Alguien que amo es gay: Cómo pueden responder la familia y los amigos

Por Anita Worthen & Bob Davies

Cristina se acuerda perfectamente cuando se enteró de las actividades homosexuales de su hijo, hace ya 16 años. Como todos los jóvenes, Damián se había mudado de su casa en Illinois para la Florida. “Damián y yo habíamos sido siempre unidos”, dice esta madre soltera, “así que fue difícil verlo partir, pero yo sabía que debía vivir su propia vida”. Varios meses más tarde, Cristina recibió una extensa carta de él. Damián le compartía noticias emocionantes: “Encontré a alguien por quien me intereso bastante y tengo una relación que me satisface por completo”.

A medida que Cristina continuó leyendo, el estómago se le revolvió y casi no podía pasar saliva. Damián confesaba que esta relación era con otro hombre. Escribió “He tenido estos sentimientos fuertes de atracción hacia los hombres desde que me acuerdo y siempre he tratado de esconderlos”. Ahora él estaba “saliendo del closet” y viviendo como creía que Dios lo había propuesto. Cristina estaba completamente destrozada. “Grité, lloré, sentí que sangraba profundamente por dentro, y no había forma de parar la herida abierta en mi alma”.

Dolor Obsesionante

Ya sea que la confesión provenga de un hijo o hija, cónyuge o amigo cercano, el admitir la homosexualidad golpea como una bomba, especialmente en un hogar cristiano.

“Enterarse de la homosexualidad de un hijo es una agonía,” dice Bárbara Johnson, cuya historia al descubrir la homosexualidad de su hijo se narra en su libro, “¿Dónde renuncia una madre?” “Es casi como tener una muerte en la familia. Pero, cuando alguien muere, usted puede enterrar a la persona y continuar viviendo. Con la homosexualidad, el dolor parece nunca terminar”.

Bárbara habla de experiencias de primera mano. En 1968, su hijo de 18 años se unió a la Marina y fue asesinado en Vietnam. Exactamente cinco años más tarde, otro de sus hijos murió en un accidente al chocar de frente con un conductor ebrio. Bárbara logró salir de estas crisis con su salud emocional intacta.

Entonces, en un día caluroso de Junio de 1975, Bárbara estaba lista para salir cuando sonó el teléfono. Un amigo de su hijo Larry de 20 años, venía a pedir un libro prestado y Bárbara se dirigió a su dormitorio a buscarlo.

Al abrir un cajón del escritorio, vio el libro y lo sacó. Escondido debajo había un montón de revistas de pornografía homosexual. Una oleada de náuseas la invadió. Pudo terminar con la llamada, colgó el teléfono con sus emociones aturdidas.

Volvió al dormitorio de Larry y encontró avisos de películas de homosexuales y otros materiales. Algunos de los materiales estaban en sobres, todos con la dirección de su hijo de un apartado postal de una localidad cercana. A medida que el impacto del descubrimiento la golpeaba, Bárbara se sentía avasallada por una marejada de emociones.

“Me tiré en la cama y un terrible sollozo rugiente salió de mí”, se acuerda en su autobiografía. “Estaba sola en la casa, y durante varios aterradores minutos, sollozos de temor, impacto e incredulidad se apoderaron de mí. Escenas en mi mente de este maravilloso hijo que era tan jovial y feliz, que daba tanta alegría tenerlo cerca, e imaginarlo entrelazado con otro hombre me trajeron cúmulos de fuertes sollozos de profundo dolor y agonía”.

El ciclo del dolor

El dolor—a menudo abrumador y devastador—es la reacción emocional más común ante el descubrimiento de la homosexualidad de alguien cercano. Este ciclo de dolor ha sido descrito de diferentes formas.

Una representación de este ciclo de dolor tiene cuatro fases: shock, protesta, desorganización y reorganización. Aunque algunas personas se mueven de una fase a la siguiente en secuencia, la vida difícilmente es así de simple. No es extraño devolverse a la fase anterior por un tiempo. Y es muy común pasar por algunas etapas más de una vez.

Tomemos unos minutos para examinar estas etapas del ciclo del dolor en más detalle, para entender mejor donde se encuentran nuestras emociones en el ciclo y aprender como otros lo han experimentado.

