La vergüenza y el abuso

Steven R. Tracy

NATURALEZA Y CARACTERÍSTICAS

La vergüenza es la emoción humana más poderosa. Con frecuencia, dirige, abruma y transforma todas las demás emociones pensamientos y experiencias.

Podemos definirla como un sentido profundo y doloroso de incompetencia, así como de fracaso personal, que tiene como base la inhabilidad de cumplir con los estándares de conducta; estándares impuestos por nosotros mismos o por otros.

La vergüenza es la respuesta emocional que damos a la percepción de ser culpable. Así que, esta es saludable, cuando se trata de la respuesta apropiada en contra de una violación de la ley de Dios. Así, es un regalo divino, porque nos muestra que algo está mal,  que no vivimos de acuerdo a nuestro diseño original y que nos estamos alejando de nuestro amante y santo Creador (Romanos 2:14-15), es una llamado de gracia para corregirnos y limpiarnos, de manera que podamos ser lo que el Señor quiere que seamos.

Al contrario, la vergüenza tóxica o dañina nunca redime, solo corroe y destruye, descansa sobre mentiras y distorsiones acerca de Dios, nuestro pecado, nuestro valor y la manera de redimirnos. Nos susurra que somos malas personas, nos aparta de Dios, de los demás y de nosotros mismos, nos debilita a través del aislamiento, nos dice que somos defectuosos, despreciados y sin posibilidad de ser redimidos.

LA VERGÜENZA COMO CONSECUENCIA DEL ABUSO

Nada puede generar tantas nubes de vergüenza tóxica como el abuso, por diferentes razones, como son las siguientes.

Los agresores transfieren vergüenza

Las familias con abuso utilizan la vergüenza para manipular y controlar. La mayoría de los agresores casi siempre son engañadores y jueces duros, que no están dispuestos a lidiar con su propia vergüenza, por lo que buscan transferirla a sus víctimas, lo cual, unido a la naturaleza degradante del abuso, hacen comprensible que las víctimas lleguen a creer que son personas desagradables, al punto de que merecen ser abusadas.

El mecanismo de defensa

Los niños abusados, por sus padres o por quienes los cuidan, desarrollan mecanismos de defensa natural que los lleva a absorber la vergüenza que no merecen. Es más fácil para ellos concluir que son malos y defectuosos, que aceptar el hecho de que sus padres (quienes son todopoderosos y están más allá de su alcance para cambiar) son malos y su crianza es defectuosa.

Como defensa, en contra de la impotencia y la vulnerabilidad que les da saber que sus padres son malvados, los menores se culpan a sí mismos. De manera errónea, el niño abusado concluye que su propia culpa y sus defectos provocan que el maltrato se fortalezca en los mensajes verbales destructivos de sus padres.

Susceptibilidad al comportamiento vergonzoso

Un factor determinante en el sentimiento de vergüenza es que los niños abusados son más susceptibles al comportamiento destructivo y pecaminoso, debido al daño y al hambre emocional que experimentan, la cual los lleva a satisfacerla en formas pecaminosas, lo que a su vez les acarrea más vergüenza. Para ministrar correctamente a estas personas, es necesario entender correctamente este ciclo de abuso, vergüenza, comportamiento destructivo y pecaminoso y más vergüenza.

La naturaleza de nuestra sexualidad

Nuestros genitales son las partes más íntimas y personales de nuestros cuerpos. Cualquier exposición inapropiada, sin mencionar el contacto con alguno de nuestros genitales, resulta en una profunda vergüenza. Esto puede explicar porque algunas de las palabras hebreas que se utilizan para «vergüenza» en el Antiguo Testamento hacen referencia a los genitales externos; no porque sean pecaminosos en sí, sino porque son muy personales y, cuando se exponen inapropiadamente, tienen la capacidad de incitar a la vergüenza.

