Cómo superar el sufrimiento

Todos los seres humanos pasamos por diferentes tipos de crisis. Entendemos por crisis las circunstancias adversas internas o externas que amenazan o rompen con nuestra estabilidad y seguridad. Las crisis pueden ser físicas, económicas, morales, emocionales, sociales o espirituales. Las crisis producen dolor y sufrimiento. Las crisis son dolorosas porque en ellas normalmente vivimos pérdidas, de confianza, credibilidad, paz, en algunas ocasiones de salud, o de cosas materiales, afectos, o personas a las que amamos.

Algunas pérdidas son temporales, otras no lograron ser realmente conscientes o significativas, y otras son irremediables e insustituibles. Por lo general, ninguna crisis es agradable, pero no siempre son negativas. Una vez que nos recuperemos de ellas, y si sabemos enfrentarlas, resolverlas y aprovecharlas, nos daremos cuenta que siempre dejan un alto nivel de aprendizaje. Nos pueden ayudar a conocer quiénes somos, cómo actuamos, qué tanto hemos madurado emocional y espiritualmente, cuáles son nuestras prioridades, qué valores o convicciones nos rigen, e incluso si carecemos de ellos.

Las crisis de sufrimiento, nos muestran nuestros grados de avance, estancamiento o retroceso en las diferentes áreas de nuestra vida, nos ayudan a saber dónde estamos, y a dónde queremos llegar. El sufrimiento es el resultado de las pérdidas que experimentamos en las crisis, y estas nos ayudan a entender hasta qué punto lo que perdimos era importante para nosotros. Es entonces, cuando descubrimos que objetos y personas que hemos amado y perdido controlaban nuestra vida, que nuestra relación con ellos era casi idolátrica e inadecuada. El valor agregado de las pérdidas, es mostrarnos cómo reaccionamos en medio de la crisis, y del proceso mismo de la pérdida. Es ahí, donde aflora nuestro carácter, actitudes, mal manejo de la ira y egocentrismo. Sin embargo, es también una oportunidad para descubrir la enorme capacidad que tenemos para sobreponernos.

Todo sufrimiento nos plantea un claro desafío: Conocer más a Dios, aprender a someternos a su voluntad, aplicar nuestra fe a la vida diaria, aprender a sobreponernos a las pérdidas, desarrollar nuestra capacidad de humildad y obediencia, entender la dinámica de los problemas que enfrentamos, comprendernos mejor a nosotros mismos, ser más empáticos con las crisis y perdidas de los demás y perfeccionarnos en nuestra vocación como hijos de Dios.

La Biblia llama a las crisis y pérdidas: tiempos de prueba, de aflicción o sufrimiento. Y nos muestra a lo largo de ambos testamentos, a personajes que vivieron profundas crisis y por ende pérdidas, sus vivencias, errores y respuestas expresan su calidad humana, su relación con Dios y sus recursos para librarles. Por ello, nos identificamos con Santiago (1:2-3) Hermanos míos, tened por sumo gozo cuando os halléis en diversas pruebas, sabiendo que la prueba de vuestra fe produce paciencia”, ya que es justo en estos momentos cuando experimentaremos más que nunca, el amor, protección y fidelidad de Dios en nuestra vida.

Una crisis se caracteriza principalmente por la incapacidad del individuo para hacer frente a situaciones particulares mediante el empleo de los métodos habituales para la solución de problemas.

Las crisis son el cúmulo de pérdidas, pero también de ganancias, oportunidades, aprendizaje, retos, desafíos y posibilidades de cambio, para replantear el verdadero sentido de nuestra vida. Esta afirmación nos lleva a decidir entre: vivir las pérdidas como una gran tragedia que nos lleve a la depresión y a la derrota o enfrentar las crisis aceptando las pérdidas, retomando las ganancias y vivir aprovechando la oportunidad para cambiar y ser victoriosos en Cristo. Nos han enseñado a conquistar, ganar, lograr cosas, pero no nos enseñaron qué podemos hacer cuando las perdemos. Tenemos creencias erróneas sobre el sufrimiento. Algunas de ellas son:

