Conociendo a Dios en nuestra lucha

Como creyentes en Cristo, entendemos el mensaje del Evangelio, pero muchos de nosotros no lo hemos invitado a las partes más profundas de nuestras luchas.

Cuando iniciamos el ministerio, éramos solo un grupo de visita, que nos reuníamos para compartir nuestras luchas. Conversábamos sobre temas relevantes y apreciábamos el escuchar a cada individuo. Desafortunadamente, a veces nuestro diálogo se desviaba hacia una conversación negativa e inútil. Se hizo evidente que primero teníamos que centrar nuestra atención en Dios. Entonces, añadimos un tiempo de adoración en nuestras reuniones y se ha convertido en una parte importante de nuestro tiempo juntos.

Enfocarnos intencionalmente en Dios ha permitido que el Espíritu Santo toque lugares en nuestros corazones donde las palabras no podían llegar. Nuestros tiempos de adoración han sido diferentes a cualquier otro que haya experimentado, trayendo a la luz el versículo, “Aquel a quien se le perdona mucho, se regocija mucho” (Lucas 7:47, parafraseado).

La redención es el plan de Dios para la humanidad y la esperanza para nuestras luchas, incluyendo las luchas con la carne y la sexualidad. A veces, parece imposible creer que podemos ser perdonados de algunas de las cosas que hemos hecho. Sin embargo, el amor de Dios se extiende más allá de nuestras limitaciones y puede liberarnos de la culpa y la vergüenza que nos mantiene cautivos. No hay nada oculto para Él. Reconociendo su amor por nosotros, “en que, siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros” (Romanos 5: 8), podemos conocer una vida renovada obtenida por medio de la cruz.

Las figuras de autoridad en nuestras vidas pueden convertirse en un obstáculo para conocer a un Dios Padre verdaderamente amoroso. Incluso si no son consciente de esto, ellos tienen la responsabilidad, de mostrar la protección y provisión de Dios para nosotros. Para algunos, las debilidades de la figura de autoridad en nuestra vida pueden transferirse a nuestra percepción de Dios. Todos debemos aprender que Dios no es distante, ni nos da su amor de forma condicional, ni tampoco es exigente o abusivo. Nos conoce desde la concepción y tiene un futuro planeado para nosotros.

El amor de Dios es tal que anhela celosamente nuestra devoción. Sin embargo, tal como en el pueblo Israel, los ídolos han surgido para alejarnos de Él. Los deseos sexuales desordenados, las relaciones humanas quebrantadas y la obsesión por la belleza física, por nombrar algunos, pueden apoderarse de nuestro corazón y evitar que nos entreguemos por completo a los propósitos de Dios para nosotros. Estamos llamados a entregar voluntariamente aquellas cosas que amenazan nuestras vidas en Cristo.

Jesús es el puente de un conocimiento religioso de Dios a una expresión humana de Su amor. Fue tentado, conoció el rechazo y fue traicionado, todo esto sabiendo muy bien que Su vida llegaría a un final espantoso con el propósito de que nosotros pudiéramos ser libres. Sus promesas de un Reino venidero y el depósito de Su Espíritu nos llenan con una perspectiva eterna de que esta vida es temporal, y que estas luchas no son nada comparadas con la gloria que Él revelará en nosotros.

Superar cualquier cosa con nuestras propias fuerzas requiere una gran determinación y fuerza de voluntad. Sin embargo, eventualmente llegamos al final de nuestras habilidades. Jesús prometió que el Espíritu Santo vendría a morar en nosotros cuando nos rendimos a Él, quien nos convence, consuela y enseña a caminar en rectitud. Somos empoderados, no por nuestra propia fuerza, sino por la presencia de Dios que mora en nosotros; y a medida que crecemos en nuestra dependencia, vivimos una nueva vida, nacida del Espíritu.

A medida que crecemos en nuestra relación con Dios, las cosas viejas que nos atrapaban gradualmente pierden su atractivo. Nada puede separarnos del amor de Dios. Y entendemos que Dios recompensa a quienes lo buscan diligentemente. Dios no nos está llevando a ser “simplemente normales”, sino a convertirnos en nuevas criaturas excepcionales.

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