Por Pedro Delgado

Santiago era un niño callado y taciturno. Miraba con ojos tristes a sus compañeros mientras parecían divertirse. Anhelaba ser capaz de jugar con ellos y comportarse con ese valor, coraje, determinación y seguridad con el balón. Pero el simple hecho de hablar con uno de ellos, le llenaba de pánico.

Había sido objeto de burlas en repetidas ocasiones, y para ocultar su amaneramiento y su voz delicada, prefería callar y permanecer inmóvil, guardando una distancia prudencial del resto de sus compañeros o involucrándose en actividades que pudiera desarrollar solo: lectura o trabajos manuales. O simplemente prefería jugar con niñas, con quienes se sentía más seguro y menos amenazado.

Julieta era diferente. “¡Quítenmela de encima!” gritaba desesperado Enrique mientras su compañera Julieta le arremetía violentamente, golpeándole la cara con una saña inusual a sus apenas once años de edad. La madre de Julieta llegó visiblemente agitada a la oficina de la directora de la primaria donde su hija estudiaba. No era la primera vez que le hacía llamar por el comportamiento agresivo de Julieta; era la tercera escuela primaria en la que estudiaba, pues había sido expulsada por la misma razón.

La niña no parecía sentirse cómoda con sus compañeras; prefería jugar con los varones, juegos rudos, e incluso realizaba hazañas que algunos niños ni siquiera se atrevían a hacer.

Las historias de Santiago y Julieta son las de muchos otros niños. ¿Qué es lo que sucedió? ¿Qué fue lo que afectó a estos niños, ahora quizá adultos, que muestran un comportamiento que no va acorde con su género?

Para que se lleve a cabo en forma satisfactoria un crecimiento y madurez espiritual, emocional y física, deben estar presentes ciertos nutrientes durante su infancia. Hablando específicamente de una orientación sexual sana, es necesario que los niños desarrollen vínculos adecuados con su madre, pues es quien los nutre y cuida desde su gestación. También con su padre, cuya intervención oportuna desde el momento mismo de la concepción es de suma importancia. Y con los dos al estar unidos como esposos, en una relación de respeto y de adecuada comunicación entre ambos.

Cuando la gente comenta: “Es alarmante la cantidad de homosexuales que está surgiendo hoy en día. ¡Pareciera plaga!” tristemente tenemos que admitir que proporcionalmente a una mayor crisis de paternidad, habrá cada vez más personas con problemas de lo que ahora se denomina Atracción al Mismo Sexo (AMS). Es decir, de homosexualidad y lesbianismo.

¿Y cómo es que la ausencia física y/o emocional del padre puede afectar tanto el desarrollo psicosexual del niño? Joseph Nicolosi, autor del libro Una guía para padres sobre cómo prevenir la homosexualidad, nos dice cómo los nutrientes básicos, tanto físicos como emocionales, son dados en primera instancia por parte de la madre. Ella juega un papel trascendental en cuanto a cimentar las bases del desarrollo del niño, tanto del varón como de la mujer.

Sin embargo, hablando específicamente de los niños varones, es de suma importancia que el padre intervenga en lo afectivo, imprimiendo su sello de masculinidad. Debe llevar a cabo una transferencia de identidad de género con su presencia patente entre los dieciocho meses y los tres años de edad.

Aunque la recurrencia del lesbianismo está siendo cada vez mayor, no se compara con el problema de la homosexualidad masculina. Según las estadísticas, por cada cinco casos de homosexualidad masculina, existe un solo caso de lesbianismo. Esto se debe a que, aunque tanto la madre como el padre juegan un papel importante en el desarrollo psicosexual tanto del niño como de la niña, la función del padre es lograr un desapego, como emprender un vuelo hacia una masculinidad afectiva en el caso de los varones.

La masculinidad es un logro que difícilmente se puede obtener sin la intervención del padre, o de una figura masculina que funja como padre sustituto. En el caso de las hijas, aunque el padre también viene a afirmar su feminidad, ésta es más bien conformada en primera instancia por la madre, con la que la hija no tiene que lograr precisamente un desprendimiento, sino seguir conectada con ella especialmente durante su infancia, pubertad y adolescencia.