El sentimiento de vergüenza actúa como agente intermediario para el trauma emocional producido por un incidente de abuso. Esta vergüenza tiene una fuerte relación con la victimización y la depresión en la adultez. La vergüenza a causa del abuso hace que las víctimas sientan de manera permanente que están dañadas y corrompidas. Parece que las cosas que ellas odian y temen de los agresores se expanden dentro de sus propios corazones, como si fueran parásitos intrusivos que no se puede sacar.

Los síntomas de la vergüenza

La vergüenza destructiva tanto en las víctimas como en los agresores se manifiesta en diversas formas, en ocasiones, contradictorias. Desde el enojo explosivo, hasta la pasividad servil, desde la arrogancia hasta la inferioridad, etc. Algunas de las características más reveladoras de la vergüenza, son las siguientes:

  • Lucha crónica en contra de la baja autoestima
  • Depresión en menor grado, desarrollan un sentimiento de desesperanza
  • Ansiedad y celos
  • La necesidad de competir y compararse
  • Inhabilidad de aceptar la crítica
  • Necesidad de culpar a otro
  • Sensación de no encajar
  • Concentrados en sí mismos
  • Concentrados en lo externo
  • Tendencia a convertirse en adictos
  • Sabotean sus relaciones en el momento en que se vuelve íntimas
  • Hipercríticas
  • Poca conciencia o franqueza en relación a las emociones
  • Superficialidad
  • Cansancio al invertir mucha energía en mantener una fachada

LA ESTRATEGIA SATÁNICA PARA INCREMENTAR LA VERGÜENZA

Satanás distorsiona el valor apropiado de la vergüenza que tiene como base la culpa. Por ello, las personas le adjudican más vergüenza de la necesaria a ciertos comportamientos (a aquellos que Dios ha perdonado) y le adjudican a otros menos de la que deberían (a aquellos de los cuales no se han arrepentido). Consideremos las diferentes maneras en las que Satanás elabora el complot con el fin de pervertir la verdad, para llevar a las personas lejos de Dios.

Negar e ignorar la culpa

Los agresores tienen la tentación de minimizar o ignorar su culpabilidad, de manera que no sienten dolor ni vergüenza de una forma apropiada. La inhabilidad de sentir la vergüenza proveniente de una culpa real ayuda a explicar la oración en el Antiguo Testamento, de que Dios cubra con vergüenza a los malvados, en particular a los agresores físicos (Salmos 35:4, 40:14, Jeremías 3:25). En la actualidad, los estudiosos de los perpetradores de abuso observan esta misma dinámica y reportan que los agresores rara vez sienten remordimiento por sus actos.

Tomar la culpa de otros

La manera más común en la que Satanás distorsiona la vergüenza en las víctimas de abuso es hacer que sientan humillación por la culpa de sus agresores. De manera instintiva, los niños absorben la culpa de quienes los maltratan. Tamar es un trágico ejemplo de una víctima de abuso sexual, cuya vida se destruyó debido a la vergüenza que su agresor le hizo experimentar. Amnón era culpable, pero, ella cargó con la culpa y la vergüenza de este (2 Samuel 13:13-20). Las víctimas de abuso pueden aprender, por la gracia de Dios, a rechazar la culpa y la vergüenza resultante, pues no merecen cargarla.

Clamar por culpas ya perdonadas

Resulta difícil aceptar el hecho que Dios ofrezca quitar toda la culpa, el estigma de nuestros pecados y darnos bendiciones eternas y presentes, solo por la fe en Cristo (Romanos 3:21-24; Filipenses 3:9; Salmos 103:8-12). Hemos pecado, no merecemos ni el favor ni la bendición de Dios, sin embargo, este es el significado exacto de gracia: favor inmerecido.

Satanás, el acusador, quiere evitar que los creyentes experimenten el gozo de la salvación. Él quiere que clamen por culpas ya perdonadas, que sigan con el sentimiento de vergüenza por los pecados que Dios ya absolvió.  En particular, las víctimas de abuso  deben resistir con firmeza esta estrategia satánica.

