Testimonio: David Álvarez

A menudo trata­mos de imaginar cómo vendrá nuestra sani­dad.  Esperamos que un profeta de Dios diga nuestro nombre en una conferencia multitudinaria y que seremos sa­na­dos en una forma milagrosa.  O quizá iremos a una reu­nión de avivamiento y seremos «muertos en el Espíritu», y nunca más volve­remos a experi­men­tar nuestro problema de pe­cado.  ¿Quién imagina a Dios con­tinuando el proceso de sani­dad y perdón en un hermoso día de verano en un par­que?

Esta fue mi experiencia un día mientras leía un li­bro y disfrutaba la calidez del sol.  A lo lejos podía oír las voces de los niños jugando.  Cansado del libro, comencé a ver a dos chi­cos respondiendo a los lanzamientos de pelota de béisbol que su padre hacía.  El mayor no tenía ninguna dificultad en golpear la pelota, pero el más joven luchaba por conseguirlo.  El palo era demasiado pesado para poder controlarlo y giraba muchas veces antes de poder golpear la pelota.  Cuando lo lograba, la alegría que le sobrecogía era eléctrica y corría alrededor de bases imaginarias y se barría hacia la base inicial.

Sin embargo, aunque yo me deleitaba con el éxito del chico, comencé a llorar.  Una ira surgió repentinamente contra Dios y contra mi padre.  Estaba confundido por la fuerza de mis sentimientos y mi primera respuesta fue «ya he tratado con este asunto en mi vida» (una respuesta muy común que se escucha en la gente).  ¿Qué era esta reacción que estaba tenien­do?  ¿Cómo iba a responder a ella?  En silencio le pregunté al Señor, «¿Qué es esto que es­toy sintiendo?»  Él me reveló la ira que tenía hacia Él por no darme un padre como el padre de esos dos chicos.  Me había percatado de que cuando el más pequeño no podía respon­der a los lanzamiento cautelosos de su padre, éste comenzó a lanzar la pelota con más cuidado.  Cuando se dio cuenta que eso no resultaba, se acercó aun más casi tirando a las rodillas y lanzando con ligereza la pelota de tal forma que el chico pudiera tomar ventaja.  Fue duro para mí relacionarme con ese amor, paciencia y misericordia.  Yo nunca había co­nocido o experimentado este tipo de cuidado por parte de mi padre.

EL ABUSO DEL PADRE

Cuando pregunté al Señor más tarde, Él me reveló lo profundo del odio hacia mi padre porque no había sido capaz de modelarme, hablarme o darme vida de esa manera.  Si yo hubiera estado en el parque con mi papá, él habría tirado la pelota tan fuerte como fuera posible.  Si yo hubiera fallado en hacer contacto con la pelota, me habría gritado iracundo

«¡agarra bien ese palo!».

Si hubiera seguido fallando me habría gritado

«¡eres un debilucho, no le tengas miedo a la pelota!» o «¡jamás podrías llegar a jugar profesionalmente porque eres un perdedor!».

Entonces yo habría comenzado a llorar y mi padre me habría dado una bofetada para callarme y decirme que sólo los «maricones» lloran.  Diría eso de tal forma que me habría sentido físicamente apuñalado.  Una vez que hubiéramos llegado a casa me habría avergonzado frente a la familia entera a la hora de la cena.  ¿Pueden imaginarse a mi padre en mi primer juego de la pequeña liga de béis­bol?  Una parte de mí se pregunta; «¿Cómo es que pude sobrevivir?»

Afortunadamente, sobreviví durante todo ese tiempo, y créanme, tomaría la sanidad de cualquier forma en que Dios hubiera querido dármela.  Eso no fue siempre así, porque hace varios años me imaginaba a Dios como un tirano, lleno de ira, sin amor ni misericordia.  Tal sen­timiento me hacía rechazarlo o avergonzarme de buscar Su consuelo, me volví a los brazos de una y otra persona.  Podrán imaginarse.  Estaba buscando que otros me dieran algo que sólo Dios podía proveer. 

«Porque dos males ha hecho mi pue­blo: me dejaron a mí, fuente de agua viva, y cavaron para sí cisternas, cisternas rotas que no retienen agua».