La Pérdida: El “Gatillo” disparador del dolor

El dolor se dispara cuando las personas experimentan una pérdida mayor en sus vidas. Este fenómeno es fácil de entender cuando a un amigo cercano o a un miembro de la familia se le diagnostica una enfermedad terminal o muere en un accidente. Pero, ¿por qué enterarse de la homosexualidad de un ser amado dispara estos sentimientos tan profundos de pérdida? Hay numerosas posibilidades, algunas incluyen:

  • Pérdida de seguridad. Aunque su amigo o familiar probablemente ha estado consciente de estos sentimientos de homosexualidad por años, para usted es una revelación nueva. De repente usted siente que está hablando con un extraño, ya que este aspecto poco familiar de su personalidad ha sido revelado. El sentimiento de engaño puede ser devastador.
  • Pérdida de control. De repente la vida parece estar totalmente fuera de control. Los sucesos lo empujan en una dirección que nunca pensó que iría. “Si estuviera viendo a otra mujer”, dice una esposa, “Lo pelearía. Pero con esta situación, me siento incapaz y totalmente perdida”.
  • Pérdida de los sueños futuros. Antes de este descubrimiento, el futuro parecía brillante y seguro. Ahora usted se pregunta qué pasará con su familia, matrimonio, sus hijos, sus amigos.
  • Pérdida de la Reputación. Este puede ser un tema mayor, dependiendo del estatus que usted tenga en su comunidad o su iglesia local. Por ejemplo, si usted es pastor, puede dudar respecto a las futuras oportunidades de empleo.
  • Pérdida de la relación. Quizá este es el corazón de la pérdida. Entre más profunda la relación entre usted y esta otra persona, más profundo el dolor de descubrir su homosexualidad. Usted sabe que esta relación ha cambiado para siempre.

Cualquiera sea la pérdida que usted experimente, el resultado es siempre el mismo: usted vuelve a las fases iniciales del ciclo del dolor.

Etapa inicial: Shock

Para muchas personas, enterarse de la homosexualidad de un ser amado es el equivalente emocional a ser golpeado en la cabeza por un bate de baseball. “Nada fue para mí lo mismo (Anita) después que mi hijo Tony, admitió tener relaciones sexuales con otro hombre. Mucho de mi autoestima descansaba en el buen trabajo que había realizado en criarlo como madre soltera. De repente sentía profunda vergüenza de mi hijo que el día anterior me había hecho sentir tan orgullosa. Yo me preguntaba ¿Qué pensaría la gente de Tony si se enteraran? ¿Y qué pensarían de mí? Mi hijo y yo habíamos sido tan unidos. ¿Cómo podía hacerme esto?” Muchas esposas reaccionan con sentimientos profundos y similares. Una esposa decía que se sentía como un jarrón de reliquia frágil que se ha dejado caer. “Me despedacé en millones de pedacitos”.

Otros síntomas del impacto incluyen:

  • Adormecimiento. Algunas personas reaccionan yendo a un estado de congelamiento de las emociones. Se convierten en robots, poniendo un pie delante del otro, moviéndose como un zombi.
  • Síntomas Físicos. Todo tipo de síntomas relacionados con estrés pueden comenzar a aparecer: náusea, migrañas, dificultad para dormir, falta de apetito, y desinterés en la vida íntima marital. “Cuando me enteré tuve náuseas que me hicieron vomitar por tres días”, se acuerda una madre. “Cada vez que trataba de tener relaciones con mi esposo, no podía dejar de pensar en lo que mi hijo podría estar haciendo con su pareja. Estas imágenes en mi mente eran tan horribles que no podía funcionar en mi propio matrimonio”.

A menudo el estrés trae una incapacidad para dormir, lo cual puede ser de detrimento para su salud. Los días se llenan de ansiedad y las noches traen una completa extenuación. Si logra dormir, sus sueños son angustiosos.

Lo más importante para recordar es que todos estos síntomas emocionales y físicos son típicos para este tipo de situación estresante. ¡Usted no se está enloqueciendo! y estos síntomas comienzan a disminuir con el tiempo. Usted es normal, incluso sano. Es peor cuando todas las emociones están “acumuladas” adentro, donde se enconan y se quedan sin resolver.

Negación

Algunos miembros de familia especialmente los hombres, reaccionan negando que el problema existaEsto puede deberse a ignorar lo que es la homosexualidad, o puede ser un síntoma de querer esperar lo mejor en un mal tiempo. Cuando una esposa le contó a su esposo de las actividades homosexuales de su hijo, le contestó, “Es solo una etapa que está atravesando amor. No te preocupes tanto. ¡Tú siempre te preocupas tanto por todo!” Después de esta declaración, continuó mirando el partido de fútbol en la televisión.

La negación es una forma de protección instintiva, una forma de batallar con algo muy estresante de conocer. Algunas veces es un patrón de conducta regular en la vida de una persona.

La homosexualidad o el lesbianismo generalmente están enraizados en forma profunda y persistente sin que haya ningún tipo de intervención externa. Esperar que esta situación cambie por sí misma es irreal.

