El desarrollo clásico de la atracción lésbica – 1a Parte

Por Anne Paulk

Tomado del libro “Restaurando la Identidad Sexual”

Cuando daba clases de bachillerato, conocí a Natalie, una estudiante joven y atractiva de grandes ojos cafés y cabello castaño. Me buscaba mucho, me felicitaba constantemente por mi maquillaje, comía su almuerzo cerca del comedor de profesores y prefería mi compañía sobre la de sus compañeros.

Mis conversaciones con Natalie comenzaron por un artículo que yo estaba escribiendo para enseñar en una clase de la universidad. Se suponía que debía de entrevistar a un par de estudiantes sobre sus intereses y sobre lo que deseaban seguir estudiando como carrera. Le pregunté a Natalie si quería ser una de mis entrevistadas y ella accedió.

No me imaginaba que esta joven estaba hambrienta por llamar la atención por parte de una mujer a la que respetaba. Como resultado, nuestra entrevista se fue complicando un poco más de lo previsto.

Durante la primera parte de la entrevista, le hice mis preguntas y recibí las respuestas que necesitaba. Luego, de manera extraña, la conversación se desvió del tema cuando Natalie empezó a felicitarme por mi maquillaje. “Me gusta la forma en cómo usaste ese rubor”, dijo Natalie. “Siempre parece tan atractivo y natural… No como el de mi madre, se pone demasiado. Probablemente porque a mi padrastro le gusta así”, añadió con disgusto.

No era necesario ser un genio para darse cuenta de que Natalie tenía fuertes sentimientos negativos hacia su madre.

Así que decidí indagar un poco: “¿Cómo es tu madre?”, le pregunté.

“Ella es un poco débil y hace todo lo que mi padrastro dice”, respondió Natalie. “Se separaron hace un par de años y yo estaba muy contenta. Mi madre había sido bastante mangoneada. Él nunca la trataba bien. Pero ahora ha vuelto”.

Natalie me contó que su padre biológico murió cuando ella tenía cuatro años. “Mi madre tuvo que hacerse cargo de las facturas de los servicios sin él. Así que, cuando conoció a mi padrastro, Joe, se casó con él”, dijo con tristeza. “Mi padrastro es un verdadero idiota. Siempre está buscando cómo insultarnos a mi madre y a mí. Y se supone que nos ayudaría a pagar las facturas de servicios, pero es incapaz de mantener un trabajo… o no quiere hacerlo. En definitiva, vive a nuestra costa”.

La franqueza con la que Natalie habló conmigo, debería haberme dado una idea sobre su necesidad emocional… pero en ese entonces no pude verla.

Pronto Natalie se ponía a mi lado cuando yo salía de clase, era la primera alumna en responder a mis preguntas y sonreía ampliamente cuando me dirigía a ella, aunque fuera sólo un minuto. Con el tiempo, me di cuenta de su conducta, la manera cómo se me encimaba, y decidí que debía establecer educadamente los límites con ella.

Estoy segura de que se sintió un poco lastimada al principio. Pero, como profesora, mi responsabilidad era ver por el bienestar emocional, académico y social de los adolescentes, y sabía que lo que estaba haciendo era lo mejor. De hecho, ella sólo necesitaba un empujoncito para volver atrás y relacionarse normalmente con sus compañeros de nuevo. Y ahora sabía que yo era una persona “segura” si necesitaba hablar.

Algunas observaciones

Aunque en aquel momento Natalie no se identificaba como una persona que tiene atracción por el mismo sexo o haber tenido relaciones lésbicas, puedo volver a atrás y al analizar nuestras conversaciones, identifico algunos factores que la podrían impulsar a una relación lésbica en algún momento. Estas dinámicas han estado presentes en la vida de otras mujeres que han acabado metidas en la atracción por el mismo sexo.

Un indicador importante era cómo Natalie juzgaba el “modo de vida” de la mujer que su madre representaba como esposa y madre. El mal ejemplo de su padrastro sobre cómo un hombre debería relacionarse con su mujer también era importante, tanto como su lucha por encontrar un modelo de rol femenino al que ella pudiera respetar.

Había visto este mismo patrón tantas veces que me sentí impulsada a preguntar en la encuesta que realicé entre las mujeres lesbianas: “¿Querías ser como tu madre cuando eras pequeña?”. Ocho de cada diez de las mujeres respondieron con un rotundo: “¡No!”.1

Cuando preguntaba: “¿Qué género crees que tiene las características más deseables a las que te quisieras parecer?”, tres cuartas partes de 265 mujeres respondieron que los varones eran los modelos más deseables. Cuando les pregunté sus razones, muchas de las mujeres respondieron de esta forma: “Los varones son fuertes y tienen el control, no les afecta fácilmente lo que les rodea”, o “son menos propensos a ser víctimas”.

Cada respuesta que daba una visión positiva del modelo masculino, reflejaba una visión negativa de las mujeres. Por ejemplo, un comentario positivo muy común era “los hombres son respetados y valorados” implicaba que las mujeres, por el contrario, no son “respetadas o valoradas”.