Jeremías 2:13

Este fue mi pecado mientras iba de una a otra persona tratando de encontrar «agua viva» en vasijas secas y vacías.  Como diría mi pastor

«¡Con qué frecuencia lo que parece ser un oasis es realmente sólo un espejismo!»

NECESITANDO CONOCER EL AMOR

Mediante momentos de oración y de quedarme calladamente delante del Señor, Él me reveló dónde necesitaba buscar bienestar.  Ese bienestar vendría a través de una relación con Él.  Aunque tenía un conocimiento de Dios, realmente no lo conocía.  Pablo ora en Efe­sios:

«…para que el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de gloria, os dé espíritu de sabiduría y de revelación en el conocimiento de Él».

Efesios 1:17

En Efesios Pablo ora una vez más:

«…a fin de que arraigados y cimentados en amor, seáis plenamente capaces de comprender con todos los santos cuál sea la anchura, la longitud, la profundidad y la altura, y de conocer el amor de Cristo, que excede a todo conocimiento, para que seáis llenos de toda la plenitud de Dios».

Efesios 3:17-19

Cuando hice una decisión por Cristo hace más de 20 años, supe en mi corazón que lo necesitaba.  Lo que también necesitaba saber y creer era que Él me amaba.  A través de muchas relaciones dependientes enfermizas la única frase que no pude oír lo suficiente fue «te amo».  Estoy seguro que esto proviene de un historial de no haber escuchado de mis padres que me amaban, y de no haber tenido demostraciones tangibles de ese amor.  Privación de amor sería el diagnóstico.  La cura vendría mediante una continua relación con el Señor, y fomentando relaciones segu­ras y santas en las cuales mis necesidades emocionales serían aceptadas en amor y no criti­cadas.

EL PODER DE LAS PALABRAS

Durante muchos años, las palabras de mi padre tuvieron un poder tremendo sobre mí.  Su abuso verbal y emocional me dio un nombre equivocado durante años.  A la más insigni­ficante señal de fracaso, aquellas palabras reforzaban mi creencia en mí mismo como un fra­caso.  Incapaz de completar cosas, debido al temor al fracaso, estaba probándole a mi padre que era justamente como me había calificado.  Maltratado y herido, traté durante años de aliviar mis heridas «actuando» para otros, incluyendo a Dios.  Pero vez tras vez Él se mostró a mí, hasta que fui capaz de comenzar a comprender qué ancho, largo, alto y profundo era Su amor.  Dios comenzó a llenar mi profunda hambre de amor y afirmación.  Gradualmente la imagen que tenía de Él cambió y las falsas palabras que mi padre me había hablado perdieron su poder.  Comencé a vivir como alguien redimido por Cristo, ya no más bajo la condenación de las palabras de mi padre.  En una unión íntima con mi Padre Celestial, encontré sanidad.

Esto no sucedió de la noche a la mañana, pero mientras me acercaba más a Dios, co­mencé a recibir su amor, gracia, misericordia y perdón; y lo mejor de todo, Su paciencia.

El concebir a Dios involucró un compromiso voluntario de mi parte.  El abuso de mi padre me hirió emocionalmente de tal forma que le temía a lo que más necesitaba —al amor.  El no conocer a Dios y la incapacidad de recibir de Su amor me impedía amar a otros en una forma correcta.  Para ser un imitador, un reflector de Su amor, misericordia y bondad, necesi­taba conocerlo personalmente.  Esto solamente es posible mediante una relación profunda con Él.

Me doy cuenta por muchos de nosotros que la intimidad con Dios no se da de una forma fácil.  Dios conoce las frustraciones en nuestro intento de conocerlo.

«Dios sabe perfectamente bien lo difícil que nos es amarlo más de lo que amamos a cual­quier otra persona o cosa, y Él no va a enojarse mientras estemos intentándolo.  Y nos ayu­dará».

C.S. Lewis

Nos ayuda, Él hace camino, un camino para que entremos en un lugar más profundo de sanidad a través de una profunda relación con Él.

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Traducción: Oscar Galindo

Principios de un liderazgo positivo y consideraciones sobre liderazgo para quienes dirigen ministerios de restauración sexual. Tomado y adaptado del “Manual de Liderazgo” de Frank Worthen.