CREENCIAS   ERRÓNEAS

LA VERDAD

  • Los   cristianos que sufren no conocen realmente a Dios.
  •    Es en el dolor cuando realmente conocemos a   Dios.
  •    El dolor debe pasar rápido
  • Hay que tomarse el tiempo necesario para   procesar el dolor.
  •  Dios ama sólo a los fuertes
  • Dios nos ama a todos.
  • Dios tiene que ver que sufrimos para   compadecerse de nosotros
  • A Dios no le complace nuestro dolor.
  • Sufrir es sinónimo de debilidad y de pecado   no confesado
  • No siempre.
  • El que sufre debe recuperarse sólo
  • La ayuda de los demás es muy valiosa.
  • Las pérdidas hay que reemplazarlas
  • Las pérdidas hay que enfrentarlas.
  • El tiempo cura las heridas.
  • El tiempo no cura las heridas.
  • Cuando sufras por una pérdida sólo sal a   distraerte.
  • Evadir las pérdidas no es sano.
  • Las pérdidas se superan yéndose de compras.
  •  Las cosas materiales no sustituyen lo que   perdimos.
  • Las pérdidas “con pan son buenas” así que   come.
  •  El placer que produce comer, no sustituye   lo que perdimos.

  ¿Cómo reaccionamos ante el sufrimiento?

Algunas personas se desahogan fácilmente, reflexionan, piensan, recurren al consejo de otros, se organizan y crecen como personas. Otros, en cambio, se vuelven indiferentes, se echan al abandono, viven tristes y amargados, se tornan agresivos y violentos, se enferman, y esperan que las soluciones les caigan del cielo.

La asimilación de la experiencia dolorosa es un proceso en el cual pasamos por diferentes etapas, el orden y el tiempo que estemos en cada una de ellas puede variar, incluso algunas etapas pueden omitirse, algunos procesos son más rápidos, otros llevarán más tiempo. Todo ello dependerá de nuestra personalidad, el nivel de conciencia que tenemos de la pérdida, la disposición y habilidades que tenemos para superarlo y por supuesto, de cuán profunda es nuestra relación con Dios. Las etapas del duelo por las pérdidas son las siguientes:  

  

  1. Desconcierto: O estado inicial de shock, la persona está sorprendida por la situación adversa que está viviendo, no entiende qué sucedió, si lo que está viviendo es real o fantasía, si lo que ha perdido es temporal, imaginario o real.
  2. Negación: Es un mecanismo de defensa para protegernos del dolor, la negación es la dificultad para aceptar la realidad, se expresa de diferentes maneras. Negarse a reconocer como válido lo que está viviendo. Negarse a expresar los sentimientos, echarle la culpa a los demás, creer que no se ha perdido nada que es sólo un sueño o es temporal, que las cosas volverán rápidamente a la normalidad. Evitar el sufrimiento y el proceso de duelo por la pérdida, involucrarse en múltiples actividades para evitar el dolor de la pérdida. Mostar apatía e incapacidad para resolver sus problemas.
  3. Ira: Sentirnos vulnerables, despojados, o que tenemos que renunciar a algo o a alguien que considerábamos nuestro, produce mucho enojo. El enojo es una meta frustrada. Se puede expresar a través de una autocrítica excesiva y constante. El enojo puede manifestarse a través de ciertos abusos, e incluso formas de evadir, como son el alcohol, las drogas, el sexo, la comida, conductas autodestructivas que expresan la ira que nos produce haber perdido algo que resultaba muy significativo para nosotros. El enojo se generaliza, parte de sí mismo, se extiende hacia a los demás y a veces se dirige hacia a Dios.
  4. Depresión: La persona experimenta dolor por la pérdida, cae en un estado profundo de tristeza. Llora constantemente, se lamenta, baja su ritmo de productividad, está desmotivada, sin deseos de hacer nada, puede tener trastornos en la comida o en el sueño y puede manifestar daño físico. La depresión es la ira vuelta hacia sí mismo, es decir, el enojo reprimido que produce frustración y culpa.
  5. Aceptación: La persona está consciente de lo que ha pasado, de lo que ha perdido, el dolor que esto ha implicado, y se sobrepone para analizar las causas y las posibles soluciones.

El sufrimiento es una oportunidad para crecer

Todo sufrimiento trae consigo un planteamiento profundo de vida. Es como un hombre que edifica su casa y un viento fuerte la destruye. Debe comenzar a construirla otra vez. Entonces pone en duda su construcción anterior, busca los errores que cometió, revisa el material que empleó.

