La violencia en el hogar como causa de la adicción sexual

En sus estudios con mil adictos al sexo, Pat Carnes encontró que el 97% habían sido víctimas de violencia emocional, el 74% habían sido maltratados físicamente, y el 81% habían sido víctimas de abuso sexual.  Esto revela que la violencia desempeña un papel importante en el desarrollo de la adicción sexual. Para que el adicto al sexo pueda sanarse es vital que entienda la violencia que sufrió y cómo lo ha afectado.

Veamos cómo opera la violencia en la adicción sexual:

José y su esposa, María, han tenido discusiones respecto al sexo desde hace años. Desde la luna de miel, José lo exige y María suele negarse. Entonces José se siente rechazado, herido y muy enojado, mientras que María se siente denigrada, manipulada y también muy enojada. Sus discusiones son violentas y destructivas. Ambos se sienten culpables porque no pueden complacerse. Piensan que tienen un horrible matrimonio porque su vida sexual está vacía. José es también un adicto al sexo: se masturba, mira pornografía, y frecuenta prostitutas.

La intensidad de sus discusiones obedece a viejas heridas originadas en sus respectivas familias. La madre de José lo abandonó emocionalmente: ella nunca tenía tiempo para él. María fue violada varias veces por su padre cuando tenía entre 12 y 16 años. Cuando José desea tener relaciones sexuales, María recuerda el trauma del incesto. Cuando María lo rechaza, José recuerda cómo su madre lo rechazaba. José no tiene sexo con las prostitutas porque lo necesite y no pueda tener relaciones sexuales con María. En realidad, quiere encontrar el amor, cuidado y afecto que nunca recibió de su familia.

La violencia doméstica es cualquier acto cometido por un miembro de la familia que dañe o lesione a otro familiar. Estas heridas afectan negativamente y por el resto de su vida a quien la sufre, a no ser que él o ella las entiendan y se recuperen.

El ciclo de violencia es vicioso: la mayoría de las personas agresoras a su vez fueron víctimas de maltrato. Muchas familias tienen una larga historia de violencia que se remonta a varias generaciones. La violencia es un medio por el que ¨los pecados de los padres¨ se transmiten de generación en generación (Éxodo 20:5), y de cómo los pecados del padre y la madre no se olvidarán (Salmo 109:14). El pecado sexual de David con Betsabé dejó una herencia de problemas sexuales, incluyendo incesto y el asesinato.

Ahora bien, describimos la violencia con el fin de comprenderla, no con el propósito de culpar, el entendimiento posibilita la sanidad, la culpa implica un juicio. Para entender la violencia y poder sanarse, la víctima necesitará enojarse. La víctima necesitará eventualmente  enfrentar al padre o al agresor. Tanto la ira como el enfrentamiento son medios para sanar a la víctima, no para culpar al agresor, y constituyen elementos vitales en la recuperación de la adicción sexual.

Tipos de violencia

En la identificación de las heridas y la violencia doméstica es importante considerar cuatro aspectos de la experiencia humana que pueden ser afectados por la violencia: el emocional, el físico, el sexual y el espiritual.

Hay dos tipos de violencia: la invasión y el abandono.

Si la familia tenía límites muy inciertos, es posible que no se hayan respetado los límites emocionales físicos, sexuales o espirituales, se trataría de una invasión. Si los límites eran demasiado rígidos, los miembros de la familia no recibieron el amor, la atención, el cuidado, o la información que necesitaban para prosperar, sería un caso de abandono.

A continuación se  presenta un esquema de los ocho tipos de violencia, se detallan los dos tipos de abuso: invasión y abandono, y cómo se pueden presentar en los cuatro aspectos de la experiencia humana mencionados, conformando cuatro columnas. El esquema nos ilustra cómo una persona puede sufrir una invasión y/o abandono emocional, físico, sexual, o espiritual. Al revisarlo,  quizá identifique el tipo de violencia de que fue víctima y desee hacer su propio esquema en una hoja de papel.

El Abuso

Pídale al Espíritu Santo que le ayude a  entender y a aceptar cualquier experiencia dolorosa que haya tenido en la vida para poder sanarse. Pida a Dios su protección y fuerzas mientras reflexione en las heridas familiares y la posible violencia sufrida. No se trata de estar ¨escarbando¨ en busca de experiencias, sino en permitir que el Espíritu Santo traiga a luz lo que Él desea sanar, trátese con cariño, y si siente que su dolor se vuelve insoportable, busque ayuda de un consejero o persona madura en Cristo que pueda apoyarle.

El maltrato y la vergüenza

Cuando se maltrata a los niños, éstos se lastiman desde el punto de vista emocional, sexual, espiritual, e incluso físico. Ellos son demasiado pequeños e indefensos para protegerse solos de estas heridas. ¿Qué pueden pensar los niños de sí mismos cuando se les invade o se les abandona?  Llegan a una conclusión muy lógica: ¨Si me está pasando esto, debo ser malo; porque se castiga a las personas malas¨. ¨Si nadie me ama debe ser porque soy malo, porque todos aman a las personas buenas¨.

Estas heridas producen un sentimiento muy intenso de vergüenza. Es posible experimentar la vergüenza de manera sana o enferma. La vergüenza sana reconoce que todos tenemos habilidades y limitaciones, es parte de la condición humana y lleva a una persona a depender de forma sana de otros y de Dios. La vergüenza sana nos confirma que como seres humanos no podemos ganarnos la salvación y de que dependemos de Dios.

