ¿Maldijo o clamó a Dios?

Jacob fue un experto en escapar cuando se encontró arrinconado. En la primera parte de su vida fue un engañador y suplantador y trató de sacar ventaja de la situación desesperada de su hermano. Constantemente encontramos a Jacob procurando escapar de una situación difícil, y obtener el mejor beneficio. Pero un día las circunstancias de la vida lo llevaron a una situación sin salida y se dio cuenta de que estaba arrinconado y no tenía ningún lugar a donde huir. Dios lo había acorralado y sujetado a la fuerza. Eso lo llevó a un punto de desesperación.

Conozco personas que creen que el espectáculo de lucha libre profesional es real. Un miembro de mi equipo de trabajo fue luchador profesional antes de su conversión y sabe muy bien cómo funciona este tipo de espectáculo. Las peleas se planean, se practican y se arreglan de antemano. El resultado es determinado mucho antes de que los luchadores, con sus cuerpos llenos de esteroides, entren al coliseo.

No soy un seguidor de la lucha libre, pero me atrae mucho el primer registro histórico que existe sobre este tipo de lucha. Se encuentra en Génesis 32. Jacob no tenía ninguna oportunidad; la pelea estaba arreglada y no había duda de quién iba a ser el ganador de esa batalla. Jacob no era lo suficientemente hábil como para librarse del fuerte abrazo con el cual Dios lo sujetó. El Señor vino a su encuentro y lo inmovilizó hasta que Jacob clamó en desesperación.

Y se levantó aquella noche, y tomó sus dos mujeres, y sus dos siervas, y sus once hijos, y pasó del vado de Jacob. Los tomó, pues, he hizo pasar el arroyo a ellos y a todo lo que tenía. Así se quedó Jacob solo; y luchó con él un varón hasta que rayaba el alba. Y cuando el varón vio que no podía con él, tocó en el sitio del encaje de su muslo, y se descoyuntó el muslo de Jacob mientras con él luchaba. Y dijo: déjame, porque raya el alba. Y Jacob le respondió: No te dejaré, si no me bendices. Y el varón le dijo: ¿Cuál es tu nombre? Y él respondió: Jacob. Y el varón le dijo: no se dirá más tu nombre Jacob, sino Israel; porque has luchado con Dios y con los hombres, y has vencido. Entonces Jacob le preguntó, y dijo: declárame ahora tu nombre. Y el varón respondió: ¿por qué me preguntas por mi nombre? Y lo bendijo allí. Y llamó Jacob el nombre de aquel lugar, Peniel; porque dijo: vi a Dios cara a cara, y fue librada mi alma. Y cuando había pasado Peniel, le salió el sol; y cojeaba de su cadera. Por esto no comen los hijos de Israel, hasta hoy día, del tendón que se contrajo, el cual está en el encaje del muslo; porque tocó a Jacob este sitio de su muslo en el tendón que se contrajo. (Génesis 32:22-32).

Aunque sabemos que Jacob fue uno de los patriarcas, es importante recordar que no era un ser perfecto; era un hombre lleno de defectos y engaños. Desde el momento de su nacimiento, estaba luchando para lograr sus objetivos y lo que no conseguía por medio del soborno, lo lograba por medio del estímulo. Su madre, Rebeca, lo animó a engañar a Isaac, su propio padre. Jacob es el culpable de sus propias decisiones, pues escogió engañar a su padre y mentir. Su patrón de conducta era el engaño y la mentira.

Jacob era un hombre desagradable. Se parecía al chico que quizás aborrecíamos en la escuela; aquel que intimidaba a los demás y no le queríamos dar la más mínima oportunidad porque podría hacer algo en contra nuestra; aquel tipo de joven con el cual usted tal vez no quiere que salga su hija. La triste realidad es que, en muchos sentidos, descubrimos que tenemos un gran parecido con Jacob. Usualmente cuando nos miramos al espejo, lo vemos reflejado en nosotros.

Algunos se parecen tanto a Jacob que les resulta difícil admitirlo. Por ejemplo, no pueden mantener un trabajo, pero siempre le echan la culpa a los demás; quizá el cónyuge insiste en que vean a un consejero para aprender a controlar la ira, pero responden que son capaces de manejar la situación. Tal vez sus padres les advierten que tengan cuidado con el grupo de personas con las cuales pasan su tiempo libre, pero ellos piensan que nada les va a suceder. También es posible que hayan oído muchos sermones sobre la vida victoriosa que está disponible para todos en Jesús, pero siguen viviendo en derrota porque no renuncian a ciertas cosas y optan por no confiar plenamente en el Señor. Al igual que Jacob, muchos insistimos en aprender por la vía más difícil.