Muchos ponen su confianza en cosas materiales, eso es construir sobre una base frágil. Construyen su presente y futuro sobre cosas que pierden su valor, se desgastan y desaparecen, como el dinero, el trabajo o la casa.

Otros construyen su vida sobre personas que quieren mucho, como la esposa, los padres, los hijos o amigos.

Otros depositan su fe en ellos mismos, como si toda su vida dependiese exclusivamente de ellos, incluso su muerte. Pero todo lo que construyamos sobre alguna base aquí en la tierra, se derrumbará y desaparecerá.

Tal vez sea el momento de desorganizar nuestra construcción, la vida que hicimos, y analizar sobre que la hemos edificado.

Así que cuando tenemos crisis y pérdidas nos damos cuenta de que nuestra vida ha estado basada en cosas, metas egocéntricas, relaciones de dependencia, mas no en una relación fuerte con Dios, en la cual la prioridad debe ser Él y el objetivo primordial de nuestra vida sea hacer su voluntad.

Las razones del sufrimiento

Cuando contemplamos la maldad y la angustia que existen en el mundo, o cuando sufrimos intensamente, nos preguntamos: ¿Cómo puede un Dios bueno permitir que suceda todo esto?   Con esta pregunta estamos dando a entender que, de alguna manera, Dios tiene la culpa de nuestro sufrimiento. Él es el responsable, no nosotros. Hay una larga lista de explicaciones que a lo largo de la historia se han dado al problema del sufrimiento:

  • Algunas pérdidas y sufrimiento son las consecuencias de nuestras malas decisiones.
  • En algunas ocasiones nuestro sufrimiento son el producto de haber sido negligentes e indiferentes ante relaciones que no funcionaban, que se estaban deteriorando y no hicimos nada a tiempo para reconstruirlas y mejorar la relación. Perdemos afectos, personas que amábamos, por no darnos la oportunidad de escuchar, comprender, perdonar, implementar cambios de actitudes, carácter, o brindar la atención que la otra persona necesitaba de nosotros.
  • No todo el sufrimiento es el castigo por algo malo que hayamos hecho; a veces sufrimos porque en nuestro mundo abunda la maldad y hay gente que nos daña y afecta, los robos y secuestro son un ejemplo de ello.
  • Es posible que Dios esté permitiendo el sufrimiento para que seamos más humildes. Ante tanta autosuficiencia nuestra, a veces el dolor es el único medio de derribar el orgullo y llegar a nuestro ser interior. De otra forma no nos daríamos cuenta del mal camino que llevamos.
  • Quizás sufrimos para que aprendamos a confiar más nuestra vida al cuidado de Dios. Es común confiar demasiado en nosotros mismos; el dolor suele hacer que nos volvamos a Dios.
  • La experiencia indica que para madurar, a veces es necesario sufrir. Y para abrazar y valorar lo realmente importante, a veces es necesario soltar lo que  no lo era.
  • El sufrimiento de las pérdidas, nos enseña a tener compasión de quienes sufren igual o peor que nosotros.

¿Qué podemos aprender de todo esto? Que no siempre existe una respuesta final y acabada al por qué de nuestras pérdidas. Todos sufrimos y seguiremos sufriendo, y en cada caso de sufrimiento habrá distintas razones. Por eso, en vez de preguntarnos ¿Por qué sufrimos? Mejor es preguntarnos: Ahora que me sucede esto ¿Cómo desea Dios que yo reaccione? ¿Qué desea enseñarme a través de esta experiencia?

Los desastres y los sufrimientos no provienen de Dios. Son el resultado de la condición en que hemos convertido el mundo en que vivimos. Pero Dios es sabio y todopoderoso. De todo lo malo que nos sucede puede hacer que resulte algo bueno para nosotros.   Dios nos ama a pesar de nuestra desobediencia. Él llega hasta nosotros en medio de nuestra angustia y nos da ánimo y esperanza. Él promete transformar nuestras desgracias en experiencias que nos traerán bendiciones, a su manera y según su voluntad. Él nos ama tanto que no se contenta con vernos sumergidos en la mediocridad de nuestra indiferencia y arrogancia. Más bien, así como un buen padre enseña a su hijo a ser responsable y honesto, nuestro Creador, a veces usa las dificultades para hacer de nosotros mejores personas.

