Máscaras de Espiritualidad

Por Frank Worthen

“Mientras callé, se envejecieron mis huesos en mi gemir todo el día. Porque de día y de noche se agravó sobre mí tu mano; se volvió mi verdor en sequedades de verano” Salmo 32:3, 4

En algún momento Martín parecía tenerlo todo. Pero esa fase de su vida se había esfumado. Ahora se encontraba en medio de una severa depresión.

“No sé qué es lo que pasa conmigo”, me dijo en una sesión de consejería. “¡Parece como si me fuera a romper en pedazos!” Aunque no había practicado la homosexualidad, Martín tenía un gran interés en el estilo de vida homosexual. Se encontraba a una corta distancia de sus límites, como una mariposa revoloteando alrededor de la flama.

Periódicamente visitaba una tienda de pornografía y veía películas de actividades homosexuales. “Pero realmente no soy gay”, me dijo. “Solo tengo un poco de curiosidad, como cualquier otro individuo heterosexual”.

Martín siempre había sido positivo con respecto a sí mismo y a su vida. “Voy muy bien”, era su habitual respuesta cuando alguien le preguntaba cómo estaba.

Pero ahora no se encontraba muy bien que digamos. Su engreimiento con el estilo de vida homosexual estaba arrastrándolo cada vez con mayor fuerza. Estaba muy temeroso de que fuera a cruzar la línea divisoria entre ser un observador a ser un participante. Su seguridad en sí mismo se había terminado; su confianza en su fuerza de voluntad ya no existía más.

Cuando le pregunté sobre su relación con el Señor, Martín dijo que había conocido a Jesús desde que tenía ocho años. Insistió en que ellos siempre habían tenido una “relación íntima”.

“¿Martín, qué significa ‘íntima’ para ti?” Le pregunté.  Lo percibí ligeramente incómodo con la pregunta desafiante.

“Mira”, me dijo con orgullo, “guardo todos los mandamientos, voy a la iglesia cada domingo, participo haciendo algunos  anuncios y a veces comparto con algún amigo inconverso lo que Jesús ha hecho por mí. Ahora ¿qué más íntima puede ser esta relación?”

Me vino a la mente la historia del joven rico gobernante de Lucas 18. Él había dicho algo muy parecido a lo que ahora estaba escuchando. “Todas estas cosas he guardado desde mi juventud”.

Dice la Biblia que “Jesús oyendo esto, le dijo: Aún te falta una cosa: vende todo lo que tienes, y dalo a los pobres, y tendrás tesoros en el cielo; y ven, sígueme”. (Lucas 18:22)

El cuadro de la vida de Martín llegó a estar mucho más claro mientras continuamos hablando. Al tiempo que me contaba sobre los años de su juventud y sus éxitos en los negocios, me pude dar cuenta de lo orgulloso que se encontraba por sus logros. Tenía todos los bienes materiales que lo identificaban como un hombre sumamente exitoso. Sí, pensé, este hombre es bien dedicado. ¿Pero para qué? La conclusión era obvia. Martín era dedicado para sí mismo.

Para algunas personas, el que Dios esté en control de sus vidas es tenerlo como un copiloto maestro guiándoles en sus conductas y ayudándolos en sus decisiones. Pero para otros, Dios tiene tanto control como un pasajero sentado en la fila 57 de un enorme avión.

Para Martín, la oración era algo que se oye decir al pastor en la iglesia. El estudio bíblico era oír la lectura de la Palabra en los servicios dominicales. El único deber de Martín era dar anuncios, lo cual le proveía de cierta camaradería y le daba la oportunidad de jactarse sobre los éxitos de la semana recién concluida.

¿Es tu caminar con Jesús sólo una máscara superficial? ¿O es tu fe un reflejo de los más profundos valores en tu vida?

Mientras teníamos la sesión de consejería, yo oraba en silencio: “Dios, ¿por dónde empiezo? Este hombre ni siquiera te conoce”. Me di cuenta de que tenía que empezar con las bases del cristianismo, explicándole el principio de nacer de nuevo.