Frank Worthen con su esposa Anita

Frank Worthen con su esposa Anita

A. EL BUEN LÍDER.

Un líder de éxito escucha la voz de Dios.  Aprende a oír a Dios a través de la oración y el ayuno. Su paciencia para esperar en Dios le permite ser paciente con los que están a su cuidado e incluso extender esa paciencia hacia sí mismo. Está consciente de las muchas necesidades que tiene a su alrededor, pero ellas no lo hacen correr por delante de Dios y tomar los problemas en sus propias manos. Sabe que no es el único siervo de Dios y que Dios llama a cada uno a satisfacer necesidades específicas. Juntos forman un equipo, y cada quien hace la parte que le fue asignada

Un buen líder ha crucificado sus derechos y está dispuesto a ser guiado por el Espíritu de Dios. Teme a Dios, tiene un respeto sano por Él y hace lo que las Escrituras llaman “tener en cuenta” al Señor. Rinde cuentas a Dios de sus acciones y actitudes, tiene su confianza en Dios y no en sus propias habilidades. La persona más dotada es inútil si no está rendida. El líder de éxito no tiene temor del hombre porque sabe que Dios está en control. Dios es su seguridad, su escudo y su protección. No tiene otros “dioses” como pueden ser gente, trabajo, ministerio, posición o poder.

Es un ejemplo y un modelo para otros. Ha renunciado a muchas libertades que harían que presentara una apariencia de mal. Como Pablo, llega a ser todas las cosas para toda la gente. Se da cuenta que puede nulificar el mensaje del evangelio por su apariencia. Es cuidadoso para presentar el evangelio en una forma que no ofenda y es sensible a la cultura en la cual se encuentra, no hace las cosas en orgullo, solo por seguir la tradición, sino que es sensible al Espíritu Santo.

Un buen líder está dispuesto a poner en riesgo su reputación si Dios la ha confirmado. Él está consciente que Jesús se hizo a Sí mismo sin reputación por amor a otros, y está dispuesto a hacerlo también, si es para la gloria de Dios. Sin embargo, sabe que la reputación que está arriesgando no es la suya propia sino la del Señor. Un líder puede causar gran daño al mensaje del evangelio cuando toma decisiones erróneas y realiza acciones impulsivas e inmaduras.

El buen líder se reproduce a sí mismo. Motiva a otros a seguir en su camino. Hace buen uso de su tiempo invirtiendo en la vida de su gente quienes serán líderes como él mismo. Valora los dones de los demás. Su deseo es equipar a otros, para que puedan exceder sus propias habilidades. Permite que cada persona exprese sus propios dones en su manera muy particular, no trata de acoplarlos a su molde. Cuando llega el momento, es sensible a la voluntad de Dios, sin manipular a la gente a su cargo para que se quede, sino permitiéndoles partir con libertad hacia otros trabajos mayores, siempre dispuesto a comenzar otra vez con una nueva persona. Les da libertad para que sean todo lo que Dios les ha llamado a ser. Se deleita viéndolos alcanzar su más alto potencial en Cristo.

El buen líder delega. Sabe que, si trata de hacer todo, se va a agotar y les robará a aquellos que le rodean la oportunidad de servir y la experiencia de aprender. El orgullo lo mantendrá aislado y protegiendo su ministerio, pero Dios desea que con libertad comparta todo lo que tiene y que esté con otros. Se da cuenta que gran parte de la visión que Dios le ha dado será cumplida por otros. Ha sido llamado a levantar un equipo y es un buen jugador de equipo. Trabaja bien con la gente. Se da cuenta que el éxito no está en la cantidad de gente que controle, sino cuánta gente ha dejado en libertad para servir a Dios.

El buen líder es flexible. No está sujeto a sus propios deseos, sino deseoso de caminar y fluir con el Espíritu de Dios. A menudo cuando Dios da una visión, Él muestra los resultados finales, pero no el camino que se recorrerá día con día para lograr esa visión. Esto debe ser llevado a cabo con temor y temblor. Ese camino puede tener muchos recovecos y vueltas inesperadas, por lo que se requiere flexibilidad.

El buen líder conoce a las ovejas que están en su rebaño. Ora por ellas, las protege, y agradece a Dios por ellas y por sus habilidades. Ve su lado positivo y es tolerante y paciente cuando expresan su lado oscuro.