El niño varón que no logra la conexión con su padre, quien se espera intervenga para “rescatar al hijo de la influencia materna”, como dice Nicolosi. A esta edad el niño ya distingue entre su madre y su padre, y hay una atracción natural puesta por Dios, hacia lo masculino, hacia su padre, pues anhela ser conformado y afirmado por él.

El amor de la madre es más bien incondicional. La madre consiente a los hijos, los sobreprotege en algunos casos. Aunque puede imponer también disciplina, su tendencia es más bien hacia amar, dar y cuidar de una forma absoluta. Pero el amor del padre suele ser más condicionado, hablando de los varones, pues hace al niño un tomador de riesgos. Lo anima a subirse a un árbol, jugar pelota, hacer cosas osadas que no se le faciliten. Esto da al niño un sentido de seguridad, pues estas primeras cosas riesgosas las hace al lado de alguien que le inspira confianza y seguridad, y que lo motiva para ser, al igual que él, una persona segura y valiente.

Pero cuando el niño es solo criado por la madre, o con escasa participación por parte del padre, donde no le permite emprender ese vuelo hacia la masculinidad, porque ni siquiera se siente seguro para desprenderse de quien le ha provisto para sus necesidades hasta ese momento, es inseguro para tomar riesgos, para ser una persona decisiva, determinante, fuerte. Más bien puede sentirse inseguro, tímido, temeroso. Puede no saber comportarse con el aplomo de un varón, pues la ausencia de su padre ha frenado su desarrollo en cuanto a su masculinidad.

Por supuesto que las raíces de una desorientación homosexual son muchas. Hablamos de una conspiración de factores que pueden ser un temperamento inclinado hacia lo artístico e intelectual, influencia femenina, etiquetación, abuso sexual infantil, experiencias sexuales tempranas, vinculación emocional insana con la madre, matriarcado, machismo, entre otros. Pero en especial la ruptura con el padre del mismo sexo es un factor predominante.

Cuando el niño anhela una conexión con su padre, y por alguna razón ésta no se logra, él lo percibe como un rechazo por parte de su padre. Se siente abandonado, ignorado. Puede percibirlo como alguien hostil, agresivo, ausente, alguien que no se interesa en él, falto de amor. Esta percepción es reforzada si existe una relación matrimonial desdichada.

La madre en su crisis emocional puede hacer del niño su confidente, una especie de “esposito” en el cual descarga sus frustraciones. Tal vez trata de cambiarlo y hacerlo a su manera, en vista de lo insatisfactoria que ha resultado su relación matrimonial. Habla con su hijo del mal comportamiento de su padre, de su mal desempeño como esposo, de cómo la ha maltratado, de cómo ha estado ausente, de cuán lejos está de ser el esposo y padre que debía haber sido.

La conclusión mental inconsciente del niño es: ¿Eso es ser un hombre? Yo no quiero ser eso. Al rechazar y renunciar a su padre, termina renunciando también a su propia masculinidad.

En el caso del lesbianismo, las causas son muy similares pero algunas dinámicas son un tanto distintas. Hablando de los factores que contribuyen al lesbianismo, puede también existir una ruptura con su madre o abuso sexual infantil, o puede contribuir también el hecho de que la niña haya resultado ser de una constitución robusta o atlética, que no cae en los estándares de lo que esperaba su madre para una niña delicada y femenina. De esta manera puede existir cierto rechazo hacia ella.

Puede ser que se esperaba a un varón en lugar de una niña. Se le comience a tratar como un niño, a vestirla como niño, sofocando su propia feminidad. Pero nos encontramos una vez más con un factor fuerte: la presencia del padre. En este caso él es quien dignifica y afirma la feminidad de su hija, y esto comienza con el trato que como esposo da a su propia esposa.

En unos casos se desarrolla un vínculo emocional con su padre tan fuerte que logra desapegarla de su madre, e incluso crear un tipo de rivalidad entre ellas.