Aceptar la dura crítica de otros

Satanás distorsiona la verdad, al hacer que nos autodefinamos desde la baja perspectiva que otros tienen de nosotros. Esta es la vergüenza y el rechazo que los demás ponen sobre nosotros, porque nos encuentran inaceptables, nos encuentran defectuosos y sin valor.  Las Escrituras nos hablan de la vergüenza y deshonra que sin justificación, los demás colocan sobre el inocente (1 Samuel 20:34, Salmo 22:6), éste debe aprender a rechazar esa vergüenza.

ESTRATEGIA PARA SUPERAR LA VERGÜENZA DESTRUCTIVA

Dado que la vergüenza se convierte en una fuerza destructiva y dominante en la vida de las víctimas, a continuación veremos una estrategia para superarla.

Clarificar a quien le pertenece

Como ya vimos, Satanás mezcla las cosas, de tal suerte que se pierde la perspectiva de por qué alguien debería sentir vergüenza y por qué no. Por ello, cuando trabajo con hombres adictos al sexo (quienes sufren de muchísima vergüenza a menudo por haber sido abusados cuando niños), les doy un ejercicio para ayudarles a poner en orden su vergüenza y responder a ella. Les pido que escriban su historia, que en ella construyan una trayectoria detallada de los momentos de su vida donde experimentaron la mayor vergüenza y que escriban una lista de los incidentes que precipitaron esa sensación. Luego, que intenten responder tres preguntas sobre cada incidente vergonzoso: 1. ¿De qué siento apropiarme?, 2. ¿Qué necesito confesar?, 3. ¿Qué necesito hacer de manera correcta?

La primera pregunta pone en perspectiva quién es responsable de lo sucedido. Por ejemplo, puede tener memorias vergonzosas de abuso o maltrato, pero ese incidente no fue culpa suya, por lo que no debería apropiarse del mismo. Sin embargo, las decisiones que vienen después son otra cosa. Con la ayuda de Dios, la persona puede tener claro sobre cuáles incidentes vergonzosos sí debe tomar la responsabilidad (por ejemplo, por tratar de eliminar su dolor por medio de emborracharse, reproducir el abuso a través de abusar de otros y cosas semejantes).

Una vez que se tiene claro de quién es la culpa es tiempo de confesar a Dios, de manera específica, los pecados por los cuales se toma la responsabilidad (1 Juan 1:9).  Después de la confesión viene el último paso: la restitución, ésta fluye de experimentar la gracia de Dios. Puede consistir en pedir disculpas tardías, ofrecerse a pagar consejería para alguien a quien se haya dañado, o hasta escribir una carta simbólica para alguien a quien ya no se puede contactar.

Aceptar el veredicto del juez: ¡Dios se goza en sus hijos!

Para eliminar la vergüenza inmerecida y tóxica, uno de los pasos importantes es permitirle a Dios, no al agresor, que defina nuestro valor. Los que sobreviven el abuso deben aprender a rechazar los juicios de los agresores, a no verse como escoria sin valor, sino aceptar por fe que el Creador y Juez del universo permitió que su propio Hijo fuera agredido, para hacer posible una relación de amor eterno con él.  Deben aprender a descansar y apropiarse en el veredicto del verdadero Juez: Él se deleita en sus hijos.

Un ejercicio práctico para esto es elaborar una lista de descripciones bíblicas de quiénes son y qué poseen en Cristo; luego meditar en oración sobre cada una de estas verdades. Por ejemplo, si soy creyente: soy hijo de Dios, unido con Cristo, perdonado, reconciliado con Dios, bendito con cada bendición espiritual en Jesús y cosas semejantes.

Devolver la vergüenza al agresor, en oración

Esta es una de las cosas más poderosas que una víctima de abuso puede hacer. A menudo los escritores bíblicos pedían a Dios que avergonzara a sus enemigos agresores. Probablemente esa petición tuviera dos significados: hacer que el agresor se sintiera abrumado con la vergüenza por su pecado de tal manera que se arrepintiera y, traer completa destrucción sobre el agresor si no se arrepentía.