El buen líder pide apoyo a otros para su propia persona. No es demasiado orgulloso para pedir oración. Confiesa sus tentaciones e imperfecciones. No trata de parecer perfecto. No reclama ser mejor que los demás. Un buen líder aprecia la autoridad que hay sobre él. Ve a estas personas como su protección y su grupo de apoyo. Se somete humildemente a la autoridad que Dios ha puesto sobre él. Tiene un espíritu enseñable, deseoso de aprender.

El buen líder evita el orgullo. Sabe muy bien que Dios humilla al soberbio, por lo que no se jacta o exagera su trabajo o su importancia. Cuidadosamente examina su ministerio y a sí mismo de vez en vez, juzgándose para que no tenga que ser juzgado por otros (vea 1 Co. 11:32). Sabe que no es indispensable, que algún día otros tomarán su lugar.

El buen líder cuida de sí mismo. Toma tiempo para cuidar su cuerpo, así como el aspecto espiritual de su vida. Se da cuenta de que, así como los otros también él tiene necesidades. Necesita momentos de descanso, esparcimiento, estudio y adoración. Descarga la dirección del ministerio en Cristo. Permite que Dios vaya delante de él y que pelee las batallas. Utiliza bien su tiempo y lleva una vida disciplinada. Se da cuenta que la seguridad de los demás es ver que él está en el lugar correcto con Dios mismo. Debe estar conectado con Dios y escuchándole, no corriendo delante de Él y guiando a otros a tomar un camino destructivo. Tiene un espíritu de mansedumbre y paciencia espera el tiempo perfecto de Dios. Es habitado por el Espíritu Santo y camina en el Espíritu. Extiende el amor y el perdón de Dios a sí mismo, así como a los demás. Es una persona apartada para Dios, aunque puede disfrutar las cosas del mundo, no halla su satisfacción en ellas. Es seguro en su identidad y no tiene envidia y celo de otros y de sus posesiones.

El buen líder es una persona bien balanceada en su trato con los demás. Ha descubierto la delicada línea divisoria entre amor y pureza. Sabe que el amar realmente a alguien significa a menudo confrontarlo y hacerlo sentir a veces incómodo. Está dispuesto a arriesgar sus relaciones con otros para que progresen. Habla la verdad en amor. Sabe que permitirles continuar en pecado no es amarlos, sino ignorarlos. Está en contacto con sus propias heridas y consuela con el consuelo que ha recibido de Cristo. Es un hombre refinado por fuego, ha sido probado y ha vencido, ahora se encuentra en una relación más cercana con Dios. A través de sus pruebas ha sido purgado de orgullo y ambición egoísta. Está dispuesto a dejar que Dios sea Dios.

El buen líder es prudente y humilde. Parte de su amor por los demás es refrenar su lengua y no descubrir información confidencial escuchada en consejería y en otros entornos íntimos. Ora antes de confrontar, incluso arriesgando el perder la oportunidad, sabiendo que la confrontación equivocada es peor que si no la hubiera habido. Confía en Dios para una segunda oportunidad. Sufre como Cristo sufrió. Puede ser mal comprendido, calumniado, envuelto en chismes, y rebajado, pero controla sus reacciones, llevando estas cosas a Jesús. Siempre pregunta a Dios si hay algo de verdad en las acusaciones verificando si Dios está revelando algo a través de los demás.

El buen líder persevera. A menudo trabaja durante largas horas, para conocer el agotamiento y la fatiga, y luego ser grandemente decepcionado por aquellos con los que trabaja o aconseja. Conoce la traición, sin embargo, sus ojos están sobre la visión que Dios le dio y no se distrae o desalienta por los eventos negativos que ocurren día con día. Defiende el Evangelio. Dios le ha dado un celo por Su Palabra, pero no es legalista, no está motivado por el deseo de estar en lo correcto y castigar a los falsos profetas, sino motivado por el amor de Dios, que otros conozcan la plenitud del amor de Dios y Su poder para liberar.

B. EL MAL LÍDER

¿Cuáles son las características que debemos evitar que nos previenen de llegar a ser malos líderes? Obviamente son las contrarias de un buen líder.

El mal líder es guiado por la inseguridad. Busca controlar a otros para afirmar su autoestima. Puede tener un llamado en su vida o puede haberse aventurado hacia el ministerio independientemente de cualquier llamado. Algunos vienen a servir a Dios en sus propios términos, usando las tácticas del mundo, el ministerio puede ser sólo un trabajo para él y busca una promoción para obtener ganancias monetarias, o el ministerio puede llenar vacíos en su vida: afirmación, atención, o su propio engrandecimiento.