Segunda Etapa: Protesta

A medida que los síntomas del impacto comienzan a disminuir, emociones nuevas y poderosas comienzan a levantarse:

  • Dolor. Hay una profusión de tristeza, con lágrimas que no terminan y parecen durar para siempre. “Me sentaba en mi escritorio a trabajar, deseando que nadie viera las lágrimas rodando por mis mejillas”, recuerda una madre. “Sentía que si lo dejaba salir y realmente llorar no podría pararlo nunca”. Otras personas se encuentran llorando en cualquier momento, donde sus emociones se disparan por asociaciones que solamente ellos entienden. Un determinado color de carro, el parque de una ciudad, o un restaurante específico pueden disparar recuerdos importantes del pasado produciendo una avalancha de lágrimas.
  • Rabia. Es normal sentir una rabia profunda e incluso enfurecerse por esta situación. ¿Cómo se atreve mi hijo a hacerme a mí esto? ¿Cómo puede mi hija desechar su crianza cristiana de esta manera? ¿No le interesa a mi esposo cómo me siento? ¡Lo único en lo que piensan mis amigos es en las necesidades emocionales de ella, qué egoísmo!

Algunas veces nuestra rabia se dirige hacia Dios. Habíamos tenido ciertas expectativas respecto a la forma como nuestra vida se desenvolvería, y ciertamente la homosexualidad no estaba en el manuscrito. Quizá hemos enseñado a nuestro hijo las Escrituras desde el nacimiento. ¿No ha prometido acaso Dios proteger a nuestros hijos de la impiedad? O hemos descubierto que nuestro esposo tiene atracciones homosexuales sin resolver que datan de antes de nuestro matrimonio. Ahora nos sentimos profundamente engañados por Dios. Nos preguntamos, si Dios sabe todo ¿Por qué permitió que me casara con ese hombre?

  • Pánico. Algunas personas se mueren de miedo de la reacción de los demás. Inmediatamente comienzan a tramar cómo mantener esta noticia en profundo secreto. Se preocupan de las posibles consecuencias en la salud debidas a la inmoralidad, especialmente la aterradora posibilidad del SIDA. Se preguntan si su hija terminará en las noticias de la noche hablando retórica pro-homosexual en una marcha por los derechos de las lesbianas. De repente parece que la homosexualidad está en todas partes.
  • Búsqueda. Muchos familiares comienzan la búsqueda de una solución poniéndose en contacto con pastores locales y centros de consejería cristianos. Los padres pueden ser muy exigentes porque están sintiendo que están perdiendo el control. Están desesperados por salvar a su hijo del daño. ¡Entre más rápida la solución, mejor! Se concentran en este problema y no pueden pensar en nada más. Su foco se llega a centrar en encontrar una solución a este sobrecogedor problema que ha descarriado su vida familiar.

Tercera Etapa: Desorganización

Durante esta etapa del proceso de dolor, los días, las semanas e incluso los meses pueden pasar en nuestras vidas. El shock inmediato se va y la explosión ha cesado. Ahora es casi como si nuestra existencia emocional total está hibernando, y estamos en “espera”, concentrados en este tema. El dolor interno parece no terminar y es muy profundo para las palabras. Externamente, las cosas parecen derrumbarse. ¿Qué importa si mi casa es un desastre si mi hijo es gay? Una madre se preguntaba. A menudo las actividades externas de la vida que anteriormente nos trajeron gozo parecen ser totalmente irrelevantes, incluso frívolas. Nada parece más importante.