Algo muy distinto puede ocurrir también. Si existe una relación disfuncional en el matrimonio y el esposo está maltratando física y/o emocionalmente a su esposa, la hija se da cuenta de dicho maltrato y se vuelve contrincante de su padre para defender a su débil madre. En tal caso la conclusión inconsciente es: ¿Esto es ser una mujer? No es algo que yo quiero ser.

Entonces ¿cómo debería ser una paternidad sana que nutra, motive, afirme y favorezca hacia una sana orientación e identidad sexual en los hijos?

Se busca un padre que ame a Dios, que lo conozca, que acepte el papel que Dios le ha dado dentro de su matrimonio y de su familia. Será un padre apegado al diseño de Dios establecido para el hogar, un padre en quien descanse la autoridad de la familia, que va acompañada de la responsabilidad para cuidar y amar a la esposa como vaso más frágil, que sepa que lo mejor que puede dar a sus hijos en principio no son bienes materiales por los cuales se pase horas incansables de trabajo, sino darse a sí mismo, su tiempo, su presencia, su afecto, su cariño, su disciplina.

Se busca un padre que con la ayuda de Dios pueda romper con las viejas maldiciones generacionales que se dan en forma de machismo, ausencia, agresión, falta de comunicación. Será un padre que busque al Padre Dios para llenar sus propios vacíos emocionales, a fin de crecer en su propia plenitud de paternidad y ser facultado por el Señor para ser el padre que él quiso que fuera.

Se busca un padre que sepa poner límites a sus hijos para criar niños seguros que sepan hacia dónde ir, un padre que vea a sus hijos como saetas a quienes da dirección, que les instruya en el camino de Dios siendo ejemplo de protección, provisión, líder fuerte pero amoroso que rompa con las ataduras y moldes que impiden mostrar afecto en forma práctica y física a su esposa y a sus hijos.

La boca de un padre debe bendecir incansablemente a sus hijos y decir con libertad: Te amo esposa; te amo, hijo; te amo, hija. Una mujer puede ser una madre extraordinaria, pero no le es dado ser padre. Esta es una facultad única y exclusiva para el varón. Su intervención y aporte en el sano desarrollo de los hijos es esencial.

No se buscan padres perfectos, porque cuando se ha encontrado al Padre perfecto en el cielo, sabemos que nos falta mucho para ser como Él. Pero tenemos el anhelo de ir en esa dirección. Se buscan padres forjadores de nuevas generaciones de hombres y mujeres que amen a Dios, hombres íntegros que vivan de acuerdo con el diseño de Dios establecido para la sexualidad en esta era de postmodernidad, hombres y mujeres rendidos al señorío de Jesucristo en todas las áreas de sus vidas.

Testimonio: Shirley Baskett

Excavé con la pala en la tierra seca de verano y saqué otro terrón cubierto de maleza en el patio trasero. Esa era la única manera en que podía mantener la cordura. Pensé en Adán escondiéndose en el jardín del Edén y hundí la pala otra vez en el suelo duro.

Unos pocos días antes me había graduado del Colegio Bíblico y ahora me encontraba en la casa de mis padres. No había manera de que yo hablara con alguien de lo que había pasado en mi graduación esa noche. No hubiera podido explicármelo ni a mí misma.

Todavía soy joven pensé, más de un hombre me había roto el corazón y estaba consciente que formar una buena relación con un hombre era difícil para mí. Cuando me encontré a mi misma enamorándome de una mujer, sabía que estaba en conflicto con mi fe, pero pensé que era simplemente mi fantasía, me entretuve con mis pensamientos, nunca creí que pudiera pasar.

En la noche de mi graduación la conexión fue eléctrica y tuvimos un sentimiento vertiginoso de culpa y obsesión. Como cristianas sabíamos que esto nunca debió haber comenzado y el temor a Dios junto con el desaliento era un tormento pero estar separadas era peor.