Las víctimas de violencia, sin embargo, han interiorizado este sentido de vergüenza y creen que no sirven para nada. La vergüenza morbosa quiere hacernos creer que no merecemos la salvación de Dios y que ni siquiera podríamos aceptarla. Éste tipo de vergüenza convence a las personas de que tiene una naturaleza mala. La Dra. Sandra Wilson, diferencia la vergüenza de la culpa: ¨Sentimos culpa cuando sabemos que hemos cometido un error. Sentimos vergüenza cuando sentimos que somos un error¨.

La vergüenza morbosa impide que los individuos reconozcan lo que valen como personas, y es el principal sentimiento en el niño maltratado y herido. Junto con este sentimiento central hay otros sentimientos: el niño abandonado se siente solo y triste, el niño maltratado siente ansiedad y temor.

El enojo suele acompañar a la vergüenza. Aunque las víctimas de violencia creen que merecen el maltrato, hay otra parte de ellas que está tremendamente enojada con la agresión. No obstante bloquean este sentimiento y ni siquiera se permiten experimentarlo. El sentimiento subyacente infecta todo, y a veces se revela como un comportamiento adictivo. El enojo se filtrará de alguna manera a pesar de todos los intentos que la persona haga por reprimirlo.

Los adictos al sexo pueden estar irritados con Dios y piensan: ¨¿Porqué dejó Dios que me sucediera esto?¨. Puesto que Dios no previno el abuso, el enojo puede hacer que el adicto al sexo concluya, justificándose: ¨No me importa lo que piense Dios. Él no me ayudó, me tendré que ayudar yo mismo¨.

Cuando se maltrata los niños y a los adolescentes en su lógica piensan: ¨Si fuera una buena persona, esto no me sucedería¨, o ¨Si fuera una buena persona, alguien supliría mis necesidades¨. La conclusión lógica es que deben ser personas malas que no sirven para nada.
Este razonamiento triste, desesperado, inducido por el enojo y la rebelión, convence a los adictos al sexo de cuatro opiniones sobre su persona:

1. Soy una persona mala y no sirvo para nada.

2. Nadie me amará como yo me amo.

3. Nadie puede satisfacer mis necesidades excepto yo.

4. El sexo es mi necesidad más importante.

El adicto al sexo cree que la actividad sexual es la única manera de satisfacer su necesidad de amor, cuidado y afecto. Para muchos de ellos el sexo fue la única atención y el único contacto físico que recibieron. Aprendieron a asociar el amor, el cuidado, el contacto físico y el sexo. El sexo se convirtió en una necesidad imperiosa porque era la única necesidad que podían satisfacer.

Los adictos al sexo para satisfacer sus necesidades profundas de amor y para sobrellevar el sentimiento de vergüenza que los agobia, utilizan en términos generales dos grandes mecanismos de defensa: el escapismo a través de diversas adicciones y la codependencia.

Lo anterior se ilustra en la gráfica siguiente:

El niño abusado o herido

El inicio de la recuperación

Ser víctima de una agresión cometida por uno de los padres o un miembro de la familia puede ser una experiencia muy fuerte. Provoca sentimientos intensos, de confusión, terribles, los que a su vez pueden generar mecanismos de defensa que sean pecaminosos y autodestructivos. Las personas que pecan y se apartan de Dios a menudo se han sentido privadas del amor de sus padres. Para cambiar, además de la violencia, deben aceptar que hicieron lo mejor que podían: sobrevivieron. Ahora sin embargo, tienen otra alternativa, y pueden decidir aceptar el amor de Dios, que no es como el de su familia.

Cuando se comprende la violencia sufrida, la víctima puede darse cuenta de lo que sucedió y decidir cómo hará para convivir con su dolor mientras se recupera de la adicción. De esa manera entenderán lo doloroso que fue la violencia, cuánto temor, soledad y enojo sintieron. Admitir estos sentimientos y encontrar maneras saludables de expresarlos y soportarlos contribuirá a su recuperación.

Al enfrentar la violencia, la víctima acepta la gravedad de su experiencia y procura evitar que el comportamiento se repita en el futuro. Las víctimas de violencia necesitar estar en guardia para no reiterar los errores de sus familias. Todos tendemos a reproducir lo que aprendimos en la niñez. A pesar de lo agresivas que pudieron haber sido las conductas familiares, nos criamos en un medio que considerábamos normal, podemos llegar a repetir los patrones violentos sin pensarlo.

Los adictos al sexo deben reflexionar sobre lo que le sucedió, comprenderlo, permitirse aceptar el dolor en vez de eludirlo con una adicción, y enfrentarlo como señal de que saben que estuvo mal. Se trata de un proceso que puede ser largo, pero que es vital para tomar decisiones beneficiosas en el futuro. Con la toma de estas nuevas decisiones, los adictos al sexo rompen el ciclo de comportamiento violento y de pecado, y entonces los pecados de los padres no se transmiten a las futuras generaciones.

Esta conciencia constructiva servirá para honrar a nuestra familia conforme a los mandamientos de Dios. Cuando Natán confrontó a David por su adulterio con Betsabé, honró a David para procurar su restauración. Cuando los adictos al sexo buscan que sus familiares reconozcan su culpa, los están honrando porque procuran su restauración y la reconciliación. La restauración sólo es posible cuando se dejan de repetir las conductas pasadas y es posible expresar los sentimientos y discutirlos con franqueza.

Tomado y adaptado del Libro “Cómo sanar las heridas de la adicción sexual” del Dr. Mark R. Laaser, fundador del Ministerio Leal y Confiable.