Una mujer me dio una respuesta que puede tomarse como muy común: “No quiero ser vista como un objeto sexual, como una propiedad, como débil o inferior”.

De algún modo esta mujer recibió mensajes potentes sobre las mujeres desde su infancia. Ese mensaje puede haber sido que los hombres ven a la mujer como objeto sexual, en vez de verla como compañera valiosa y sexualmente atractiva en un sentido positivo.

Al decir: “No quiero ser vista como un objeto sexual, como una propiedad, como débil o inferior”, esta persona en particular revela un clima de misoginia en su hogar. Misoginia se define comúnmente como “odio a la mujer”2, pero yo la describiría personalmente como “odio a lo femenino” manifestándose por las acciones y palabras de antagonismo hacia las mujeres, comenzando normalmente por la mujer más cercana a la persona afectada y extendiéndose después a las demás. Tanto los varones como las mujeres pueden ser misóginos. De hecho, una mujer que interioriza en su vida los mensajes, sutiles o no, de algún misógino acaba odiando a las mujeres. Peor aún, puede llegar a alejarse de lo femenino, de sí misma.

Por esta razón, la homosexualidad puede considerarse como un impulso reparador, un intento de reparar la falta de conexión con nuestro propio género, un intento de amarnos a nosotros mismos. La Dra. Elizabeth Moberly identifica este impulso en su revolucionario libro Homosexualidad: una nueva ética cristiana (Homosexuality: A New Christian Ethic, en inglés). Aunque su investigación se concentra en los varones homosexuales, gran parte de lo que enseña puede aplicarse también a las mujeres.3

Un punto de vista similar es expresado por Jan Clausen, una ex activista lesbiana y autora feminista (Manzanas y naranjas, mi viaje hacia la identidad sexual. En inglés: Apples and Oranges: My Journey to Sexual Identity). Esta era su visión de lo femenino: “Veía a las lesbianas como una insurgencia guerrillera contra el estatus del género, mucho más felices en nuestro compañerismo atribulado que las masas amontonadas de concubinas y amas de casa que se aferraban al lado más seguro de lo erótico”.4 Dicho de otra manera, ella veía a las mujeres heterosexuales como de menor categoría que las mujeres homosexuales. Las mujeres heterosexuales casadas eran vistas como “masas amontonadas” de “concubinas” irreflexivas, esto es, esclavas sexuales.

Mientras Clausen se dedicaba a escribir su historia, explicó: “Yo particularmente no quería recordar de dónde venía, recordar la humillación que asociaba con la feminidad convencional o volver a visitar el desprecio franco con el que en otro tiempo miré la condición femenina”.5

Con una minuciosa reflexión y significativa auto-conciencia, Clausen escribe: “A lo largo de mi vida, las preguntas acerca del deseo y las luchas con sus respectivas consecuencias, me han hecho sentir que el problema es mi propio género.  La convicción de que ser una chica me condenaba a una existencia de segunda clase surgió con mucha fuerza en un momento de mi adolescencia…”.

La señora Clausen tenía fuertes sentimientos frente a la “condena” de ser mujer y, sin embargo, era una de ellas. De algún modo y en algún lugar este conflicto tenía que resolverse. Su conexión intelectual con los chicos en comparación con las chicas en su adolescencia, pudo haber hecho de los chicos un grupo de compañeros más atractivo con el cual identificarse. “¿Por qué, cuando salí de la soledad del jardín de niños, me volví un chico buscando la conexión que ansiaba?… Era porque ese tipo de seres parecían tener mentes magníficas, porque eran los que movían los hilos (personas influyentes) … Nunca conocí a una chica a la que considerara realmente inteligente”.6

Cualquiera que fuera la razón de Clausen para despreciar a su propio género, necesitaba reconciliar de algún modo las dos partes de sí misma que estaban en desacuerdo. Al entrar en la fase lésbica de su vida, muchas de las anotaciones en su diario revelan lo que esperaba conseguir: “El amor homosexual es la gran alegría de encontrar algo que parecía perdido…”. Ella describe su atracción por un modelo de mujer en específico en su vida adulta: “Ella es todo lo que deseo. Ella es como yo, o mejor, yo soy como ella”.7 “Me he enamorado perdidamente de un género. Toda mi vida he tenido problemas con los grupos de gente. Ahora quiero pertenecer”.8 En lugar de su distancia y desprecio diseñado, Clausen empezó a abrazar una forma particular de feminidad. Un gran paso se produjo al ver la feminidad de otras mujeres como deseable. Por primera vez, ella deseaba pertenecer a un grupo de mujeres.

