Entendiendo la Adicción Sexual

Por Michael Davis

Cuando la adicción sexual se hace presente, lo que todos debemos consi­derar es que somos vulne­rables a llegar a estar vin­culados a aquellas cosas que nos hacen sentir me­jor, más seguros, amados, protegidos, y satisfechos. Llegamos a ser adictos a aquellas cosas que nos dan un sentido de autoes­tima, y que nos ayudan a enfrentar dificultades en nuestra vida.

Sin embargo todos estamos propensos a adicciones de uno u otro tipo.  Los procesos psico­lógicos y neurológicos que están involucrados en la formación de un alco­hólico o drogadicto son los mismos responsables de las adicciones al tra­bajo, al estrés, a las fanta­sías, a las relaciones de­pendientes, a la comida, a la televisión, a la limpie­za, a los deportes, al ejer­cicio, a la apariencia física, a las rutinas diarias ¡a cualquier cosa!

Un dicho común es: “¡Somos criaturas de hábitos!” y cuando aparecen diferentes ti­pos de adicciones, simplemente decimos:

Si hago algo que me hace sentir bien, probablemente lo haré de nuevo.  Si continúo haciéndolo y me sigue haciendo sentir bien probablemente haré un hábito de ello. Una vez que sea un hábito, llegará a ser más importante para mí y lo echaré de menos si lo dejo.  En otras palabras, he llegado a estar vinculado a ello.  Y cuando llegamos a estar ligados a algo o a alguien, la adicción a menudo está presente.

Para entender y tener compasión sobre lo que un adicto sexual atraviesa, podemos empezar por compenetrarnos con su lucha, relacionando nuestra propia capacidad para pecar de este modo.  Todos tenemos algo que aprender de la restauración de un adicto sexual.

Nuestra tendencia hacia la adicción

«Donde está tu tesoro, también estará tu corazón».   A menudo llegamos a estar vin­culados o adictos a gente, posesiones, o formas de poder.  Aquellas cosas que comienzan a distraernos también pueden desplazar o llenar los vacíos de nuestro corazón en los cuales hemos experimentado profundos deseos de no estar solos, de conocer y ser conocidos por Dios y por otros, de amar y ser amados.  Nuestras adicciones llenan un vacío que solamente Dios puede saciar verdaderamente.  En vez de canalizarlo hacia Él, tratamos de satisfacer esas necesidades a nuestra manera.
Podemos llamar a las adicciones idolatría ya que pueden llegar a ser “dioses” para nosotros.  Muchas veces buscamos “ídolos” para suplir nuestras necesidades.  Ellos pueden, aparentemente, proveernos seguridad, valor, autoestima, un sentimiento de ser amados, una forma de alige­rar nuestras cargas o de escapar de ellas.  Al confrontar nuestra capacidad para la adicción la pregunta es: ¿te permiten estas cosas amar a Dios, amarte a ti mismo y a tu prójimo con mayor libertad, o no?

¿Soy adicto?

Casi cualquier cosa en nuestra vida puede llegar a ser un objeto de afección que nos conduzca a la adicción.  Las verdaderas adicciones son compulsivas, comportamientos habituales que interfieren en nuestro caminar con Dios; las adicciones en vez de liberarnos nos ciegan.  A menudo prometen y proveen un falso sentido de seguridad o satisfacción.  Siempre, en diferentes grados de intensidad, estarán caracterizadas por tolerancia, síntomas de aislamiento, pérdida de poder de la libertad y distorsión (distracción) de la atención.

Alguien una vez describió que la adicción sexual es como el pie de atleta de la mente:

“nunca se quita, siempre quiere ser rascado prometiendo alivio… sin embargo el rascar, causará dolor e intensificará la comezón”.

El comportamiento sexual adictivo es un pecado contra nuestra propia alma.  Como dijo el apóstol Pablo en 1a Corintios cuando cometemos un pecado sexual pecamos contra nuestro propio cuerpo.

«Huid de la fornicación.  Cualquier otro pecado que el hombre cometa, está fuera del cuer­po; mas el que fornica, contra su propio cuerpo peca.  ¿O ignoráis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, el cual está en vosotros, el cual tenéis de Dios, y que no sois vuestros?  Porque habéis sido comprados por precio, glorificad, pues, a Dios en vuestro cuerpo y en vuestro espíritu, los cuales son de Dios.»  (1 Corintios 6:18-20).

A menudo la gente que lucha contra una adicción sexual se siente atrapada, deseosa de detenerla, pero sin ser capaz de hacerlo.  Algunos pueden pasar meses, semanas, e inclu­so años presumiblemente libres, hasta que algo pone en movimiento la adicción nueva­mente: la tensión, el tiempo libre, cambios en la vida, un período del año, un lugar, una vieja canción.

La adicción por sí misma ataca la voluntad y la autoestima, divide el corazón en dos.  La gente que es adicta sexualmente a menudo dirá que se siente como si fuera dos personas diferen­tes.  Una parte de ellos realmente desea obedecer al Señor, para honrar su matrimo­nio o su soltería, la otra parte sólo desea continuar el comportamiento adictivo.

En medio de una adicción sexual nos identificamos con el apóstol Pablo cuando escribe en Romanos 7:19-25:

«¡Miserable de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo de muerte?  Gracias doy a Dios, por Je­sucristo Señor nuestro». (Romanos 7:24-25)

Niveles de adicción sexual

Hay cuatro niveles de adicción.  Estos ayudarán a catalogar y comprender el alcance de la adicción de alguien.  Todos los niveles son destructivos y cegadores para el alma.