Permanecí en la casa de mis padres por un año, Auckland y ella se quedaron en la Isla del Sur. Teníamos la esperanza de regresar el tiempo y que nuestras vidas volvieran al buen camino. Bueno, lo hice. Mientras ella, sin yo saberlo se fue directamente a empezar una nueva relación con otra mujer. Durante ese año parecía que mis oración solo golpeaban el techo.

Para enfrentarlo, empecé a beber y a fumar, y me justifique como una creyente liberal. Salía con personas que estaban al margen de la iglesia, era crítica con aquellas que consideraba demasiado “rectos”. Culpé de mi conflicto al legalismo y al pensamiento estrecho de la iglesia.

Cuando mi amiga vino a la ciudad al final del año y quería estar conmigo, yo ya estaba cansada de pelear con mi corazón y estaba de regreso de alguna forma al cielo. Ahora yo sabía que Dios me hizo de la manera que yo era. ¿Seguramente había habido algún tipo de error y yo era un hombre atrapado en el cuerpo de una mujer? Yo estaba bien consciente que me estaba alejando de Dios y durante los siguientes meses recuerdo claramente haber perdido mi alegría cuando mi risa sonaba hueca.

Una vez que yo puse mis pies en el camino elegido, mi amante me dejó por otra persona. Estaba más destrozada que nunca. Esta vez yo había vendido mi alma y renunciado a mi fe por esta mujer. Sin embargo, por ahora ya estaba convencida que había nacido homosexual y que nada podría cambiarme. La única esperanza era encontrar otra alma gemela.

Me encontré a la deriva en la “escena”, primero en los bares y luego en el “club de mujeres”. Terminé en una ciudad como ratonera áspera, ruidosa y pendenciera. Luego me fui a Sydney, Australia con mi amante en turno. Rápidamente me estaba convirtiendo en alcohólica, en Sydney era raro que no fumara algún tipo de droga. Mi pareja y yo nos quedamos con un grupo de bisexuales prostitutas que estaban usando heroína. Aquí ellas eran menos posesivas y se metían menos en peleas físicas. Pero la vida nocturna era más siniestra y rápida.

Cuando mi relación terminó después de dos años, me di cuenta que tenía poca habilidad y deje de creer y amar, y decidí disfrutar todas las relaciones casuales que pudiera conquistar. Yo no entendía a las muchachas bi-sexuales, yo prefería las mujeres. El pensar de una relación con un hombre era repulsivo para mí.

Tuve que regresar a Nueva Zelanda para cambiar algo de mi propiedad. Luego conseguí un trabajo que había deseado pero estaba detenido. Traté de asentarme de nuevo en mi antigua escena. Ahora viviendo con mis nuevas filosofías, también era feliz yendo de una persona a otra o varias al mismo tiempo si lo podía hacer.

En este punto yo creía que por fin había derrotado al Diablo en su propio juego. Descubrí que si solo murmuraba que trataría de volver a Dios, yo podría tener a la persona que yo deseara. Yo hice esto deliberadamente y sin la verdadera intención de que pudiera volver a Dios y tenía a la muchacha que yo le había insistido por muchos años. Pero era una victoria vacía porque ahora no le podía confiar mi corazón a ella.

Mi vida se estaba volviendo vacía aun cuando yo encontraba a alguien que realmente le importaba. Era incapaz de devolver el favor. Yo era una mujer muerta caminando. Decidí que debería terminar el cuadro y acabar con esta cáscara vacía de mi cuerpo. No estaba deprimida, solo pensaba en este punto terminar con mi existencia. Después de todo, ya estaba al final de mis 20’s y podía ver mi vejez como un futuro solitario.

Oré muchas veces pero el techo de concreto estaba siempre ahí. Traté de nuevo. Oré:

“Dios, no sé siquiera si tú estas ahí, pero si lo estás, y si yo puedo regresar a ti por favor muéstramelo. No espero una luz de neón pero por favor muéstramelo”.

Esa noche yo tuve una visita. Yo vivía sola en un piso interior en la ciudad. Ahí en el escalón de la entrada estaba un muchacho alto y delgado de nombre Geoff que había conocido en mis tempranos días de cristiana. Estaba un poco perpleja de ver como él había venido a visitarme, hacía mucho que no me había tocado ver cristianos aparte de mi hermana oradora.