Una relación en particular con otra mujer cambió el concepto de Clausen sobre las mujeres, dándole cierta resolución. De alguna manera al leer su historia, supe que ella, posteriormente, se sentiría libre para apreciar su propia feminidad. “Con ella experimenté una nueva relación de ‘feminidad’, con la que estaba en guerra desde la adolescencia… Si la condición de mujer fuera un papel o función y no un destino, entonces quizá no necesitaba derribar mi dignidad para relacionarme sexualmente con un hombre al que deseara”.9

Clausen habla más tarde sobre como dejó a su amante lesbiana con la que llevaba 12 años (así como la vida y cultura lésbica por completo), por un hombre del que se enamoró en un viaje a Nicaragua. “No puedo seguir con esta división … Lo dejo (la vida lésbica) finalmente, porque no puedo sobrellevar esta opresión. Lo dejo porque mi futuro está agonizando y debo recuperarlo… Lo dejo porque necesito una vida por mi cuenta”.10

Casi por suerte, Clausen fue capaz de reencontrarse con su lado femenino, de amarse a sí misma sin proyectar esa necesidad a otras mujeres. Y a partir de ese momento, fue capaz de seguir adelante con su vínculo emocional y respeto por su propia feminidad. Quizá es raro seguir adelante en la completa identificación interna con lo femenino mientras se está llevando una vida y relaciones lésbicas, pero su experiencia ilustra claramente que la atracción lésbica es un intento de amar y de reconciliarse con la parte femenina de una misma.

La historia de Latasha

Vamos a ver desde otro ángulo el desarrollo de la atracción lésbica. Latasha creció en un ambiente social en el que las mujeres eran vistas como objetos sexuales y sometidas a abuso sexual. La historia de su vida se adecúa perfectamente a la definición de ambiente misógino (odio a las mujeres o a lo femenino) creado por los hombres en su vida.

La familia de Latasha vivía en el sur de Florida. Su madre tenía depresión crónica, incluso antes de que Latasha naciera, y sufría abusos verbales y emocionales por parte de su iracundo y posesivo marido. Su enojo se canalizaba, sobre todo, sexualmente hacia su mujer cuando había estado bebiendo.

La madre de Latasha estaba muy involucrada en el coro de la iglesia local, pero su fe realmente nunca impactó en la vida de su hogar. Su madre parecía muy débil e incapaz de hacer frente a su padre. Una vez, cuando Latasha estaba en cuarto o quinto grado, presenció como su padre violaba a su madre después de una borrachera. “¡Estaba tan furiosa!”, exclamó Latasha. “¡Tendría que haber sido capaz de ayudarla, de detenerlo!”

“Fue entonces cuando decidí que quería ser un chico”, relató. “Me convertí en un marimacho y me comportaba y peleaba como un chico. En vez de tomar el maquillaje de mi madre y jugar con muñecas, opté por subirme a los árboles, pelear y montar en bicicleta. Casi al mismo tiempo empecé a enamorarme de mis maestras”.

Latasha me dijo que su habitación en su casa era un refugio, “un territorio neutro”. Por ello su madre acudía allí a menudo para evitar los estragos que se sentían en otras partes de la casa. Su madre se sentía segura en presencia de Latasha. De un modo muy sutil, Latasha estaba recibiendo un mensaje sin palabras, por parte de su madre, de que era su protectora.

Los hermanos mayores de Latasha eran mujeriegos, tenían montones de pornografía en sus habitaciones, y a menudo tenían relaciones sexuales promiscuas con chicas. Finalmente, Latasha descubrió que, tanto su mamá como su papá, tuvieron relaciones extramatrimoniales. Su ruptura con la heterosexualidad de su familia era un intento desesperado de sobrevivir emocionalmente. Más tarde me decía:

“Sentí que podía tratar a una mujer mejor que un hombre, del modo en que una mujer debería ser tratada. No quería identificarme con la ‘especie más débil’, sino cuidar de ella. Estaba segura de que había nacido gay porque deseaba ser un chico y me sentía diferente de las otras chicas.

En la escuela secundaria, mientras las otras chicas despertaban a la feminidad y cambiaban, mis hormonas me impulsaban a enamorarme de las chicas. Pero en el bachillerato entré en lo que llamaría mi ‘etapa bisexual’. La llamo así porque, aunque me sentía atraída por las chicas, estaba intentando encajar y me di cuenta de que podía sentirme atraída físicamente por los chicos. Sin embargo, tras una breve atracción física, no quería saber nada de ellos. Las chicas, por otra parte, me hacían tartamudear, me ponían nerviosa y me preguntaba: ¿Qué estoy diciendo y haciendo? A veces, las chicas heterosexuales me coqueteaban, era realmente excitante y yo les devolvía el coqueteo. Ellas solo estaban jugando conmigo, pero yo me lo tomaba muy en serio. Sin embargo, no fue hasta llegar a la universidad cuando decidí que los hombres eran una pérdida de tiempo. Soy gay, me declaré a mí misma, y me propuse a buscar una esposa, mi versión modificada del sueño americano. No sé qué podría haber hecho de no haber sido capaz de definirme gay. Puse mi esperanza en ser gay. No iba a estar dispuesta a reproducir el modelo de vida de mi familia”.

Más adelante veremos más de cerca los factores individuales que impulsaron a Latasha a desear el cariño sexual femenino.


Si desea saber más sobre el tema de atracción al mismo sexo femenina, lo invitamos a adquirir el libro “Restaurando la Identidad Sexual” de Anne Paulk, disponible en la librería de Exodus Latinoamérica.

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