Quizás nunca llegaremos a comprender totalmente por qué Dios nos ama tanto. Está fuera de los límites, de nuestra razón explicar por qué siendo tan rebeldes como somos, tengamos tanto valor a los ojos de Dios. El hecho es que Él nos valora mucho más de lo que jamás podríamos imaginar y nos lleva a un nivel de amor y bondad que está más allá de lo que merecemos.

La Biblia nos habla de la vida de un hombre sabio y muy próspero, Job. Era muy reconocido por todos por la forma tan especial en la que había conducido su vida, y era considerado temeroso de Dios y que contaba con su respaldo a juzgar por todas las bendiciones que le habían sido dadas.

Un buen día el buen Job perdió todas sus riquezas y sus hijos murieron en una terrible tormenta de viento; sabía lo que significaba estar arruinado. Después, se vio atacado por una enfermedad que lo dejó cubierto de repugnantes llagas. Todo lo que le quedó fue su esposa y ella no hizo mucho para consolarlo. Qué triste debió ser para Job tener casi simultáneamente una serie de pérdidas, de bienes materiales, de salud, de sus hijos, su casa, su ganado, su riqueza, su status, su poder y credibilidad, el respeto y amor de su esposa, de sus amigos, todo lo perdió en un abrir y cerrar de ojos.

El consejo de su esposa fue: ¡Maldice a Dios y muérete! Job le respondió: “Si aceptamos los bienes que Dios nos envía, ¿Por qué no vamos a aceptar también los males?” Y la Biblia añade: “Así pues, a pesar de todo; Job no pecó”   Tres amigos fueron a visitar a Job, insistiendo en que algo muy malo debía haber hecho para que le sucediera esta tragedia. Pero estaban equivocados. Job no había hecho nada malo como para merecer el cruel tratamiento que recibió. Entonces, ¿Qué razón hubo para su desgracia?

Job ha sido el más famoso ejemplo de lo que se conoce como “sufrimiento ejemplar”. Dios permitió que Satanás oprimiera a Job para demostrar la absoluta confianza de Job en la fidelidad de Dios. En medio de sus sufrimientos, Job rogaba: “Oh, ojalá mis palabras fueran grabadas, que fueran escritas en un libro” Dios cumplió con el pedido de Job, ya que millones han sido alentados por su historia, que aparece en el libro más leído del mundo, la Biblia.

Al principio el sufrimiento ejemplar puede parecernos injusto. Como seguidores de Dios, en algún momento podemos ser llamados a experimentar aflicciones y pérdidas. Si las aceptamos con fe, como lo hizo Job, demostraremos al mundo que Satanás es un impostor y Dios, el único que verdaderamente nos ama y nos responderá en su completa fidelidad.

Debemos recordar que Dios nos ama, y necesitamos responder a su llamado a confiar en Él Cristo como nuestro más fiel y eterno amigo. Con una fe así, podemos amar a Dios y estar seguro de que Él está cuidándonos  y nunca estaremos solos en el sufrimiento.

En medio de los problemas que parecen no tener solución, el llamado es a no alejarnos de Dios. Por el contrario, acerquémonos más a Él y confiemos en esta hermosa promesa de la Biblia: “Pueden ustedes confiar en Dios, que no los dejará sufrir pruebas más duras de lo que puedan soportar. Por el contrario, cuando llegue la prueba, Dios les dará también la manera de salir de ella”

Dios quiere consolarnos, la tristeza, miseria de la vida y las múltiples pérdidas que hemos tenido, suelen llevarnos a dudar del amor y del interés de Dios por todos nosotros. Pero Dios, es quien convierte el mal en oportunidades de crecimiento. “Dios dispone todas las cosas para el bien de quienes lo aman, a los cuales Él ha llamado de acuerdo a su propósito” El propósito de Dios es lograr que nos reconciliemos con Él. Él nos llama para que volvamos a Él y experimentemos su amor. Dios nos llama para consolarnos y para enseñarnos a ver la vida, los afectos y las cosas materiales como Él los ve.

El sufrimiento en este mundo continuará. Nuestro sufrimiento puede ser muy injusto, consecuencia de nuestras acciones, o simplemente no tener una respuesta que satisfaga nuestras inquietudes. Pero el cristiano sabe que aún en el dolor más intenso y la tristeza más profunda, Dios nunca nos abandona. Puede ser que por medio de nuestro sufrimiento Dios nos llame hacía Él, o que nos esté disciplinando para nuestro bien. Lo cierto es que Él nos guía en los momentos difíciles.   ¿Por qué sufrimos? Quizás nunca lo sabremos, pero su promesa es que nunca nos defraudará. De cualquier forma, una buena explicación del por qué sufrimos no aliviará el dolor; nuestro consuelo y esperanza sólo se encuentran en Dios.