El me explicó que mi mamá y hermana, después de ocho años y medio, telefonearon a la iglesia de la ciudad para que enviaran a alguien a verme. La iglesia era grande con aproximadamente 2,000 personas y la llamada podría haber sido ignorada, pero el pastor a quien le tocó la petición se había convertido a través de mi hermana. El delegó la solicitud y recayó en alguien que me conocía, Geoff.

Geoff sabía cómo había sido mi vida y oró antes de venir a verme. Pasaron tres semanas para que él se sintiera confiado de irme a ver. Fue justo en el día que yo había orado por mi señal. Sabía que si Dios estaba tratando de llegar a mí, entonces yo podría hacerlo.Decidí esa noche, sabía que tenía una última oportunidad para regresar a Jesús y la tomé firmemente.

Ese viernes fui al bar gay donde solía beber, que esa noche estaba cerrando.  Nunca tuve que saber a dónde irían mis amigos después de esto y por lo tanto, tener la tentación de beber con ellos. Antes de que cerraran había ordenado algunas  rondas de cerveza y fui a despedirme de cada uno de ellos.

“¿A dónde vas?”

Todos querían saber.

“Regreso con Dios”.

Era todo lo que les podía decir.

“Tu volverás. Nadie se sale así como así”,

decían con desprecio.

El domingo fui a la iglesia con Geoff y su familia. Aprendí mucho en los días siguientes pero nunca volví atrás desde ese día. Era extremadamente difícil, pero no imposible.

Por un tiempo Dios me permitió pensar que era una lesbiana en celibato. No pensé siquiera verme a mí misma como heterosexual. Un día mientras iba manejando le silbé a una hermosa muchacha. Inmediatamente me di cuenta que había una presencia en el carro. Jesús estaba en el asiento del pasajero. No había condenación, solo una fuerte revelación de mi disparate. La etiqueta de homosexual célibe se cayó de mí como una piedra. Yo era como Dios me había hecho, una mujer. Y Jesús vino a ser el íntimo amor que yo había buscado toda mi vida. Dios me convenció de que “Él es mi amado y yo soy suya” nadie me ha amado como Él lo ha hecho.

Cuando encontré mi paz con Dios y regrese siguiéndolo con todo mi corazón, no me hacía ilusiones con volver a mi antiguo estilo de vida. Mi experiencia con Jesús era tal que no tenía dudas de que los dos estilos de vida eran incompatibles como la mermelada y el ajo, o como las cebollas en escabeche y el helado.

Dios me llevó hasta el punto de casarme con un hombre maravilloso. El me dejó muy claro que Pete iba ser el compañero de mi vida. En mis lecturas de la Biblia me di cuenta que el amor era más acerca de ceder nuestros derechos y morir al egoísmo, ya sea en el matrimonio, la amistad o la familia. He estado casada durante veintiséis años. Nuestro matrimonio se ha fortalecido y madurado, y nuestro amor ha crecido y convertido en una unión firme.

Dios también me llamó a trabajar como una predicadora ambulante y como Pastora ordenada. Tenía un largo camino por recorrer, desde donde había estado viviendo en desobediencia, ignorancia y orgullo, hasta donde Dios quería que estuviera.

Quizás has tenido tantos fracasos que no te atreves a pensar que puedes caminar con libertad. Si yo he podido ser una corredora que va a la cabeza y tú quieres correr conmigo, siguiendo a Jesús no importa a qué precio, puedes unirte a un ejército de vencedores.

La historia de Shirley está escrita en el libro The Woman Who Outran The Devil (La mujer que derrotó al diablo).

Shirley Baskett es pastora ordenada, actualmente es directora del ministerio Renew en Melbourne, Australia. Es directora de Exodus Asia Pacífico que reúne diversos ministerios en Nueva Zelanda y Australia que ayudan a personas con quebranto sexual, además de colaborar con otros ministerios en países asiáticos. 

Traducción: Rosana López.