Jacob se encontraba con el engaño de una forma muy natural. Su madre lo convenció de embaucar a su padre e incluso a su astuto tío, Labán, le dio una prueba de su propia medicina. Labán le hizo a Jacob lo que este último le había hecho a su padre y a Esaú, su hermano. Jacob fue manipulado por Labán y experimentó la realidad de ser quien recibe el engaño, La filosofía de vida en esa familia era: “el fin justifica los medios”.

Jacob se parecía a muchos creyentes actuales que han aprendido cómo funciona el mundo y saben cómo manipular las cosas para obtener ventaja. El domingo entonan cánticos sobre la cruz y, el resto de la semana, viven en medio de mentiras, manipulación y engaño. Lo que sucede el domingo tiene muy poca relación con la forma como viven sus vidas hasta que… se enfrentan a una crisis; hasta que desaparece aquello en lo que se apoyan, hasta que la forma como manejan sus vidas los lleva a situaciones sin salida, hasta que se encuentran con alguien que maneja las cosas con mayor astucia que ellos; hasta que las semillas que han sembrado producen un torbellino de consecuencias insoportables. Solo entonces se vuelven desesperados hacia Dios.

Entre una roca y un lugar duro

Cuando pasamos del capítulo 31 al 32 de Génesis, encontramos a Jacob en una condición precaria. Detrás de él se encontraba Labán, de forma que no podía retroceder. Delante estaba Esaú, de forma que lo tenía al frente tampoco era muy bueno. Había engañado a su hermano para robarle la primogenitura y durante décadas había temido que Esaú lo hallara y lo matara. Hasta donde lograba recordar, su hermano todavía quería asesinarlo.

Jacob seguía enfrentando a la posibilidad de que su pecado lo alcanzara ¿qué sucedería si Esaú busca venganza y retribución? Cuando hay una conciencia culpable, no se necesita que alguien más nos acuse; la misma también tampoco nos permite culpar a otra persona. Jacob no tenía excusa y lo sabía muy bien. Después de todo lo que le había hecho a Esaú, su conciencia sintió el remordimiento causado por su pecado y su engaño. El nombre “Esaú” aparece un total de 9 veces en el capítulo 32 de Génesis. Una y otra vez Jacob se enfrentó al hecho de que se dirigía a un encuentro con su pasado y su pecado. Lo que no sabía era que Dios lo iba a confrontar antes de que pudiera llegar a verse con Esaú.

Aunque sea increíble, es verdad que Dios es el Dios de Abraham, Isaac y Jacob. Yo jamás había escogido a Jacob; según nuestra forma de ver las cosas, él no tenía el perfil para ser un patriarca. Pero Dios ve lo que nosotros no podemos ver; él vio a Jacob y supo que podía convertirse en Israel. Dios ve a un engañador y suplantador y sabe que un día esa persona puede aprender a confiar en él de una forma totalmente diferente.

¿Le resulta difícil amar a los Jacobos de este mundo? Probablemente porque se ha convencido de que usted es mejor que ellos; quizá piensa que Dios lo ama más a usted de lo que ama a ellos. Pero la verdad es que Dios ama a los Jacob, aquellos que nosotros usualmente eliminamos de nuestra vista de favoritos; lo hacemos pensando que no son dignos de nuestro tiempo y nuestra atención. Esto sucede porque ponemos nuestros ojos en el problema y no en el proceso.

Existe la oportunidad (y permítame insistir en que es solo una posibilidad) de que usted sea un Jacob, y que se esté diciendo a sí mismo: “después de todas las mentiras, engaños y confabulaciones, ¿puede acaso Dios usarme? ¿Por qué querría Él usarme? ¿Hay esperanza para mí?”

Tengo un amigo que dijo lo siguiente sobre otro hermano en Cristo que ha fallado en muchas ocasiones: “Quiero ser la persona a la cual él pueda acudir y saber que es amado de forma incondicional. No apruebo lo que ha hecho ni lo aplaudo. Pero alguien tiene que amarlo y quizá pueda ser yo”.

Quizá usted es un Jacob o conoce a un Jacob. Jacob es aquel que dice que quiere servir a Dios, pero trata de hacerlo en la carne; aquel que usa métodos y estrategias carnales con la esperanza de obtener las bendiciones y las promesas de Dios, aquel que ve la vida como un largo proceso de negociación y que todo el tiempo trata de encontrar alguna laguna en leyes de Dios para no rendirse completamente al señorío de Jesús ni adoptar firmemente la obediencia y la santidad.

(Continuará en el próximo boletín)

Tomado del libro “El poder de la desesperación” de Michael Catt

Editorial CLC

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