El líder inseguro a menudo deja un rastro de ruina. Los demás se quedan con una sensación de haber sido utilizados y abusados, traicionados y mal comprendidos. Para ganar aprobación y protegerse mismo, puede haber recurrido a distorsionar la verdad, si no es que la mentira abierta. Debido a que tiene profundas inadecuaciones que deben permanecer ocultas, con frecuencia se escurre de la autoridad. Como tener que responder a una junta puede ser muy intimidante, puede sentir que tiene una relación adversaria con su junta. O bien empieza su propio ministerio sin ninguna cobertura en lo absoluto, o busca el tipo de cobertura que no se opondrá a sus ideas y deseos. A menudo los líderes seleccionan su propia cobertura, aquellos que pueden ser controlados.

El mal líder es egoísta. Cuando se trata de tomar decisiones, el líder malo frecuentemente tiene una sola regla por la cual él vive: – ¿Cómo afectará esto mi vida? ‖ No está interesado en la promoción del Reino de Dios, solamente en su propia promoción. Mira a los demás líderes como competencia, y retendrá cualquier ayuda que pueda hacer que ellos vayan más allá que él.

El mal líder es impaciente con aquellos que tiene a su cuidado. Salta a conclusiones, escuchando sólo una parte de la historia. Acepta chismes y rumores de terceras personas como verdades y actúa sobre ellos, traicionando su confianza. Incluso cuando él ha causado daño a otros, no se disculpa o busca la reconciliación y piensa que como es líder, él está más allá de pedir perdón. Puede que vea al rebaño como un fastidio y no respeta a los que Dios ha puesto a su cuidado. Actúa a la defensiva, y se siente amenazado e incluso grita a los demás. Su aspecto inmaduro puede recurrir a las rabietas temperamentales.

El mal líder no es enseñable. Siente que aprender algo de alguien más es humillante, y lo desacredita. Si aprende y enseña algo que proviene de otra persona, lo presenta como su propio material, sin dar crédito a quien corresponde. Permite que sus emociones le conduzcan y tiene un efecto destructivo en aquellos a los cuales ministra. Ellos se dan cuenta que su corazón no es puro y que no usa una norma bíblica, y pierden la esperanza cuando ven los problemas y pecado sin resolver en la vida del líder. Estas palabras que se encuentran en Proverbios 15:10 son una predicción:  -La reconvención es molesta al que deja el camino; y el que aborrece la corrección morirá. ‖

El mal líder busca la aprobación de los hombres antes que defender las normas de Dios. Trata con ligereza a aquellos cuyo pecado es también el suyo, y reacciona con exceso hacia aquellos con cuyo pecado no se identifica. Pide detalles gráficos del pecado porque es excitado por los encuentros sexuales. Puede negociar con las personas, tratando a su pecado ligeramente para obtener algo de ellas Su objetivo es atraer a la gente a él mismo en lugar que a Jesús. Crea dependencias a sí mismo.

El mal líder deja al Señor fuera de sus decisiones. Tiene un espíritu que se rebela a ser controlado de cualquier manera, por Dios o por los demás. No actúa correctamente cuando es confrontado, sino que es defensivo y evasivo. No está interesado en ser parte de un equipo porque no desea compartir su gloria con los demás. Lleva una vida secreta, con poca o ninguna revelación propia. Puede llevar una doble vida, hallando escape en la pornografía o en otras áreas de pecado. Se rehúsa a entrenar otros para el servicio porque no desea crear su propia competencia. No está interesado en el trabajo de equipo.

Este es un retrato oscuro del mal liderazgo. Naturalmente ningún líder tiene todos los defectos mencionados; nadie es completamente malo o completamente santo. Le sugerimos usar la lista descrita para examinarse a usted mismo, no para incriminar a los demás. La mayoría de las veces nuestra motivación es centrada en nosotros y en los demás al mismo tiempo. Necesitamos ser amables con nosotros mismos y con los demás, y esforzarnos por llegar a ser más como Cristo, siendo pacientes y buscando que Dios nos lleve a un terreno más alto.