Por eso, “…los sufrimientos del tiempo presente no son nada si los comparamos con la gloria que habremos de ver después” Un día miraremos hacia atrás y veremos que nuestro tiempo de aflicción fue sólo un breve período previo a la gloria de la vida eterna en el cielo, al lado de Dios, nuestro Padre Celestial.

Aceptar la voluntad de Dios implica depositar nuestra fe y nuestra confianza en un Dios vivo que a pesar de que no entendamos muchas veces sus planes y decisiones, sabemos que nos ama y su voluntad siempre obra para beneficio de nosotros, implica también vivir cada circunstancia adversa estando dispuesto para aprender de Dios, y vivir con contentamiento independientemente de las circunstancias, con la profunda convicción de que Dios nos ama y está controlándolo todo.

Sugerencias para superar las pérdidas

1. Reflexionar. En primer lugar hay que reconstruir mentalmente lo sucedido haciéndonos las siguientes preguntas: ¿Qué sucedió? ¿Cuál fue mi reacción? ¿Cómo me ha afectado todo esto? ¿Cómo me estoy sintiendo? ¿Hay algún detalle que me preocupa en particular? ¿Qué he perdido? ¿Qué he ganado? ¿Qué aprendí? ¿Qué dice Dios a mi vida?.

2. Expresar el dolor. Es importante encontrar alguien a quien poder contarle nuestras penas, alguien que nos escuche y nos permita desahogarnos de los sentimientos generados por la crisis. Y sobre todo considerar que el mejor escucha es Dios. Él nos atrae hacia sí mismo, recibe en su regazo, nos escucha, nos enseña el camino por el cual debemos seguir.  

3. Ser sinceros. La franqueza es uno de los ingredientes más saludables cuando estamos ante una crisis. Digamos directa y claramente lo que queremos y también lo que no queremos. Defendamos nuestros derechos sin violar los de los demás. Seamos honestos en asumir nuestra responsabilidad en los errores que cometemos y que contribuyeron en lo que estamos intentando resolver. Si permanecemos en la negación y en la inmadurez de sólo echarle la culpa a los demás de todas nuestras tragedias nos perderemos la oportunidad de madurar que la crisis nos ofrece.

4. Aceptar lo sucedido. Nada se puede hacer para cambiar las cosas que ya han pasado. Aceptemos que tenemos una pérdida y que podremos seguir adelante aún con ello. Busquemos las mejores alternativas de solución a nuestras crisis. La vida sigue, partamos no de lo que ya no tenemos, si no de lo que sí tenemos para seguir adelante y vivir nuestra vida de la mejor manera.

5. Aprender a cooperar. Para crecer es indispensable relacionarnos con los demás para que juntos encontremos las mejores soluciones para la comunidad en general y para cada uno en particular. Dentro del cuerpo de Cristo, Dios ha levantado a líderes y pastores que podrán acompañarnos en nuestros procesos de consejería y ayudarnos a superar las pruebas difíciles por las que a veces pasamos.

6. Actuar. Toda reflexión necesita pasar de una aceptación a una decisión y posteriormente a la acción. Si solo permanecemos con la idea en la mente, de poco puede servir lo reflexionado. Es momento de actuar para recuperarse de la crisis, y para hacer de esta una oportunidad de crecimiento. Implementar cambios, vivenciar lo aprendido, darnos la oportunidad de madurar y dejarnos moldear por Dios en cada decisión de cambio que implementemos.

Para reflexionar: Sondeando tu propio sufrimiento

  1. ¿Qué es lo que produce sufrimiento en tu vida?
  2. ¿Cuáles son las pérdidas en tu sufrimiento?
  3. ¿Cuáles son las oportunidades y aprendizaje que encuentras en tu sufrimiento?
  4. ¿Qué te dice Dios en su Palabra?
  5. ¿Qué decisiones tomarás para superar el sufrimiento?

El sufrimiento en Cristo nos permite pasar:

Del dolor al consuelo

De la queja a la confianza

De la ira al contentamiento

De la herida al perdón  

Y de víctima a bendición