Las víctimas de abuso sufren una tremenda injusticia y Dios es un Dios de justicia. De hecho, la posibilidad de que Dios traiga justicia sobre las personas malvadas no arrepentidas nos permite soportar la injusticia en esta vida sin volvernos amargados (2 Timoteo 4:14, 1 Pedro 2:23). Los cristianos no están para buscar venganza, no porque sea un deseo inapropiado, sino porque no tienen la autoridad ni el poder para vengarse de sus agresores de manera apropiada. Pablo exhortó a los creyentes en Roma a no vengarse de sus enemigos, sino dejar que Dios lo hiciera por ellos (Romanos 12:19). En consecuencia, es bíblico orar para que nuestros enemigos se llenen de vergüenza, de tal suerte que puedan arrepentirse; si no, serán castigados y destruidos.

En la práctica, los que sobreviven a un abuso pueden aplicar este principio, con el ejercicio de escribir los nombres de sus agresores no arrepentidos, y de manera regular, orar por esa lista, con el fin de que Dios colme a sus agresores con vergüenza, para que puedan arrepentirse.

Elegir la opción de rechazar

Con la ayuda de Dios, podemos decidir rechazar la vergüenza que los agresores y los demás tratan de adjudicarnos, esto requiere disciplina y un compromiso tenaz con la verdad bíblica. Cristo es el gran ejemplo. Él experimentó la más grande vergüenza imaginable en la cultura antigua, en su tortura y ejecución pública en la cruz; sin embargo, se concentró en Dios y escogió no poner atención, ignorar la vergüenza que sus agresores querían hacerle padecer (Hebreos 12:2).

Cuando los demás tratan de avergonzarnos, en muchas ocasiones damos por sentado que tienen razón, qué debemos merecerlo. Esto es incorrecto. Es una tentación aceptar la vergüenza inapropiada por parte de los miembros de nuestra familia, ya que estamos muy condicionados aceptar sus ideas. Por lo que sanarse de la vergüenza tóxica, requiere que aprendamos a analizar con cuidado, los mensajes que traen vergüenza y, de inmediato, rechazar la que no merecemos.

Una forma práctica de hacerlo es escribir en un diario, de manera regular, los mensajes explícitos e implícitos de vergüenza que se reciben. Luego, en oración reflexionar en cada uno de esos mensajes y escribir su falsedad a la luz de la verdad bíblica. Si un mensaje es difícil de tratar, conviene memorizar pasajes de la biblia que refuten las mentiras contenidas en él.

Experimentar la comunidad auténtica

Esta es una de las principales formas en que se pueden desafiar las mentiras que se derivan de la vergüenza, porque ésta aísla de Dios, de los demás y de nosotros mismos. La comunión nos ayuda reconectarnos y a vencerlo.

En la comunidad cristiana auténtica, permitimos que las personas vean quienes somos en realidad: confesamos pecados, somos emocionalmente francos sobre nuestras alegrías y tristezas, damos y recibimos amor, damos a conocer nuestra necesidad, oramos unos por otros, nos desafiamos unos a otros, y nos ayudamos cuando caemos en pecado. A medida que experimentamos la comunidad auténtica, podemos identificar, cada vez más las mentiras fundamentadas en la vergüenza y aprendemos a abrazar la verdad.

Aunque no siempre es fácil de encontrar una comunidad auténtica, es lo que Dios ha diseñado para la Iglesia (Hebreos 2:41-47). Y dados los enormes beneficios que ya vimos, quienes sobreviven a un abuso deben tener como prioridad integrarse a ella.

Extracto tomado del libro “Cómo comprender y sanar el abuso” de Steven R. Tracy

Disponible en la librería de Exodus Latinoamérica