C. RECOMENDACIONES PARA ESCOGER LÍDERES PARA MINISTERIO DE RESTAURACIÓN

Muchas iglesias y pastores están entusiasmados con respecto a levantar ministerios para ayudar a personas con quebrantamiento, y se enfrentan con el problema de establecer liderazgo para tal ministerio. Como hay pocos precedentes en este tipo de ministerio, la tendencia es respaldar a alguien que aún no está listo para el ministerio, y con frecuencia por personas que tienen un trasfondo de quebranto sexual.

Es imprescindible que la iglesia solicite referencias a los ministerios que apoyaron al candidato en su proceso de restauración. La iglesia no debe avalar en seguida a alguien a quien no conoce.

El líder debe ser probado en servicio humilde y fiel. Los líderes deben ser preparados para el ministerio. Deben tener un buen registro de asistencia a la iglesia y de servicio en algún ministerio antes de ser un líder de grupo. La iglesia debe observar sus cualidades de liderazgo y estar de acuerdo en que hay un llamado en su vida. Aunque hay una necesidad apremiante de liderazgo, Dios nunca es impaciente, Él siempre dispone tiempo para el entrenamiento. Había enormes necesidades que prevalecían en derredor de Cristo y Sus discípulos, no obstante, Él tomó tiempo para preparar y discipular a Sus doce. El Maestro es nuestro ejemplo.

Aquí están algunas cosas que deben buscarse en el liderazgo potencial:

1. ¿Están dispuestos a renunciar a las cosas del mundo por la obra de Dios?

2. ¿Ha sido un siervo en la iglesia durante un período considerable de tiempo? ¿Ha habido un aprendizaje exitoso?

3. ¿Tiene un espíritu enseñable? ¿Está deseoso de aprender? ¿Es sumiso al liderazgo existente?

4. ¿Comenzará desde el escalón más bajo?

5. ¿Es exitoso en otras áreas de su vida? ¿Existe la seguridad de que no busca un puesto de liderazgo solamente porque no puede funcionar en el mundo, es incapaz de permanecer en un trabajo o de agradar a un patrón?

6. ¿Están siguiendo la agenda de Dios, o han elaborado planes por su propia cuenta? ¿Están dispuestos a soltar todos sus planes a Dios y a los ancianos que están sobre ellos?

7. ¿Trabajan en equipo? ¿Tienen buenas habilidades para comunicarse? ¿Son capaces de trabajar fácilmente con otros, dando y recibiendo? ¿Pueden ser entendidos fácilmente por los demás?

En particular aquellos que provienen de un trasfondo de homosexualidad, han llevado una doble vida. La iglesia debe saber esto y mantenerse en estrecha consideración hacia aquellos que ministran motivados por sus propias heridas. Todo líder puede caer, un “ex-gay” o una persona que siempre ha sido heterosexual y todo liderazgo debe mantenerse rindiendo cuentas.

Los líderes realmente necesitan más cuidado e interés, necesitan gente que tenga el valor suficiente para confrontar, para amar, consolar y buscar comprenderlos. Necesitan afirmación y amonestación.

La iglesia debe estar allí para confortar al líder cuando llegue a estar bajo ataque. La iglesia no debe unirse a los que atacan, sino creer lo mejor, concediendo el beneficio de la duda, aunque usando de toda sabiduría. Debe estar allí cuando el líder esté en problemas, desilusionado y herido. Sí, los líderes deben sufrir, pero no tienen por qué hacerlo solos.

De las profundidades de nuestras heridas puede venir la sanidad. Podemos consolar a otros con el consuelo que hemos recibido.

Frank Worthen es uno de los fundadores y pioneros del movimiento de Exodus a nivel mundial, colaboró activamente en el establecimiento de diversos ministerios en los Estados Unidos y en Filipinas. Autor de varios libros y manuales que han sido traducidos a distintos idiomas: “Ayudando a gente a salir de la homosexualidad”, “Cómo comenzar un grupo de apoyo”, “Liderazgo”, entre otros. Actualmente vive en San Francisco con su esposa Anita, ambos son parte de la junta directiva de Restored Hope Network, una red de ministerios que ayudan a personas con quebrantamiento sexual en los Estados Unidos.

El libro “Liderazgo” está disponible en nuestra librería, si está interesado en adquirirlo por favor comuníquese con nosotros ventas@exoduslatinoamerica.org

Agradecimiento especial por la elaboración de este extracto a Leonor M.