La angustia de la culpabilidad

Y a vosotros, estando muertos en pecados y en la incircuncisión de vuestra carne, os dio vida juntamente con él, perdonándoos todos los pecados, anulando el acta de los decretos que había contra nosotros, que nos era contraria, quitándola de en medio y clavándola en la cruz” Colosenses 2:13-14 

Jim te ves tan distante. ¿Qué pasa?” Bev estaba preocupada. Su esposo ya no la miraba a los ojos cuando hablaban, y parecía no tener ningún deseo de intimidad sexual. Aunque él jugaba con sus dos hijos, había un abatimiento en él. “¿Estás bien?” preguntó ella otra vez. “Sé que pasa algo malo”. Jim evadió la pregunta de su esposa. “Todo está bien”, contestó. “Simplemente estoy cansado por tantas horas extras en el trabajo”. Sin saberlo su esposa, Jim había venido a las oficinas de Amor en Acción unos cuantos días antes. Durante su primer sesión de consejería, él confesó que había sido infiel a su esposa. Varios meses antes, había tenido un breve encuentro sexual con otro hombre. Ahora Jim no podía sacar esto de su mente. Se despertaba bañado en sudores fríos a media noche y pensaba sobre las consecuencias que ocurrirían si su esposa se enterara. Se preocupaba porque la demás gente de la iglesia se llegara a enterar sobre su problema. Jim comenzó a mostrar síntomas físicos del stress. Tuvo tan severos ataques de migraña que en varias ocasiones, tuvo que dejar su trabajo e irse a casa más temprano. “Esta es una consecuencia de mi pecado”, se decía a sí mismo. “Voy a tener que padecer esto y soportar esta carga”. Pero se preguntaba cuánto tiempo podría soportar esto sin estallar.

Culpabilidad

La situación de Jim no es tan terriblemente inusual. Algunos hombres se casan para superar los sentimientos homosexuales, luego descubren demasiado tarde que el matrimonio no es una “cura” para los asuntos sin resolver en sus vidas. Si la infidelidad llega a ocurrir, la culpabilidad resultante sumerge al matrimonio dentro de un triste y vacío acertijo. El pecado en nuestras vidas produce culpa.

En Romanos 8:10, el cuerpo es llamado “muerto” a causa del pecado y la culpa. Es como si nuestro espíritu hubiera muerto y nuestro cuerpo fuera pronto a seguirle. En la iglesia, cuando llega el tiempo de la comunión, podemos pasar los elementos, pensando que somos demasiado indignos para recibirlos. Podemos desear acallar nuestra conciencia, pero en vez de eso, nuestro corazón está acusándonos (1 Juan 3:19). Cuánto deseamos que fuéramos sin culpa y puros, pero nuestro pecado no puede ser deshecho. Hay varias palabras en el griego para culpa. Significan “permanecer acusado, cargado, culpable”. Ser acusado por otra persona es malo, pero aun peores son las acusaciones de nuestro propio corazón. Sabemos sin duda alguna que somos culpables.

Camino de vida

Para algunos cristianos, la culpa ha llegado a ser un camino de vida. Ellos sienten que el único camino mediante el cual pueden venir delante de Dios es venir sintiéndose culpables. “Dios espera que nos sintamos culpables porque somos muy imperfectos”, dicen ellos. Pero la culpa no es la llave que abre la puerta para la comunicación con Dios. ¿Quién siente el tormento de la culpa? Todos lo sentimos en muchas circunstancias diferentes.

Los padres tienen que atravesar por montañas de culpabilidad cuando descubren que su hijo o hija tiene problemas de homosexualidad. La esposa de un hombre homosexual a menudo lucha con falsa culpabilidad. “Si tan solo hubiera sido mejor esposa”, se lamenta. “Si tan solo me hubiera mantenido más atractiva, mi esposo no hubiera buscado otro compañero sexual”.

Decisiones

Pero la culpabilidad no está confinada a fracasos sexuales. Todos decimos cosas de las cuales nunca podremos retractarnos, tomamos malas decisiones, y nos herimos a nosotros mismos y a los demás día a día.