  • Anhelo. Experimentamos un deseo profundo emocional por “la forma como eran las cosas”. En realidad, nuestras relaciones familiares pueden no haber sido buenas pero parecían buenas en ese momento, o al menos mejor que ahora. Me recuerdo a mí misma pensando, “si tan solo no nos hubiéramos mudado a esta ciudad donde tal consejero llegó a la vida de Tony…”. Pero después pude ver la verdad: Que el consejero no convirtió a mi hijo en un homosexual…. Tony tenía problemas en su vida mucho antes de ese día. Darme cuenta de esto me permitió llevar mi dolor al Señor y permitirle sanarlo. Lentamente comencé a mirar hacia delante de nuevo, en vez de dedicar todo el tiempo a añorar los “viejos tiempos”. Encarar la verdad sobre el pasado me dio la motivación para continuar.
  • Aislamiento. Enterarse de la homosexualidad de nuestros seres queridos puede ponernos en una situación extremadamente extraña. ¿Cómo le está yendo a tu hijo? Es una pregunta normal. ¿Qué debemos decir? ¿Que está bien? ¿Que está ocupado con su nueva carrera? Algunos padres llegan a la conclusión de que las preguntas raras se evitan más fácilmente permaneciendo alejados de la gente – como amigos de la iglesia—que tienden a preguntarles.
  • Pérdida de interés en la vida. Es normal perder interés en otras situaciones de la vida diaria cuando nos enteramos de la homosexualidad de alguien. “Me obsesioné con el tema” dice Jean, cuyo novio le contó de sus luchas luego de que ella lo presionara hacia un compromiso mayor en su relación. “No podía pensar en nada más cuando pensaba en John”.
  • Al enfocarnos en este único tema, quizá paremos de realizar otras cosas que sí podrían ayudarnos en el dolor. Nuestra obsesión con nuestros seres amados nos aparta de otras relaciones significativas. Otros dependen de nosotros, especialmente si somos casados con una familia, pero nos volvemos incapaces de satisfacer sus necesidades. Desafortunadamente, otros se convierten en el sacrificio del altar de nuestro hijo descarriado.
  • Resistir volver a la normalidad. En esta fase de dolor, podemos negarnos a retomar las actividades normales. ¿Cómo podemos continuar con la vida? ¿Debemos aceptar el hecho de que las cosas nunca serán las mismas? ¿Eso quiere decir que nos estamos dando por vencidos respecto a la esperanza? “¿Cómo puede Dios pretender que yo continúe?”, preguntaba una madre, “¿vivir como si nada hubiese pasado? ¿Cómo puedo volver a la normalidad? ¡Nada será jamás normal otra vez!”

Si nos quedamos en esta etapa de dolor e inmovilidad, nos convertimos en el niño exigente que deja de respirar, tratando de forzar a sus padres para que cedan ante sus demandas. Nuestra actitud dice, “¡Dios, quiero que arregles este problema—ya! ¡Y no voy a retirarme hasta que Tú lo hagas!” Dios está esencialmente preocupado por las luchas de su amado—y en consecuencia de su propio dolor— pero la experiencia nos ha enseñado a todos aquellos quienes trabajamos en el campo de este ministerio que las circunstancias difícilmente cambian tan rápido como quisiéramos. Dios no “arregla” este problema de acuerdo con nuestra línea del tiempo.

Desafortunadamente, la decisión de un hijo de buscar ayuda, rara vez llega rápidamente. Los cambios a largo plazo, llegan como resultado de un compromiso profundo, el cual lleva tiempo desarrollar. La primera motivación debe venir de esa persona—no de quien lo ama. La mayoría de los ministros ex-gay rechazan ponerse en contacto con su ser querido directamente, especialmente si él o ella no está interesado en pedir ayuda. Con los años, hemos visto que esta forma de acercamiento es totalmente inútil, y en ocasiones nos trae una amenaza de demanda cargada de furia, por invasión a la privacidad.

Cuarta Etapa: Reorganización

Eventualmente, como una herida profunda que sana, nuestros sentimientos de estar emocionalmente heridos comienzan a sanar. Como un oso que sale de hibernar, nos sentimos vivos de nuevo en formas que habían estado ausentes por meses. Los pedazos dispersos de nuestra vida comienzan a acomodarse nuevamente. Hemos pasado a la etapa que llamamos “reorganización”. ¿Cuáles son algunas características de esta etapa?

  • Disminución de la tristeza profunda. Un día despertamos y reconocemos que el peso interno del dolor ha disminuido. Tal vez una tarde nos damos cuenta que hace horas no pensamos en la situación de la persona que amamos. “Me acuerdo pasar varias horas, después varios días, sin esta enorme ola de tristeza viniendo sobre mi vida”, recuerda una madre. “Pronto el gozo comenzó a volver. Estaba tan contenta. El aire parecía más fresco, el sol más brillante e incluso recuperé mi sentido del humor. ¡Me sentí viva de nuevo!”.
  • Encontrando la esperanza nuevamente. Otra señal de sanidad es la presencia de esperanza. Ya no tenemos más miedo del futuro; sentimos que las cosas buenas pueden todavía estar más adelante. Cuando estamos débiles y temerosos, podemos ser honestos con el Señor. Él dice en 2ª Corintios 12:9 que Su poder se perfecciona en nuestra debilidad. ¡Eso es maravilloso saberlo!

Otro versículo que me motiva es el Salmo 31:24: “Esforzaos todos vosotros los que esperáis en Jehová”. Este pasaje me hace acordar que mi esperanza no depende del mover de las circunstancias alrededor de mí, sino de algo inmutable: el carácter de Dios y su amor hacía mí. Puedo tener paz interior y fortaleza al recordar esta perspectiva.