“Martín”, le dije con cierto temor, “tu fe no ha sido lo suficientemente fuerte como para superar los momentos de dificultad. Tienes razón; deberías de desconfiar de ti mismo. La fuerza de voluntad por sí misma no es suficiente –porque finalmente te fallará”.

Mientras continuábamos hablando, Martín comenzó a inquietarse y a sentirse incómodo. No le gustaba lo que estaba oyendo. La gota final fue cuando le aconsejé que comenzara cada día alabando a Dios: “Dale permiso a Dios para que tome el control de tu vida cada día”.

El rostro de Martín se oscureció. ¿Rendiría cada área de su vida y le permitiría a Dios que la remodelara? ¿Qué sucedería con sus juguetes –los carros deportivos, la lancha, el vehículo de recreo, su segunda casa? ¿Le permitiría Dios conservar todas estas cosas, o –como el joven rico– se le pediría que vendiera todas estas cosas y que comenzara a ayudar a otros?

El don del libre albedrío

Siendo un poco más atrevido, le dije: “Martín, Dios te ha dado libre albedrío. Puedes conservar todos tus bienes materiales, incluso continuar juntando más. Pero estarás haciendo esto sin Dios, confiando totalmente en tu propia fortaleza y fuerza de voluntad. ¿Es eso lo que quieres?”

Su respuesta fue evasiva. “La única razón por la que vine hoy fue para encontrar una forma de deshacerme del temor de ser arrastrado por la homosexualidad. Ahora, si tú no puedes ayudarme a superar ese temor, quizás sería mejor buscar ayuda profesional”.

Cuando la comodidad se confrontó con la fe, Martín eligió la comodidad. Su cristianismo era una protección para el futuro, como tener un seguro contra incendios. Él “pagó sus cuentas” asistiendo al servicio del domingo por la mañana. ¿Estaba Dios realmente pidiendo más que eso? No, concluyó él. Él se veía a sí mismo como un buen cristiano, un hombre espiritual. No estaba abierto para que su cristianismo fuera desafiado.

La situación de Martín me recordó los primeros versículos de 2ª Timoteo 3: “Pero entiende esto, que en los últimos días habrá tiempos peligrosos de grande presión y problema –difíciles de tratar y de soportar. Porque habrá gente amadora de sí misma y totalmente egocéntrica, amadores del dinero y despertados por un inmoderado y ávido deseo de riqueza, orgullosos y arrogantes y jactanciosos despectivos… sin afecto natural… amadores de los placeres sensuales y que se entretendrán con vanidades más que, y en lugar de, amar a Dios”

 Presión

Vivimos en tiempos de presión. Mientras la crisis económica continúa creciendo y necesitamos hacer los ajustes necesarios para la seguridad de nuestra casa y de nuestra vida, estos tiempos difíciles hacen totalmente necesario que incrementemos nuestra fe y servicio a Dios.

Los tiempos de salir a navegar se acabaron para la mayoría de nosotros; nuestra fe está siendo probada día con día. Una máscara superficial de espiritualidad se desmenuzará bajo las presiones de hoy en día. A menos que el Señor sea la fortaleza y el poder que se encuentra detrás de nuestras acciones, tendremos mucho que temer y seremos sobrecogidos por la ansiedad.

El fuego del refinador ha sido avivado. Pero hay una bendición oculta: nos fuerza a considerar seriamente nuestras vidas. Frecuentemente, venimos vacíos, sin los recursos para mantener las normas que hemos establecido para nosotros mismos.

Una nueva dependencia en Jesús nos traerá una gran sorpresa: la vida es mejor cuando caminamos con el Salvador a nuestro lado. Nuestros ojos se abren y vemos la frivolidad que nos rodea. Encontramos un nuevo gozo al amar a Jesús. Nuestra espiritualidad externa ya no es más una máscara, sino una reflexión de las más profundas prioridades en nuestra vida.

Nota del autor: Martín es una persona ficticia. Sin embargo, de uno y otro modo estas palabras han llegado a nosotros a través de varios aconsejados que hemos tratado en diversas sesiones de consejería en el trabajo ministerial.