Satanás toma total ventaja de nuestra debilidad y trae acusaciones punzantes contra nosotros en cada oportunidad. Satanás trata de derrotarnos mediante nuestros propios fracasos. Él trae separación entre nosotros y Dios, así como entre nosotros y los demás. Sus acusaciones son condenatorias, sin ofrecer ninguna esperanza o salida excepto la solución final, el suicidio. Debido a que estamos hechos a la imagen de Dios, Satanás desea eliminar de la tierra todo aquello que le recuerde a Dios. Mirando a nuestro alrededor, descubrimos que él está logrando sus propósitos, a menudo sin ninguna oposición. Por otro lado, el Señor nunca condena. Él puede traer castigo, pero cuando Dios está hablándonos, hay siempre un camino de salida, una solución que trae vida y paz.

Una de las trampas del enemigo es traer tentación la cual encuadra perfectamente con nuestra debilidad. Mientras luchamos, él nos dice que la tentación es pecado y que por tanto somos culpables. Él trae culpabilidad juntamente con la tentación. Stan estaba caminando un día. Él sabía que el vecindario era un área de contacto gay. Un carro fue aligerando su marcha, luego se detuvo. Un hombre abrió la puerta del carro e hizo señas a Stan para que se subiera. Él impulsivamente obedeció. Mientras que el hombre comenzaba a tocarlo, Stan volvió en sí. Tengo que salir de aquí, pensó. En la siguiente luz roja, Stan abrió la puerta y salió del coche. Aun cuando escapó de la situación, fue inundado con culpabilidad. “Nunca cambiarás”, le susurraba Satanás. “Has cometido un grave pecado contra Dios. Puedes también dejar de intentarlo”. Por supuesto, que todos estos pensamientos eran falsos. Contrario a lo que Satanás le estaba diciendo, Stan había ganado una victoria. Sí, él intencionalmente se abrió a la tentación, pero cuando Dios proveyó una vía de escape, él la tomó. Él tomó la decisión correcta.

Trampa de perfección

Mucha gente de trasfondo homosexual tiene un elemento de perfeccionismo en su vida. Como se han sentido inaceptados por la sociedad, resuelven hacer las cosas bien de tal forma que no sean criticados. Pero cuando toman malas decisiones, son abrumados con auto-condenación. Ellos esperan perfección, pero no pueden vivir de acuerdo a sus propias expectativas. Luchan con la culpa de pecados cometidos después de haber venido a Jesús. A menudo pasan al altar una y otra vez para ser “salvos”. Pero la salvación es un suceso de una sola vez. No es a través de una repetitiva experiencia de salvación, sino por medio de la confesión y el arrepentimiento que continuamos hallando perdón y alivio de nuestra culpabilidad.

Debemos ser honestos delante de Dios y de aquellos que nos rodean. “Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos, y la verdad no está en nosotros. Si confesamos nuestros pecados, Él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad”. (1 Juan 1:8-9) Jesús quitó nuestros pecados cuando los clavó en Su cruz. Col. 2:14). Cuando Cristo murió en la cruz, todos nuestros pecados estaban en el futuro. Por tanto Él murió por todos los pecados: pasados, presentes y futuros.

Dios se aflige cuando caminamos bajo una nube de culpabilidad. Él quiere un pueblo de poder, un pueblo de gozo, un pueblo libre de condenación del enemigo. “Pero”, alguien puede argüir, “podemos ser liberados de los pecados del pasado, pero aún podemos vivir con las consecuencias”. Esto es verdad. El hombre cuya esposa se divorció de él a causa de su infidelidad debe vivir con las consecuencias de su pecado. Sin embargo Dios no está siempre allí para recordarle constantemente de sus fracasos. El Señor es el gran Restaurador. Él trae nueva vida, nueva visión y nueva plenitud. “De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas”. (2 Corintios 5:17) Caminemos en la plenitud de nuestra herencia, para la gloria de Dios.


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