Por Andrew Comiskey

 Cada uno de nosotros se convierte en ser humano como producto de la unidad entre un hombre y una mujer.

Después de esto nos definimos basados en lo que parece ir en contra de nosotros, lo que no somos, como no somos como el otro, como no seremos como ‘ellos’.

Tito 3:3 ‘…nosotros éramos necios y desobedientes…éramos esclavos de todo género de pasiones y placeres. Vivíamos en la malicia y en la envidia.’

Para mí la Iglesia era el enemigo, que se oponía a mí. Yo justificaba mi odio que estaba basado en la hipocresía que percibía.

Sin embargo, una cosa quedaba de la religión de mi niñez: el poder de la cruz. Acostumbraba a llevar una cruz en el pecho y aunque insensato y odioso, creía en su autoridad. Un día estábamos en el lago y un amigo se estaba ahogando, mientras el luchaba por sujetarse a mí para ayudarlo a salir del agua el jaló la cruz que llevaba puesta. Me reí y pensé: ¡una cruz en intercambio por la vida de un amigo!

Largo tiempo después llegó un momento en que tuve que darle cara al hecho de que como mi amigo yo estaba muriendo y necesitaba ser salvado, yo también estaba debajo de las profundas aguas del odio y de la necedad. Ahora yo tenía oídos para oír; el pobre escucha, el pobre hombre que yo era podía escuchar la voz del cielo que nunca se detuvo de hablarme a mí.

Tito 3:4-5 ‘Pero cuando se manifestaron la bondad y el amor de Dios nuestro Salvador, él nos salvó, no por nuestras propias obras de justicia sino por su misericordia.’

Mis ojos comenzaron a abrirse al real poder de la cruz: el poder de la misericordia. Yo comencé a entender lo que Dios había soportado por mí –el sufrimiento del Hijo y del Padre como el peso del pecado- mi pecado y todo el pecado del mundo que separaban a Dios de Dios. Lloré al considerar la agonía que el Padre y el Hijo tuvieron que pasar para asegurar mi libertad.

Mi división, lo que estaba opuesto a mí, había sido quebrantado por la separación de Dios de Dios. ¡Eso era el abandono de Jesús por parte del Padre! Entonces reunidos en el poder de la resurrección, el Hijo y el Padre me invitaron a entrar en una relación con ellos. Misericordia: yo había encontrado a mi hermano Jesús, y a mi padre Dios.

La “herida paterna” de Jesús sanó mi herida. Todo lo que tomó fue una simple aceptación de mi necesidad de misericordia. Sin embargo, yo no sabía en lo que me estaba metiendo.

Yo pronto descubrí que la cruz me ofrecía mucho más que sanidad ‘espiritual’; la cruz cambiaba todo, como yo existía en relación a todo el mundo.

La cruz y su misericordia significaban que yo ahora era definido por la unidad del Padre y del Hijo, y de Su Iglesia. Esto significaba unirme a otros en relaciones que dan vida y en formas creativas.

Pablo lo dice de la mejor manera a los efesios que luchaban con una inmensa diferencia entre judíos y griegos en la Iglesia. ‘Porque Cristo mismo es nuestra paz, que ha hecho de los dos uno, y ha destruido la barrera, la pared de división de hostilidad…Su propósito era el crear una nueva humanidad de los dos, haciendo así la paz y de esta forma un solo cuerpo para reconciliar a ambos a Dios a través de la cruz…porque a través de Él ambos han accesado al Padre por un mismo Espíritu.’

Yo me reconcilié con otros a través de la cruz en la iglesia. Yo descubrí esto rápidamente al huir de una fiesta gay en la que estaba: ‘Ustedes antes ni siquiera eran pueblo, pero ahora son pueblo de Dios; antes no habían recibido misericordia, pero ahora ya la han recibido.’ 1P 2:10

Yo descubrí la misericordiosa cruz en la iglesia. El comenzó a arrancar paredes que dividían mi ser. En verdad yo estaba opuesto a mí, yo estaba en desacuerdo con la masculinidad. El amor de Cristo a través del apoyo de los hombres me ayudó a arrancar las paredes que me separaban de mi propia masculinidad. Esto me llevó a ver una profunda división en mí ser, el odio a mi padre. El descubrir la unidad con otros hombres me preparó para sanar mi relación con mi padre. Esto comenzó un largo proceso de unirme a él. Mi padre recientemente falleció, y yo con tristeza recuerdo su buena memoria a diario.

Luego yo comencé a experimentar los deseos normales hacia la mujer, combinado con un llamado a amar como Jesús la ama a ella. No solamente convirtiéndome en ‘normal’; sino transformándome como Cristo, en como Él ama a los demás.

Mas compromiso en el cuerpo de Cristo: mis pastores me invitaron: “¿extenderías tú la cruz misericordiosa a otros quebrantados para que puedan encontrar su lugar en el Cuerpo de Cristo?” Un lugar para cualquiera que sabía que él o ella eran pobres y necesitaba misericordia. Un grupo se convirtió en dos y tres grupos se convirtieron en una capacitación para que otros grupos pudieran ser llevados a cabo. Ahora gente se une en cada continente para descubrir la cruz y el poder misericordioso que los une en el amor real.

En una ocasión en una Capacitación de Aguas Vivas en Argentina Dios me recordó: “Andy la cruz está quitando las paredes de división entre hombres y mujeres, protestantes y católicos, ricos y pobres, europeos y africanos/gente nativa, el educado y el iletrado, esos que lidian con pecados sexuales más exóticos y el pecado heterosexual normal, el abusado y esos que han abusado”.

Todos están encontrando sanidad a través de la misma cruz –Dios sacando la paredes divisorias de la hostilidad que nos hace tontos y odiosos; Él se está convirtiendo en nuestra paz en este cuerpo y reconciliando a todos de una manera creativa y de una manera que da vida.

Ese es el poder de la misericordia –estas son buenas noticias de lo que Jesús ganó para nosotros en la cruz! Él y el Padre ahora nos invitan a nosotros a su casa a tomar parte de la plenitud de esa misericordia de una manera profundamente personal pero a la vez relevante a todos.

¡Hay esperanza para todos! El desea que nosotros seamos libres en unión a Él y a Sus ricas intenciones para nuestra vida.