  • Nuevo crecimiento espiritual.  A medida que avanzamos en el dolor, tenemos la oportunidad de estirar nuestros músculos espirituales. Pueden estar fofos pero podemos ejercitar nuestra fe diariamente. Podemos decidir caminar un día a la vez, no mirar adelante hacia el futuro. Eso quiso decir Jesús cuando dijo, “Así que, no os afanéis por el día de mañana, porque el día de mañana traerá su propio afán. Basta a cada día su propio afán” (Mateo 6.34). No tenemos la gracia para soportar las cargas del mañana, la carga de hoy es todo lo que podemos sostener en el momento.

A medida que salimos del dolor, tal vez nos sorprendamos por un nuevo sentido de fortaleza interna. Como un árbol resiste en la estación dura y helada del invierno, para salir con nuevo crecimiento y vigor, esta situación nos da la oportunidad de crecer emocional y espiritualmente.

Debemos confiar en Dios en una forma totalmente nueva porque hemos encarado un problema que no podemos solucionar por nosotros mismos. Desde que supe lo de mi hijo, me he vuelto al Señor en dolor profundo, gran temor y una intensa frustración. A menudo Él me da el consuelo y la dirección que he necesitado para esa situación. Así puedo confiar más en Él la próxima vez que llegue un problema.

Un mañana estaba orando por una situación que me llenaba de dolor. Entonces en mi tiempo de lectura de la Biblia leí Juan 16:33, donde Jesús está hablando a sus discípulos. Les dice “Estas cosas os he hablado para que en mí tengáis paz. En el mundo tendréis aflicción; pero confiad, yo he vencido al mundo”. Estas palabras me motivaron. Los problemas vendrán, Jesús dijo que Él puede darnos paz en medio de la prueba. Cuando aprendemos a poner este principio en práctica, como resultado crecemos espiritualmente.

  • Enfrentando la realidad.  Reconocemos que las cosas nunca volverán a ser las mismas. La vida ha cambiado para siempre. Nunca volveremos a ver a la persona que amamos con los mismos ojos de inocencia. Aunque este hecho es doloroso, lo aceptamos y luchamos con sus implicaciones.

Al ir ganando en un nuevo despertar espiritual, podemos encarar el futuro como realmente es. Puede que nuestro ser amado no vuelva “a su lugar”, por lo menos tan rápido como nos gustaría. Pero podemos continuar con nuestra vida, aunque mientras tanto sepamos que nuestro ser querido está tomando decisiones equivocadas. Normalmente, para ese momento, hemos tratado todo lo humanamente posible para enderezarlo. No nos queda otra opción que dejar nuestras circunstancias al Señor. Eventualmente podemos usar lo que Dios nos ha mostrado para llegar a otros que están sufriendo. Comenzamos a hallar lo bueno en los momentos malos. (Ver 2 Corintios 1:3-4).

Dios dice que sólo a través de nuestra debilidad se muestra su Fortaleza (2 Corintios 12:9). Esa es una verdad que Bárbara Johnson ha aprendido. Después de encontrar las revistas pornográficas gay en el dormitorio de su hijo, lo confrontó—y Larry de 20 años repudió su familia y desapareció en el estilo de vida homosexual. Después de casi un año de profunda depresión, Bárbara tuvo un quebrantamiento. “Así Larry se mate,” le dijo a Dios, “o si no nunca lo vuelvo a ver—sea lo que pase, Señor—él es tuyo”. Lo había dicho muchas veces anteriormente, pero esta vez sintió un alivio del dolor aplastante. “Mis dientes dejaron de picarme y el elefante se fue de mi pecho por primera vez en casi un año”.

Después de una década de silencio interrumpido por contactos periódicos, el hijo de Bárbara la visitó en Mayo de 1986. “Quiero que me perdones por los once años de dolor que te he causado,” lo dijo con lágrimas en sus ojos. “He vuelto a dedicar mi vida al Señor. He sido liberado de esa atadura y puedo venir limpio delante del Señor”. Hoy su madre viaja por todas partes, alentando a otros padres por medio de sus palabras y sus libros.

Bárbara dice que, debido a la muerte de Cristo por todos nosotros, siempre hay esperanza—no importa cuáles sean la circunstancias de nuestra vida. “Dios puede tomar nuestros problemas y convertirlos en tesoros. Él nos ofrece un intercambio. Son nuestros pecados por su Perdón, su tragedia y dolor por su Sanidad, y su dolor por su Gozo”.

Copyright © 1996 Anita Worthen and Bob Davies. Extracto tomado del libro SOMEONE I LOVE IS GAY por Anita Worthen y Bob Davies.