  1. Masturbación compulsiva, vida de fantasía, codicia del corazón, masturbación habitual en el matrimonio.  (Aunque la fantasía y la lujuria están en el primer nivel, a menudo es­tos pensamientos y recuerdos son los más difíciles de erradicar).
  2. Uso de pornografía (generalmente acompañado por masturbación), “sexo telefónico”, sexo por Internet, pornografía “sutil”, libros explícitos.
  3. Encuentros con adultos que lo consienten, encuentros anónimos, con personas que prac­tican la prostitución, frecuentar librerías para adultos, espectáculos de desnudo.
  4. Cosas que involucran a otros ignorantemente o en contra de su voluntad.  Estas inclu­yen: llamadas obscenas, exhibicionismo, vouyerismo, vejación infantil, violación e inces­to.

Estos niveles se entremezclan fácilmente y a menudo progresan hacia las actividades del nivel cuatro si continúan desenfrenadamente.

Recuperación

Jesús es el único que puede verdaderamente liberarnos de este cuerpo de pecado y de corrupción.  Reconocer esto es el principio de la recuperación.

La libertad nos llega inevitablemente como gracia.  La gracia no es algo ganado, manipulado, o una seducción de Dios.  Simplemente es un regalo.  Podemos orar por ella, buscarla, recibirla o desearla.  Uno puede pelear contra este “monstruo interno” de la adicción, odiándose, o uno puede empezar a ver esta área de ruptura y daño en su vida como un lugar que ne­cesita desesperadamente la presencia de Dios.  Esto viene con humildad, permaneciendo en quietud y practicando la presencia de Dios.  Escuchar, como dice Leanne Payne, es obede­cer.  Esto no es algo fácil.  El verdadero amor es una decisión difícil — penosamente nos alejamos de amores menores (ídolos), hacia el Dios verdadero, Jesucristo.

El camino hacia la libertad

  1. Voluntad personal / honestidad: La honestidad personal es un primer paso.  ¿Quieres ser libre?  ¿Es más importante pare­cer libre o ser verdaderamente libre?
  2. Aprender a confiar en otros: Una actitud falsa es: “¡Puedo manejar esto solo!” El siguiente paso es traer al conoci­miento de aquellos en quienes hemos confiado, lo que realmente está sucediendo en nuestra vida.  Debes encontrar a esas personas que te acepten y te amen a la luz de tu adicción.
  3. Confesión y arrepentimiento: Rompe el secreto de tu lucha a través de la continua cobertura de otros.  La presencia de gente a la cual mantienes informada, ayuda a romper todas las racionalizaciones que hayas utilizado para mantener viva tu adicción.
    Dietrich Bonhoeffer escribe en Vida Juntos: Un hombre que confiesa sus pecados en la presencia de un hermano (o hermana) sabe que ya no estará solo consigo mismo; experimenta la presencia de Dios en la realidad de la otra persona.  Mientras vaya por mi propia cuenta en la confesión de mis pecados, todo quedará en la obscuri­dad, pero en la presencia de un hermano, el pecado tiene que ser traído a la luz.
  4. Reclamando la voluntad: El adicto tiene que reclamar a Dios la voluntad que Él le ha dado.  Esta es la habilidad de tomar decisiones para bien o para mal.  No importa cuán débil sea, la voluntad siem­pre está allí.
    Un comentario sobre “oración por liberación”.  No negamos las fuerzas demoníacas que están involucradas en la adicción sexual.  Sin embargo, la “oración por liberación” (el nombrar y arrojar fuera demonios) no quita la responsabilidad personal, esto es, la pro­pia voluntad de uno para tomar decisiones para bien o para mal.  No quita la capacidad de ser adicto.  Lo que puede ocurrir está ejemplificado por las palabras de Jesús que se refieren a los malos espíritus que regresan a la casa barrida y limpiada, y nuestra postrera condición volviéndose peor que la primera.
  5. Encarando la verdad interna: Mientras los hábitos adictivos y patrones comienzan a romperse, muchas de los aspec­tos de raíz empiezan a salir a flote.  Qué necesarios son aquí momentos de quietud, ora­ción de escucha, cobertura, cuidado pastoral, consejería, y grupos de apoyo.  Uno debe reclamar su propio corazón, no cambiar de lugar lo que hay en él con distracciones.
  6. Aprender a dar y/o recibir amor no erótico: Mientras que la persona con adicción aprende a caminar en su nueva personalidad, aprenderá a ver desde una perspectiva no sexual, y que la intimidad no equivale a sexo.  No se tiene que consumar toda relación en una forma sexual.
  7. Gracia continua y cobertura, grupos de apoyo y terapia: La mayoría de los adictos sexuales necesitarán un contexto de seguimiento para confe­sar pecados, compartir luchas y tentaciones, y recibir aliento.  ¡Procura no ir solo a tra­vés de este proceso!
  8. Consideraciones especiales para matrimonios: El cónyuge también es afectado por el pecado.  Un cónyuge no puede sólo enfocar su atención sobre el “adicto” o sobre el “tipo de adicción”.
    Un cónyuge también necesita apoyo personal.  La confianza ha sido violada y ambas partes necesitan diferentes tipos de apoyo. Un cónyuge no deberá ser la fuente principal o única de cobertura para el adicto.  Am­bos necesitan buenos límites aquí.

Publicado con permiso: DESERT STREAM MINISTRIES ©
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Traducido del inglés por Pedro Delgado